La primera vez es una tarde de miércoles de enero, es a las 18:18 porque él tiene algún tipo de interés por la numerología y por las casualidades. Quizá tenga que ver con que a esa hora cambia el operador de la radio y queda él. Queda en el estudio de Radiomundo prácticamente solo. Los programas ya están grabados así que durante la tarde irá poniendo los distintos contenidos, uno detrás del otro. A veces el marcador mostrará que quedan solo cuatro minutos para que la radio quede en silencio y a veces mostrará que quedan ocho horas.
Ese día tiene puesta una remera que era de su madre, unas sandalias que eran de su madre, una barba tupida y clara. Que enmarca. Todo aquello duraría más de dos horas y fuera del aire duraría más. Se haría de noche. Él se sentaría del lado del operador con un micrófono, con un tocadiscos y una bolsa de vinilos que seleccionó para ese día. Tendría abierto Spotify y YouTube. Quien preguntó esa tarde-noche estaría en el estudio.
Los atravesaría un vidrio grueso para aislar el sonido, pero se escucharían con auriculares. Se hablarían con los micrófonos abiertos. Él intentaría poner música entre pregunta y pregunta, pero en algún momento se olvidaría de hacerlo.
Esa noche Felipe Reyes contó que cuando su madre fue a dar a luz su padre estaba jugando un torneo de tenis. Que nació al medio día. Que no recuerda la primera casa a la que lo llevaron, pero que se acuerda de la de la calle Gonzalo Ramírez donde vivió con su madre después de que sus padres se divorciaron. A esa casa le decía la casa del lago porque en frente estaban las lanchitas del Parque Rodó.
Había muchas escaleras, se entraba por la cocina, tres pisos, el cuarto de su madre daba a la calle y, en los días de feria, a los feriantes que se instalaban. Eran tres hermanos viviendo ahí, más su madre, más Amelia, quien “ayudaba y hacía una cantidad de cosas que mi mamá podía hacer, pero había alguien que la ayudaba en esas cosas”.
Después vivió en Ellauri con su padre (quien se casó y tuvo otro hijo) y volvió con su madre a Cambara 11500. Del colegio se acuerda que caminaba hasta Cavia y Libertad, que en algún momento lo pasaba a buscar una camioneta escolar, que el que se portaba mal se sentaba adelante del todo y que ahí conoció a uno de sus mejores amigos.
Hay otros recuerdos: un peluche de Snoopy que compró en Disney que vino con muchísimos cambios de ropa (piloto de avión, jugador de hockey, explorador); dormir en la cama de su mamá por ser el hijo más chico; salir a golpear cacerolas en la calle con sus hermanos y también su madre, una bicicleta que pintaron de azul, pero que originalmente era rosada y de su hermana; que lo vestían muy parecido a su hermano; el arenero con cubiertas para jugar en el colegio; los bailes escoceses y las polleras tradicionales que le hacían ponerse para practicar; ser el mejor compañero de baile de su madre; subirse a una silla para poner una canción que su mamá quería escuchar en el equipo de música; cómo grabar casettes; a su madre diciendo sin querer que “los curas son todos alcahuetes” días antes de que él tomara la Primera Comunión; un perro que se perdió y le hubiera gustado que no se perdiera.
Su madre, adoptada por sus abuelos, se llamaba Clotilde Cecilia Segade. Su padre, José María Reyes, estaba dedicado a la publicidad. En la adolescencia hubo cambios físicos, pero no de personalidad, cree Felipe. “Las cosas que me gustaban nunca me dejaron de gustar y siempre las tuve desde muy pequeño”, comenta.
Las cosas: la música, el humor, el ponerle buena cara al mal tiempo. La alegría, la sensibilidad. El cine.
No quiso estudiar Ciencias de la Comunicación, pero creyó que si estudiaba Administración de Empresas podía administrar el presupuesto de una película. Hizo dos semestres y aquello quedó descartado. El tiempo le daría un nombre por ser dueño del bar La Ronda cuando estuvo en auge, por conducir programas de radio solo de música, por el tipo de música que pasaba, por ser dueño del Galgo y por vivir en el parador Los Cardos.
La segunda vez es una noche de domingo a las 19:19 horas. Ese día a esa hora, el estudio de Radiomundo está solo. Quien haga preguntas volverá a sentarse en el estudio, quien las reciba estará desde la sala del operador. De vuelta el tocadiscos, los discos, las sandalias. La remera es otra y la gran diferencia es que se habla con un programa en vivo de por medio. Está Galgomundo al aire, el programa que él conduce, que él produce, que él opera. Ese día contaría cosas como que Mi historia entre tus dedos de Gianluca Grignani le gusta, como que tiene más obsesiones que Bob Dylan, como que a una isla desierta se llevaría a Frank Zappa. Todo aquello duraría casi tres horas, lo que dura el programa, y allí también se leerían textos de Felipe que escribió sin comas ni puntos algunos.
¿Qué vino antes de que compraras el bar La Ronda?
Cuando Administración de Empresas quedó descartado me puse a trabajar en una discoteca, pero no era un lugar para ir a bailar. Supe que discoteca era un lugar donde estaban todos los discos. No fue mi primer trabajo, ya había trabajado antes en la playa, en un chiringo destapando botellas.
Hasta las doce del medio día no iba nadie y yo llegaba a las 8 de la mañana, cuando tenía 16. Eso fue dos veranos consecutivos. Después vino El Espectador, la discoteca y mientras iba a la ORT. Entonces, como no estudiaba más de mañana pensé que podía ser cadete. ¿Dónde? En la agencia de publicidad de mi padre. Vinieron y me dijeron que podía ser asistente de cuentas.
¿En qué consistía? En ser asistente del cuñado de mi padre, Carlitos Miguel Paéz. Y fui asistente de él durante un tiempo, hasta que lo hice muy bien y empecé a tener mis propias cuentas. Pero no me convertí en una persona de agencia de publicidad porque se le hubiera ocurrido a mi padre, se le había ocurrido a su cuñado.
Después, resultó que era bastante bueno haciendo eso y, después, resultó que lo hacía muy bien. Abrió una radio que se llamaba Urbana y le fui a decir al dueño de la agencia que me había salido un trabajo, que estaba buenísimo porque era una FM y que iba a ir solo por las tardes. Además, iba a abrir ese bar en Ciudad Vieja llamado La Ronda, o sea que viernes y domingos no iba a ir.
Pasó que de todas las cuentas que había en la agencia de publicidad, me iba a quedar con una sola y con el tiempo que le iba a dedicar iba a estar más que bien. Era una cuenta de cigarrillos, antes de que dejaran de hacer publicidad. Esa marca de cigarrillos me hizo muy feliz por las posibilidades creativas de poder hacer absolutamente cualquier cosa con una marca. Tuve que ocuparme de todo el trabajo muy copado. Eso incluyó aparecer en 25 Watts.
Vino gente que egresó de la Católica y dijeron que tenían una película para hacer y que les faltaba un poco de plata para pasarla de 16 a 35 milímetros y como algunos de los protagonistas fumaban conseguí la plata que se precisaba. Todo eso pasaba en 2001, cuando Urbana prometía estar buena.
¿Qué hacías en Urbana?
En Urbana éramos tres y lo único que había que hacer era poner música. No había que mandar noticias, ni hablar, era música las 24 horas. El criterio era que solo se podía ir para atrás dos años, tenía que ser totalmente actual.
Antes de que se resolviera quiénes iban a ser los otros dos que iban a poner música, como había trabajado en El Espectador y como me encontré una vez al dueño y le dije que cuando abriera la radio quería estar, me llamaron y me dijeron que estaba. Me pidieron que hiciera la lista de discos que íbamos a precisar para hacer radio y eso fue maravilloso. Estuve como dos meses para hacer la lista. Ese año hubo Urbana y La Ronda.
¿Cómo llega La Ronda a tu vida?
La Ronda la conozco un Día del Patrimonio del 2000. Salimos a dar una vuelta con unos amigos y mi pareja de aquel entonces y cuando quisimos acordarnos estábamos en un bar, que era ese. Después mi pareja pasó a trabajar cerca de ahí y La Ronda abría a partir del medio día. Tenía un fusca del ´86, salía de la agencia de publicidad y pasaba a buscar a mi novia, era muy feliz en esa época. Tendría que no haber perdido ese fusca.
Seis meses después, ya había mails, una muchacha llamada Virginia que ahora está casada con mi primo, pero que había conseguido un lugar en la agencia, me dijo que le llegó un mail en que se vendía el bar al que me gustaba ir. Ahí fue cuando llamé al señor, que era armenio. Se llamaba La Ronda desde antes. De hecho, el cartel de neón es el mismo. No cambió nada.
Entonces, me junté con el señor que vendía La Ronda, me dijo el precio y yo le dije que no, que era octubre y que en noviembre me tenía que ir a trabajar para Lucky Strike y que no podía embarcarme en ningún asunto porque en dos meses tenía que levantar una casa que se iba a llamar “La Lucky House”. Pero le dije que si cuando volvía de hacer todo ese trabajo no le había enchufado el bar a nadie, capaz que volvíamos a hablar.
Cuando volví a la agencia después del verano tenía como cinco papelitos que decían que había llamado un tipo porque no había vendido el bar. Yo no tenía la plata y no sabía si la íbamos a tener.
Con mi pareja nos encantaba ir a Carrasco a jugar a la canasta los miércoles. Estábamos jugando a las cartas contra otros dos y mientras no ves quién tira al pozo se da cierta charla. Ahí uno de los que estaba jugando me dijo que ese bar de la Ciudad Vieja era cliente suyo, que era de Fucac. Me dijo que si hacía unos papeles y decía que iba a vender tanto me daban la plata para hacerlo, porque iban a pasar de un incobrable a un cobrable. Y me dieron la plata.
Entonces, llamé a dos amigos que habían hecho Facultad de Arquitectura tiramos una pared abajo y no sabíamos qué hacer con la barra del medio. Apareció Clotilde, mi madre, y dijo que no teníamos que hacer nada con la barra, que te podías sentar de un lado o del otro, la gente entraba y quedaba enfrentada. Esa barra se llenó de gente, se podía fumar adentro, la música siempre estaba fuerte, cuando llegabas te ofrecían queso parmesano con jerez. Estuvo bien dejar la barra donde estaba.
Entonces, abriste La Ronda casi que llegando la crisis.
Cuando llegó la crisis hubo que pagar Fucac. Mi abuela le había dejado plata a sus tres nietos en forma de campo arrendado y, entre una cosa y otra, terminé de pagar el asunto con la plata que había heredado del campo que no se tendría que haber vendido.
¿Cuándo es que decidís venderla?
La Ronda la vendo en el 2006, a Dylan. Estar expuesto a una cantidad de todo eso te jode. Son todas las noches, casualmente no te gusta tomar a ti porque estás trabajando, y terminás todo el día metido en el asunto porque el bar empezó abriendo de jueves a domingo y de repente abría de lunes a lunes. La agencia de publicidad ya fue y mantenía el programa en la radio, donde ponía música en un programa fantástico que se llamaba Segundo Intento, donde hacía preguntas.
¿Era un programa de entrevistas?
El programa que hacía yo estaba buenísimo porque era para alguien que no quería escuchar ni una sola noticia, ni a nadie hablando. Eso es lo que tienen los programas que hago. Duró cuatro o cinco años, después me fui, y hacía quince preguntas. Solo se podía hacerlas de mañana porque después la respuesta iba a cambiar.
¿Cuál fue el mejor sueño que te cortó el despertador? ¿Cuál fue la peor pesadilla? ¿Cuál es la primera señal de que estás despierto? ¿Qué no puede faltar cuando te despertás? ¿La peor secuencia de eventos posibles al despertar? ¿Qué es lo que más te gustaría ver al abrir los ojos? ¿Qué es lo último que quisieras ver al abrir los ojos? ¿Cuál es la mejor manera de despertar a alguien? Y si no lo lográs, ¿cuál es tu segundo intento? Si tuvieras un radio despertador, ¿con qué canción te gustaría que te despertara? Si te levantas con amnesia o algo parecido, ¿a dónde suponés que vas a trabajar? ¿Qué esperas que te regale el buzón de las cartas? Cinco personas a las que te gustaría hacer estas mismas preguntas, vivos o muertos.
En un momento le di un mini disc a mi primo para que grabara personas, personajes, estrellas y estrellados. Eran esas las cuatro categorías de personas. Le daba las quince preguntas y él iba y las hacía.
¿A quién le mandabas a entrevistar? ¿A personas específicas?
Sumamente específica y en esas cuatro categorías.
¿Alguna vez te sorprendió una respuesta?
Sí, muchísimas. Por La Ronda había algunas formas por las que podía llegar a determinados personajes y muchos eran músicos. Se empezó a juntar mucha gente en La Ronda que después eran los que quería ver al día siguiente en la mañana para hacerles preguntas.
Daniel Melingo, que hacía tango, una vez me dijo la mejor manera de despertar a alguien. Había que despertar a alguien y estaba muy liquidada la persona, así que consiguió kétchup y un cuchillo de cocina para asustarlo. Después hay varios más, fueron muchísimos. Lo divertido de era eso de un programa donde eran tres bloques por hora y cada bloque era una pregunta.
Escuchabas a las siete de la mañana una voz, que no era mi voz, que decía cuál fue el mejor sueño que le cortó el despertador. Venía una canción y después venía otro que decía cuál era el mejor sueño.
Lo que estaba bueno es que cuando llegaba la quinta canción recién ahí sabías quién había contestado. Fui muy feliz.
Volviendo a La Ronda, no me quedó claro por qué la vendiste.
Porque no podía estar mucho tiempo sirviendo copas y ocupándome de un bar cuando lo más complicado que había para hacer ya estaba hecho, que era comprar un bar en la esquina más ventosa de Montevideo, en la Ciudad Vieja. En ese momento estaba el café Bacacay, el Solís y un boliche que se llamaba Pachamama. De repente, tres años después la Ciudad Vieja estaba recontra explotada y había bares uno al lado del otro.
Hacer un bar que tuviera buena música, motivo por el cual compré un bar tan chiquito, no imaginé que fuera a ser tan bueno. No tenía la menor idea de que ese bar podía ser tan bueno. Se empezó a llenar la vereda en verano.
Al lado del bar había una ferretería y, cuando se fue, pensé que como le ocupaba la vereda de noche cuando estaba cerrado, podía agarrar ese local de al lado y poner una disquería, que era la otra cosa que quería hacer antes de abrir el bar. Y puse una disquería pegada al bar así podía ser rentable. Cuando la gente entraba me preguntaba si esos discos eran los mismos que pasaban en el programa de radio.
Era una época en que el Palacio de la Música no tenía vinilos y si estaban era también en la feria. Era mi programa preferido los domingos, toda la recaudación del bar iba derecho a la feria. Así que junté muchos discos y después los discos que estaban en el bar los puse al lado en la disquería.
¿Cuántos discos llegaste a juntar?
No sé, pero ahora en canastos de madera capaz que son ocho.
¿Cómo es que te encuentra El Galgo?
A los cinco años del bar, pensé “que venga alguien y haga plata con este bar porque yo no voy a hacer plata, lo que tenía para hacer ya está hecho. Se llena de gente así que lo vendo y me libero, el bar sigue y yo hago otra cosa”.
En 2006, un día me entero que Juan Pablo Rebella, a quien tanto le gustaba venir a La Ronda, se mató. Ese año ya estaba medio complicado y yo vivía en el piso 18 del Palacio Salvo. Sabía que no me iba a tirar para abajo, pero estaba siendo muy jodido. Justo ese año se cumplían cinco años de La Ronda y andaba con el corazón medio roto.
Esa es otra especialidad mía, aunque cada vez me pasa menos. Tengo una tendencia a meterme en asuntos de este tipo. No sé enamorarme de la manera que hay que enamorarse y en ese momento de la vida estaba de lo más afligido.
Un día llego a la calle Ciudadela y me encuentro con un Paco Guitarrista de Astroboy y me pregunta qué iba a hacer para los cinco años de La Ronda. Yo le digo que nada y me dice que algo sí y que podría hacer algo con Dylan.
En esa pared arriba de La Ronda iba a haber un cartel que dijera “Dylan compró La Ronda”. No era solo el bar, era cada uno de los conciertos donde estuviera La Vela Puerca, No Te Va Gustar, La Bersuit, Los Babasónicos, la comida para todos ellos porque venían a almorzar. Es muchísimo laburo, y no me molesta trabajar. Los caterings con mi vieja eran demenciales. Todo eso pasaba ahí.
Así que imprimí mil afiches para que la ciudad estuviera tapizada de afiches que dijeran “Dylan compró La Ronda”. Después, llamé a la Intendencia para poner en los laterales de un par de bondis Cutcsa que dijeran que Dylan había comprado La Ronda. Todo eso ocurrió en agosto y el 28, el día que sale el disco de Bob Dylan, es el último día que abre La Ronda. Todo ese mes fue de Dylan compró La Ronda y fue muy disfrutable porque bajé la cortina y me fui a Francia.
Cuando me di cuenta que no tenía más plata me mudé de vuelta y me di cuenta que iba a volver a abrir La Ronda. Otra vez al ruedo. Y ahí aparece el Galgo.
Durante esos años de Ronda exitosa, me preguntaban dónde la iba a abrir en verano. Cada uno que preguntaba también te lo contestaba. Te decían en Manantiales, en José Ignacio, en Cabo Polonio. Todos tenían una idea de dónde tenía que ser abierta La Ronda, pero nadie iba a poner la plata, nadie iba a recibir los proveedores, nadie iba a ocuparse de pagar los jornales, ni el BPS, ni la DGI, eso the man himself. Nunca tuve un socio, lo cual era muy lindo, pero cansador.
El libro más famoso de Jack Kerouac cumplía cincuenta años en el 2007 y el medio de transporte más común en esos caminos y en esas carreteras tenían a un galgo, y ese mismo galgo lo tenía una empresa que se fundió que era La ONDA. Un día, estaba yendo a un campamento y me preguntaron qué iba a hacer en verano con La Ronda. Conté que quería comprar el parador Los Cardos, pero que se me había pinchado y me dije que podía ser La Ronda en el camino. Fue una conversación en un auto.
Una de las cuatro o cinco personas que venía en el auto comenta que había un tipo que tenía muchísimos ómnibus de la ONDA porque los alquilaba para rodajes y filmaciones. Le tenía que decir que no iba a hacer un rodaje, así que no precisaba un camarín ni un lugar de vestuario. En vez de un motorhome, precisaba un motorbar. Ahí fue cuando me junté con Luis Correa y le dije que sí.
Pero también estaba Urbana y Segundo Intento todavía estaba en 2006. Ese verano al final no hubo Urbana, pero lo que hubo fue una antena muy copada puesta en el techo con un imán que hace que no se vuele y deja que lo escuchen a la redonda. Eso iba conectado a una batería del Galgo y ni siquiera necesitás electricidad.
Ese fue el primer verano donde la historia era hacer eso, irnos moviendo. Si no podía estar en un lugar fijo me iba a tener que mover para varios lugares. Menos el Cabo Polonio, todos los demás estaban permitidos. Todo ese tiempo fue un motorbar, la palabra foodtruck no había arribado aún.
Cumplía ese rol, pero tenía los discos también. Tenía libros, milkshakes, waffles, masticables, quesadillas, caipiroskas.
¿Quién cocinaba?
Sebastián, el mismo que cocinó en 2008 cuando Dylan anunció que iba a venir al Conrad y me tuve que hacer cargo de eso. Me tuve que hacer cargo de que Dylan compró La Ronda porque me debía plata. Sebastián cocinó dos veranos consecutivos, en 2006 y 2007. También el 13, 15, 18 y 20 de marzo de 2008, en Córdoba, Vélez, Rosario y el Conrad. Este era el mismo vehículo que Dylan utilizaba para sus giras, así que reconocería rápidamente un galgo.
O sea que estabas en busca de Dylan, ¿dónde pusiste al Galgo para que lo viera?
¿Dónde estacionarlo? A la misma distancia de la vez que se bajó para ir al Cilindro, cuando entró caminando en 1991. El señor Dylan iba en un auto y pidió para bajarse dos cuadras antes porque prefería entrar caminando. Si mantenía la costumbre capaz que nos cruzábamos, pero nunca apareció.
Entonces, nunca llegaste a conocer a Dylan.
Directamente, no. Usé la antena de la radio, pensando que seguro Dylan en el hotel prendía la radio, o cuando viene en taxi pide para ver si ponen alguna canción suya. Así que llevé la antena, la puse en el Galgo, en el transmisor por si nos escuchaba. Pero se ve que nunca sintonizó la radio del Galgo.
Después de ese concierto en el Conrad pasó algo muy bueno. Estábamos repartiendo papelitos que decían “After Dylan”. Los repartía yo, más una tripulación estable del Galgo porque para la gira de Buenos Aires y Córdoba conseguimos un Galgo en el que se pudiera vivir y con ese hicimos la gira.
Para esa vez alquilé uno que tiene camas, que es distinto al otro. Cuando volvimos a Uruguay, salimos en los dos al Conrad. ¿Quién repartía los papelitos? La tripulación de uno de ellos y la del otro. Éramos como veinte. Toda esa cantidad de gente llegó a la Parada 3 de La Olla, de la Playa Brava.
Dejamos los Galgos estacionados, fuimos al concierto y repartimos todos los papelitos que había que repartir, más el boca a boca. Hicimos tremenda fiesta, aunque tampoco apareció Dylan.
¿Cómo es el episodio del parador Los Cardos?
De los recuerdos de viajes de Montevideo a Punta del Este, un lugar obligatorio donde frenar es después del segundo peaje, después del peaje de Solís, kilómetro 86 de la Ruta Interbalnearia, el parador. Era 2006 y fui a averiguar si se vendía o no. Era de la mujer que lo heredó porque el dueño se había muerto y no tenía hijos, así que lo tenía Betty, la sobrina.
Fui a hablar con Betty, le dije que se lo quería comprar y me dijo que valía “x”. Llamé a mi mejor amigo, Juan Cammarota, y me dice que vale mitad de “x”. Así que la llamo a Betty y le ofrezco media “x”. Eso, que fue en 2006, no se concretó. Fue como ocho años después. La idea era poner La Ronda en el camino, en la mitad del camino, antes de que se divida en la ruta que va para Rocha y la que va para el este.
Una sola vez me casé y la invitación era un dibujo mío que debe ser de la infancia. Qué bueno que estuvo el casamiento, fue en Lindolfo. La invitación decía “Josefina y Felipe, Felipe y Josefina, el orden de los novios no altera la fiesta”. Después decía que podían poner plata en tal lugar para cuando naciera Calexico, mi hijo que al final no se llamó así. En el dibujo había una luna dibujada que decía Pink Moon, que es el nombre de un disco de Nick Drake.
Ahí fue cuando me imaginé, o muy cerca o muy lejos, de La Ronda. Yo quería muy lejos, para mi familia y para mí, para que mi familia disfrutara. Pink Moon no decía Los Cardos, pero era en ese lugar.
Cuando llegué a Los Cardos ya estaba separado. Lo que pasó fue que me había olvidado del pequeño detalle que la única manera de hacerlo era de a dos porque yo solo no iba a poder por algunas variables que tenían que ver con el tiempo que me iba a llevar poner eso a funcionar, plata. Está la película llamada Into The Wild y yo me había olvidado de una cosa que el tipo pone al final, que es que la felicidad solo es real cuando es compartida. Por eso, Los Cardos solo no funciona. Menos, con un pie en Montevideo y otro ahí, no tengo las piernas tan largas. Iba a poner una huerta que tampoco nunca funcionó.
¿Llegaste a comprar Los Cardos?
Alquilé. Un día volvía de Punta del Este y veo que hay gente subida al techo de Los Cardos. Freno y estaba el nuevo dueño, que se lo había comprado a Betty. Le pregunté cuándo abría y me dijo que él no abría, que lo iba a poner en alquiler en contrato por cinco años. Pasaron dos años desde que hablé con ese tipo hasta que finalmente se concretó.
Fue en 2015 o 2014. Había ventiladores en Los Cardos, estaba todo tal cual como tenía que estar. Ese primer verano no abro, pero tomo posesión, adaptación.
¿Y qué pasaba con La Ronda en Montevideo?
Abierta, funcionando, todavía mía. Primera temporada fue Los Cardos y La Ronda, todo al mismo tiempo, todo funcionando. Creo que esa temporada directamente vendí media Ronda.
Tuviste un socio por primera vez.
Sí, los chicos de around the corner, los del Bluzz. Si en 2006 la quería vender, ya habían pasado diez años más y seguía en La Ronda. Para ese entonces, La Ronda se había declarado infundible. Para ese momento, yo estaba completamente desbordado, más la separación.
Ya que teníamos un vínculo tan fluido les dije a ver por qué no hacían lo de Dylan, por qué no compraban la mitad de La Ronda. La única condición es que la administración fuera de ellos. Durante tres meses no cobré y cuando quise agarrar plata para ir a Los Cardos no podía agarrar plata de la caja y entendí que a partir de ese momento yo era Eduardo Mateo. Cada vez que hablan de mí era el que empezó todo y los siguientes son los que compraron lo que el loco hizo. Y ahí finalmente vendí La Ronda dos años después. No me acuerdo el año exacto, pero tiene que ser 2017. Ahí dije “chau La Ronda, hola Los Cardos”.
¿Dónde está el Galgo en este momento?
En el Big Bang Naturestays. Fue un tirón largo. Ahora pasó a ser una zona recreativa, como la barra, y montaron tremenda cocina. Por donde estaba el Galgo pusieron un mega domo.
¿Cuándo empieza Galgomundo?
No tenía nada, absolutamente nada. Lo único que tenía era el Galgo. Ni Los Cardos, ni La Ronda, ni ese espacio en Blíster en TV Ciudad. No había nada. Lo que sí había en Radiomundo era un cliente de Los Cardos que una vez me había hecho algo que se llamaba “20 en 10”, veinte preguntas para contestar en diez palabras. También fue de los pocos clientes de Cheesecake Records.
Alguna noche que vivía en Solís me dijo que estaba trabajando en Radiomundo. Mi último antecedente en radio fue esa locura de tener un programa de 2 a 5 de la mañana en El Espectador. Hice todo lo que no debés hacer en un programa de radio. Cuando no tenía que hablar, hablaba, me quedaba dormido con el disco girando y llamaba alguien a decir que se me había quedado el disco, cosas así. Todo eso pasó y el último antecedente de radio era ese.
Le digo a Pablo, el cliente de Los Cardos, si no se podía hacer algo en la radio. Me dijo que podía, pero que iba a tener que ser una coproducción. Eso fue hace cinco años y recién había empezado esto de Radiomundo. En ese momento, era En Perspectiva, Por Decir Algo y creo que no había empezado La Canoa, pero arrancaba a las siete de la mañana y se terminaba a las dos de la tarde. De las dos en adelante era música y a las seis empezaba otro programa. El resto estaba desierto, toda la semana disponible.
¿Y cómo se iba a llamar? Galgomundo. ¿Y en qué consiste? En algo que hace tiempo quiero hacer que es tener un estudio de radio en un Galgo. Así que Galgomundo en Radiomundo, 1170 AM.
¿De qué va el programa? Es un programa que lo que quiere hacer es salir a recorrer el mundo y el mundo son 19 departamentos.
¿De dónde viene la obsesión con Bob Dylan?
Estando en la casa de uno de mis mejores amigos, Andrew Young, donde tampoco había padres, tenían una antena parabólica, una bandeja y un tocadiscos que habían dejado los abuelos de la madre. Ahí descubrimos un disco que era uno donde Bob Dylan tenía un sombrero, que se llamaba Desire (1975). Todo arranca en la casa de Andrew, escuchando un vinilo.
¿Y qué es lo que lo transforma en una búsqueda constante?
Cuando vino el minicomponente que decía “It’s a Sony”, el primer CD que compré decía Greatest Hits, y me dio tremendos golpes. Con Desire me quedaba tirado en una cama, mi amigo en otra, y nos quedábamos nada más que mirando el techo y escuchando, o mirando la tapa del disco.
Ese de Greatest Hits, como la industria discográfica siempre fue muy cruel, era solo una hojita que era muy miserable y que probablemente tenía una foto robada de un concierto en Bangladesh donde él estaba de campera de jean. El perfil de ese hombre, que luego es el perfil de un ícono, ya no lo es para mí y para una cantidad de gente que se retiró después del concierto de Hyde Park. El mensaje de ese concierto fue, “jubilate, Bob”.
Pero cómo no te vas a obsesionar si durante tres meses no te comprás ningún CD y todas las mañanas te despertás con la misma canción porque el Sony tiene un radiodespertador.
¿Por qué llegaste a querer conocerlo?
Me debía plata. Tenía que encontrarme con él para hacerme cargo de una mentira. Hasta ahora es mentira, pero puede demostrar lo contrario cuando quiera si gira la plata. Puse un cartel muy grande que decía “Dylan compró La Ronda” y después de dos años me tuve que hacer cargo de eso porque vino a tocar a 140 kilómetros.
Puse todas las fichas en que me iba a encontrar con Dylan y no me lo encontré nada más que arriba del escenario. Y lo seguí primero por Córdoba, después por Vélez, Rosario y después en el Conrad. En cada uno de los conciertos había un Galgo estacionado a pocas cuadras por si se bajaba y entraba caminando a uno de esos lugares, o si en alguna parte del camino prendía una radio. Esa técnica no funcionó.
También mandé un mail a la gerenta del hotel y le dije que quería ir con un Galgo y, como el concierto era adentro del parking, ver el concierto desde ahí. También le dije que atrás del Galgo venían ocho autos clásicos, pertenecientes a un concurso de autos clásicos que se realizaba en un autocine, por si Bob Dylan quería salir a pasear en alguno de esos autos ese día. Tenía pensada una caravana que incluía un Galgo estacionado en un parking y 8 autos clásicos por si Dylan quería ir a dar una vuelta.
De parte del Conrad no recibí más que una negativa. Hice todo lo que estaba a mi alcance para encontrarme con este hombre.
Hay una canción de él que dice How Does It Feel y acá con mi mano derecha estoy sosteniendo un plato y una bandeja, que podría ser la obsesión número dos, sostener platos y bandejas, dejar de hablar y hacerlo girar.
En algún momento tuviste un triángulo entre Cat Power, Bob Dylan y Neil Young, ¿cómo llegan a combinarse en tu vida?
Para contar la historia de cómo conseguí dos entradas para un concierto en Hyde Park en Londres, tuvo que venir Cat Power, o Chan Marshall, una vez a Montevideo y después vino otra vez a Montevideo.
La primera vez tocó en el Cine Plaza y la segunda vez que vino me regaló un sombrero y tocó en La Trastienda. La primera vez se quedó en el NH y la segunda en el Victoria Plaza. La primera vez nos ocupamos de que hubiera rosas, las suficientes como para que ella las pudiera tirar en medio del pánico escénico que le genera presentarse en vivo.
¿Cómo llegás a ella?
Porque me invitan que la acompañe a los lugares oscuros de la ciudad. Fuimos al Mercado del Puerto la primera noche. Así conocí a Chan Marshall, en la parte de debajo de los escenarios, en el aeropuerto cuando llegó y cuando se fue, hasta que puso un pie en el avión. Salvo subir a tomar botellitas del frigobar en la habitación del hotel, la acompañé a casi todos lados.
¿Cuánto tiempo estuvo acá?
Una noche antes de que fuera el concierto, seguro. Las dos veces pasó eso de la noche antes. La vez que estuvo en La Trastienda fue domingo y logró llegar a La Ronda. Ahí cerramos el bar y nos vinimos al bar del hielo, que también funcionaba en el Victoria Plaza.
Luego de todas esas aventuras más que suficientes para conocer a alguien, le mandé un mail desde el departamento de Salto, a un paso de cancelar el trámite urgente o no del pasaporte porque lo iba a necesitar para viajar a Londres.
¿Por qué ibas a ir a Londres?
Porque existía la chance remota de que esas entradas agotadas se convirtieran en una invitación de Cat Power, que era telonera del concierto de Bob Dylan y Neil Young en el Hyde Park. Le había enviado un mes atrás un correo, pero no estaba escrito el asunto en mayúsculas. Cuando le escribí el asunto en mayúsculas desde Montevideo, ahí contestó. Me dijo que fuera, que me hacía un lugar en la parte de adelante, pegado al escenario.
¿Cómo estuvo ese concierto?
El concierto estuvo muy bien, pero se recomienda no muchas expectativas en cualquier concierto. De esa manera, suceden las cosas que no te imaginabas. Una, que hubiera dos escenarios. Uno, el principal y otro pequeño y que en ese estuviera tocando una banda con una muchacha muy rockera, muy blusera, muy capa.
Después estuvo Cat Power, antes de que viniera otra mujer. Después de esa mujer vino Neil Young, que tendría que haber tocado último, pero vino antes. Hubo una pequeña falla en cómo colocar a los tipos que iban a cantar.
¿Por qué?
Porque para el final tendrían que dejar al más joven, que es Neil Young, y para el principio tendrían que haber dejado a Bob Dylan, que es más viejito. Cuando Dylan empezó a cantar, en la canción número diez ya todo el mundo en ese lugar había tomado mucha cerveza, hacía mucho tiempo que estaban todos de pie. Tenías dos opciones: o te tirabas en el campo a dormir una siesta o te ibas para tu casa caminando.
Si Dylan hubiera cantado la canción Take The Long Way Home hubiera estado bien porque algunos hubieran empezado a caminar a sus hogares. Le expliqué a mi amigo que cada vez que voy con él a un concierto de Dylan, el concierto sale mal. La primera vez, en el ´91 en el Cilindro, teníamos los dos 16 años. Esa vez tocó antes que Dylan Eduardo Darnauchans. Esa fue la primera vez que lo escuché, descubrí y supe que había un Dylan mejor que Donovan. Y es uruguayo.
En el concierto, Neil Young casi siempre hace las cosas muy bien y Bob Dylan no es que las haga mal, pero me parece que tiene que empezar a organizar giras en Las Vegas.
¿Qué vinilo o disco te arrepentís de haber perdido?
Vale decir que ninguno porque si fuera a contestar lo contrario a eso me pondría a llorar. Si me pongo a llorar no paro, dijo alguien una vez. Prefiero no pensar en ningún disco que haya perdido porque son muchos los discos que perdí.
El último, por ejemplo, lo perdí gracias al sol. Si dejás un disco en una bandeja, el último disco que pasaste una noche, ese disco cuando llegás parece un lugar donde puedas correr una ola.
¿Cuál es el disco que tiene más valor para ti?
Hay varios, pero primero está el Closing Time de Tom Waits. Es el primero de él y el primero que escuché de él. Enseguida me acordé de uno de John Cale, Vintage Violence. Lo buenísimo de ese disco es que Cale no tiene nada para decir de su primer disco. Es como que no se dio mucha cuenta de lo que hizo. O sí, pero se hace el gil.
¿Y por qué eso lo hace valioso?
Porque me dio tanto trabajo conseguirlo.
Si tuvieras que elegir un único artista para escuchar el resto de tu vida y no podés escuchar ninguna otra cosa, ¿qué elegirías?
Puedo ir hasta la “z” y ya está: Frank Zappa. No me voy a aburrir porque no lo conozco tanto y no lo escuché tantas veces. Tiene una carrera completamente aleatoria y sabe imitar muy bien a Bob Dylan.
¿Por qué Bob Dylan no?
Porque lo escuche mucho tiempo antes de llegar a la isla desierta.
¿Qué es algo que te gusta, pero que no tendría que gustarte?
Hay una cosa que me gusta muchísimo y espero que sigan escuchando este programa de radio: Mi historia entre tus dedos de Gianluca Grignani. Me di cuenta de esto gracias a un pincha discos, un colega DJ. Fue en algún casamiento donde yo no estaba tan borracho y era el momento en el que se tienen que ir todos. De repente me encuentro escuchando esta canción. Y no fue solo la canción, pensé que qué romántica podía ser toda la vida. Pensé en todo lo que le pasaba a ese buen hombre, que no es italiano, pero que sabe cantar en español. Dejaron la canción hasta el final y no le avise a nadie que estaba escuchando la letra.
¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?
Son dos días, uno es el 14 de noviembre y el otro es el 1 de diciembre. Está vinculado al nacimiento de ciertas criaturas que son mis dos hijos.
¿El día más triste?
Hay uno bastante simple, que tiene que ver con no nacimientos. Esta remera era de mi madre, estos zapatos eran de mi madre y tengo un pantalón que tiene unos faisanes que es del mismo señor que hizo esta remera. Básicamente, el día que se murió mi mamá. Eso pudo ser un día triste, pero no tanto.
Me cuesta eso de cuándo fue la cosa más triste porque es como con las canciones tristes. Es todo triste o nada nunca es tan triste. Nunca nada es tan triste, de la misma manera que existen canciones tristes. También hay cierto quilombo en esas cosas de la tristeza porque te hace pensar que no estás tan mal porque hay alguien que está peor.
¿En qué momento de tu vida te sentiste más libre?
La vez que me dieron el permiso de menor para ir a visitar a una novia que tenía en Buenos Aires.
¿Algo que la vida te haya enseñado a los golpes?
El amor a los golpes me ha tratado parejo. Aunque también recuerdo que tuve que hacer pis arriba de un ladrillo caliente cuando era chico, para no mearme más en la cama. Ahí aprendí algo, aunque no tan a los golpes, pero cargué bastante con el tema.
Tenía miedo de levantarme y estar meado en la cama a una edad en la que ya nadie se mea. O sea que no fue a los golpes, pero algo aprendí a los sustos. No hay nada que me vaya a entrar a los golpes.
Me han cagado a patadas, a piñas, a bifes y a moquetes. He visto alguna cosa de esas cerca de mí, siendo chico, pero a los golpes aprendí a no dejar de ser libre, por ejemplo.
Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?
Si me muero ahora, primero, va a ser un viaje largo. Sea al infierno o tenga que hacer una escala para llegar al infierno, no va a haber problema. Lo único que me tienen que prometer que haya es alguien que esté pasando música que esté buena.