Contenido creado por María Noelia Farías
Entrevistas

No me olvides

Entrevista a Andrés Vartabedian, miembro de la Comunidad Armenia Uruguaya

"Quizá el mayor elemento diferenciador que encuentro entre los casos armenio y judío es esa espeluznante intención nazi de eliminar a todo judío sobre la faz de la Tierra, estuvieran donde estuvieran", afirmó Andrés Vartabedian, quien es miembro de la Comunidad Armenia Uruguaya. Entrevista de Ana Jerozolimski.

24.04.2015 12:04

Lectura: 11'

2015-04-24T12:04:00-03:00
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Andrés Vartabedian ha cursado la Licenciatura en Ciencias Históricas de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UdelaR. Es docente de Historia Armenia en el Colegio Nubarian de la Unión General Armenia de Beneficencia y es docente de Inglés en educación secundaria. Ha realizado cursos sobre genocidio y educación en el Instituto Zoryan (Toronto-Canadá) y en el Museo Recordatorio del Holocausto Yad Vashem, en Jerusalem. Es crítico cinematográfico y miembro del equipo de redacción de la revista digital vadenuevo. En el año 2013 fue coorganizador y corresponsable de contenidos de la exposición Aní: Sublime sombra del tiempo, llevada a cabo en el Museo de las Migraciones de Montevideo. En este 2015 es coordinador de contenidos del sitio oficial de la Comisión de Conmemoración del Centenario del Genocidio Armenio aquí en Uruguay: www.genocidioarmenio100.org.uy

Esta entrevista fue publicada también en "Semanario Hebreo".


Andrés, tú participaste en el 2008 en un curso en Yad Vashem. Tuve el gusto en aquel momento de recibirte en casa a ti y a otros compatriotas que también estaban en ese grupo, Matías Dodel, judío; Leticia Rodríguez, afrodescendiente, y creo que estaba también María Inés Leite, en ese momento directora de la escuela Estado de Israel. Creo que este dato es más que relevante cuando nos disponemos a hablar del centenario del genocidio armenio... y a analizar los puntos en común con la Shoa.

Es cierto. Matías, Leticia y yo participábamos de un proyecto intercomunitario que reunía a los tres colectivos de los que formamos parte y, a partir de él, fue que se dio nuestra participación en Yad Vashem, donde tuvimos la oportunidad de presentar lo que veníamos haciendo en la Conferencia Internacional de ese año, además de asistir luego a uno de los seminarios de la institución. A María Inés la conocimos allí y conocimos su trabajo en la escuela Estado de Israel.

¿Cómo fue para ti la experiencia, como armenio, nieto de sobrevivientes del genocidio, estar en ese impactante museo dedicado al holocausto del pueblo judío?

Fue una experiencia impactante y removedora. Las dimensiones del museo ni que hablar, pero fundamentalmente el diseño del mismo, su concepción, la capacidad de transmitir esa vivencia atroz del pueblo judío tanto en lo literal como en lo simbólico; la tecnología y el arte aplicados a la transmisión de memoria, en un registro que ni siquiera sospechaba, me marcaron fuertemente y me hicieron reflexionar mucho sobre la propia realidad de los armenios en tal sentido. Indudablemente que, como descendiente de armenios y consecuencia directa de aquel genocidio, no podía dejar de establecer conexiones y analizar qué elementos podrían trasladarse a mi realidad para continuar ese proceso de recepción y transmisión intergeneracional que implica la memoria colectiva y del que, como docente, soy parte.

Yo me imagino que en más de una oportunidad, sentado en clase, habrás pensado en lo vivido por los armenios, tus antepasados... Estimo que no podrías desconectarte de eso ¿verdad?

Claro, constantemente. En mi mente se sucedían las imágenes que vinculaban los relatos que yo había recibido -tanto familiares como académicos- y los que estaba escuchando, tanto por parte de los profesores como de los sobrevivientes. Recuerdo un momento en el que la imagen de mi abuela se instaló fuertemente en mi mente durante el desarrollo de una clase y me movilizó y sensibilizó como pocas veces antes en mi vida. A partir de las experiencias de ambos horrores, poder llegar a comprender el significado de algunas de esas vivencias mucho más hondamente, me resultó muy aleccionador.

¿Hay paralelismos que trazar?

Sin dudas. Habría muchos. Incluso desde ciertos elementos inspiradores tanto del régimen nazi como de los jóvenes turcos que se remontarían a la época de Genghis Khan. El mayor investigador sobre el Genocidio Armenio, llamado Vahakn Dadrian, ha trabajado también en las conexiones entre ambos genocidios y recomiendo su lectura. Pero podríamos hablar de similitudes en la radicalización de la ideología del futuro perpetrador, en ciertos preceptos de la misma, en cómo fue llevado adelante por un partido político dominante que llega al poder y utiliza todo el aparato estatal para poner en marcha lo atroz; incluso, cómo un ala radical de esos partidos toma el control en determinado momento y es la que termina de resolver la ejecución del plan. Y habría más.

Sin embargo, me interesaría destacar cierta estructura genocida que se reproduce no sólo en los casos judío y armenio, sino también en otros genocidios del siglo XX: el hecho de ser lo que se suele denominar "genocidios domésticos", en el que el Estado es el encargado de atacar a sus propios ciudadanos; el aprovechamiento de conflictos bélicos -guerras, revoluciones- que generan legalidades de excepción, donde ciertas medidas se pueden camuflar como necesidades militares, en los que la comunidad internacional puede estar "distraída" en otros asuntos y en los que el nivel de violencia es tal que la muerte se asume casi como trivial y la conciencia actúa en menor medida; el móvil lo precisa la ideología, transformando -desde el discurso- a la víctima en amenaza; la tecnología, los medios de comunicación y la burocracia -siempre de acuerdo a las épocas- puestas al servicio de la muerte, para facilitarla. Todo el aparato estatal echado a andar tras su solución final.

¿Y diferencias claves? Y no me refiero, claro, a los números, un millón y medio de armenios o seis millones de judíos...

Claro, porque en definitiva el número no es un elemento clave. El caso de Srebrenica, en la ex Yugoslavia, es sintomático al respecto: allí la tipificación de genocidio surge del asesinato de alrededor de 8.000 hombres musulmanes de la localidad. La reproducción de ese grupo como tal había sido condenada a partir de la eliminación de todos sus varones. La intención de terminar al grupo como tal era indudable, la interdicción de los nacimientos era un hecho.

Pero yendo a tu pregunta: indudablemente, todos los casos de genocidio tienen sus singularidades, como todos los hechos históricos. ¿A qué apunto con esto? A que no por ello debemos evitar la posibilidad de la búsqueda de elementos comunes. Ello nos ayuda a entender más. Comparar no conlleva a minimizar el horror y el dolor sufridos. Tal vez aporte datos que nos pongan en guardia ante procesos que comiencen a desarrollarse de forma similar y nos permita generar alertas preventivas de potenciales acciones genocidas. Todo esto, dado la corriente que plantea la unicidad de la Shoá, con la que no puedo estar de acuerdo.

Quizá el mayor elemento diferenciador que encuentro entre los casos armenio y judío es esa espeluznante intención nazi de eliminar a todo judío sobre la faz de la Tierra, estuvieran donde estuvieran. Cuando supe de los planes que rastreaban la existencia de judíos hasta en América del Sur y que se proponían ir por ellos en un etapa posterior de la Solución Final, el escalofrío se incrementó (si es que esto es posible ante tanta atrocidad). En el caso armenio, si bien hubo un intento posterior a la finalización de la Gran Guerra de atacar la República de Armenia -y de hecho la campaña se inició- por parte de las fuerzas nacionalistas de Mustafá Kemal, desde mi punto de vista, la intención genocida propiamente dicha se concentró en el Imperio otomano. De todos modos, debo admitir que hay quienes pueden discutir esta afirmación.

Como armenio en un curso en Yad Vashem, en Jerusalem ¿planteaste alguna vez la pregunta por qué Israel no reconoce el genocidio armenio?

No directamente. Tampoco hubo necesidad. Muchos israelíes, al saber mi origen, se acercaron a conocer mi parecer al respecto y a intentar explicar tal situación -incluso dentro de Yad Vashem- o, yendo más lejos aun, me pidieron disculpas por ello. En Uruguay me sucede habitualmente lo mismo. Y sé perfectamente que pueblo judío, pueblo israelí y Estado de Israel no son lo mismo.

¿Tú puedes entender la situación de Israel en ese sentido? ¿O hay cosas que no se deben entender?

En todo este tiempo vinculado a estas temáticas, he aprendido a dejar ciertas concepciones "románticas" de lado. Sin embargo, si bien hay cuestiones que pueden ser abordadas desde la racionalidad y desde cierta lógica instrumental de las relaciones internacionales entre los Estados, es difícil justificar determinadas posturas. Tal vez sí entenderlas en algún sentido. Pero cuando algunas posiciones provienen de Estados tan estrechamente vinculados a estos horrores, es más duro de asumir aun. En estos temas, la relación costo-beneficio y los intereses geopolíticos, geoestratégicos, han primado sobre las posiciones humanistas que nos resultan las ideales a primera vista. El solo discurso sobre Derechos Humanos, la sola existencia de jurisprudencia en la materia, la propia existencia de organismos internacionales que propenderían hacia la paz, no han sido suficientes. En este caso -y hablo no sólo del Estado de Israel- y en otros tantos que afligen a la humanidad a diario.

Destacas en tu artículo que creciste sin una palabra de rencor... criado con amor... y yo me pregunto si te parece que eso quiere decir que tus abuelos lograron sobreponerse al dolor. Me suena como imposible ¿no?

Lo que creo que pudieron hacer fue lidiar con ese dolor, transformarlo en acción, fecundar, sembrar vida y alimentarla con lo único necesario: el amor. Tal vez hoy lo llamaríamos resiliencia. Ellos no conocieron esa palabra, y hasta les hubiera resultado difícil de pronunciarla... y lo digo con una sonrisa. Digamos que ellos fueron resilientes sin conciencia de lo que ese concepto significaba.

El dolor... vaya si lo hubo. Como decía en el artículo que apareció la semana anterior, en el caso de mi abuela se exorcizaba quizá en la reiteración de los "cuentos" sobre lo atroz vivido por ella y su familia, en la enumeración de sus muertos y desaparecidos. En el de mi abuelo, lo que prevaleció fue el silencio. Mi abuelo no contaba. Y ahora, trato de entenderlo. Muchas veces el silencio es el "refugio de lo intolerable", como dice Marcelo Viñar. Algo más contó sobre el orfanato que lo cobijó, pero poco también. El trabajo y la familia los ocuparon: la peluquería luego de casarse, el almacén posteriormente -los catorce robos de los que hablaban-, su quinta, sus tres hijos, sus seis nietos, el orgullo por nuestros pequeños logros... Así vivieron. Sin discursos ni teoría. Pero dolor... ¡vaya si lo hubo!

Cuando miras lo que pasa alrededor, el estado del mundo hoy... ¿te preguntas por qué no se ha aprendido la lección?

Uno puede intentar explicar circunstancias históricas, componentes ideológicos, intereses económicos, etc., pero no alcanza. Hay una dimensión de este horror que me resulta inexplicable, fuera de mis parámetros de racionalidad. Hay un componente de humanidad en todo esto que es muy doloroso. Somos nosotros los que lo hicimos.

Te referís a que no fue una catástrofe natural, sino provocada por el hombre...

Claro. Y por eso hay allí algo de lo que somos que hace que, en determinados momentos, podamos tomar decisiones como estas para resolver ciertos conflictos que se nos plantean. Es desgarrador pensar en eso: que hemos sido capaces de tanto sufrimiento. Y de reiterarlo. Y de reiterarlo. Y de reiterarlo. Pero la vida siempre puede más. De eso tampoco tengo dudas.

Se suele hablar mucho de la memoria del pueblo judío. Aún con la tragedia nacional y familiar, en tu caso, ¿hay algo que aprendiste de los judíos al respecto? ¿Y hay algo que te parece que puedes enseñar sobre la vivencia armenia al recodar?

No sé si hablar de enseñar, pero sí creo que hay cosas que podemos compartir: que la memoria es algo por lo que hay que trabajar cotidianamente; que, si bien es necesario estar atento a los "abusos de memoria" como refiere Todorov, es indispensable no descuidarla. Somos eslabones de esa cadena de recepción y transmisión y cada uno de nosotros cuenta en ella. Mucho de nuestra identidad moderna se ha forjado a partir de los genocidios padecidos y ello nos ha llevado a ser más conscientes de la cultura que portamos y de su significación. Creo que en ese sentido debemos continuar la apuesta. Sin renunciar jamás al recuerdo, pero celebrando la vida... que pudo más que la muerte. Multiplicar sigue siendo la tarea.