Son cien. Hacen fila para subir al Hércules, el avión oficial de la Fuerza Aérea Uruguaya. El mismo avión que hizo vuelos de rescate de uruguayos varados por la pandemia, el que trasladó vacunas dentro del país, el que lleva suministros a la Antártida. Ellos no son militares, tampoco son todos uruguayos. Son paracaidistas profesionales procedentes de 26 países. Es la primera fila que hacen en el día. Harán al menos cuatro más hasta las dos de la tarde. Comenzaron a las ocho de la mañana del 16 de febrero de 2022.

Mientras, otros cien esperan a que sea su turno bajo un galpón abierto que da a una de las pistas del Aeropuerto Internacional de Laguna del Sauce. Pareciera que las delegaciones se instalan por zona, como si fuese un campamento; mochilas, termos, cascos, calzado, los monos especiales que utilizan para tirarse. Hay un hombre, muy alto y de piel blanca, ubicado en los alrededores del sector europeo que toma mate cebado con una botella de plástico de agua fría. En el interín, toman Coca-Cola, comen ensalada de fruta o algún sándwich. No parece que dentro de media hora fueran a tirarse en caída libre a 5.000 metros de altura. Se saludan, charlan, miran su celular, se escuchan varios comentarios sobre lo increíble que es tirarse del Hércules, sobre que es una situación única, sobre la suerte que tienen de tenerlo a su disposición.

El evento, lo que está pasando, se llama Hércules Big Ways. “Sin Hércules, no hay evento”, dirá Diego Victorica, uno de los organizadores por parte de la asociación Blue Skies. Es que el avión con nombre de héroe, camuflado en tonos verde y marrones de guerra, cuyos motores no pararán de gruñir en todo el día, habrá sido un factor que terminó por atraer a los 200 paracaidistas participantes del evento internacional.

“Es una aeronave ideal para este tipo de eventos porque permite realizar grandes formaciones”, lo que en inglés se llama, justamente, big ways. En la práctica, se trata de crear distintas figuras en equipo durante la caída libre. Lo ensayan en la pista fuera del galpón. Un Load Organizer u organizador de carga, así le llaman al líder de la formación, se acerca al micrófono y llama a su grupo para hacer la prueba antes de tirarse. Todo lo que hacen en el cielo lo practican en tierra como si fuese una coreografía: hacen dos rondas -una se encierra dentro de la otra-, se agarran de las manos, se mueven al centro, se alejan, giran, se dispersan. Podrían ser entre 30 o 50 paracaidistas. “Tienen que saber de memoria lo que van a hacer”, explica Victorica.

Eso mismo empieza a suceder en el aire, mientras comienzan a descender los que dieron el primer paso al vacío, aunque no llega a verse desde la tierra. Los paracaidistas, los organizadores, quienes están allí por cuestiones de seguridad, el personal del aeropuerto: todos salen del galpón, a la pista, y miran hacia el cielo. Es como una competencia silenciosa; gana el que exclame que fue el primero en ver a los paracaidistas.

Esa mañana hay mucha gente bajo el galpón. Hay un hombre que lleva un mono blanco y es de Argentina, otro que es de Perú y tiene doce récords mundiales en paracaidismo. También hay un uruguayo que se dice que es muy bueno plegando paracaídas, además de Victorica. Entre todos, van a comentar que son pocos los Estados que permiten el uso de sus aeronaves para este deporte. Paraguay y Tailandia serían algunas excepciones. Para Hércules Big Ways se hizo una cesión con el Ministerio de Defensa. El avión se cede y, por parte del evento, se cubren todos los gastos.

Victorica subraya que el hecho de que el Hércules se ceda al evento es una situación de “win-win”, de “ganar-ganar”. Es una oportunidad para que la Fuerza Aérea entrene nueva tripulación “a costo cero”. Son 32 despegues, 32 aterrizajes, 22 horas de vuelo. Un avión que sube y que baja. Además, se ensaya el movimiento que generan cien personas que se tiran desde la aeronave, lo que altera el eje de gravedad. “Son situaciones críticas del vuelo”, dice Victorica, porque “en un vuelo regular, ponés el piloto automático y vuela solo”.

Para los paracaidistas, el Hércules es óptimo porque permite que se suban alrededor de cien personas. Así es como se logran las mejores formaciones, con muchas personas. Tiene una rampa desde donde saltar. Alcanza una altura mucho mayor en comparación con las avionetas que se usan normalmente.

Van bajando. Dicen que el cielo celeste, cuando está despejado y el sol está tajante, no ayuda a identificar el descenso con claridad. Hay mucha luz. Mirar hacia arriba es encandilarse. Pero van bajando. A 5.000 metros de altura, el avión sobrevuela la zona de aterrizaje y sigue de largo. En ese instante, se tiran.

Desde abajo, el cielo empieza a pintarse con puntitos de colores. Se acercan al suelo haciendo un zig zag sobre la zona de aterrizaje. Se posicionan con los pies perpendiculares a la superficie. Las patitas comienzan a correr unos centímetros antes de tocar el pasto y siguen hasta que la velocidad que da el empujón del aire se termina. El paracaídas se desinfla y cae.

Es el turno del segundo grupo, de los que estuvieron alrededor de cuarenta minutos esperando desde que el Hércules despegó la primera vez en la mañana. Los recién llegados toman un refresco y vuelven a plegar el paracaídas para la próxima tirada de esa mañana.

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Todo comienza en 1926 con Rafael Sandoval, el primer uruguayo en realizar un salto a 500 metros sobre Montevideo, según el Ejército que utiliza datos de la Aviación Civil Uruguaya. Pasan los años y de todo aquello hay baches de información. “Eso es un debe que tenemos”, admite Víctor Vas, protesorero de la Federación Uruguaya de Paracaidistas (FEDURUPA). Carecen de documentación que registre la historia del deporte en el país. Él realizó su primer salto en el ´88 y, aun así, lo anteceden al menos cuatro décadas de -difusa- actividad.

José Luis Correa podría ser un buen puntapié para reconstruir parte de la historia del paracaidismo. Cuenta que él, y otros cuatro compañeros, son de la “generación de veteranos” o la “última tanda”. Se refiere a aquellos que comenzaron a saltar en el año 1980. “Vengo de una familia paracaidista”, dice. Su padre fue Saturnino Correa, paracaidista e instructor, pero también fundador del Club Hubert Cheda por los años ´64 o ´65, un club que se nombra en honor a uno de los pioneros en la instrucción del paracaidismo civil.

Alejo Rodríguez y Hubert Cheda. Década del ´40. Ambos instructores y paracaidistas, ambos fallecidos en circunstancias relacionadas con la práctica aeronáutica. Rodríguez era piloto y tuvo un accidente de aviación. El caso de Cheda pasó a la historia, quizás por haber tenido carácter público.

En el año 1957 se realiza en la Playa Pocitos una exposición de paracaidismo. Aterrizan sobre el mar. Luego de una tirada exitosa, Cheda falleció ahogado tras un problema con la lancha que se acercaba a recogerlo. “De ellos emanan varios alumnos”, recuerda Correa, “aunque ninguno siguió”.

Saturnino Correa, su padre, perteneció a un grupo instruido por un argentino al que llamaban “Flaco” Carnales, en el Aeropuerto de Melilla. Correa funda el Club Hubert Cheda y, un compañero suyo, Claudio Píriz, funda la primera Asociación de Paracaidistas de Uruguay (APU, en ese entonces), que termina por disolverse un tiempo después.

“Así continuó el paracaidismo, sin que se cortara el hilo”, con Píriz y Correa (padre), que continúan la instrucción, cuenta Correa (hijo). Surgen nuevos clubes y algunas escuelas que se expanden también hacia el interior, como en Fray Bentos y Paysandú. “Esa es la matriz”, agrega. Luego, comienza a asentarse el paracaidismo deportivo en el Uruguay,

Ahora, José Luis Correa tiene 60 años. Continúa tirándose en paracaídas. Lleva 2800 saltos. 

La FEDURUPA retoma la personalidad jurídica en el 2016, luego de que se disolviera la primera agrupación. Es el organismo que hoy reúne a la mayoría de los paracaidistas y clubes del país. Son 80 miembros. Su protesorero, Víctor Vas, dice que no cree que haya algo más que cien paracaidistas en Uruguay. Solo tres de estos miembros son militares retirados, ninguno activo.

Sin embargo, en el Ejército hay aproximadamente 500 paracaidistas entre el personal militar en servicio. Y aunque hoy sean pocos los militares que practiquen el paracaidismo de forma ociosa, el origen de la especialidad dentro de las fuerzas armadas surge en 1971, según informa el Ejército. Sucedió cuando un grupo de militares que practicaban paracaidismo deportivo elevaron al mando la propuesta como una nueva capacidad de combate. Se creó el Batallón de Infantería No. 14 y en el ´76 se fundó el Centro de Instrucción de Paracaidismo Militar del Ejército, donde se lleva adelante la instrucción de paracaidismo militar.

El vínculo trascendió. A casi cien años de que un uruguayo diera el primer salto, la Fuerza Aérea cede su avión oficial para un evento de paracaidismo internacional en Punta del Este.

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En 2005 hubo un evento similar en Uruguay. También fue en Punta del Este. También se utilizó el Hércules. La diferencia es que en 2005 se llegaron a dar cursos y no fue excluyente la condición de “saber dispersar”. Victorica explica que esa capacidad, la de poder separarse en el aire, indica que un paracaidista puede hacer grandes formaciones. Es una manera de definir al paracaidista profesional. Un paracaidista con experiencia suficiente.

Más allá de las formaciones, hay distintos tipos de saltos. Cuenta Vas que Uruguay tiene varios premios en la categoría de salto de precisión. Él mismo era un aficionado de la precisión, que significa caer sobre un punto exacto. Bajo esa categoría, en 2018 la FEDURUPA presentó un grupo para una competencia latinoamericana en Brasil. Vas también menciona el freefly, el skysurf y el wingfly.

El más conocido, quizás por ser el atractivo del negocio, es el salto tándem. Es un salto en caída libre, con un solo paracaídas y dos personas unidas por un arnés. Por ahí se suele empezar.

Por ahí empezó Martina Victorica (19) y es la segunda vez que se tira. Mientras ayuda en la organización del evento cuenta que, desde chica, su padre Diego Victorica siempre la incentivó, aunque su madre no la dejara. “Se siente miedo. Te estás tirando de un avión, es normal”, dice. Pero nota que allí, en ese galpón del Aeropuerto de Punta del Este, se genera un ambiente de confianza. “Lo toman (los paracaidistas) como algo tan natural, que te hacen sentir a vos que es natural”, agrega.

“¿Y si no se abre? Es lo primero que te preguntan. Hay un mal concepto de que esto es peligroso”, dice Diego Victorica. “El sistema no falla, lo que falla son las personas”. Ese es un discurso que todos comparten.

Hace unos 25 años que Alejandro Montaña (55, Argentina) hace paracaidismo. En los 4100 saltos que lleva, tuvo un accidente en el cual se rompió algunos huesos. “Ese fue un descuido mío”, dice. “Los accidentes son en su mayoría a causa de errores humanos, por exceso de confianza”, agrega. Al momento de aterrizar, tras un salto exitoso, Montaña quedó lejos de donde quería descender. Intentó volver. Pasó muy bajo, cerca de unos árboles que no pudo evitar y terminó enganchado. “Caí como de ocho metros, pero todos errores míos”.

“La leyenda urbana de que el paracaídas no se va a abrir ya no pasa con los paracaídas modernos”, afirma Montaña. Una de las cosas que cambió es el propio paracaídas. Dejó de ser redondo y comenzó a usarse de forma rectangular para tener mejor conducción La estadística indica que la probabilidad de morir por un accidente en paracaídas es de uno cada cien mil, según el Centro Nacional de Estadísticas para la Salud en Estados Unidos.

“Es más probable que tengas un accidente de auto que un accidente en paracaídas”, dice Victorica. Es un argumento común entre los paracaidistas entrevistados. Según el último informe semestral de la Unidad Nacional de Seguridad Vial (Unasev) sobre la siniestralidad en el país, hubo 10.450 personas lesionadas y 221 fallecidos por accidentes de tránsito. A modo de comparación, la cifra de fallecidos se traduce a 6,5 cada cien mil. Y, aunque efectivamente haya más muertes a causa de siniestros, también es cierto que hay una mayor cantidad de gente que maneja en relación a los que practican paracaidismo.

Para Fernando Tchakerian (47), “dentro de los deportes extremos es el más seguro que hay”, por el sistema de paracaídas con apertura automática. “Acá, tenes plan b”.

Él pasa gran parte de la mañana doblando paracaídas, volviendo a enrollarlos para volverlos “mochila” otra vez. Y no solo el suyo, sino el de varios participantes. Hay paracaidistas que prefieren pagar un ticket para que los packers realicen esa labor. Otros prefieren hacerlo por su cuenta y asegurarse de que quede bien plegado.

Tchakerian lleva 25 años de experiencia en la disciplina y parece que sabe hacerlo bien. Es meticuloso, se toma su tiempo. En parte, de eso depende que la tirada sea segura. Plegar el paracaídas parece un verdadero rompecabezas. Implica estirar cuerdas, doblar el paracaídas en partes, quitar el aire de entre la tela por alrededor de veinte minutos. Todo eso, utilizando el cuerpo en distintas posiciones como ayuda durante el proceso. Un ejercicio en sí mismo.

“Mi vida se basa en el paracaidismo”, dice. Confiesa que pasa toda la semana esperando para saltar, que le genera ansiedad. “Es una adicción, necesitás de esa adrenalina”, que él mismo categoriza como “droga”.

Una droga cara.

En términos económicos, Víctor Vas compara el paracaidismo con el automovilismo o el motociclismo. Primero, está la licencia de paracaidista que otorga la DINACIA (Dirección Nacional de Aviación Civil e Infraestructura Aeronáutica) por 1500 pesos. Se renueva cada dos años. Segundo, está el equipo: paracaídas completo con sistema de abridor automático, ronda entre los siete mil y ocho mil dólares; el altímetro, doscientos dólares; el casco, doscientos cincuenta los más económicos; las antiparras, veinte. Tercero, pagar la tirada, que, según Vas, va de los 21 a los 35 dólares, dependiendo de la altura.

Tchakerian lo resume así: “vivo para esto, no de esto”. Son pocos los que se dedican exclusivamente al paracaidismo, salvo algunos centros, sobre todo en la zona del este, que ofrecen el salto tándem. Tchakerian, del club Sky Dive Uruguay, explica que fuera de temporada -en verano, cuando hay más saltos tándem- se intenta que haya saltos, comerciales o para el disfrute propio, al menos todos los fines de semana. “Somos pocos, no da para tener actividad de lunes a lunes”.

Para Vas, que instruye en Desafío Extremo, “el espíritu de la escuela no es lucrar, quiero que sea viable saltar en Uruguay”. Allí se cobra diez dólares por alquilar los equipos. En cuanto a FEDURUPA, Vas aspira a que en unos años pueda contar con su propio avión para poder saltar por su cuenta. Victorica, por su parte, espera que el evento en Punta del Este promueva la disciplina y aumente la actividad.

“Desde el punto de vista turístico el evento trajo muchos participantes del exterior, o sea turistas de muchos países”, dice Roque Baudean, director nacional de Turismo. Además, es beneficioso para Punta del Este siendo una actividad que le suma actividad al destino, que tanto nacionales como extranjeros pueden disfrutar, agregó.

“Sí se puede vivir de esto, pero no acá en Uruguay”,  dice Tchakerian, que se dedica a la informática.

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Es el segundo turno. El Hércules aterriza y se detiene a unos cincuenta metros del galpón. No se apaga, espera unos minutos para el próximo despegue. El segundo grupo de cien paracaidistas ya se enfila para subir. El gruñido del avión es estruendoso. Caminan hacia el Hércules. La fila se acorta mientras suben su rampa, como si la aeronave se los estuviera comiendo. A ellos les espera el salto que ya ha tenido el primer grupo, que se acerca de vuelta al galpón. Cargan con su paracaídas desarmado. Aparecen sonrisas y expresiones contentas a medida que se quitan los cascos y las antiparras.

“No sé explicar qué es lo que sentimos”, dice Tchakerian. No sabe con qué comparar. Esa es otra cosa que le pasa a todos.