Por Federica Bordaberry
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Cerca de Zabala y Buenos Aires, en Ciudad Vieja, todavía está el Correo. Sus padres eran funcionarios postales y, por eso, cuando nació su primera hogar fue en ese apartamento. Carlos Enciso es hijo único y se acuerda de las figuritas, de los caramelos y de un barrio que no era de bancos y oficinas.
A su abuelo materno nunca lo conoció, pero su abuela, que vivió hasta los 104 años, compartía casa con él. Aunque esa parte de su familia tuviera raíces europeas, sus abuelos paternos eran de Florida, tierra adentro, y se juntarían ambas culturas en su vida.
Cuando tenía nueve años, se mudó con su familia al Parque de Los Aliados, por Brito del Pino y Rivera. De esa casa los recuerdos son mucho más claros: los asados que hacía su padre en el fondo, ir al estadio a ver a Nacional -cuadro que después abandonaría por Peñarol- y jugar a la pelota en el parque con sus amigos del barrio.
Por 1973, su padre fue becado un año en Buenos Aires y, junto a su madre, cruzaba una vez cada veinte días a visitarlo. Conoció esa otra capital con costa en el Río de la Plata, pero también otros lugares como Córdoba, Mar del Plata y Balcarce. Más de grande, volvería en plena crisis después de la Guerra de las Malvinas, con un dólar favorable, que le permitía comprarse los vaqueros Levi´s, los championes Puma y las remeras Lacoste.
Fue un niño medio introvertido, medio tímido y medio curioso. Coleccionaba sellos, gracias a sus padres funcionaros del Correo, monedas y soldaditos de plomo. Con el devenir del tiempo se volvió mas sociable. En las redacciones del colegio escribía que, de grande, quería ser piloto. Armaba avioncitos de aeromovilismo y los pintaba. Sobre todo, los de la Segunda Guerra Mundial.
Y era lector. Pasó por los libros de Robinson Crusoe y El Principito, hasta más entrado en la adolescencia los libros de historia, de guerras mundiales y de personajes claves de la historia internacional.
A excepción del primer año, que lo hizo en la escuela República Argentina, toda su educación primaria, y parte de la secundaria, fueron en el colegio Seminario, un colegio de formación jesuita. Ese tipo de educación religiosa también la vivió en su tercer lugar de residencia, Tacuarembó, donde fue al liceo San Javier durante un año. Después, liceo público.
Con 14 años, a causa del destino postal de su padre, un adolescente típicamente montevideano caminó hacia el Interior profundo. Nunca lo abandonaría.
El primer acto político al que asistió fue en noviembre de 1982. Era el cierre de las internas de los partidos políticos y Carlos ya estaba adherido, más en sentimiento que en razonamiento, a la figura de Wilson Ferreira y al Partido Nacional. En el ´83 y el ´84, aparecieron las jornadas estudiantiles contra las medidas que tenía la educación en esa etapa de la dictadura, la final, pero fue la que él agarró generacionalmente.
El 14 de agosto fue orador y, después, presidente de la Asociación de Estudiantes General de Artigas en 1985. Volvió a serlo en 1986 por amplia mayoría, con un padrón de 2.000 votos de estudiantes. A esa altura, Carlos tenía 19 años.
El último año de liceo lo había hecho solo. Sus padres se habían vuelto a Montevideo y se quedó para terminar sexto. Vivió entre casas de sus amigos, que lo acogieron esos ocho meses previos a volverse a la capital. Una vez ahí, empezó una formación universitaria que nunca terminó. Sin embargo, sus apariciones en la militancia del Interior no cesaron jamás.
En 1989 fueron sus primeras elecciones activas porque, hasta ese momento, no podía votar. A Florida se acercó, más adelante, a través de Andrés Arocena y la lista 62, una lista del año ´60. También a través de su suegro, que venía del herrerismo, y a través de su mujer, que en aquel momento era su novia.
Hizo el primer año de Facultad de Derecho, el ciclo básico, y empezando segundo la carrera se empezó a poner engorrosa. Ahí fue cuando giró a Relaciones Internacionales, por su afinidad con las temáticas que se estudiaban y estudió hasta terminar el tercer año. Enseguida se puso a trabajar y se dedicó a la militancia. En esa primera experiencia laboral fue promotor de venta de servicios fúnebres. En resumen, vendía cajones.
Pasó de ahí a La Democracia, un semanario vinculado al Partido Nacional, donde hizo de cadete y supo encargarse del archivo. De a poco, se fue metiendo en los puestos políticos: suplente de edil, edil, INJU, Antel, secretaría de la Intendencia de Florida, diputado reelecto, Intendente de Florida reelecto.
Hoy, ese Carlos que se había encantado con un Wilson que era la síntesis perfecta entre un caudillo de gran carisma y un estadista racional, del que aprendió aquello de nacionalista por razonamiento y blanco por sentimiento, es el Embajador uruguayo en Argentina.
¿Qué contexto se manejaba cuando empezaste con las políticas de juventud?
En aquel momento no había políticas de juventud, institucionalmente hablando. Habían algunos temas que atendían a la juventud, pero de forma puntual o desorganizada, esto es espectáculos musicales, actividades culturales, deportivas, recreativas, pero en política no.
Lo que había sí eran jóvenes muy activos, pero ya en la discusión de la agenda política y yo fui parte de eso, en una pequeñísima parte de nuestro partido, y en lo social como miles de otros jóvenes. Eso era en el ´84 o ´85. Políticas de juventud específicas se dieron en los ´90, donde además la Organización Iberoamericana de Juventud, a través de Naciones Unidas, también abrieron algunos caminos y lograron insertar en declaraciones y estructura también institucionales. Lograron insertar, a nivel internacional, los temas de la juventud. Incluso, hubo un Año Internacional de la Juventud.
En Uruguay había una institución que bregaba por algunas políticas específicas de este tipo como el Foro Juvenil. Ahí había articulaciones de políticas para jóvenes rurales, jóvenes que estaban más vinculados a lo artístico o a las inquietudes culturales. Habían planes de financiamiento para fomentar desde becas hasta eventos, seminario y actividades que abrieran paso a esas políticas específicas.
El primer punto importante en Uruguay fue en el ´90, con la creación dentro del Ministerio de Educación y Cultura del Instituto Nacional de la Juventud (INJU), que después tuvo distintas etapas y distintas formas de administrarse. Fue un tema de identidad, tener la tarjeta joven de entre 14 y 29 años para ir a un negocio a tener descuento no era solo por el descuento, era porque se sentía parte de un colectivo, de que se era joven y de que se abrían oportunidades y pasos propios. Eso tenía toda la institucionalidad que se dio en esa época, que se fue abriendo caminos en las intendencias municipales. Eso ha ido cambiando, algunas cosas pueden ser vigentes y otras no, pero estamos hablando de épocas donde no existían los celulares y menos las redes sociales, entonces los lugares de encuentro eran puntos de cambio, de reflexión, de inserción.
¿Cómo llegás a volverte tan experto como para asesorar en la materia?
En realidad, yo no fui asesor. Yo fui un actor, en el sentido laboral del término, porque hubo un espacio armado dentro del Ministerio, el INJU, y yo estuve convocado por el director, que es el actual senador Gandini y no tenía estatus de asesor. Con el tiempo en algunos temas, sobre todo con el perfil de la juventud rural, estuvimos en algunos seminarios internacionales, hicimos alguna ponencia e hicimos de consultores de algunos trabajos que pudimos hacer a posteriori. Pero del ´90 al ´95 fuimos actores laborales e institucionales de una estructura que no existía y que nos fuimos ganando con esfuerzo y laburo.
¿Qué es lo que te vinculó a Florida? Porque previo a involucrarte con ese departamento tu único vínculo con Florida eran tus abuelos.
Exacto, con mis padres íbamos en Semana Santa, en alguna Navidad a pasar las fiestas y, por supuesto, primos y familia. Tenía una amistad y relación con la gente de Florida que participaba de la parte wilsonista del partido, algunos conocimientos y buenas relaciones, pero el punto de inflexión fue cuando decidí militar, no en Montevideo a nivel electoral, sino a través de listas en Florida que se estaban armando. En el ´89 fui de relleno a una lista de ediles en el número 114.
En el ´94, más vinculado al líder de la agrupación que era Andrés Arocena, que tenía la amplitud de darle el espacio a gente joven, fuimos ayudando en la interna del partido. Ayudamos al armado siguiente desde Antel, que fue el lugar que tuvo para gestionar. También ayudó que en el 2000 ganara la intendencia en Florida el Partido Nacional. Ahí, ya estuve en la secretaría privada y en algunas otras funciones en las que fui ganando espacio operativo político.
Las cosas se dan así en la política y en la vida, uno va ganando confianza, espacio, adhesiones, amistades y fuimos creciendo. Salí diputado en una elección que no era fácil, frente a competidores de mucho fuste. Después, en nuestra primera ida a la Intendencia nos fue bien, así que soy un agradecido al pueblo de Florida por el apoyo que tuve en las elecciones y en las reelecciones, que tuve varias a diputado y una a la Intendencia.
La pregunta de fondo es, en realidad, ¿Por qué Florida y no otro departamento? Si fuera Montevideo o Tacuarembó, quizá, sería una pregunta obvia, pero es Florida.
Aquello de que no hay profeta en su tierra es así. De todas maneras, se dieron las circunstancias de que se alinearan algunos astros: mi vínculo físico, cada tanto, en Florida por un tema familia de mi viejo y, a su vez, después la afunidad y relación que tuve con una agrupación que me fue abriendo las puertas, si bien yo yambién hice mi esfuerzo y los espacios hay que ocuparlos y trabajar. Se dio que opté por no estar en la militancia directa en Montevideo y optar por la idiosincracia y la forma de hacer política en el Interior.
A partir del 2020 te tocó ser el Embajador uruguayo en Argentina, ¿por qué crees que se confió en ti para ese puesto?
Tal vez la respuesta ideal la tenga el propio Presidente. De todas maneras, no puedo obviar o desconocer, y esto puede ser subjetivo, que históricamente los embajadores en Buenos Aires han sido de confianza directa en relación hasta personal con el presidente de turno. Eso es casi una premisa que se da desde la vuelta a la democracia, en el primer gobierno de Sanguinetti.
Cuando el presidente me hizo la propuesta se habló de esa relación de confianza personal, de nuestro conocimiento del país y de su historia. Se dieron algunas circunstancias que son las que yo puedo manifestar. Tal vez el presidente pueda tener algún otro elemento, pero creo que va por ahí, por la confianza personal y por el bagaje político.
¿Qué rol te tocó cumplir durante el episodio del "lastre" en la Cumbre del Mercosur?
En realidad, poco. Yo todavía estaba en recuperación por el tema del Covid-19 y no estaba todavía reintegrado y activo en la función. Lo seguí, por supuesto, por los medios y por alguna comunicación interna, pero creo que las expectativas ahora están puestas en la próxima reunión del mercosur, con los ministros de economía y los cancilleres. Se va a hacer en los próximos días, aparentemente de forma virtual también.
¿Qué consecuencia tuvo ese episodio para la relación Uruguay-Argentina?
A nivel de mi ámbito, de lo que puede ser gestiones en estos días, contactos con jerarcas por diferentes cuestiones con el Ministerio de Educación y Cultura, algunas gestiones que estamos haciendo con instrucciones del Ministro del tema reválidas, o algunas gestiones con las autoridades sanitarias de acá para temas vinculados a la importación de medicamentos, o con migraciones por el ingreso excepcional de familias con niños en tratamientos médicos, o lo que puede ser contacto con gobernadores, no he tenido ningún reflejo o actitud que abone un mal ambiente, al contrario.
Por supuesto, me da la impresión de que en el consulado, donde hay discusiones mñas técnicas, estará también la temática en áreas diplomáticas con respecto a lo que sabemos que puede estar centrando esto, la cuestión de los aranceles, de la flexibilización de algunas disposiciones internas que ha tenido el Mercosur con respecto a la negociación individual con países terceros. Creo que el ámbito de pequeñas fricciones no es a través de lo diplomático porque la discusión de la temática Mercosur no se da a través de las embajadas.
Con respecto a tu reciente pasaje por el Covid-19, donde estuviste muy grave, ¿qué fuiste sintiendo?
A nivel emocional no tuve tiempo. Estaba de buen ánimo y conciente desde el inicio de la internación. Despues sí, fui perdiendo capacidad pulmonar, oxigenación y llegó el momento en que tenía que tener asistencia en la terapia, con respirador. Cuando uno quiere racionalizar el tema, ya está con el problema muy avanzado porque la rapidez del virus es tremenda.
En alguna entrevista comentaste que lo que te salvó fue tu formación jesuita, ¿por qué?
No es que me salvó, me ayudó a ese estado de ánimo, tal vez a tener fe, de que iba a salir adelante. Si bien tuve riesgo, nunca tuve esa sensación de que me iba a morir, evidentemente yo estaba aferrado. Me fui enterando de cadenas de oración, gente que me ayudaba con terapias alternativas como reiki, plegarias y no solo de la fe católica, también de otras creencias. Creo que eso generó un ambiente y una energía que sí sentí y que sí llegó.
A raíz de que estuviste tan grave aumentó tu nombre en la prensa. ¿La muerte es el mejor sponsor, como dicen por ahí?
Por lo general uno no se plantea estas cosas. He tenido la oportunidad de tener muchas notas de prensa que no he querido hacer, precisamente por mi posición que amerita frentar mi deformación profesional que es estar siempre pendiente y tratar de publicitar lo que uno hace con una función diplomática. También uno se debe a jerarquías, al aplomo y a la cautela por la envergadura del cargo.
Teniendo en cuenta ese marco, mi situación en el exterior, siendo una figura medianamente conocida, un ingreso a terapia intensiva que fue de las primeras de alguien cercano al gobierno, todo eso generó cierta visibilidad en redes, cierta preocupación y cierta puesta pública en los medios.
Hasta que volví a Uruguay el veintipico de marzo no quisimo hacer declaraciones hasta estar un poco mejor, y contar mi experiencia como forma de sensibilizar el tema de vacunarse sí o vacunarse no, que se relativizaba bastante en la pandemia hasta que le llegara a alguien cercano. Esa fue un poco la idea.
¿Cuál fue el día más triste de tu vida?
Los días más tristes fueron cuando fallecieron mis viejos.
¿Y el más feliz?
Hay días que uno pasa bien y es feliz con cosas simples. Estos tiempos he valorado un día con mi esposa, de paseo. Desde algo sencillo hasta días especiales como haber ganado una elección por primera vez, el día de mi casamiento. Hay emociones y alegrías en diferentes planos. En mi caso, por mi actividad muy centrada en lo político, cuando se ganan elecciones departamentales y nacionales son días felices. Después, los días en los que se sale en familia o con algún amigo, que implican pasar de forma sencilla.
¿El momento de mayor libertad en tu vida?
Depende de las etapas. Cuando empezó la democracia, cuando al liceo podíamos ir de vaquero y no con el uniforme, esa fue una sensación personal pequeña de libertad y de conquista de algo que hoy parecería tonto, pero que en aquel momento fue muy lindo para nosotros. Por suerte vivimos en un país donde el valor de la libertad es intrínseco al uruguayo.
Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?
Me gustaría ir al cielo, pero eso no lo define uno. Como decía Goethe, hay que hacer lo correcto y lo demás vendrá solo. Creo que eso es parte de una forma de caminar por la vida de servicio y de ayuda, yo lo canalicé por la política, pero tiene un sentimiento de ayuda al prójimo y, en ese sentido, intento hacer las cosas bien.
Por Federica Bordaberry
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