Por Federica Bordaberry
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Fotos: Javier Noceti | @javier.noceti
Esteban Valenti nació de paso. Su abuelo estaba muriendo y sus padres estaban en Italia por eso y fue por esos días que nació. Él mismo usa la palabra traumático para su nacimiento, porque fue una despedida y una bienvenida al mismo tiempo.
Enseguida se fue con sus padres a Roma y después a Génova y, a los 8 meses, ya estaba en Buenos Aires. Un tío de su abuela les había hablado maravillas de Argentina y ahí estaban, haciendo la América. Y como casi todos los inmigrantes, se hicieron de abajo. Empezaron limpiando grandes tiendas, repartiendo diarios, siendo heladeros de la heladería París, avanzando de a poco.
El primer recuerdo de Valenti es la casa de este tío que les había hablado maravillas de Argentina. Vivía en un apartamento sobre la calle Arroyo, pero lo que se acuerda es lo que había ahí dentro: obras de piedra, cuadros con mujeres desnudas, lámparas de murano.
A ese Valenti niño no le parecía que todas esas cosas fueran para un apartamento. Más bien, eran para una gran casa romana.
Y también se acuerda de su madre desayunando leche, pan y manteca. Ella había vivido una Italia después de la guerra donde esas cosas prácticamente no existían. De ahí, que su desayuno fuera una especie de ceremonia laica.
Ese Esteban niño es igual al Esteban adulto, cambió muy poco. Mismo carácter: lector y estudioso, cuestionador y escritor.
Fue a un colegio de curas y recuerda perfectamente que le daban una escarapela verde y violeta para que usara. "Me la querían poner de pesado", porque eran símbolo de la lucha contra la laicidad educativa, y él decía que no, que lo dejaran aprender y estudiar antes de ponérsela. Ese fue uno de los episodios que lo hizo empezar a ponerse desconfiado.
A ese mismo Valenti, el que nunca sacaba menos de 10 (nota máxima en Argentina), también le gustaban las piñas. Si había que dárselas a la salida, se las daba sin problema.
Pero ese niño también tenía una intimidad, una suspensión de la realidad. Cuatro sillas y una sábana eran, para él, el lugar perfecto para escribir novelas en la infancia. Le apasionaban, además, las de aventura: Mark Twain y Julio Verne, entre otros.
El padre de Valenti atendía a Eva Perón y a sus amigas en el Victoria Plaza Hotel en Buenos Aires y fue ella misma quien lo recomendó para empezar con el Victoria Plaza Hotel en Montevideo. Y se fue a ello.
Y él y su hermano se fueron también.
Valenti tenía 8 años e hizo segundo de escuela de pupilo en Montevideo durante un año. Fue ahí que se enamoró de Uruguay. Conoció Montevideo, Punta del Este, Soriano y Colonia Suiza, y le pareció un país deslumbrante. Adoró ese país que vio por primera vez desde la altura de un avión que, en aquel entonces, era algo más parecido a una lata que volaba.
Después de ese año, él volvió a Buenos Aires con su madre y su padre se fue con una cadena hotelera. Volvería a verlo, recién, en diciembre de 1974. Ni siquiera se carteaban, mandaba una ayuda económica puntual para sus hijos que Valenti retiraba desde una agencia de viajes.
En 1961 vino con su madre, y con el esposo de su madre, a vivir definitivamente en Montevideo. Hizo liceo público en Malvín y dice que le hubiera gustado, también, haber hecho la escuela pública.
A los 14 años empezó a trabajar y se asoció a la Unión de la Juventud Comunista (UJC), donde empezaría a militar. A partir de ahí no dejaría ninguna de las dos: ni el trabajo, ni la militancia. Aunque sí debió dejar Uruguay por un tiempo.
¿Cuál fue ese primer trabajo a los 14 años?
En realidad, fue antes. Yo empecé a trabajar a principios del ´62. Antes de cumplir 14 años, yo recibía un giro que mandaba mi padre todos los meses. Eran 200 dólares, cien para mi hermano y cien para mí.
Yo trataba de rastrearlo y llegaba a través de una agencia de viajes. Tenía 13 años y era yo el que iba a cobrar. Entonces, cuando ampliaron la agencia de viajes, que estaba en 25 de Mayo y se mudaron al edificio Ciudadela que se estaba inaugurando, yo empecé a trabajar ahí como cadete.
Después, esa agencia cerró, porque era una agencia de viajes y de cambio, y apostó a que el dólar iba a cambiar radicalmente después de las elecciones del ´62, y me quedé en la calle.
Había un concurso en Codarvi (Cooperativa de artesanos del vidrio) para ser cadete y yo fui, di el concurso. A pesar de que escribía, y sigo escribiendo, con dos dedos en la máquina de escribir, escribo tan rápido como si fuera taquígrafo profesional. Por eso, salvé la prueba y entré como cadete. Doce años después, cuando me fui, era jefe de costos.
En realidad, me fui como jefe de la planta dos, porque no podía ir más a la fábrica porque me iban a buscar todos los días. Me mandaron para ahí, donde se molían las piedras y estuve unos meses, hasta que tampoco pude seguir yendo ahí porque me iban a buscar. Con un compañero, pusimos juntos una fabriquita de cerámica y, como me pagaron el despido con un horno eléctrico y él tenía uno chiquito, hacíamos piezas de cerámica y las vendíamos.
¿Quiénes te iban a buscar?
La policía. Me vino a buscar la comisaría 5ta y, la misma noche que mataron a Sabalsagaray, me fue a buscar el General Dalmao. No vivía en mi casa, pero estuvo una semana el ejército en mi casa esperando que yo cayera por ahí. Con ayuda de los vecinos y con una cosa fundamental, una manguera que puso en la ventana Ana, mi esposa de aquel momento, nunca pisé.
Por eso, mi novela se llama Geranios en la ventana. En realidad, fue para darle un sentido más romántico, pero lo que puso fue una manguera. Esa vez fue el ejército, pero la policía fue infinidad de veces. Como yo era dirigente estudiantil, cada vez que había medidas de seguridad, caían por casa. Pero nunca me agarraron, las veces que yo estaba en mi casa, me escapé por atrás.
¿Nunca estuviste al borde de que te agarren?
Sí, al borde estuve. Si el golpe fue el 27 de junio de 1973, el 29 de junio salíamos de la universidad y, a la vuelta, nos corrió una patrulla de la policía. Nos agarró y nos dieron unos palos y nos llevaron a la comisaría 5ta. Nos tuvieron ahí una noche y, además, como escuchamos por la radio que habían detenido a toda la Dirección del Partido Socialista y los iban a desparramar por varias comisarías, nos liberaron a nosotros.
¿Por qué concurrías el ambiente universitario?
Es una forma de decirlo. Yo casi terminé secundaria, me falta un examen que es inglés y el partido decidió que yo tenía que pasar a militar en el sector universitario, del cual pocos meses después fui secretario general en el año ´71, antes de la formación del Frente Amplio.
Honestamente, trabajando en Codarvi y militando todo el día como militaba, le dedicaba poco al estudio formal. Siempre me encantó y me hubiera encantando estudiar historia en serio. He estudiado mucho sobre historia y creo saber bastante porque en mis novelas hago mucho uso de lo que he aprendido sobre.
¿Nunca terminaste el liceo?
No, después cuando volví en el ´84 no podía dar examen porque no podía ni pisar. Además, mis últimos años de preparatorio los hice en preparatorio nocturno porque no tenía horario para ir diurno.
Nunca fui a dar ese examen. Yo, para el inglés, soy negado absolutamente. Si me tirás en una ciudad angloparlante, me hago entender, pero hablo español e italiano perfecto. Hablaba bastante bien portugués y hablo francés bastante. Los cuatro años de francés en el liceo de acá fueron fabulosos. Tuve yo excelentes profesores en secundaria. No solo en francés, sino de todo. El liceo, para mí, fue una experiencia absolutamente maravillosa. Fui al liceo 10 de Malvín.
¿Qué recuerdos tenés del primer día que entraste a militar?
En realidad, yo militaba de antes, eso fue un acto formal. Yo firmé la ficha de afiliación, una ficha donde vos tenías todos los datos y, al poco tiempo, te entregaban un carné de afiliado, pero yo militaba desde antes.
Entré al liceo Malvín en el ´62 y ya era militante, ya salía de pegatinas. Desde que yo empecé a militar, antes de afiliarme, nunca más dejé de hacerlo. De una forma u otra, siempre seguí militando.
Es falso eso de que era un sacrificio, un esfuerzo. Uno esas cosas las hace con pasión y se transforman en parte de tu vida, parte de tu identidad y de tus sueños. Pasa a ser parte de tu propia identidad intelectual. Entonces, no es ningún esfuerzo. Al contrario, me encantaba, me apasionaba.
Una de las cosas para las que nací es para militar, y eso que vengo de una familia que no tiene absolutamente nada que ver con eso. Mi familia, en Sicilia, eran nobles. Mi abuelo era barón. Más bien eran pro-fachos, así que mi militancia no tiene ningún origen familiar.
¿Siempre militaste por el Partido Comunista?
Sí. Mis amigos en Malvín eran una barra bastante grande. Era extraordinario para mí que venía de Argentina. Jugábamos al básquet, íbamos a la playa, íbamos en Turismo para afuera, íbamos a colarnos a los cumpleaños de 15, y todos esos eran de izquierda. Entonces, me formé hablando y discutiendo, al principio, y después me puse a leer.
Además, había otro factor fundamental que era la revolución cubana. En el liceo Malvín estábamos los que estábamos a favor de la revolución cubana, que no éramos solo los comunistas. Había otra gente, pero mayoritariamente éramos nosotros. Y estaban los que estaban en contra, que no eran solo "fachos", como nosotros les decíamos.
Había gente que estaba en contra, pero yo me acuerdo cuando había huelga contra Cuba que pasaban esos carteles arrastrados por un auto donde había unos macacos fusilados contra un paredón.
Ahí nos las arreglábamos no solo con palabras, eran peleas duras en la puerta del liceo Malvín. Pero el liceo Malvín para mí fue extraordinario, sobre todo por los profesores. El tercer año lo terminé haciendo libre porque entré a trabajar y ya era imposible, pero mis profesores son de los mejores recuerdos humanos e intelectuales.
Yo escribo por mi profesora de literatura. Uno de los años tuve de profesor a Edgardo Ribeiro, así que imagínate el nivel. Realmente era un placer.
¿Qué te enamoraba de la ideología de izquierda?
Una parte de la pasión estaba en la revolución cubana. El hecho de que hubieran derrotado a los gringos me parecía un hecho absolutamente maravilloso. Después, con el tiempo lo fui tamizando, pero el hecho de que tuviéramos una respuesta para todo, que nuestra visión ideológica fuera totalizadora de los problemas de la humanidad. Una interpretación de la historia, una interpretación de los cambios que se habían dado en las diferentes épocas de producción de la historia, todo eso ayudaba.
Después, hay otra cosa. Cada uno tiene su propia tendencia. A mí, militar en un partido organizado, donde había que cumplir, donde había responsabilidades, para mí no era un esfuerzo, era maravilloso y me deslumbraba.
Por eso, me dediqué toda la vida, digamos hasta los años noventa, y sigo militando a la izquierda. Es más, el problema de fondo es que uno se hace de izquierda porque está insatisfecho con el mundo en el que vive. Seguro que ya no tengo una respuesta integral para esos problemas, pero los problemas existen y existen igual, o peor que antes.
¿De qué tipo de problemas hablamos?
En realidad, peor que antes. Nunca la historia de la humanidad hubo una tal concentración de la riqueza como la hay hoy en día, inclusive agravada por la pandemia, desde todo punto de vista. Nunca en la historia de la humanidad se han acumulado problemas que reclaman una revolución como la reclama la época actual.
Si uno cree que la revolución es simplemente una revuelta violenta que impone a través de un mecanismo de un partido único, una forma de organización social, económica productiva, etc., esa es una forma absolutamente limitada de ver la revolución.
Las revoluciones han sido múltiples y, para tomar la que más influencia tuvo y tiene todavía en nuestras vidas, que es la Revolución Francesa: fue nada más y nada menos que, después de 3000 años de historia en que los reyes, el poder de las iglesias, el poder de los militares y los nobles era indiscutible, en que eran casi divinos, o divinos como en el caso de Francia, del otro lado se acumulaba la miseria más horrorosa en los subterráneos de parís, los sans culotte. Los dramas siguen siendo esos.
¿Hemos mejorado? Obvio, la naturaleza del hombre ha hecho que progresáramos técnicamente, tecnológicamente, científicamente.
¿Cuándo pasaste de la UJC al Partido Comunista?
Yo al Partido Comunista (PCU) fui muy de joven. A los 18 años era miembro del comité central. Seguí siendo dirigente de la UJC, junto con otros compañeros a los que nos promovieron al comité central del Partido Comunista.
Cuando me fui de los cargos del Partido Comunista, en los años noventa, yo era miembro del comité central, del comité ejecutivo, era secretario de propaganda, por lo tanto, miembro del secretariado, secretario de la comisión de derechos humanos, secretario de la comisión de programa y también me nombraron secretario de la comisión municipal del Partido, después de las elecciones del 89.
¿Por qué decidiste irte del PCU?
Porque ya no tenía la misma visión sobre el papel del Partido Comunista de la transformación de la sociedad. Cuando empezó a caerse todo, en el mundo, nosotros seguimos militando, Habíamos avanzado en algunas cosas, sobre todo, en la base de la actitud de que la dictadura del proletariado no podía absolutamente nada. Eso puso en movimiento la crisis que después partió al Partido.
Además, nosotros en propaganda teníamos una línea muy diferente, cuya máxima expresión fue la campaña del ´89. Pensá que en el ´89, el Partido Comunista triplicó prácticamente sus votos en relación al ´84. Sacó 4 senadores, en lugar de dos, y 13 diputados. Sacó el mayor porcentaje de votos del Frente Amplio en su historia, un 48%. Hizo un aporte fundamental a la conquista de la Intendencia de Montevideo, por parte de Tabaré Vázquez, esa fue la famosa campaña.
Después, se metió la crisis de fondo. Una parte importante del partido se fue disolviendo. En el comité central electo del Partido renunciaron 67 miembros. De 70, quedaron 3. Por lo tanto, la crisis fue muy grave y todos básicamente por lo mismo: habíamos luchado por un proyecto de mundo, un proyecto de sociedad, que se había demostrado fracasado. No solamente allí, sino que los que siguieron aplicando ese modelo siguieron fracasando.
Te fuiste a Italia, pero antes pasaste por Argentina, ¿a qué fuiste?
En el año ´74, en octubre, como yo tenía documentos argentinos y no uruguayos, me sacaron del país clandestinamente a través de una barcaza desde Carmelo. Me cruzaron, me dejaron en un lugar que pasaba una lancha que me llevaba hasta El Tigre y me fui a Buenos Aires.
Era una cosa provisoria, me dijeron que había que localizar un aparato y yo conocía Argentina y, además, tenía parientes. Podía actuar legalmente porque ahí no había golpe de estado, aunque lo que sí actuaba era la Triple A.
Después vino toda la ofensiva del Partido: el asesinato de Gutiérrez Ruiz, de Michelini y de Liberoff. No fue una casualidad, fue una operación contra los líderes, pero, más que nada, contra todo el exilio uruguayo que existía en Argentina. Tal es así que, a partir de ahí, cientos de uruguayos se fueron de Argentina.
Yo me quedé y quedé a cargo del aparato. Trabajamos con un avión, del cual un querido amigo era piloto, y estacionábamos en lugares que nadie podría creer: en calles y en rutas. Ahí cargábamos materiales, cargábamos gente. Con un barco en Argentina y uno en Uruguay, intercambiábamos pasajeros y cruzábamos gente y, también cosas.
Esa era mi tarea y, también, comunicar a la Dirección del Partido que estaba en Moscú. Nosotros falsificábamos documentos, pasaportes y nunca nos cayó nadie. Y eso que teníamos un aparato especial atrás nuestro.
Yo, en marzo del ´78, tuve un incidente que está en mi libro. Fue la policía argentina la que nos estaba buscando y, a partir de ahí, me fui de Argentina y llegué en mayo del ´78 a Roma.
¿Qué dejaste atrás cuando te fuiste?
Una derrota porque yo sabía que iba a ser muy difícil volver a corto plazo.
Una vez llegado a Roma, ¿a dónde fuiste?
Lo que pasa es que yo, en el año ´75, mandé a mi mujer Ana y a mis tres hijos, que eran chiquitos, para Italia. En Buenos Aires era imposible, no se podía hacer eso que yo hacía con mis hijos ahí. Así que terminé en Roma y me fui a la casa de ellos. Aunque fui a hablar con Arismendi en Moscú, decidí arreglarme solo en Roma y empecé a trabajar en IPS.
¿Ese fue tu primer trabajo como periodista?
No, mi primer trabajo importante como periodista fue que yo dirigiendo el suplemento de la juventud comunista en el diario El Popular, año 1969. Lo fundé y lo saqué, mientras salió. Antes, yo escribía para periódicos estudiantiles y, además, un día llevé una crónica de una movilización estudiantil que se hizo en Malvín al diario El Popular, se la entregué al Vasco Urruzola, la leyó y me dijo "pibe, vos cuando quieras escribir trae algo para acá". Tendría 14 o 15 años. Al otro día salió entera mi crónica. ¿Sabés cómo estaba? No cabía en la ropa, se me habían parado todas las plumas.
A partir de ahí siempre me gustó. Me compré en muchas cuotas una máquina de escribir y con eso escribía, pero, además, los exámenes de literatura me los acuerdo perfectamente. Yo trataba que no fuera solamente una crítica literaria de cualquier autor, le agregaba siempre algo y ahí empecé.
Después, cuando llegue a IPS, no llegué como periodista, llegué como coordinador de la red. Después sí hice de secretario de redacción y de jefe de redacción. Además, fundé Pressuy. Fue la primera agencia de exilio, no solo uruguaya, porque también había otras experiencias con corresponsales en todos lados, incluso, en Uruguay. La cantidad de materiales que se publicaban en Pressur era impresionante.
¿Cómo combinas militancia y periodismo? Alguno te podría decir que estás sesgado o que no sos objetivo.
La mejor definición la dio Kapuscinski: para ser un buen periodista tenés que ser una buena persona. La primera cosa es no venderte. Segundo, tenés que decir a la gente lo que pensás. Tercero, hay varios periodismos. Hay periodismo de hechos, que yo lo aprendí perfectamente, pero también hay periodismo de opinión y en ese periodismo, ¿por qué vos no vas a tener una opinión previa?
Lo que es más falso de todo es decir que el periodismo es objetivo. Eso no existe. Desde el mismo momento que tú elegís un hecho, sobre otro hecho, para informar, estás haciendo un acto subjetivo. Lo grande de los periodistas es que cargan a la crónica de una noticia con su propia versión, su sensibilidad, su capacidad de transmitir sensaciones y complejidades a los lectores o televidentes.
¿Cómo volvés a Uruguay, después de haberte ido a Italia?
En el año ´83 gana Alfonsín las elecciones en Argentina. Yo de Alfonsín era bastante amigo, siempre pasaba por IPS. Entonces, le pedí si me conseguía un salvoconducto, una manera de ir. Él asumió un domingo y, dos días después, llegamos con Arismendi a Buenos Aires, donde había una colonia de uruguayos. Estaba la oficina más grande que tenía Pressur en Buenos Aires. Había cientos de uruguayos organizados. Tal es así que se hizo un gran activo del Partido Comunista. Arismendi se fue y volvió a vivir a Buenos Aires a mediados del ´83 y yo volví el ´84.
No tenía permiso de ingreso al Uruguay, por lo tanto me quedé en Buenos Aires. Entraron Ana y mis tres hijos y yo me quedé un mes y poco en Buenos Aires. El 20 de diciembre de 1984 a Pressur llegó una comunicación de que se me daba permiso para entrar a Uruguay.
Entré en un vuelo que iba a ir, con mi hermano, y volvimos todos juntos. Y nos fueron a buscar a todos, unos cuantos compañeros y lo tengo como uno de los mejores recuerdos de mi vida.
Cuando llegamos, chocamos con un país que era una tristeza impresionante. La contradicción era así: la gente estaba alegre, la gente estaba pobre, la gente estaba mal vestida, la gente estaba eufórica por la salida de la dictadura, pero la pobreza de la ciudad, la falta de autos, la falta de todo. Era una tristeza la ciudad que habían dejado esos milicos podridos. Y eso fue diciembre. El 21 o 22, yo me fui a anotar al Partido, tomé contacto, pasamos las fiestas, y tres días después me dijeron que me tenía que hacer cargo de la propaganda del partido y volví a militar. Nunca dejé de hacerlo y lo hacía con gran placer.
¿Cómo llega Uypress a la cancha?
Primero vino Bitácora. Este diciembre se cumplen 20 años. Fue una idea propuesta por Fasano, la de sacar un suplemento cultural ideológico, de 12 páginas, una vez por semana, en La República.
Obviamente, éramos un grupo de gente. Empezamos siendo unos cuantos y después terminamos siendo dos. Tenía un alcance que correspondía a La República. Después, La República no lo pudo sacar más y, cuando recién aparecía internet, Bitácora tenía su página. Tenía la ventaja de que podía salir con más páginas.
En 2009, salió Uypress. Salió como un elemento de la campaña electoral de ese año y tenía entre 5000 y 6000 lectores diarios. Después, empezamos a salir con Montevideo Portal y Bitácora pasó a ser un suplemento de Uypress. Hoy, tiene dos suplementos. Uno, de carácter ideológico y de debate de ideas, que es Bitácora, y otro de cultura y de arte, que es Contratapa.
Bitácora hoy sale todos los días y tiene una newsletter. Fuimos precursores en ese sentido, porque sale seis veces por semana. El milagro es que no somos ni un cuarto de lo eficiente que es Montevideo Portal en cuanto a lo económico, pero nos hemos mantenido.
Una parte muy importante son los columnistas. Tenemos 137 columnistas diferentes que representan casi el 40% de las lecturas. Yo hoy soy columnista de Montevideo Portal los días miércoles, soy integrante de la tertulia de En Perspectiva de hace 16 años y, ahora, hace 2 meses que soy columnista de Wall Street International Magazine.
Y entre todo esto, ¿cómo agregás una faceta de escritor?
Fue cuando emigré de mi naufragio político, emocional, existencial, que fue la caída del muro y sus consecuencias, que acá lo amortiguamos siendo el único país donde el Partido Comunista, en medio de la caída, triplicó sus votos, sus senadores, etc. Me decidí a escribir un libro de cuentos, La penúltima máscara, que es el primer libro que escribí.
Desde ese momento, no dejé de escribir. Llevo escritos 10 libros, algunos que tienen que ver mucho con partes de mi historia personal. Uno es una especie de autobiografía, Naufragios. Pero también escribí un libro de política, El clavo en el sillón, y un libro de campañas electorales con la experiencia de múltiples campañas que he hecho.
He hecho campañas electorales en Uruguay, en Paraguay, en Argentina, siempre con la izquierda y siempre gratis. Lo que pasa es que a mí no me gusta ser funcionario de esas cosas. No podés hacer lo que tenés que hacer si sos funcionario, que es decidir y adaptar soluciones.
Por eso, escribí Campañas al viento. Por lo tanto, llevo escritos 10 libros, la mayoría abrumadora con Sudamericana. No me ha ido mal, estoy contento.
¿Qué necesidad encontrás en publicar ficción? ¿Cuál es tu motor que te lleva a hacer una obra pública?
Cuando te haces periodista hay un acto único. Escribir y divulgar es inseparable. Yo escribí muchas crónicas bélicas, me especializo en eso, cosa que en mis libros se ve. Es automático, escribís para compartir con tus lectores, es un acto indivisible. Lo mismo me sucede con las novelas, yo escribo para compartir. Es más, uno escribe pensando en gente, en lectores ideales, abstractos, no escribe para sí mismo. Por lo menos, yo no lo hago para mí mismo. Que igual, también lo haces para vos, es una necesidad que después se transforma en una necesidad imperante, lo tengo que hacer.
Volviendo a tu colaboración en campañas políticas... ¿cómo llegas a ese lado de la comunicación?
Llegué como militante. Yo era secretario de propaganda del Partido Comunista, mi responsabilidad estaba en la campaña electoral del año '89. No me lo plantearon porque era obvio, teníamos un bruto aparato, con mucha gente. Incluso se había fundado la agencia que, originalmente, era una agencia para la política, para la vida social, para temas más amplios y que tuvo un papel fundamental que fue Perfil.
Perfil era el núcleo central sobre el que se articulaba una cantidad de gente que hacía hasta estudios semióticos. Lo hacíamos también como una aventura intelectual esa de la campaña. Hicimos la campaña del 89´ pero porque antes habíamos hecho muchas cosas.
Hacer campañas políticas para tu partido, ¿cuánto tiene de militancia y cuánto de trabajo?
Nosotros nunca cobramos, el asunto ese de cobrar las campañas vino después, a nosotros nunca nos pagaron. Es más, en el ´89 la pagamos nosotros. Tabaré Vázquez fue intendente de Montevideo porque la campaña la financió el Partido Comunista, porque el Frente Amplio decidió que no era su prioridad la campaña, así que nosotros hicimos esa campaña completa.
Segunda cosa, la campaña del ´99 me la pidió Tabaré Vázquez personalmente, no nos contrató para nada, nosotros hacíamos todo. Después, la campaña del 2004, la hicimos completa pero había una cosa: con la crisis y con todo lo que había pasado, se hubiera ganado de cualquier manera, aunque fue una excelente campaña.
Pero que la campaña del ´89 sin campaña publicitaria no la hubiera ganado, de eso podés estar segura. En Montevideo empezamos con el 18% de intención de voto y terminamos con un 34% de los votos. Tabaré Vázquez tuvo una influencia importante, no lo dudo.
Cuando empezaste a hacer campañas afuera del país, ¿a qué diferencias culturales te enfrentaste?
Muchas, es absolutamente diferente, excepto que hablábamos el mismo idioma. En campaña política en Paraguay, participé desde la campaña municipal de la ciudad de Asunción hasta campañas nacionales. Es otra cosa, otra mentalidad, otro nivel, otra historia. En Argentina es otro mundo. No creo que haya dos países tan cercanos, con tantas cosas similares y con tantas cosas diferentes, no creo.
Con respecto a las redes sociales, ¿qué rol cumplen en tu vida?
Tengo una visión muy crítica las redes, en el sentido de que son hoy las empresas más monopólicas, más opresivas que existen en el mundo. Han logrado transformar a sus usuarios en mercancías, logran utilizar millones de datos, pasados por algoritmos, de todos sus usuarios y nos han convertido en ciervos. Esos datos les sirven para mandarnos publicidad, para que ellos coticen y valga mucho más que una empresa material, con 50.000 funcionarios. Esa empresa es General Electric, que es la empresa material que más vale en el mundo, pero vale un cuarto de lo que vale cualquiera de las grandes redes.
Esto yo lo he denunciado, lo he dicho, es de una arbitrariedad total. Hay países como Alemania, Francia e incluso el estado de Texas, que han empezado a hacer juicios a Google por el monopolio de la publicidad.
Eso es una parte. La otra parte es que no solo me puedo quejar, y denunciarlo, si no estoy adentro. Así que uso Twitter, donde tengo 22.000 seguidores, aunque no me gusta el término seguidores. No son seguidores, es gente que comparte un espacio determinado.
También uso Facebook, con el cual estoy en guerra permanente porque hace lo que quiere con todos los que usamos sus servicios y gana millones en base a eso. Trato de estar presente, aunque es una cuestión muy contradictoria.
Por Federica Bordaberry
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