Por The New York Times | Christine Hauser
LONDRES — Pedazo a pedazo, el santuario del COVID-19 nació en la cima de una colina en la pequeña ciudad de Bedworth en el centro de Inglaterra. Se suponía que el proceso era una metáfora de la vida del ser humano. Como los huesos que se fusionan con el tiempo, este crecía cada vez más conforme los creadores del túmulo unían intricadas piezas de madera formando una estructura esquelética que por fin se sostuvo sola, después de alcanzar 20 metros de altura.
Luego la quemaron.
Siempre ha habido monumentos para conmemorar la pérdida de vidas por sucesos calamitosos, como los miles de monumentos dedicados a las víctimas de la Primera y Segunda Guerras Mundiales, del 11 de Septiembre, el Holocausto.
Pero la pandemia del COVID-19, ya en su tercer año, ha presentado un reto único para las familias en duelo. No es un evento único, en un solo lugar. Mientras la cifra de más de 6 millones de muertos en todo el mundo sigue aumentando, las comunidades y las familias intentan seguir el ritmo, construyendo monumentos conmemorativos mientras la tragedia sigue desarrollándose y su final aún no está escrito.
Se están instalando monumentos nuevos. Los proyectos viejos se están expandiendo. Las fotografías y biografías de las víctimas del COVID-19 en Malasia y Sudáfrica se actualizan en línea. Los paisajes de pueblos y ciudades se transforman con el recuerdo, desde una estructura en Rajannapet, India con casi un metro de altura, hasta molinetes giratorios fijados a lo largo de un paseo en Sao Paulo, Brasil.
Hay nombres pintados en una pared a lo largo del río Támesis en Londres y en rocas dispuestas en forma de corazón en una granja en Nueva Jersey. Miles de banderas ondulantes se plantaron en la casa de gobierno del estado de Rhode Island y se ataron cintas a la cerca de una iglesia en Sudáfrica
“La gente se murió sola en los hospitales, o sus seres queridos no podían verlos ni tomarlos de la mano, así que tal vez algunos de estos monumentos tienen que ver con darles una mejor despedida”, opinó Erika Doss, profesora de la Universidad de Notre Dame que estudia cómo los estadounidenses usan los monumentos.
“De verdad tenemos que recordarlos, y necesitamos hacerlo ya. El COVID aún no se terminado. Estos son memoriales un poco peculiares porque se les van agregando nombres. Son un poco fluidos. Son atemporales”, afirmó Doss.
No es fácil para los constructores de estos monumentos plasmar la muerte. Es escurridiza y vasta, como el virus transmitido por el aire que se cobró vidas y dejó la interrogante de cómo realizar la manifestación física de un vacío que quedó.
Para los constructores del santuario de Bedworth, una antigua ciudad productora de carbón, la respuesta fue darle la espalda a su arte comunal de casi 1000 tallas de arcos, agujas y cornisas de pino y abedul, y reducirlo a cenizas durante el atardecer del 28 de mayo.
Según un organizador, lo que la ocasión ameritaba era un evento de catarsis y renacimiento, en el que la gente que había visto el santuario construido ahora podía regresar y ver su ausencia.
“Seguirá en sus mentes”, dijo Helen Marriage, una de las productoras del proyecto. “Sentirán el vacío, que es lo que uno siente con esta persona querida que murió”.
Muro de corazones
Más de un año después de haber empezado, en un muro a lo largo del río Támesis en Londres se siguen añadiendo nombres nuevos a los miles que ya se leen en corazones pintados.
Un paseo a lo largo de su tramo de casi un kilómetro muestra cómo la muerte destruyó generaciones y dejó pocos países sin tocar. El árabe, el portugués, el español y el urdu son algunos de los idiomas en los mensajes para “abuelo”, “mamá”, “papá”, “nana".
El tío Joshua. Mi hermano. Mi primer amigo.
Sus autores intentaban comprender la muerte. “Se hizo ángel demasiado pronto”, fue como algunos describieron el deceso de Sandra Otter el 30 de enero de 2021. “Sigue rocanroleando”, fue el mensaje para Pete el Grande.
El virus se cobró la vida de vecinos, comediantes y compañeros de juerga, y sus historias están narradas en la pared con plumón. Sanjay Wadhawan, médico, “dio su vida para salvar a otros”. A Cookie “aún la recordamos en la oficina postal”. A todos los taxistas de Londres: “QEPD”.
Algunos trataron de dar sentido a la pérdida. Angela Powell “no era solo un número”. Una persona escribió: “Esto fue un asesinato”, y otra dijo: “Les fallaron a todos”. Una mujer llamada Sonia se dirigió a Jemal Hussein: “Lamento que hayas muerto solo”.
Los fundadores del muro son ciudadanos y activistas que comenzaron a pintar los corazones vacíos el año pasado hacia el final de uno de los confinamientos en el Reino Unido para representar a las más de 150.000 personas en el país que en sus certificados de defunción tenían la palabra “COVID-19”.
Al poco tiempo, había infinidad de nombres en los corazones.
“No tenemos control sobre eso”, comentó Fran Hall, una voluntaria que con frecuencia pinta corazones nuevos y borra algún grafiti grosero que hayan escrito.
“A veces pasa que estamos pintando en una sección y la gente añade corazones más adelante”, afirmó. “Sigue pasando. Es muy orgánico”.
Dolor compartido
Dacia Viejo-Rose, que en la Universidad de Cambridge investiga el uso que la sociedad hace de los monumentos conmemorativos, dijo que hacer público el duelo por el COVID-19 fue contundente porque muchos sufrieron de forma aislada.
“Se convirtió en un tema tan importante para las estadísticas de las personas que murieron, que perdimos de vista el sufrimiento individual”, dijo. “Perdimos la pista de las historias individuales”.
Las personas en duelo a menudo buscan consuelo en un monumento conmemorativo que no está relacionado, dijo. Listones blancos
También se encontró un espacio para el recuerdo en una valla de la iglesia presbiteriana de St. James en Bedfordview, Sudáfrica, un suburbio a las afueras de Johannesburgo. A principios de 2020, los cuidadores sanitarios empezaron a atar en la valla listones blancos en honor a las personas que murieron a causa del COVID-19.
Para el 25 de junio de 2020, unos tres meses después de que el COVID-19 fuera declarado una pandemia, ataron el listón número 2205. Para diciembre, había 23.827.
En enero de 2021, el mes con mayor promedio de muertes en Sudáfrica, la iglesia dijo que ataría un lazo por cada 10 personas fallecidas.
Más de 102.000 personas han muerto a causa del COVID-19 en Sudáfrica, aunque el ritmo ha disminuido, según las últimas cifras. A principios de julio, la valla tenía 46.200 listones atados, dijo el reverendo Gavin Lock.
Las familias “sufrieron un enorme trauma al no poder visitar a sus seres queridos en el hospital, ni ver a los fallecidos, y en algunos casos no pudieron realizar los ritos habituales”, comentó.
Banderas blancas
En Washington D. C., se plantaron más de 700.000 banderas blancas en 8 hectáreas de terreno federal, una por cada persona fallecida a causa del COVID. Desde el 17 de septiembre hasta el 3 de octubre de 2021, los dolientes deambularon por el campo cubierto de hojas, escribiendo mensajes y nombres en las banderas.
“Te extraño todos los días, bebé”, una mujer susurró cuando plantó una bandera, en un momento captado en un documental que The New York Times publicó.
El 12 de mayo de este año, cuando el número de muertos en Estados Unidos alcanzó el millón, el presidente Joe Biden ordenó que las banderas ondearan a media asta durante cuatro días en la Casa Blanca y en zonas públicas.
Las banderas blancas siguen izándose.
Suzanne Brennan Firstenberg, la artista responsable de la instalación “In America: Remember”, dijo que se estaba planeando un monumento con nuevas banderas para Nuevo México en octubre. En junio, se plantaron miles de ellas en el césped de la casa de gobierno de Providence, Rhode Island, para conmemorar a las 3000 personas que murieron en el estado a causa del COVID-19.
“Lo que estamos viendo es este impulso para manejarlo a nivel estatal y local, porque nadie ve que se esté haciendo a nivel nacional”, señaló Firstenberg.
“El avión sigue estrellándose”, dijo. “Y es muy hiriente para las familias que no se reconozca de alguna manera que el dolor sigue ahí”. Una exposición de arte cubre el National Mall con más de 700.000 banderas blancas, cada una de las cuales representa a una persona fallecida por el COVID-19, en Washington, el 16 de septiembre de 2021. (Kenny Holston/The New York Times).