En la casa de Daniel Fernández Strauch, junto a un montón de libros apilados de la Fundación Viven, puede verse un cartelito luminoso con la palabra Exit. Pertenecía al avión Fairchild de la Fuerza Aérea que se estrelló en octubre de 1972 en Los Andes, con 45 pasajeros uruguayos a bordo. Daniel se lo trajo del lugar del accidente sin decírselo a nadie, para descubrir luego que sus dos primos (Eduardo y Adolfo Strauch) llevaban consigo dos cartelitos iguales como recuerdo, completando los tres originales que tenía a bordo el Fairchild 571.
Daniel guarda aún los lentes y la campera del piloto, fallecido poco después del accidente, además de otros objetos vinculados a la tragedia. Las pocas piezas que Fernández Strauch pudo rescatar del avión son hoy parte del testimonio que prueba que la tragedia de Los Andes, una de las historias más increíbles que jamás se hayan contado, realmente sucedió.
Daniel y sus dos primos fueron tres de los 16 sobrevivientes finales del accidente, resistiendo 72 días a la altura y frio de la cordillera de Los Andes. Juntos, gracias a su sentido de equipo y su vínculo familiar estrecho, fueron los encargados de dirigir y organizar los métodos de supervivencia de los pasajeros, pese a mantener en las décadas siguientes un perfil mucho más bajo que otros protagonistas de la historia.
Tras el rescate en diciembre de 1972, Daniel Fernández se alejó de la primera plana de los medios. Trabajó en el campo, se fundió con la tablita a fines de los ‘70, renació con una empresa de informática, sufrió robos que casi lo llevan a arruinarse nuevamente, pasó por momentos familiares difíciles y finalmente, más de treinta años después, volvió a reconciliarse con la historia que marcó su vida. Hoy dedica el 80 % de su tiempo a la Fundación Viven, que creó junto a los otros 15 sobrevivientes y de la que es representante legal. Con él charlamos sobre los aspectos menos conocidos de la historia, que van desde un increíble regreso a casa a los instantes más sublimes y dolorosos de una tragedia casi griega, donde el heroísmo se desdibuja para dar paso a los afectos y las emociones desnudas.
LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA
A pesar de tu protagonismo en la historia, tu perfil público después del accidente fue bastante bajo. ¿Por qué decidiste mantenerte en silencio durante más de 30 años?
Arranquemos desde el accidente. Cuando estaba en la montaña, la meta mía era volver con mi familia, que fue lo que hice. Para mí ahí se acaba la cosa. Me casé, tuve hijos, me fui a trabajar al campo y me distancié. Además había otro asunto: la historia toma trascendencia mundial por el tema de la comida, del canibalismo. Fue lo que la mantuvo en el tapete. Y lo que te preguntaban y lo que aparecía en los reportajes de la prensa uruguaya era sobre eso. El libro "Viven" se escribe justamente para eso, para aclarar la verdad. Cuando empezaron a aparecer unos artículos espantosos, sobre todo de la prensa brasileña, nos aconsejaron que lo que teníamos que hacer era un libro que contara la verdad, por lo que resolvimos hacer "Viven" sobre la marcha.
Nosotros llegamos acá entre el 25 y el 28 de diciembre, y en enero hicimos una reunión y resolvimos que sí, que había que escribir un libro. Se hizo una licitación o un llamado de editoriales que fue medio trucho, a través del Old Christians. Básicamente vinieron cuatro cinco editoriales grandes, de las que uno de los escritores, por ejemplo, era Mario Puzo (autor de “El Padrino”).En aquel momento no nos fijamos tanto en las ganancias sino en la propuesta. Y la propuesta que quedó fue la de una editorial americana con un escritor inglés (Piers Paul Read) que había sido ex alumno de un colegio vinculado al Christians, de la misma congregación nuestra y que ofrecía ciertas garantías porque pretendía que la historia se enseñara en los colegios. Nos juntamos con Piers y con el editor, que era un americano, y en ese momento firmamos y cedimos todos los derechos: cine, televisión, todo… un gran error de gurises. Y además sin condiciones, porque el tema es que uno cede pero pone determinados controles. Por ejemplo, en el caso de Disney, que si se hace una película al respecto nosotros tengamos derecho a veto de escenas o de guión.
Se escribe ese manuscrito después de entrevistas personales con cada uno, viene Piers (Paul Read) a Uruguay, lo leemos y nos damos cuenta que era una historia muy distinta. Lo apretamos (estábamos uno de mis primos, Javier Methol y yo) y el tipo se pone a llorar. Me acuerdo que estábamos en el Victoria Plaza, en un piso alto, y Javier dijo: “abran la ventana, lo tiramos para abajo y se termina el tema. Ustedes tienen que vivir y esto no puede salir”. Al final el tipo transó y nos dijo que a él le habían pedido otro tipo de historia, aunque luego no fue mucho el cambio que hizo. Él le había dado un enfoque medio político, hablando de los Strauch ricos, de mis parientes, dando a entender que teníamos acá en Uruguay el poder económico y también el poder político. Todo eso porque (Juan María) Bordaberry, que en ese momento era presidente, estaba casado con una Herrán (Josefina) y mis primos tenían un tío que estaba casado con una hermana de la mujer de Bordaberry. Ellos no eran nada, pero ahí nos ponían como que éramos los sobrinos del presidente, y yo imaginate que mucho menos. Según la historia, nosotros teníamos el poder político y lo trasladábamos al avión y otras cosas por el estilo. Todo eso se sacó y se demostró que no era real. Al final salió el libro, que sólo contaba los hechos de la historia y todos pensamos: “bueno, acá se terminó todo”
¿Ustedes quedaron muy descontentos con la edición final del libro?
Bueno, en el libro Piers aclara que cuando el manuscrito estuvo pronto para publicar, ninguno de los sobrevivientes había quedado conforme, porque todos le dijimos que le faltaba sentimiento y que era un libro muy frío. Es un relato en tercera persona, lo que es muy diferente al de Pablo Vierci (“La sociedad de la nieve”), que está escrito en primera persona y en una forma más emotiva. Pero también tenés que considerar que en el año '73, cuando habían pasado tres o cuatro meses del accidente, nosotros lo que contábamos eran hechos y nada más. Nunca nos percatamos de lo que habíamos hecho, ni del trabajo en equipo ni del liderazgo ni nada de eso que después se empezó a ver. Fue la gente que empezó a dar cuenta que en esa historia había muchos valores, y eso fue cambiando el eje del asunto. El tema del canibalismo hoy, cuando vas a una conferencia, prácticamente ya no te lo preguntan. Antes arrancaban con eso y seguías dándole hasta el final
Daniel Fernández en su casa, mostrando la campera del piloto
Volviendo al tema… ¿por qué decidiste hacer silencio durante tanto tiempo?
Con la publicación del libro yo consideré que se había cerrado el tema, además de que había otro asunto. En aquel tiempo yo seguía frecuentando Carrasco, por más que me había ido a vivir al campo. Y los padres, hermanos, primos y novias de los que no volvieron vivían en Carrasco y uno se cruzaba con ellos seguido. Yo siempre pensé: estos tipos me entregaron sus cuerpos: aunque no fue expreso había algo tácito de “te entrego mi cuerpo pero te pido que cuando vuelvas no hagas sufrir a mi familia”. Inclusive Carlitos Páez, por hablarte de un caso típico de alguien muy bocón, que habla mucho y al que además le encanta hablar y provocar, ¡se mandaba cada declaraciones!. Yo tenía que andar ahí siempre juntándome con Nicolich (padre de Gustavo, que falleció en el accidente) y otros familiares de los sobrevivientes y tenía que contestarles: “¿dije algo que te molestara? Si no te gusta lo que dijo Carlitos vas, le tocás el timbre, cuando te abra la puerta le pegás una piña y le decís que la próxima vez que hable le das dos piñas y se terminó, pero no me vengas a pedir a mí que yo vaya a hablar con él”. Además con toda la razón del mundo, porque en definitiva está eso de “por qué no se murieron todos”. ¿Porque yo sí y el Numa (Turcatti) no, por qué se salvó Daniel y no se salvó fulano? Entonces es lógica la reacción. Más encima si la cosa vuelve y se está revolviendo el tema. Porque bastante que se removía la cosa con la aparición del libro, después la película, las declaraciones…
En aquella época yo pensaba que si me invitaban a comer un asado y salía el tema –cosa que no siempre sucedía- podía quedarme horas hablando sobre determinadas cosas, porque hay mucha punta interesante en el tema del accidente. No me hacía mal ni mucho menos. El tema era hacerlo en público y más aún en el Uruguay
Acá en Uruguay se empiezan a dar charlas sobre el tema hace relativamente poco. Y yo concretamente, en el 2002. Cuando se cumplen 30 años del accidente, al hotel Sheraton, donde estuvo el grupo al regreso una noche en Santiago, se le ocurre conmemorar las tres décadas y combina con un partido con Old Boys de Chile (el equipo con el que ibamos a jugar en el 72). La idea era jugar ese partido que había quedado pendiente en el ‘72. Era un partido simbólico donde todos íbamos a entrar a la cancha como si hubiéramos ido a jugar en aquel momento. Cuando llegamos a Chile había en el aeropuerto una cantidad importante de prensa. Esa noche dábamos una conferencia de prensa en el Sheraton, y al bajar vimos una cantidad tan impresionante de medios, desde CNN a la BBC que comprobamos que al mundo le seguía importando la historia. Toda la prensa mundial estuvo filmando ese partido, y de a poco empecé a darme cuenta de la repercusión mundial del asunto.
En aquella época también habíamos colgado recién la página web y nos empezaron a llegar mails de todo tipo. Leyendo los correos comencé a darme cuenta que la gente estaba necesitada de algo y que había cambiado. Yo si hace 20 o 30 años me ponía a dar una conferencia iban a ir cuatro a escucharme. Y ahora basta con mirar cómo se vendió el libro “La sociedad de la nieve” en Uruguay, con una cantidad increíble de ejemplares en muy poco tiempo. Ahí me di cuenta lo que Los Andes le interesaba a la gente. En aquel momento me percaté de que la historia ya no me pertenecía, que me la habían prestado y la tenía que devolver. Y si no lo hacía era un egoísta.
Esa fue la función primera, mi principal motivación cuando empecé a hablar. Comencé a hablar en colegios, en cursos, etcétera. Y pensaba que si de todos los que me escuchaban lograba cambiarle la cabeza a uno, dos o tres ya estaba bien. Me dediqué más a eso y menos a lo otro. Vendí la empresa en el 2005 y empezamos juntos a trabajar para hacer la Fundación Viven. Fue un trabajo chino, porque somos 16 y para ponernos de acuerdo siempre es complicado. Algunos decían que no tenía sentido, que para qué se iba a hacer algo así, etcétera, pero al final la hicimos y hoy la fundación es sólida y está trabajando bien.
UN LARGO REGRESO A CASA
Quiero retomar la historia desde el momento del rescate, que es quizá lo menos conocido.
Básicamente, del helicóptero nos llevaron a Los Maitenes, de Los Maitenes a San Fernando y luego al hospital. Yo era el que escuchaba la radio todos los días (una radio Spika que los sobrevivientes repararon), y había logrado sintonizar radio El Espectador. Estuve 20 días, casi un mes, escuchando a diario el informativo de las 7 y media de la mañana. Cuando nos rescatan y nos llevan al hospital de San Fernando, la gente de El Espectador se entera de eso. Llaman al hospital para hablar conmigo y yo desde allí les pido la chance de hacer un dúplex para hablar con mi familia.
Hay que recordar que en principio, cuando Nando Parrado y Canessa llegan a Chile, eran los únicos dos sobrevivientes seguros. Se sabía que había 14 más arriba pero no quiénes eran. Nosotros éramos tres primos, por lo que mis padres y mis tíos tiraron una monedita y viajó para acá el padre de Eduardo (Strauch). Mis padres se quedaron allá a la espera, ya que teóricamente iban a viajar sólo al confirmarse la lista de sobrevivientes. Y la lista de hecho salió del helicóptero de donde yo venía. El piloto me dijo: “¿estos son los que están arriba?”, yo le dije que sí y empezó a dar los nombres. Ahí es cuando se la alcanzan a Carlitos Paéz y Carlitos se la pasa a los informativos. Es ahí que nos dicen: “en este momento se están enterando en tu casa que estás vivo”.
Objetos de la tragedia
Cuando hablo con mis padres a través de El Espectador les digo que no se vengan, porque me parecía absurdo. Yo estaba lo más bien. No tenía sentido que mi padre, mi novia, mi madre, mi hermana se vinieran para Chile cuando yo podía ir para allá tranquilamente
¿Pero cómo fue el viaje en helicóptero a Los Maitenes y el recibimiento en San Fernando?
Yo fui de los primeros en llegar. Al bajar del helicóptero nos llevan a Los Maitenes, que es una parte de la cordillera, una zona linda, verde, que en esa época de diciembre estaba realmente espectacular. Nosotros veníamos de ver sólo roca y nieve y quedamos deslumbrados.
Alli nos recibe la Cruz Roja, que no nos hace nada. Nos llevaron café y chocolates, pero ahí yo, bien a lo uruguayo, ya había manoteado unos cuantos chocolates, como ocho o nueve tabletas. Nos llevan al campo militar, y en el campo es donde bajan los helicópteros y nos esperan con una camilla para cada uno. Hubo algunos forcejeos, porque me querían poner en la camilla y yo podía caminar; eran unos pocos metros y estaba de lo más bien. Nos meten adentro, nos desnudan, nos sacan toda la ropa y nos ponen una especie de camisones blancos. Ya éramos varios: estaban Parrado, Canessa, Alvarito Mangino, Coche Inciarte, Eduardo Strauch, Pedro Algorta y yo. Una vez que nos ponen los camisones nos llevan en ambulancia hasta el hospital, que era toda una zona militar,
Me acuerdo claro de ese viaje en ambulancia por la calle principal de San Fernando, un pueblo que era como Tala de acá. El campo militar y el hospital estaban en la otra punta, por lo que había que recorrer la calle principal. La ambulancia, una Ford de la década de los ’50, iba con la sirena prendida mientras yo veía desde la camilla a la gente del pueblo muy cerca, por lo que le dije al chofer: “dale suave, ¿qué apuro tenés? Nos va a pasar uno acá, nos vamos a hacer paté y me voy a morir en una ambulancia”.
Cuando llego al hospital, en la puerta del cuarto había una etiquetita que decía "Daniel Fernández". Me abren la puerta y me meto solamente con el camisón y un forro del asiento del avión en el que traía mis cosas de allá. Me siento en la cama y una enfermera me apaga la luz y me cierra la puerta. Quedo a oscuras, sentado en la cama y me pregunto: “¿me salvé? ” Estaba en un cuarto encerrado con la luz apagada, sin comer ni tomar nada. Me paro y toco la puerta. Cuando viene la enfermera le pido para salir y me dice que no puedo hasta tener la revisión médica. Le contesto que quiero comer algo, ya que lo único que tenía era una de esas jarras de compota de hospital, esa porquería. Me dicen que no puedo comer todavía. Me siento en la cama y me pongo a comer los chocolates que había robado, pero cuando prendo un cigarro, la mujer siente el humo, abre la puerta y me ve sentado en camisón, fumando y comiendo chocolates (ríe).
Ahí se fue y llamó al médico, que me hizo la ficha, que todavía tengo. El médico vino cinco o seis años después a Uruguay y nos dio las fotocopias de la entrada nuestra en el sanatorio.
¿Cómo saliste?
Cuando comienzan a hacernos el examen físico, nos preguntaban cuánto pesábamos antes, nos medían y comprobaban cuánto pesábamos. Si la diferencia era mucha, de acuerdo a un cálculo que hacían, nos daban suero. Al ver eso, cuando me preguntan cuánto pesaba modifiqué los números, porque me sentía bien, así que zafé del suero. Después de eso es cuando logro hablar por teléfono con mi familia.
Sobrevivientes fuera del fuselaje. Foto: Fundación Viven.
Sin embargo, a pesar de la búsqueda, la recepción de las autoridades uruguayas en Chile fue muy rara, ¿qué pasó?
Cuando llegamos en los helicópteros, a mí me recibe una persona que resultó ser el embajador uruguayo en Chile, pero yo, que venía de las montañas, no tenía idea al principio de que ese era el embajador. Cuando me bajo del helicóptero me encuentro con el padre de Roy Harley, al que conocía de toda la vida, y con el padre de Gustavo Nicolich, que falleció en el accidente. Ese fue un momento duro, porque Nicolich me pregunta: “¿en cuál viene Gustavo?”. Yo le respondo: “No, Gustavo no viene”. “¿Cómo no viene?”, “No, no viene”. El padre de Nicolich se había confundido porque en la lista de sobrevivientes decía sólo “Gustavo”, pero no era Nicolich sino por Zerbino.
Entonces ahí aparece otro tipo, que me abraza y viene caminando conmigo. Me dice “qué horrible lo que tuvieron que hacer”. Yo le respondo que “no había otra”. “No, lo entiendo perfectamente”, contesta, y agrega: “Te voy a decir una cosa. Llegás a hablar una palabra mal de mí y no vas a poder vivir nunca más en Uruguay”. Se dio media vuelta y se fue.
Ahí me enteré que era el embajador uruguayo en Chile, César Charlone. Yo pensé “¿Y éste? ¿Me amenaza? ¿Qué me está diciendo”. No entendía nada. Después me enteré que Charlone estaba en la embajada en época de Allende, y las madres iban a Chile a insistir con que había que seguir la búsqueda y le pedían a la embajada que intercediera con Allende para que prestara el helicóptero. Ojo, Allende se había portado muy bien, porque el helicóptero en el que vienen a buscarnos a nosotros luego era el de él. La cuestión es que al embajador al final les pidió a las madres que no jodieran más y un día terminó diciéndoles que había comprado 45 cajones, que iba a mandar los cuerpos cuando los encontraran. Cuando aparecemos, el tipo se dio cuenta de la cagada y pensó en cómo la arreglaba. Por eso fue a asegurarse de que no habláramos más de él, porque pretendía volver con la delegación en el mismo viaje que nosotros
Pero vos estabas completamente fuera de tema…
Yo no tenía idea de absolutamente nada: venía de las montañas. Sabía que se había producido una búsqueda pero nada de esos detalles. Incluso había escuchado en la radio que se preparaba un avión especial de la Fuerza Aérea (en el que fueron Carlos Páez Vilaró, el viejo Harley y Nicolich) pero era para ir en enero con el objetivo de encontrar los cuerpos, poner un punto final al asunto.
Yo ni siquiera sabía quién era Charlone. Él estaba casado con Belela Herrera, que fue luego viceministra de Reinaldo Gargano en la Cancillería en el actual período, y el hijo es César Charlone, que curiosamente hizo la fotografía en el documental de Gonzalo Arijón sobre Los Andes (“Vengo de un avión que cayó en las montañas”). Con Charlone hijo hablé mil veces y no hay problema ninguno, poco tiene él que ver con lo que haya hecho su padre en este caso.
¿No volviste a ver al embajador?
No. Sé que Bordaberry, con la presión que hubo acá por ese lío, lo terminó destituyendo. No lo dejaron subir al avión del 28 de diciembre que nos trajo a la conferencia de prensa, aunque yo allí no estaba más, estaba en el campo. Llegó al otro día y en el aeropuerto, como muestran las fotos de los diarios de la época, tanto la madre de Marcelo Pérez del Castilllo (capitán del equipo de rugby que murió en el alud) como las demás le dijeron de todo, se lo querían comer. Bordaberry después lo termina echando.
¿Cómo es que llegan ustedes a Santiago después del hospital?
Es que el embajador había estado en San Fernando pero después se había rajado a Santiago. Es más, la noche en que llegamos nos toman las medidas para comprarnos ropa, porque no teníamos nada. Y la ropa no la compró ni siquiera el gobierno de Chile, sino la gente del pueblo de San Fernando. Los comercios del pueblo nos regalaron los pantalones, zapatos, todo. Cuando yo salí los pantalones se me caían, y un tipo se me acerca, se saca su cinturón y me lo da. No se lo acepté y se ofendió tanto que al final tuve que ponérmelo.
Cuando nos dan el alta y nos dicen que podemos irnos, cada uno se iba a su casa. Todos empezaron a irse en algún auto, con algún familiar, y ahí quedamos Eduardo (Strauch) y yo, en banda, con la madre de Eduardo. Hicimos dedo para llegar a Santiago y nos pararon unos periodistas, que nos llevaron en un viaje que fue bastante divertido. Llegamos a Santiago esa misma tarde, directo a un hotel Sheraton lleno de gente. Todos se nos arrimaban y nosotros lo único que queríamos era tomar jugo de naranja y comer dulces. Ahí ya estaban mis dos tíos, que me compraron una valija y coordinaron el tema de los pasajes. Vino un taxi a buscarme a la mañana siguiente y me llevaron al aeropuerto.
Es decir, después de estar 72 días en la nieve terminaste yéndote a dedo a Santiago
Sí, pero nosotros estábamos totalmente fuera de la realidad, no nos extrañó nunca, Estábamos tan por fuera que pensábamos en la montaña que los helicópteros iban a posarse y poco menos que iban a apagar los motores, con nosotros empezando a subir. La cosa era mucho más complicada, porque no había forma de posarse a causa del piso inclinado y lleno de nieve. Ahí empezaron a tirarse algunos de los rescatistas que iban arriba, que fueron los que se quedaron esa noche. Yo recuerdo que Eduardo y yo íbamos con Roy Harley y de repente Roy se nos vuela. Yo sólo veía el helicóptero, el monstruo ese que se me venía encima y pensaba que la quedaba ahí, pero de repente veo una mano que sale de adentro, me toma, me tira hacia arriba y nos fuimos. Era Nando, con Alvarito Mangino. Había también dos chilenos que supuestamente se tenían que quedar, pero cuando vieron lo que era aquello no pensaron en quedarse ni de casualidad. Es que ellos ni siquiera se creían que nosotros habíamos sobrevivido ahí arriba.
LEA LA SEGUNDA PARTE DE LA ENTREVISTA