Por César Bianchi
@Chechobianchi
Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Y gentileza Vanessa Estol
Durante 45 días, cada uno de esos días entre abril y mayo de este año, Vanessa Estol (36) puteó al cielo.
Maldijo -se maldijo- por haber tenido la “brillante” idea de escalar la montaña más alta del mundo, el Monte Everest, esa que está en el Trivia, el Preguntados, y en cuanta enciclopedia digital se encuentre.
El pico está a 8.840 metros, la celebrada montaña está entre Nepal y China, y hasta el 14 de mayo de 2022 ningún oriental nacido en este territorio de penillanura levemente ondulada (y con un Cerro Chato) había logrado llegar a la cima. Cuando tuvo la idea -en 2015, después de trepar el Nevado de Toluca, y de ver la película Everest en el cine-, Vanessa se juramentó hacer historia y llegar.
El periplo vital de Vanessa se podría resumir así: se crio andando en bicicleta por el balneario Solymar, fue buena estudiante, se topó en una tienda de Montevideo Shopping con el organizador de Miss Uruguay que la invitó a desfilar, lo hizo, hizo castings, se convirtió en finalista de Miss Uruguay, con el modelaje viajó a México por una oportunidad laboral, y allá, buscando distraerse al aire libre, compró una expedición para conocer una montaña. Cuando escaló esa primera montaña para principiantes ya se había convertido en psicologa -con doctorado incluido- y atendía pacientes. Pero tras la primera montaña le siguió otra, y otra, y otra. En México, en Bolivia, en Estados Unidos, en Ecuador, y así.
Cuando Vanessa, el 16 de mayo pasado (y el 15, el 14 y el 13) profirió esos insultos a todo su árbol genealógico, se preguntaba por qué no estaba sentada escuchando a otra persona hacer catarsis en un diván y al lado de la estufa, por qué había elegido arriesgar su vida a más de 8.800 metros, con noches de 20 grados bajo cero, días de 40 grados al sol, tramos sin oxígeno y cumbres sensiblemente empinadas.
Ahora, producida, tomando un cortado en el coqueto hotel Soro Montevideo en Pocitos, sabe la respuesta: la adrenalina, y los retos autoimpuestos.
Pero allá arriba padeció la aventura: se alimentó con comida liofilizada (“sobres con diferentes sabores, le agregás agua caliente, y tenés un plato de comida con las calorías suficientes para soportar un día”), pasó por encima de cuerpos congelados -de los que no pudieron llegar a la cima-, intentó dormir por las noches con el sonido de avalanchas como playlist, y deseó, por fin, llegar.
Acá viene lo paradójico: Vanessa confesó en esta entrevista que una vez que llegó a escalar los 8.848 metros no tuvo tiempo para disfrutar. Lo que acaba de leer: seis años esperando ese momento, 45 días de expedición lejos del confort de su hogar, tuteándose allá arriba con la parca, y una vez que llegó, oteó a sus costados, divisó el paisaje, se sacó las fotos de rigor con la bandera de Uruguay (y la de México, su segunda patria), y se entró a “preocupar” por la bajada. Porque el descenso de esa montaña es más peligroso que la subida.
-¿Y si pisás mal…?- le pregunté.
-Chau.
Pero no pisó mal, y ahora se propone escalar las cuatro montañas que le faltan de las llamadas "Siete Cumbres", las más altas de cada continente.
Dice que cuando termine, algo se le va a ocurrir que le dé la mentada adrenalina.
"Descubrí más de mis propias capacidades: que podía manejarme sola, subí un poco más alto sin oxígeno para probarme, porque quiero intentar un 8.000 sin oxígeno. Cuando bajé del intento anterior, pensé que no iba a volver más, porque es muy costoso"
-Un ciclón en la cumbre del Everest y el coronavirus en su máxima expresión habían dejado trunco tu sueño de trepar a la cima del Monte Everest. Exactamente un año después, el 14 de mayo de este 2022 llegaste, por fin, a la cima de la famosa montaña de casi 8.900 metros, que queda entre Nepal y China. La pregunta del millón es: ¿Qué se siente?
-Yo llegué con lo último de energía, llegué cansadísima, porque nos tocó un día de cumbre muy duro. Elegimos muy bien el día para subir buscando que no haya tráfico en la montaña, entonces estábamos nosotros solos, y eso incrementó la dificultad porque cuando hay una fila de gente yendo al Everest en expediciones comerciales, se va más lento. Nosotros ahorramos siete horas, nos llevó 12 o 13 horas entre subir u bajar. Normalmente se hace en 20. Te hablo de la última etapa: del campamento 4 a cumbre y de bajar al 4. Lo hicimos todo en siete horas menos, entonces estábamos bastante cansados… Así que la cumbre fue emoción total, pero también preocupación por la bajada: cómo sacar energía para bajar bien.
-Entonces, ¿no llegaste a disfrutarlo tanto? Después de tanta expectativa por llegar a la cumbre, por fin llegás, ¿y no te permitís disfrutarlo porque ya estás preocupada en bajar?
-Yo creo que la cumbre se disfruta bajando. Llegás, se disfruta la vista, que es increíble… Diez minutos antes se empieza a ver las banderitas de color que ponen, obviamente no lo podés creer; es una emoción enorme que no se puede describir, pero el momento de la cumbre, y los minutos que estás ahí estás un poco preocupado por la bajada. Llegás, te sacás la foto rápido y ya te preocupás por bajar, porque la mayoría de los accidentes en esa montaña y en todas las de más de 8.000 metros ocurren bajando, entonces te tenés que enfocar en lo que sigue. La cumbre es abajo, realmente. Es cuando volvés a tu casa sano y salvo.
-En comparación con tu anterior intento, ¿qué pudiste lograr esta vez?
-Descubrí más de mis capacidades personales, porque en 2021 yo subí con sherpas (guías locales en las montañas) todo el tiempo, y esta vez subí sin sherpa el día de cumbre. Entonces descubrí más de mis propias capacidades: de que podía manejarme sola (aunque fui con dos amigos), también subí un poco más alto sin oxígeno para probarme, porque quiero intentar un 8.000 sin oxígeno, próximamente. Cuando bajé del intento anterior, pensé que no iba a volver más, que no iba a poder volver a reunir el dinero. Entonces, buscar nuevos medios, aprender más cosas en el camino como nociones de marketing y de negocios, aprendí cosas en la preparación para la montaña.
-¿Es cierto que te cruzaste con cadáveres congelados trepando la montaña?
-Sí, es cierto. En el Everest hay muchos cadáveres. El más shockeante está llegando al escalón Hillary, una parte icónica de la montaña, que está muy cerca de la cumbre (a 20 minutos). Ese cadáver está cerca de una parte súper peligrosa, hay que pasar con mucho cuidado, la cuerda estaba floja. Lo ves y pensás que él era una persona que, como nosotros, buscaba el sueño de subir a cumbre y quedó ahí, porque se quebró una pierna. Ahí, a esa altura, nadie te auxilia. Ya ellos te avisan que arriba de 7.000 metros estás bajo tu propia responsabilidad, y un rescate ahí sería poner en riesgo a muchas personas, entonces no lo hacen. Es verlo y pensar que con un error podés terminar como esa persona.
-¿Y los utilizan como escalones para continuar subiendo?
-El paso ese es una roca súper plana, que es muy difícil de pasar por los crampones, que son los picos que llevás en las botas, entonces el cadáver estaba exactamente en la ruta. Había gente que lo usaba casi como escalón para poder pasar, o muy por al ladito, porque no había forma de esquivarlo.
"Llegar hasta allá arriba lleva un mes y medio. En el campo base hay 20 grados bajo cero en las noches. Es un mes y medio lejos de tu casa, a 20 grados bajo cero… es muy extrema la experiencia"
-Vayamos un poco más atrás: ¿cómo te preparaste para el reto de subir a la cima del Everest? ¿En qué consiste toda la preparación?
-Me estuve preparando básicamente seis años, porque hace seis años que empecé a hacer montañismo, y como desde el inicio pensé: “Quiero ir al Everest” todo fue en preparación para eso. Empecé a hacer montañas cada vez más altas, fui al Aconcagua dos veces, fui a Bolivia, a Ecuador, estuve escalando en Estados Unidos, hice un montón de cursos de primeros auxilios en lugares remotos, distintos tipos de escaladas (más técnicas para agarrar habilidades). Hice más de 25 escaladas a montañas en distintos países. En México todos los fines de semana iba a alguna montaña, para sentirme preparada. Más que nada para sentir que podía ser independiente en la montaña, no depender de un guía.
Respecto a este ascenso a la cumbre del Everest específicamente, yo ya tenía todo del intento pasado. Subí Manaslu, que tiene 8.163 metros, también en Nepal, entonces ya tenía todo el equipo. La preparación para este intento fue más psicológica. Estuve yendo con una psicóloga deportiva para prepararme, porque el año pasado la pasé muy mal, fue muy difícil la expedición, entonces quería volver lo mejor posible.
-Es una expedición muy costosa: te escuché decir que cuesta 60.000 dólares, 11.000 sólo del permiso de Nepal para hacerlo. Y recordemos que ya habías reunido un monto similar hace un año, cuando la travesía se interrumpió. Esta vez, ¿cómo reuniste ese dinero?
-Yo tengo mi empresa de trekking y alpinismo, que abrí justamente para poder juntar el dinero para subir al Everest. Antes yo trabajaba como psicóloga. Después de la pandemia la gente empezó a hacer muchísima actividad fuera de casa, en contacto con la naturaleza, en lugares abiertos, entonces en 2021 me fue muy bien con mi empresa. Llevé un grupo de 18 personas al campamento base, que es un trekking para principiantes, y cinco personas a cumbre de Everest, porque este año, además de ir como escaladora, fui como líder de una expedición. Entonces, con el dinero de las cinco personas que llevé a cumbre, más todo el trabajo en México de mis salidas todos los fines de semana y algún viaje internacional, pude cubrir el costo de la expedición.
-¿Contaste con ayuda de sponsors?
-No tengo sponsors que hayan puesto dinero en efectivo. Tengo auspiciantes que me dan equipo. Pero el viaje fue financiado por mí.
-¿Hay algún punto de contacto entre este hito y tu primera cumbre, el Nevado de Toluca?
-Cuando fui al Nevado de Toluca, que fue mi primera montaña en 2015, a los pocos días fui a ver la película Everest, y ahí dije: “Yo quiero subir al Everest”. Entonces, obviamente pensar en Everest me hace acordar a mi primera montaña, porque ahí se me pasó por la cabeza, medio en broma, medio en serio, la idea.
-En octubre de 2018 posteaste en tus redes que habías cumplido "un sueño", tu primera montaña de 8.000 metros, que coincidía con ser la primera uruguaya en lograrlo. Desde entonces, ¿qué otros sueños has cumplido en el montañismo?
-Tenía muchas ganas de meterme en alpinismo técnico, que es muy diferente al Everest, por ejemplo, que es subir cargando todo tu equipo, por rutas que tal vez nadie subió nunca, con otro tipo de herramientas. Eso era mejorar mi grado de escalada en roca, también. Eso lo fui haciendo. Y después, muchos retos chicos: montañas en Ecuador, en Bolivia…
-El clima y el covid te jugaron una mala pasada en mayo de 2021. ¿Cómo estuvo el clima en mayo de este año? Porque no creo que haya sido todo apacible...
-Llegar hasta allá arriba lleva un mes y medio, aunque vamos acampando. Eso ya es parte del reto, porque aunque estés en el campo base la mayor parte del tiempo, en el campo base hay 20 grados bajo cero en las noches. Es un mes y medio lejos de tu casa, a 20 grados bajo cero… es muy extrema la experiencia. Arriba no nos tocaron tormentas esta vez, porque planificamos muy bien cuándo subir. Este año fue un año mucho mejor en el clima, hubo varios días en los que se pudo hacer cumbre, a diferencia del año pasado que hubo un solo día en toda la temporada y casi nadie pudo subir. Sí nos tocó un Everest muy diferente.
"Y si pisás mal, chau… Tenés una cuerda fija a la que te podés agarrar, pero las cuerdas fijas tampoco son tan confiables, porque no sabés cuánta gente se subió antes. Entonces, sí se siente el peligro"
-¿Con qué cosas te encontrás en el camino a la cima? ¿Con qué te vas encontrando?
-Cuando salís del campamento base te encontrás de una con la peor parte de la montaña, que es la cascada de hielo del Khumbu. Es la parte más peligrosa de la montaña, y está del campamento base al campamento 1. Es la parte más difícil, y aparte es donde más riesgo corrés. Dicen que es como una ruleta rusa pasarla, porque son un montón de seracs (NdeR: cascadas de hielo o cascada de seracs, se llaman), que son pedazos de hielo gigantes, del tamaño de edificios (algunos de edificios de 20 metros), que todos los días se mueven. Esa cascada se mueve de dos a tres metros por día. Mientras arriba de uno de esos se pueden caer, y de hecho, se caen. De la primera a la segunda vez que pasamos la ruta estaba muy diferente, cambiadísima, por muchos de esos. Algunos son puentes de hielo. Se caen todas las noches. Pasar eso es peligroso y estresante. Nadie quiere pasar las Khumbu Icefall…
Después, del campo 1 al campo 2 hay una parte que parece plana, pero es como una ilusión óptica porque hay 500 metros de desnivel, así que plano no puede ser. Ahí hace muchísimo calor… La dificultad ahí es aguantar el calor, porque pega mucho el sol, y no corre viento. Se llama El Valle del Silencio, y podés tener de 30 a 40 grados. Y cuando pasás esa parte y se oculta el sol, vuelven los 20 grados bajo cero, o 30 bajo cero. Pasás de sacarte toda la ropa, a ponerte todo rápido porque viene el frío duro.
Luego, de camino al campo 3 te encontrás con la pared del Lhotse, que es una pared vertical, de hielo. Se sube sin oxígeno, entonces por primera vez, por encima de los 7.000 metros estás sin oxígeno, das dos pasos y descansás, porque se siente muchísimo la altitud y más con una pared.
De camino al campamento 4 ya se vuelve a utilizar oxígeno. No te diría que es más fácil, porque el oxígeno no es que estés bajo el nivel del mar, sigue siendo difícil, pero es una ayuda. El camino al campo 4 es largo, muy empinado, y el campamento es súper inhóspito. Ahí ya no hay nada… un montón de botellas de oxígeno de expediciones que van a subir, rocas, y todo se ve como un lugar de muerte horrible.
Y después queda el camino a cumbre. Me lo imaginé más fácil, la verdad, porque como el año pasado ese fue el pedacito que no hice, lo imaginé más fácil por cómo se veía de abajo… pero no. Es una subida súper empinada, que parece que no termina nunca, y después un montón de partes técnicas como el escalón Hillary famoso, hay otra parte antes de llegare a la cumbre Sur que también es brava: son rocas con barranca al costado. Se pone muy duro, realmente.
-¿Y si pisás mal…?
-Chau… Tenés una cuerda fija a la que te podés agarrar, pero las cuerdas fijas tampoco son tan confiables, porque no sabés cuánta gente se subió antes. Entonces, sí se siente el peligro.
-¿Sentiste miedo en algún momento? ¿Te preguntaste "¿qué carajos hago acá"?
-¡Todos los días! Estaba con una chica de El Salvador, para quien este también fue su segundo intento (el año pasado hipotecó su casa para poder ir), y todos los días nos preguntábamos: “¿por qué volvimos?” Pero bueno, ahora que ya lo logramos, la sensación es increíble, y no nos arrepentimos.
-Sin embargo, pesa más la aventura, la adrenalina, ¿o qué hacer torcer la balanza hacia este deporte tan arriesgado?
-A mí me gustan mucho los retos…
-A mí también, pero no subo ni el Pan de Azúcar.
-¡Es la adrenalina! Me gustan los deportes de adrenalina, el buceo, paracaidismo, buceo sin tanque, pero aparte es una mezcla de todo: los paisajes, mezclado con la sensación de logro que te da, a la percepción de la vida que te da… Cuando bajás, te cambia la perspectiva de todo. Yo antes me quejaba más, veía problemas en cualquier tontería, y después de estar ahí, jugándome la vida todos los días, cuando bajo, los problemas no me parecen problemas. Entonces, me ayuda muchísimo en mi vida cotidiana.
"Sí fue un antes y un después, por todo lo que aprendí en el camino a la cumbre, en todos estos años de preparación, gente que conocí, muchas experiencias que me transformaron como persona. Por eso sí, fue un antes y un después"
-¿Cómo eran las noches ahí arriba?
-Es cuando más miedo te da, porque se escuchan mucho las avalanchas. Es normal que haya avalanchas cerca, incluso en el campo base. Ahora hay una noticia de que van a cambiar el campo base de lugar, porque está muy peligroso, porque es de rocas, pero con hielo abajo. Entonces, un día estás durmiendo, y al otro día hay una grieta debajo de tu carpa y tienen que mover las carpas todo el tiempo. En las noches es cuando más miedo sentís porque escuchás las avalanchas, y hay algunas larguísimas, que duran un minuto y no sabés de dónde viene y si de repente va a llegar al campo base o no. Y aparte por el frío, baja muchísimo la temperatura, todo se congela.
-Uno piensa que bajar es más fácil que subir, pero por lo que dijiste no es así…
-El descenso es cuando más accidentes hay, la mayoría de las muertes ocurren cuando están bajando, no subiendo. La gente no mide, capaz, el cansancio, y la energía, hay muchos que tal vez no conocen su cuerpo, que no hacen montaña hace equis tiempo o lo que sea. Entonces llegan dándolo todo a la cumbre, y después viene la bajada, que es peor. Yo vengo haciendo cosas extremas hace tiempo, intenté abrir una ruta nueva en una montaña que no tenía ascenso, por ejemplo, y eso me da como un mejor manejo de mi energía. Conozco bien mi cuerpo, sabía de lo que soy capaz, cuántas horas puedo caminar, y en el descenso iba con mucho más cuidado que en la subida, porque es más duro, al estar cansado.
-Hace un año te pregunté si creías que trepar al pico más alto del mundo sería un antes y un después, y para mi sorpresa, me contestaste que no. Que sería conseguir un reto que venías persiguiendo desde hace tiempo, pero que después de ese, buscarías otro. ¿Seguís pensando que no es un mojón en tu carrera como montañista?
-Creo, ahora, que es un antes y un después, pero no en el sentido de que no habrá más retos. Lo es… El año pasado, cuando te dije eso, estaba muy desmotivada por lo que pasó. Sí fue un antes y un después, más que nada por todo lo que aprendí en el camino a la cumbre, en todos estos años de preparación, gente que conocí, muchas experiencias que me transformaron como persona. Por eso sí, fue un antes y un después.
-¿Qué descubriste de vos misma escalando el Everest?
-Descubrí una flexibilidad que no sabía que tenía en el sentido de cambiar… Cuando se me ocurre subir, en el momento de planificar cómo voy a hacer para conseguir el dinero, cambié, dejé mi carrera y empecé un emprendimiento desde cero -capaz que me iba bien, o capaz que me iba fatal-, pero no sabía que era capaz de arriesgarme así. Entonces fue una flexibilidad que no conocía, descubrí una resiliencia que no sabía que tenía, la capacidad de adaptación y hasta de sufrimiento, porque en esa montaña lo que necesitás es capacidad de sufrimiento y aptitudes mentales, psicológicas, para poder subirla.
-Cuando publiqué el Curioso anterior, hace un año, una montañista uruguaya me escribió y me decía que desde acá se te ve con cierto recelo. Ella me señalaba que uno ve tus fotos y lucís espléndida, maquillada, bien peinada, con el cutis perfecto, y hasta casi posando, en vez de lucir agotada, magullada y hasta con raspones. Como que tus fotos en el montañismo eran más la de una modelo producida, que la de una deportista subiendo una montaña de 8.000 metros…
-Cualquier montañista que tenga un proyecto de este tipo necesita marketing porque necesita conseguir sponsors, porque es difícil financiarse solo una expedición de esta magnitud. Yo, si bien no tengo sponsors que me dan dinero, tengo sponsors de productos (de belleza) y de equipos, que me sirven también. Obviamente necesitás un marketing. De repente te ves fatal, pero las redes sociales son redes sociales: uno sube lo que sube de acuerdo a lo que necesita proyectar. Mis amigos también me decían: “Ay, parece que no te despeinaras”, pero es que subo fotos muy pensadas… El día que tenemos de descanso, cuando paramos para aclimatar, me peino un poco y saco las fotos. También hay muchos que critican cosas que conocen. Uruguay es un país sin cultura del montañismo. Están los que creen que un sherpa te sube arrastrando a la cumbre, y claramente no es así. Yo, de hecho, subí sin sherpa a la cumbre. Hubo quienes cuestionaron por qué no metía al sherpa en la cumbre. ¡Porque no subió! Subí sin sherpa, después del campamento 2.
"Yo estoy en un plan de las siete cumbres, que son las cumbres más altas de cada continente, y ya llevo tres, así que me quedan cuatro por delante. Y después, algo más se me va a ocurrir"
-Llevaste una bandera uruguaya y una mexicana, que exhibiste al llegar al techo del mundo. Esa misma bandera uruguaya se la trajiste al presidente Lacalle Pou, quien te recibió hace un par de días. ¿Qué te dijo en ese encuentro el lunes 20?
-Se la llevé, para que quede en nuestro país. No la quise dejar allá arriba, porque creo que todo tiene que quedar igual o mejor a cuando llegamos. El presidente me preguntó cómo había sido, hablamos de la experiencia, charlamos un rato de la montaña. Se mostró interesado en saber cómo fue, qué se necesita, cuánto dura… Y estaba muy contento de que una uruguaya haya llegado a la cima del Everest.
-¿Y ahora? ¿Qué objetivos o metas tenés en mente?
-Yo estoy en un plan de las siete cumbres, que son
las cumbres más altas de cada continente, y ya llevo tres, así que me quedan
cuatro por delante. Me falta el Monte Elbrús en Rusia (ahora obviamente no se
puede ir), La Pirámide en Indonesia, el Macizo Vinson en la Antártida, y el
Denali en Alaska. Y después, algo más se me va a ocurrir…
-¿Cuánto tiempo estimás que te demandará subir las 14 montañas de más de 8.000 metros de altitud?
-Ese plan también lo tengo, pero le doy prioridad
al de las siete cumbres, en este momento. Mi cuerpo está acostumbrado a la
montaña.
-¿Dónde quedó la psicología y la modelo de pasarela?
-La modelo la tomé como algo momentáneo, cuando empecé. Y llegando los 30, la quería dejar. Y la psicología la quiero retomar -lo mío es terapia sistémica, terapia familiar-, pero tal vez no me dedique a ver pacientes, sino a ver psicología organizacional, y mezclarlo con todo lo de la montaña, para hablar en empresas sobre trabajo en equipo, compromiso, pasión, todo eso.
-¿Sos feliz?
-¡Sí, totalmente!
Por César Bianchi
@Chechobianchi
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