Nació en un hospital que ya es otro y nació en la mitad de la carrera universitaria de su madre. De su nacimiento no se habló mucho más, porque tampoco era gran tema de conversación. Fernando Santullo nació en 1968 y enseguida volvió a Manga con sus padres, un barrio que en sus recuerdos siempre fue verano.
Ahí Santullo había construido su universo. Tenía sus amigos, tenía perros y gatos, tenía un terreno con una lagunita con cañas donde jugaba. Era un barrio donde todo el mundo tenía un huerto, un terreno con jardín y un barrio en el que su vecino que tenía una bodega de vinos le dejaba ir a pisar las uvas.
En la casa de adelante, vivía Santullo y su familia. En la segunda, vivían sus abuelos porque tenían un terreno enorme. Sus padres trabajaban durante el día, así que comían con sus abuelos que eran quienes los iban a buscar a la escuela. Los buscaban a él y a Laura, la hermana menor de Santullo que nació dos años después. Rodolfo nacería 12 años después en México.
Del mundo Manga solamente salían para ir a comprarse ropa al Centro o a ver algún estreno de Disney. Y era esa época en la que había un tren que llegaba en veinte minutos.
Hubo un invierno breve cuando tenía 3 años y en Uruguay hubo una epidemia de meningitis. Pensaron que podía tener meningitis porque había hecho convulsiones y lo llevaron a un hospital. Le hicieron una punción lumbar, que implicó que lo dieran vuelta y que le sacaran líquido raquídeo de la columna sin anestesia. Fue el dolor más terrible que sintió alguna vez y ese es su primer recuerdo de vida.
Ese mismo Santullo volvió enseguida al verano. Siguió embarrándose, jugando con bichos de la vuelta y armando escenas con flechas invisibles en ese lago de atrás.
Hasta que llegó el invierno real.
El golpe de la dictadura había sido en el ´73 y, en el ´75, había comenzado una segunda campaña represiva. Empezaron a meter presas a muchas personas de izquierda y su padre tenía todos los boletos. Era militante frenteamplista, militante del Partido Comunista y militante sindical.
Una noche en 1976, se llevaron preso al padre de Santullo sin orden de allanamiento, ni orden de juez. Sobre todo, sin garantías y sin información. Lo tuvieron preso durante un mes y medio y, cuando lo soltaron, empezaron a darse cuenta que la cosa se estaba poniendo espesa.
A la vuelta de un día de playa, se enteraron que habían ido a buscar al padre de Santullo a su casa, una vez más, y, ahí, fue cuando decidieron buscar asilo político. Ya casi no quedaban embajadas que dieran asilo, pero consiguieron irse a México con un plan en el que el gobierno mexicano les daba tres meses de alojamiento en un hotel y comidas para que pudieran conseguir trabajo e instalarse.
Y en diciembre de 1976, Santullo se fue del mundo Manga a un universo llamado el DF, la capital mexicana.
Su hotel estaba en una zona bastante céntrica y el único pasto que había era un cantero chiquito en el frente del hotel. Ahí iba a jugar con sus soldaditos ese Santullo niño que tuvo que abandonar su verano eterno en el mundo Manga. Ese pedacito de pasto era lo que lo acercaba a los terrenos de su barrio original.
Durante esos meses previos a empezar el liceo en México, Santullo consiguió una guía de ómnibus y de mapas. Se sentaba en la puerta del hotel a ver pasar los ómnibus y a mirar en el mapa a dónde se dirigía cada uno. A poco tiempo de llegado, Santullo quiso orientarse, entendiendo que ahora estaba en una ciudad gigante.
Rápidamente se mudaron a un barrio en el que se hizo tres amigos: Aldo, Óscar y Ricardo. Fueron ellos los que le hicieron fácil el aterrizaje en el barrio y los que le presentaron al resto de los que jugaban a la pelota. Cambió la palabra "pollo" por "poio" y, de inmediato, pasó a ser uno más de la barra. Y claro, empezó a ser el "uruguaio".
Como su madre es española, uno de los muchos contactos que ella tenía eran los españoles que habían llegado en la época de La República, muchos años antes. Todos esos españoles habían fundado instituciones educativas y editoriales, eran personas muy adentro del medio cultural. Fueron ellos quienes recomendaron para Santullo y su hermana un colegio, y después liceo, que estaba relacionado a ese ámbito de la cultura.
El interés de Santullo por la política, por la sociología, por la literatura y por el arte vendría de ese ambiente cultural que lo rodeaba: su educación y sus padres.
También se involucró con el mundo del fútbol. Empezó a jugar en el América de México. Fue a la escuela de fútbol y, además, empezó a jugar en las juveniles. Ese mundo le sirvió, también, para encontrar un lugar fuera del ámbito cultural.
A los 17 años, volvió a Uruguay con el bachillerato terminado. Empezó a estudiar ciencias económicas y los resultados de las materias con matemáticas le dieron la pauta de que no era su profesión. Lo mismo le sucedió con la ingeniería en sistemas y, finalmente, empezó a estudiar sociología.
A la carrera no la hizo rápidamente. Si, en teoría, dura 5 años, él la completó en 9. Por esos días, Santullo empezó a trabajar en una librería, que le hacía muy bien porque le daba la posibilidad de leer y tomar café casi todas las mañanas.
Cuando salía del trabajo, se iba a lo de Juan Campodónico a escuchar música y a tomar mate, porque quedaba a unas cuadras. A Juan, a los Casacuberta y a varios amigos suyos con los que después formaría una banda, los conoció en México. Eran todos hijos de exiliados viviendo en México.
En el ´91, Santullo se despidió de Uruguay por un año y medio y se fue a México de vuelta. Quería vivir un México suyo, sin el filtro de sus padres, ni del liceo, ni del fútbol. Quería un D.F. armado desde su perspectiva.
Estuvo un año ahí y los últimos seis meses en Nueva York. A la vuelta de su viaje apareció con varios CDs por lo de Juan Campodónico, experiencia laboral en el análisis periodístico político (había trabajado de asistente de un analista político) y con ganas de hacer música.
Y apareció el Peyote Asesino, una banda uruguaya que vendría con influencias de todas partes, con cero miedos a innovar y con ganas de acusar golpes. Aparecería, también, un periodista y un estudiante de sociología que seguiría con su carrera.
¿En el periodismo te metiste una vez que volviste?
Estamos hablando del ´93, en Uruguay estaba bravo, no es que sobrara laburo. Entonces, estaba en una disyuntiva que era: o me pongo a vender tiempos compartidos, que era la opción laboral que tenía ahí, que era horrible, o intentaba profesionalizarme como periodista.
Me presenté, como rostro de piedra, en La República, donde ya había publicado 3 o 4 notas y pedí para hablar con el secretario de redacción. Le dije que yo tenía algo que ofrecerle y me creyó. Llamó al editor de Sociedad y le preguntó si precisaba a alguien. Le dijo que sí y a ver cuándo podía empezar a trabajar yo. Le dije que cuando quisiera. Fui a la reunión y volví a mi casa 6 horas más tarde porque ahí mismo empecé a trabajar. A partir de ahí, trabajé en La República años. Después, trabajé para Posdata y, después, volví a La República.
Antes de irme para España, en medio de todas esas cosas periodísticas, fui haciendo, en paralelo, mi carrera en la música.
Volviste de Nueva York con todas las novedades musicales, ¿qué disco escuchaban hasta cansarse con Juan Campodónico?
El Blood Sugar Sex Magik de los Red Hot Chilli Peppers, el Vivid de Living Colour, Real Thing de Faith No More, los primeros dos de Cypress Hill, el Putas Fever de Mano Negra. Después, cosas no tan conocidas. Había un montón de música que no encajaba en el grunge ni en el hip hop. En esa época del Peyote eso era lo nuevo, pero también escuchábamos Talking Heads.
Una influencia muy fuerte en el Peyote fue Titãs. Fueron clave Sumo, los Paralamas, cosas mexicanas como Café Tacuba, Maldita Vecindad. Se nos mezclaba todo ese universo de rock anglosajón, funk, metálica con todo lo latinoamericano, está todo eso muy presente.
¿En ese momento de tu vida corría el Peyote, el periodismo y la carrera de Sociología?
Sí, todo al mismo tiempo. En Uruguay hay que hacer 7 cosas para completar un salario.
¿Cómo decidieron el nombre del Peyote y qué decía de la banda?
Estuvimos semanas. Hicimos una lista que tenía como cien nombres y discutíamos uno por uno. Lo del Peyote Asesino venía de un comic que yo había traído de México que se llamaba el Santos contra la Tetona Mendoza. Era un comic totalmente lisérgico que salía en La Jornada, un diario, y había sacado un libro.
Uno de los personajes se llamaba el Peyote Asesino y nos pareció, desde el comienzo, que tenía el pasado mexicano que teníamos todos. Había mucho chiste interno que tenía aroma mexicano. Entonces, quisimos ponerle un nombre que siguiera con eso de meter la influencia mexicana sin explicarla.
Lo que nos pasó fue que durante un montón de tiempo la gente escribía cualquier cosa: el Toyota, el Coyote, el Texote, cualquier cosa. Pero tenía una cosa el grupo, una voluntad ligeramente provocadora desde el nombre y desde el cruce musical que hacíamos, que tenía que ver con todo ese mundo anglo, pero también tenía a que ver con lo latinoamericano. Y con meter cosas de la música uruguaya.
No te diría que el nombre fue pensado para provocar porque tampoco provocaba mucho. Si no sabés qué es eso, no te provoca. Tenía que ver con eso, con esa especie de humor de brocha gorda que, a veces, tiene el Peyote.
¿Y empezaste a vivir la noche y a hacer gira?
En los ´90, los grupos no hacían giras porque no había público como para hacer gira. En realidad, la primera banda de rock que hizo un Teatro de Verano sola fue Los Buitres en el ´99. En ese momento, ninguna banda uruguaya hacía gira. Tocabas en un boliche de Pocitos para cien personas y a las dos semanas en un boliche en Malvín para setenta.
La noche no te afectaba mucho porque no era una cosa constante. En un año metías veinte shows, con suerte treinta. No más de eso. No era una cosa que te afectara tanto.
Además, yo nunca fui muy de la noche. Yo terminaba de tocar y me iba, no era de quedarme hasta las siete de la mañana. Si me quedaba, tampoco me agarraba un pedo tísico porque tenía que agarrar la bicicleta. Iba a los shows en bici para no depender del transporte público. Así que no fue una gran dosis de noche, no te afectaba mucho.
¿Qué recordás de esa primera experiencia de sacar un disco?
Antes de debutar el Peyote Asesino, teníamos ocho canciones y el show era cortito. Terminaba y repetíamos alguna de las canciones que habíamos tocado. Cuando llegamos al primer disco, ya teníamos un repertorio de doce canciones. El Peyote tiene una característica que es que las canciones que puso en el disco son las canciones que compuso.
Casi no dejamos música afuera porque el método que tenemos para componer hace que esas canciones que no van a llegar a buen puerto, ya las fuimos filtrando en el proceso. Las que atraviesan eso, y llegan al final, son las que llegan al disco.
Además, se fueron juntando otras cosas. Hicimos una maqueta con tres temas, la presentamos a un concurso y, en eso, nos dieron unas horas de tiempo de estudio. Orfeo, en aquel momento, iba a sacar un homenaje a Los Estómagos. Entonces, nos dieron una serie de horas para grabar una versión que hacíamos nosotros de Penicilina. Con el premio también vinieron guitarras Samick koreanas. Vendimos las guitarras, sumamos las horas de grabado y, entre todo eso, armamos el material del disco.
El proceso de componer llegó hasta el mismo momento de estar grabado. Fue un proceso muy lindo y creo que en el momento nadie tenía la idea de que el disco fuera algo súper importante para nuestras vidas. De hecho, nos decían que lo saquemos solo en casete porque nadie iba a comprar un CD de una cosa que se llamara así.
Por suerte, logramos juntar plata de todos esos lugares e hinchamos las pelotas a todo el mundo hasta que el disco salió en CD. Para el estándar de la época quedó bastante bien grabado. Para el momento y para los recursos, quedamos súper contentos con el disco.
¿Cómo cambió el Peyote a partir de que sacaron un primer disco? ¿Se profesionalizaron?
Pasó al revés. El nivel de exigencia que nosotros poníamos estaba por encima de lo que el medio podía devolver. Entonces, tratabas de ser súper profesional, pero olvídate de cobrar un cachet como la gente que te permitiera tener una sala de ensayo equipada. Si el disco salió en el ´95, en el ´96 tocamos mucho. Lo que ocurrió fue que empezamos a tocar más y para más gente.
El Peyote, desde un comienzo, siempre tuvo la voluntad de sonar bien. No éramos niños, salvo yo que no venía de ninguna experiencia musical previa. Los demás tenían experiencia como músicos en las distintas bandas. Ya eran gente que tocaba bien. Por eso, el Peyote no tuvo su fase de hacer covers de punk rock, porque ya todos lo habían hecho antes. Por eso, el grupo sonaba bien. El tema eran los lugares en los que tocás, la amplificación.
Después, el material le interesó a Santaolalla que estaba arrancando con su sello Surco. Había que estar a la altura de las circunstancias, íbamos a hacer un disco súper serio y creo que eso, en algún momento, nos empezó a enloquecer internamente a todos.
Era un montón de presión, pero, a la misma vez, todos seguíamos teniendo los otros laburos de la vida real. Era mucha exigencia y abajo no había una base muy firme. Igual, nos fuimos a Estados Unidos y grabamos el Terraja.
Estuvimos en un proceso de composición y de laburo previo que, durante dos meses, metíamos ensayos de cinco horas por día, todos los días. Cuando llegamos a Los Ángeles, éramos una especie de pelotón de ejército. Grabamos todo como taponazo.
Lo de Los Ángeles fue una experiencia alucinante desde el punto de vista de un músico que intenta ser profesional. Fue un salto de calidad importante.
¿Cómo llega Gustavo Santaolalla a conocer el Peyote?
En ese momento, Santaolalla estaba empezando con su sello Surco y no sabía con quién iba a salir. Entonces, Alfonso Carboné que trabajaba en Orfeo y había decidido irse para Warner en Chile, le mandó una serie de cosas que hacía poco habían salido en Orfeo a ver si le interesaban. Entre las cosas que le mandó, estaba el primer disco del Peyote.
Gustavo nos contactó y nos dijo que iba a hacer un acuerdo con Universal, a ver si nos interesaba. En ese momento, teníamos dos ofertas. Una, era la de Gustavo con Universal. La otra, era Warner que nos ofrecía al Cachorro López.
Nosotros teníamos muy fresco lo que venía de hacer Gustavo que era La era de la boludez de Divididos, el último disco de Café Tacuba. Era muy interesante el prestigio que tenía Gustavo como artista y como productor. Decidimos ir con Gustavo que, además, fue la opción que se nos presentó más elaborada. Terminamos trabajando con él y haciendo ese disco, el Terraja.
Después del segundo disco se desarma la banda, ¿por qué?
De lo que había pasado entre el ´95 y el ´97, cuando llegó el ´98 no había cambiado gran cosa. Teníamos un súper disco, con un apoyo importante de una multinacional, pero con recursos muy escasos para mover la banda. El sello invertía en armarte un disco, después vos tenías que arreglar con tus managers para ponerte a tocar. Entonces, pintó de vuelta el "qué hacemos".
Ya habíamos dejado los laburos para ir a Los Ángeles y hubo un momento en que la negociación interna del grupo era súper difícil. Estábamos todos muy agobiados. Además, pasó que el disco se grabó en el ´97 y salió en el ´98 porque el sello tenía otras prioridades.
Entonces, dijimos de hacer una pausa y ver cómo seguía la bocha. La pausa terminó durando diez años, entre 1999 y 2009.
A mí en el 2001 me salió una beca para ir a estudiar una maestría de periodismo en la Universidad de Barcelona y estaba ahí, que sí o que no. Justo había empezado con Kato, que era una banda que arranqué, más o menos por ahí. Conversando con la banda estaban todos medio podridos y se querían ir a Barcelona.
Nos fuimos para ahí y yo empecé con la maestría. Intentamos tocar y nos volvió a pasar todo al revés. Estábamos en Barcelona, sacábamos un disco en Uruguay. Y tocábamos en Barcelona, pero no en Uruguay.
Y cuando esa maestría finalizó, ¿te volviste enseguida?
Me quedé porque a Uruguay justo le había pegado la crisis y se había ido todo al carajo. Empecé a trabajar en Barcelona como editor de contenidos en una empresita que hacía contenidos para celular y para Yahoo contenidos de música. Me quedé haciendo eso hasta 2007 que fue cuando colaboré con Bajofondo, retomé contacto artístico con Juan Campodónico y compusimos "El mareo" y "Ya no duele".
Hablando con Juan, me dijo que por qué no hacía un disco solista mío y él me ponía el apoyo de Bajofondo. Me lo producía con Gustavo Santaolalla y le dije que sí. Ahí dejé, de vuelta, la parte periodística, en 2008. Me concentré otra vez en la parte musical y salió el Bajofondo presenta Santullo en 2009.
¿De dónde nace ese motor de seguirte desarrollando musicalmente a lo largo de tu vida?
El motor, para mí, es el mismo motor que tengo para cualquier otra cosa que haga. Yo no quiero quedarme estancado, ni quiero repetir cosas que hice. Me pasa ahora, con las columnas de Búsqueda. Cada vez que escribo una columna no quiero escribir algo parecido a una anterior.
Hay una frase muy linda que dice que cuando uno descubre que tiene un estilo es que es el principio del fin. Me parece un poco extremo, pero tiene algo de verdad. Cuando empezás a encontrar un estilo, tiene algo de acomodarse en una zona que no te plantea ningún desafío.
La música que yo escucho me gusta que me planteé desafíos. Entonces, la música que yo hago quiero que plantee desafíos. Yo escucho música que me da laburo escuchar, no quiero que para nadie sea más fácil con la música que yo hago.
A partir del Bajofondo presenta Santullo empezaste a desarrollar una faceta solista...
En 2009, con el Bajofondo presenta Santullo, que también salió por Universal, me permitió tocar bastante en Uruguay, en Argentina y en México. Una vez que el proyecto solista arrancó, en 2012 saqué un disco en vivo en La Trastienda, con todo ese material. Pasó que el disco de Bajofondo era muy íntimo y muy nocturno. Cuando a las canciones las llevamos al en vivo, cambiaron y se generó una cosa más energética. Quise registrar ese cambio.
En 2014 sacamos el Mar sin miedo, que es como un disco más roquero pero tampoco es un disco peyotero. Es más rock, pero desde otro lado. Yo quería meter melodías, era una especie de desafío que tenía hacia mí mismo. A mí me gusta la música con melodía, así que debería poder cantar alguna melodía mía. Compuse algunas canciones medio hip hop y algunas son un poco más rockeras.
Ese disco lo financiamos a través de crowdfunding. Eso también fue una experiencia muy interesante. A nivel de disco de Santullo, ese es el último disco de estudio. Después, hemos hecho shows, tenemos grabaciones, remixes. Tenemos unas cuantas canciones, pero justo cuando estábamos con eso, se armó de vuelta el quiosco con Peyote y preferí concentrarme en eso.
Empezaron a salir canciones de Peyote el año pasado, ¿y el disco?
Peyote ya tiene el disco listo. Lo terminamos de grabar a comienzos del 2020. En plena pandemia tuvimos que hacer algunas grabaciones con protocolo, alcohol y distancias.
El disco ya está y lo que estamos sacando son sencillos. Sacamos "Vos no me llamaste en octubre" y, ahora, sacamos "La tumba de los crá", que es el segundo corte. Acabamos de sacar el videoclip hace una semana, los dos temas tienen videoclip y la idea es sacar un par de sencillos más antes de sacar el disco.
Tal cual está funcionando la industria discográfica ahora, vos sacás el disco como argumento para empezar a tocar. Antes, sacabas el disco y el disco era el centro del proceso o del asunto musical. Ahora, ya no. Ahora el disco es una foto que sacás de un momento, pero el asunto musical es otra cosa, es tocar en vivo, colaborar con este, con el otro.
Entonces, en un momento donde no se puede tocar o tener que tocar en unas condiciones restringidas, no tiene sentido sacar el disco si no vas a poder hacer un montón de cosas alrededor del disco.
¿Cuál fue el momento en qué te sentiste más libre en tu vida?
Cuando me planté en Nueva York y tenía laburo, tenía juventud y tenía todas las cosas que me interesaban por hacer. Estaban todas en el futuro. A los 22 o 23 años.
¿Cuál fue el día más triste de tu vida?
De esos he tenido varios. A medida que te vas haciendo viejo te vas dando cuenta que es muy difícil tener un día más triste. Recuerdo con mucha tristeza cuando se murió mi abuelo paterno, porque era mi abuelo cercano y, a parte, fue el primer abuelo de todos que se me murió.
Después, a medida que te vas haciendo más grande, capaz que suena terrible, pero empezás a convivir con la muerte. Es una cosa más habitual porque la gente envejece y muere.
Yo no era tan chico, tenía 20 años, pero fue el primer abuelo que murió y fue una cosa súper triste. Igual, rupturas amorosas también han sido el día más triste de mi vida.
¿Y el día más feliz?
Cuando nació Agustina, mi hija. Muchas de las alegrías más grandes que he tenido tienen que ver con Agustina, Muchas de ellas, con logros de ella. Por ejemplo, cuando terminó liceo y lo hizo con matrícula de honor. Cuando se presentó en una carrera muy difícil que es biotecnología, es muy difícil porque hay mucha selectividad.
Yo te diría que los momentos de alegría tienen que ver con esa cosa de orgullo que, de alguna forma, puede tener que ver con uno. Yo digo lo de Agustina hasta cierto punto, mucho es mérito de ella. Yo no hice gran cosa salvo estar ahí para darle una mano y ser corresponsable de su llegada al mundo.
Creo que las alegrías tienen que ver con eso, cuando sentís que no todo fue al pedo, cuando sentís que te esforzaste. Pasa también con las cosas de música. No siempre tiene que ver con un premio o un reconocimiento, sino que muchas veces tiene que ver con un reconocimiento interno de decir que "no estaba tan loco o equivocado, esto tenía sentido".
¿Algo que la vida te haya hecho aprender a los golpes?
Una cantidad de cosas. Hay una letra de una canción que grabé, que se llama Arena en los zapatos y parafrasea una frase de Zitarrosa, o de un tango, que dice: "en la herida de la vida se aprende a piñas quién es quién".
Creo las mayores decepciones vienen de cuando depositas tu confianza en algo, o en alguien, en que va a ser de determinada manera y, después, te das cuenta catastróficamente de que no era de esa manera.
Eso te puede pasar en un montón de ámbitos. Te puede pasar en cosas muy personales, en esperanzas que tenés, en proyectos colectivos. Te diría que hay un puñado de aquellas decepciones que también es verdad que, a medida que van pasando los años, vas acumulando unas cuantas y ya no son todas tan letales.
Cuando sos más guacho, tenés la sensación de que cada cosa que sale mal es letal, y es terrible y el fin del mundo. Después, te das cuenta que esas cosas que salen mal son parte también de la vida y que la vida de uno no termina en ese momento, ni mucho menos.
¿Un sueño por cumplir?
Sacar todavía el mejor disco. El mejor disco nunca se hizo, se está por hacer siempre, sino no tiene sentido hacer discos.
Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?
Eso implicaría que yo tengo que creer en alguna de las dos cosas. Si creyera en alguna de las dos, supongo que al infierno porque soy bastante fan del black metal y los tipos del black metal tienen unos antecedentes bastante jodidos.
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