Por The New York Times | Oleksandr Chubko and Carlotta Gall
KIEV, Ucrania — Cuando en febrero de 2022 comenzó la invasión rusa de Ucrania y algunos de sus alumnos huyeron al extranjero, Iryna Kovaliova, profesora de Literatura, decidió que había llegado el momento de jubilarse.
“Escribí mi carta de dimisión y me llevé mis cosas de la escuela”, aseguró. Pero los niños de su clase de sexto curso, 6H, en una escuela de Kiev, le rogaron que se quedara, “al menos mientras durara la guerra”, relató en una entrevista reciente.
Dos años después, sigue enseñando a los 63 años, tres años después de la edad de jubilación de los profesores, desgarrada por la angustia de ver a sus alumnos lidiar con el trauma de los ataques aéreos, los bombardeos y la pérdida de seres queridos. Se preocupa por los desplazados, obligados a estudiar en línea, así como por los exalumnos que ya se han alistado en el ejército y luchan en el frente.
Todas las mañanas ve las cuentas en las redes sociales de dos antiguos alumnos que están en el ejército, aliviada cuando ve que se han conectado, pues sabe que al menos están vivos.
Maria Lysenko, directora de la escuela, dice estar preocupada por toda una generación de niños, pero también por sus profesores.
“Los niños son como diapasones, un reflejo de lo que ocurre en nuestras vidas”, dijo Lysenko. “Hay una razón por la que un niño está recostado en el pupitre: quizá no ha dormido en toda la noche, porque esperaba noticias de alguien cercano”.
“¿Pero qué pasa con los profesores?”, añadió. “Aguantan, sin venirse abajo, sin pánico, hacen todo lo que pueden”.
Niños y profesores de todo el país comenzaron el lunes su primer día de clases del nuevo ciclo escolar, en un momento en que Rusia ha intensificado los bombardeos de las ciudades ucranianas.
La clase 6H es el grupo más conflictivo del sexto curso de la escuela de Kovaliova. A los niños, afirmó, no les gusta la disciplina y no pueden estarse quietos después de haber pasado el encierro por la pandemia de COVID y por dos años de interrupción con el estallido de la guerra.
A menudo ignoran a los profesores, dijo Kovaliova, y añadió: “Es un grupo difícil”.
Pero podía ver razones detrás de su mal comportamiento, señaló.
“Estos niños son ruidosos. Quieren gritar algo. Pero nunca les preguntamos por qué gritan”.
“Estos niños piden ayuda a gritos”, añadió. “Son como una herida sangrante, y nadie la ve”.
Así que, en lugar de revisar sus deberes una mañana reciente, sorprendió a la clase con una pregunta repentina. Invitó a un periodista del New York Times para que escuchara.
“¿Qué ha cambiado en ustedes estos dos años?”, le preguntó a la clase. “¿Y cómo lo plasmarían en un cuadro colectivo?”.
Desde que comenzó la invasión rusa, dijo que había estado presionando a la escuela para que considerara la posibilidad de exponer en el refugio antiaéreo de la escuela un mural gigante, pintado por los niños, en el que pudieran expresar su experiencia de la guerra. El colegio se mostró reticente, así que ella decidió seguir adelante y pidió a sus alumnos que empezaran a pensar en el proyecto.
El primero en hablar fue Danya, de 11 años, un estudiante desplazado de su hogar en la ciudad ucraniana de Luhansk en 2014, cuando estallaron los primeros combates entre los separatistas apoyados por Rusia y las fuerzas gubernamentales en las regiones orientales de Luhansk y Donetsk.
“Antes, pensaba en mi casa como un armario donde podía esconderme, donde nada te preocupa”, dijo. “Y ya no es así”.
A continuación, Yehor, de 11 años, de Kiev, dijo que había huido de la capital con su madre en el momento en que comenzó la invasión rusa a gran escala.
“Quería quedarme, pero mis padres pensaron que los soldados ya se acercaban”, contó. “Nos fuimos. Mi padre se quedó, y vio con sus propios ojos un misil que voló e impactó”.
La familia de Yehor huyó a un pueblo al oeste de la capital. Llevaba consigo un icono religioso, que cree que les ayudó a hacer el viaje sanos y salvos. Dijo que quería representar ese icono en el cuadro.
Kovaliova explicó su idea: “Imagínense que dentro de 20 años viene un alumno a la escuela”, dijo a la clase. “La guerra ha terminado. Vivimos en un país feliz. Y ve este mural firmado ‘Clase 6-H’. Ve un armario y un icono sobre un armario. Y se pone a pensar”.
“¿Qué cambió dentro de ustedes estos dos años?”, preguntó. “¿Y cómo lo plasmarían en un cuadro colectivo?”.
Nazariy, de 12 años, respondió: “Para mí, la guerra es muerte, en primer lugar. Es muy dolorosa”.
En el aula estallaron risas nerviosas.
“Mi tío murió”, dijo.
Kovaliova silenció a la clase. “¿Qué edad tenía?”, preguntó.
“Treinta y dos”, respondió Nazariy.
“Me dan ganas de llorar”, dijo Kovaliova. “¿Qué pintarías?”, le preguntó.
“Una fortaleza. Caballeros que entran en la fortaleza. Y mucha sangre alrededor”, contestó él.
“¿Qué cambios han sufrido?”, preguntó la profesora, volviéndose hacia la clase.
“Me dio menos vergüenza expresar mi opinión”, dijo Nazar, de 12 años. “Antes pensaba: ‘Maldita sea, ¿por qué nací en Ucrania?’. Después de que estalló la guerra, empecé a sentirme genial por ser de Ucrania. Yo pintaría un espejo en el armario, para ver cómo he cambiado”.
Arina, de 11 años, reveló que había sido desplazada del este de Ucrania y separada de sus abuelos, que permanecían en territorio ocupado por Rusia. Empezó a llorar y varios de sus compañeros se apresuraron a abrazarla.
“Yo pintaría a una persona llorando”, dijo Arina. “Porque la gente muere, y ni siquiera puedes visitar su tumba”.
“Es una conversación muy importante”, aclaró su profesora. “Gracias. Los entiendo mejor. Y ustedes se entienden mejor entre sí”.
Ahora todos contaban su historia.
“Mi hermano murió hace poco. Tenía 24 años”, comentó un niño llamado Sasha. “No valoré esos momentos de vida con él. Yo pintaría brazos que sostienen ataúdes”.
“Nuestra pintura se está complicando”, añadió.
Otro compañero, Kyryl, tomó la palabra.
“Cuando empezó la guerra, me dio más miedo de lo que esperaba”, confesó. “Yo pintaría el miedo”.
“¿Cómo pintarías el miedo?”, le preguntó Kovaliova.
“Como oscuridad”, respondió Kyryl.
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