La geografía española está repleta de pueblos milenarios con tradiciones igualmente antiguas. En algunos casos, el origen de las costumbres se pierde —y venga ese lugar común— en la noche de los tiempos, y resulta difícil o imposible determinar su origen.
Cada verano, pueblos, villas y comarcas suelen celebrar fiestas populares y callejeras —a menudo asociadas a sus santos patronos— de las que participan todos los habitantes, y que bien pueden gozar de convocatoria turística. Además, y especialmente de Madrid hacia el sur, estas festividades suelen involucrar dos elementos clave: los toros y el maltrato de estos.
Harto conocidos son los sanfermines de Pamplona, donde los astados son obligados a correr a los trompicones por las calles repletas de gente. Estas celebraciones son, quizá, las más conocidas entre las que involucran toros, pero no las más crueles para con los animales.
Por ejemplo, tales correrías resultan una broma inane ante la brutalidad de la fiesta del toro de San Juan celebrada en Coria, Cáceres. Se trata de perseguir a un toro clavándole dardos para cubrirle el cuerpo con ellos y acabar pegándole un tiro. Actualmente, y al cabo de incontables denuncias, ya nadie lanza dardos al toro de Coria. Eso sí, el animal sigue muriendo de un tiro, ejecutado en la vía pública y frente al público, a pesar de que la normativa no permite que sea así, según detallara oportunamente el periódico La Vanguardia.
Similares características presenta la festividad vallisoletana del Toro de la Vega, que desde el año 2016 se ha suavizado debido a las denuncias de maltrato.
Mención aparate merece la algarabía que desata en Soria la celebración del Toro Júbilo. Cada noviembre, los vecinos colocan metales en los cuernos de un toro con objeto de ponerle bolas inflamables, para luego prenderlas y ver cómo el animal sufre quemaduras por todo el cuerpo mientras da vueltas por la plaza del pueblo esperando a que se apaguen las llamas.
En el marco de ese tipo de celebraciones veraniegas, se produjo el pasado fin de semana el incidente que hoy nos ocupa. Sucedió en Villahermosa del Río, en la provincia de Castellón.
Durante la celebración de una suelta de vacunos, algunos de los animales lograron salirse del circuito por el que debían circular y ganaron las calles abiertas. En esa situación, y tal como se registra en el video, un hombre intentó sustraerse a la embestida de un animal y buscó refugio tras la baranda de un puente. Ante el horror de los presentes, el individuo perdió agarre y se precipitó al vacío.
Sin embargo, el registro no se hizo viral por la terrible caída del joven, sino por los gritos que un niño profirió en ese momento.
Medios españoles como ABC o Levante, transcribieron las palabras del infante como: “El móvil, las gafas, se los podemos robar”, versión que desató incontables comentarios en redes sociales. Para muchos internautas, tales palabras eran el corolario perfecto para el lamentable incidente y, a su vez, una muestra clara de ciertos rasgos identitarios.
Sin embargo, la escucha atenta de la grabación permite entender claramente que la expresión del niño es muy otra: “El móvil, las gafas, se las podemos robar”, dice el infante, probablemente con la intención de acercarle al accidentado sus efectos personales, en caso de que los necesitara luego de semejante costalazo.