Desde hace muchos años, es para muchos la respetada directora general de la Universidad ORT. No muchos fuera de su entorno familiar y más cercano conocían la historia personal de Charlotte Grünberg, que revela en gran medida el nuevo libro La niña que miraba los trenes partir, del escritor Ruperto Long.
¿Cómo preguntar a quien vivió aquel horror siendo una niña, sobre el significado de todo aquello, sobre la lucha por vivir y el temor a morir? Nos sentíamos hasta un tanto ridículos de intentar poner en preguntas bien redactadas lo esencial para pedir a Charlotte que comparta con nosotros, que nos explique lo que vivió.
Lo principal, en medio del recuerdo de los suyos que nunca volvieron, de los muertos que no conoció y que también son suyos -y de todos nosotros-, es que la vida ganó.
Este jueves se conmemora Iom Hashoá, el Día del Holocausto, por lo que este relato, importante de por sí, tiene especial relevancia.
La entrevista fue realizada originalmente para Semanario Hebreo que la publica este jueves.
Charlotte, me siento a escribir este cuestionario, minutos después de haber leído creo que por tercera vez la conceptuosa y emotiva nota del Dr. Leonardo Guzmán en el diario El País, publicada días atrás, bajo el título "Nuestra niña, nuestro tren". Y de los varios mensajes claves que transmite, personalmente me quedo con la apuesta por la vida que él destaca al final. En referencia a su persona, escribe: "Es un ejemplo notable de entereza, expresión superior de la resiliencia, capacidad de levantar cabeza después de lo fatal e inexorable... Es prueba de que a pesar de todo se puede decir sí a la vida". Y yo me imagino que la decisión de seguir adelante, a pesar de todas las peripecias y peligros, llegó más tarde. Y me pregunto si recuerda cómo lo vivía usted a los 8 años, si acaso escondida en un ropero, sin juguetes y con miedo, quizás sabía que no podía decidir nada.
Es interesante tu aseveración de que es posible que "la decisión de seguir adelante, a pesar de todas las peripecias y peligros, llegó más tarde". En realidad no necesariamente se puede desprender eso de la lectura del libro. Lo que pasó es lo contrario, nunca tuvimos más firme la determinación de seguir adelante que en ese mismo momento, momento que duró prácticamente cuatro años y donde lo único seguro era que había que luchar contra lo inevitable en aquel entonces y en ese contexto: la muerte. Había que luchar contra eso con todas las energías necesarias para tratar de sobrevivir.
Solemos destacar, al hablar de la Shoá, los seis millones de muertos, el terrible sufrimiento, la crueldad en los campos de exterminio y en el diario vivir. Hay aspectos inconcebibles que quizás se tratan menos, pero que sin duda son otra forma de tortura. ¿Cómo explican padres a su hija de 8 años que si no se queda en el ropero sin hacer ruido la pueden matar? No es normal pensar siquiera cómo plantear algo así...
Es cierto, sobre todo se habla de lo impensable, ¡6 millones de muertos! Pero con los años la clasificación "niños escondidos" apareció dentro de la literatura dedicada al relato de la Shoá, y dentro de ese relato hay variantes, la de los niños escondidos mayormente en un lugar o institucionalizados fundamentalmente en conventos o similares, y la que es mi experiencia personal, el desplazamiento permanente como elemento estable con las tribulaciones que eso supone. De ahí los 1000 días y sus noches a que hago referencia en mis reflexiones en la presentación del libro. Quince años después cuando a principios de los años 60 vi la película A bout de souffle de Jean Luc Godard, volvió a mí nítidamente la sensación de haber estado sin aliento durante todo el periplo de las correrías a través de Francia. El personaje de Godard era un malviviente y nosotros tuvimos que correr por tener la culpa de existir. Sensación que nunca me abandonó totalmente. ¿Cómo explican los padres a su hija de 8 años ...? El exilio está plagado de silencio y de mutismo. Lo comprendieron los padres y los hijos, por lo menos en nuestro caso fue así, el metabolismo llevado a su mínimo, porque lo que estaba del otro lado de la barrera del silencio era mucho peor de asimilar.
¿Es simplista de más preguntar cuál es el peor recuerdo de aquellos años, lo que más le aprieta el corazón?
Cuando desde mi segundo piso, en lo alto de la montaña en St. Pierre de Chartreuse, escuché los pasos de las botas del ejército nazi que se llevaban a la única amistad que por unas pocas semanas pude tener, con una niña de mi edad que vivía en el primero y que se llevaron junto a sus padres pocos días antes de terminar la guerra para nunca volver. ¿Cómo olvidarlo?
¿Lleva usted consigo el recuerdo de alguna vivencia puntual que para usted simboliza quizás lo que vivió de niña?
Lo único que puedo recordar que pudiera pertenecer al universo infantil es que cuando por fin nos quedamos por algunas semanas en un lugar donde había una ventana que se podía abrir de noche a veces, me dedicaba a mirar las casas con sus luces encendidas en los alrededores, imaginándome qué pasaría dentro de ellas y cómo serían esas familias.
El Ing. Ruperto Long, que ha plasmado su historia en su nuevo libro, lo tituló La niña que miraba los trenes partir. Los trenes siempre fueron un símbolo del horror de la Shoá. Desde su escondite ¿entendía con qué se los debía asociar o era imposible?
Lamentablemente se hizo muy posible imaginar qué pasaba con esos trenes el día que vi un joven saltar del tren en plena marcha...
En los trenes fueron trasladados los judíos a los campos de exterminio. También sus propios familiares. ¿A quiénes perdió usted en la Shoá?
En esos trenes fueron transportados mis abuelos maternos, él docente de Talmud en su pueblo de Konskie, 3 tíos y 2 primos. Ninguno volvió. El menor de mis tíos, Alter, que estudiaba Ingeniería en Bélgica, regresó a Polonia en el 39 para respaldar a sus padres y terminó fusilado en el Ghetto de Konskie por oponerse a medidas exigidas por los nazis.
¿Recuerda cuándo captó la dimensión de lo que había sucedido, de la hecatombe que significó el asesinato de seis millones de judíos?
Es casi imposible, a cualquier edad, captar la dimensión de una industria criminal organizada para matar millones de personas, y aún lo es. Creo que todos los judíos seguimos viviendo con el peso de esa cifra.
Claro que después de la salvación física, sí llega el momento en que además de la suerte y el azar quizás mucho depende de las decisiones que uno tome. ¿En algún momento dudó acerca de cómo se vive después de la Shoá, de lo que hay que hacer?
La suerte y el azar seguramente tuvieron bastante que ver, pero la determinación de vivir es un ingrediente fundamental. André Gide tiene una frase magnífica en su libro Les Nourritures terrestres que refleja mi sentir: "Le plus petit instant de la vie est plus fort que la mort, et la nie (El más pequeño instante de vida es más fuerte que la muerte y la niega). Y eso hice. Tuve además la suerte de poder asistir al nacimiento del Estado de Israel, que me dio un impulso de vida mucho mayor aún. A tu pregunta cómo se vive después de la Shoá, solo te puedo contestar que me sigo levantando y acostando con ella. Las fotos de nuestros muertos nos acompañaron toda la vida a través de todas nuestras peripecias, no dentro de un álbum, sino en marcos bien a la vista en cualquier residencia que haya ocupado después de la guerra.
¿Cómo resumir por qué finalmente su vida la construyó en Uruguay? ¿Cuándo llegó?
Mi padre tenía a sus padres y todos sus hermanos en el Uruguay. Vinieron a principios de los años 20 cuando mi padre decidió irse de Polonia para Bélgica. Supongo que tendría deseos de volver a ver a su familia. Los vino a ver en el 49, luego, un par de años, después se decidió volver en grupo familiar para que los conociéramos. Yo tenía 18 años y conocí a José. Mis padres no quisieron ser un obstáculo en la relación y decidieron quedarse para mantener la familia unida. Una de las formas de amor a la que Ruperto Long hace referencia en sus entrevistas sobre el libro.
Lo vivido en aquellos años, el temor a morir y a perder a los suyos ¿ha sido parte de su vida también después de la guerra?
Por supuesto. Esta sensación no te abandona nunca junto con una cierta sensación de culpa que, como verás en el libro, nos hicieron sentir también algunos sobrevivientes, ellos transformados en huérfanos.
Charlotte, usted formó en Uruguay su familia, con su esposo, mi muy querido pediatra el Dr. José Grünberg, dedicó su vida a la docencia, es hoy una persona muy respetada, directora general de la Universidad ORT, en la que su hijo Jorge es el Rector, respetado diría yo como pensador de la educación, más allá de la tarea concreta en su cargo. Es esposa, madre y abuela. Creo no exagerar si digo que realmente, la vida ganó ¿verdad?
Sí, por supuesto. La mejor respuesta es la foto de las tres generaciones de la familia, Carolina, Florencia, Victoria, Charlotte, Matías, Jorge y José, al finalizar el lanzamiento del libro La niña que miraba los trenes partir el 7 de abril en el Teatro Solís.
Así es. Continuidad y vida, juntos. ¿Algo más que quisiera agregar?
Nada más que agradecerte.