Por The New York Times | David Leonhardt
En la última década, la Liga Antidifamación contabilizó unos 450 asesinatos en Estados Unidos cometidos por extremistas políticos.
De estos 450 asesinatos, los extremistas de derecha cometieron alrededor del 75 por ciento. Los extremistas islámicos fueron responsables de alrededor del 20 por ciento y los extremistas de izquierda fueron responsables del 4 por ciento.
Casi la mitad de los asesinatos estaban vinculados en concreto con los supremacistas blancos.
Como muestran estos datos, la derecha política estadounidense tiene un problema de violencia que no tiene equivalente en la izquierda. Y las diez víctimas de Búfalo, Nueva York, de este pasado fin de semana forman ya parte de este saldo.
“La violencia de la extrema derecha es nuestra mayor amenaza”, escribió Jonathan Greenblatt, director de la Liga Antidifamación. “Las cifras no mienten”.
El patrón se extiende a la violencia menos grave que el asesinato, como el ataque del 6 de enero al Congreso. También se extiende al lenguaje de algunos políticos republicanos, incluido Donald Trump, y a las figuras mediáticas conservadoras que tratan la violencia como una forma legítima de expresión política. Un número mucho mayor de funcionarios republicanos no utilizan este lenguaje, pero tampoco lo denuncian ni castigan a los políticos que lo usan; Kevin McCarthy, el principal republicano de la Cámara de Representantes, es un ejemplo destacado.
Cabe señalar que no toda la violencia extremista procede de la derecha y que la explicación precisa de cualquier atentado puede ser confusa, ya que implica una mezcla de ideología, enfermedad mental, acceso a las armas y otros factores. Tras un atentado, a veces la gente se apresura a afirmar que hay una causa y un efecto directos. Pero también es un error suponer que la violencia de la derecha y la de la izquierda son problemas equivalentes.
Los temores de Washington
Si hablan con congresistas y sus asesores estos días —en especial de manera extraoficial— escucharán con frecuencia que mencionan sus temores de que se ejerza violencia en su contra.
Algunos congresistas republicanos han dicho que se resistían a votar a favor del juicio político o la condena de Trump en parte por las amenazas contra otros congresistas que ya lo habían denunciado. Los republicanos de la Cámara de Representantes que votaron a favor del proyecto de ley de infraestructuras del presidente Joe Biden también recibieron amenazas. Los demócratas dicen que el número de llamadas y mensajes en línea amenazantes que reciben en sus oficinas aumenta después de que son criticados en las redes sociales conservadoras o en programas de televisión por cable.
Las personas que supervisan las elecciones reportan problemas similares. “Uno de cada seis funcionarios electorales ha recibido amenazas por su trabajo”, informó este año el grupo de investigación Brennan Center. “Desde amenazas de muerte en las que se menciona el nombre de los hijos pequeños de los funcionarios hasta el acoso racista y de género, estos ataques han obligado a los funcionarios electorales de todo el país a tomar medidas como contratar seguridad personal, huir de sus casas y enviar a sus hijos a terapia”.
A menudo hay una coincidencia entre estas amenazas violentas y las creencias de la supremacía blanca. La supremacía blanca tiende a tratar a las personas de color como no estadounidenses o incluso como menos humanas y estas opiniones pueden hacer que la violencia parezca justificable. Como era de esperarse, el sospechoso de la masacre de Búfalo publicó un manifiesto en internet que hablaba de la teoría del remplazo, una teoría de conspiración racial que Tucker Carlson promueve en su programa de Fox News.
“La historia nos ha enseñado que lo que empieza con palabras termina en algo mucho peor”, escribió el lunes en Twitter la representante Liz Cheney, una de las pocas republicanas que ha denunciado de manera repetida y sistemática la violencia y los discursos de violencia de la derecha. “El liderazgo del Partido Republicano de la Cámara de Representantes ha permitido el nacionalismo blanco, la supremacía blanca y el antisemitismo”, escribió Cheney, y pidió a los líderes republicanos que “renuncien y rechacen estos puntos de vista y a quienes los sostienen.”
Otros republicanos, como el senador Mitt Romney, han adoptado una postura similar. Pero muchos otros republicanos destacados adoptaron una postura más neutral o incluso aceptaron tocar el tema de la violencia.
Algunos han hablado abiertamente de la violencia como una herramienta política legítima; no solo Trump, quien lo ha hecho con frecuencia.
En el mitin que precedió al ataque del 6 de enero, el representante Mo Brooks sugirió que la multitud debería “empezar a derribar nombres y patear traseros”. Antes de ser elegida para el Congreso, Marjorie Taylor Greene apoyó la idea de ejecutar a Barack Obama, a Nancy Pelosi y a otras figuras de alto rango del Partido Demócrata. En una ocasión, el representante Paul Gosar publicó un video animado alterado en el que se le podía ver matando a Alexandria Ocasio-Cortez y blandiendo su espada contra Biden.
Rick Perry, exgobernador de Texas, llamó una vez a la Reserva Federal “traidora” y habló de tratar a su presidente “muy feo”. Durante la campaña para ser electo representante del estado de Montana, Greg Gianforte, fue al extremo de atacar a un reportero que le hizo una pregunta que no le gustó; Gianforte ganó y desde entonces es gobernador de Montana.
Estos republicanos no han recibido ninguna sanción significativa de su partido. McCarthy, el líder republicano en la Cámara de Representantes, ha sido en especial indulgente con Brooks y otros miembros que utilizan imágenes violentas.
Esta comodidad republicana con la violencia es nueva. Los líderes republicanos de décadas pasadas, como Ronald Reagan, Bob Dole, Howard Baker y los Bush, no evocaban la violencia.
“En una democracia estable”, dijo Steven Levitsky, politólogo de la Universidad de Harvard, “los políticos rechazan sin ambigüedades la violencia y así es como eliminan de sus filas a las fuerzas antidemocráticas”.