Mónica y su esposo, Gerardo, llevan veintisiete años juntos y diecisiete de casados. Siempre vivieron en la misma casa de Jacinto Vera: la fueron agrandando hacia arriba a medida que fue creciendo la familia. La primera en llegar fue Julieta hace catorce años, después de un embarazo que les costó mucho lograr y que terminó siendo de riesgo.
En aquel entonces, surgieron dificultades físicas y biológicas que no tenían previstas. Algo parecido pasó años después, cuando quisieron volver a agrandar la familia y el médico les presentó varios tratamientos. “Yo le dije que no quería, que no estaba dispuesta a pasar por eso, que prefería ir por otro lado. Y directamente empezamos a buscar el camino de la adopción”, dice Mónica.
Buscar el camino de la adopción fue, para Mónica y su esposo, volver a una idea que manejaban incluso antes de casarse. “Antes de empezar a buscar tener una familia, ya habíamos hablado de la posibilidad de adoptar, más allá de si podíamos o no tener hijos biológicos’”, dice Mónica, y recuerda que Julieta estaba desesperada por tener un hermano.
—No podíamos decirle de entrada porque esto iba a demorar; de hecho, demoró cuatro años y medio. Entonces, íbamos haciendo cosas que tenían que ver con la adopción. Por ejemplo, adoptamos un gato: nos dieron documentación y armamos un compromiso de que nos íbamos a hacer cargo de él durante toda su vida. Hicimos toda esa ceremonia con ella, y ella lo pudo ver.
En una charla informal o en quienes recién empiezan a informarse, puede que perdure una visión adultocéntrica que considera a la adopción como un camino alternativo para ayudar a ser padres a aquellos que no pueden serlo por la vía biológica. La adopción, de esa forma, parecería ser un camino para satisfacer el deseo adulto. Sin embargo, los tratados internacionales y el Código de la Niñez y la Adolescencia (CNA) de Uruguay plantean el escenario desde otra óptica: desde el derecho del niño o adolescente a vivir en una familia.
“La vida familiar es el ámbito adecuado para el mejor logro de la protección integral”, dice el CNA en su Artículo 12, y se extiende: “Todo niño y adolescente tiene derecho a vivir y a crecer junto a su familia y a no ser separado de ella por razones económicas. Sólo puede ser separado de su familia cuando, en su interés superior y en el curso de un debido proceso, las autoridades determinen otra relación personal sustitutiva”.
Por esa razón, tal como plantea el Artículo 143 también del CNA, “la adopción sólo se otorgará por justos motivos y existiendo conveniencia para el niño, niña o adolescente”. Es un instituto de excepción, que prioriza el derecho del menor a vivir en una familia, considerada por la Constitución como “la base de nuestra sociedad”.
No es, por lo tanto, un beneficio para quienes quieren ser padres. Pero sí un compromiso para toda la vida. Y como muchos compromisos, surge de una decisión.
Cada historia es propia e intransferible. Por eso, la historia de Patricio es distinta a la de Mónica. Tiene 37 años y es técnico prevencionista. Vive en Santa Lucía, Canelones, y llegó al camino de la adopción monoparental a raíz de un proceso de autodescubrimiento: sintió que podía ser útil y funcional para alguien más.
“Hace un rato repasaba la carta que te hacen escribir cuando te presentás en el INAU sobre qué te motiva a iniciar el proceso. Y yo hablaba de un tema que no era menor en su momento: no estaba dispuesto a traer un niño al mundo para, de alguna forma, arrastrarlo a lo que yo había vivido en base a lo que es discriminación, homofobia y demás. Eso claramente está acompañado de un proceso en el que uno puede decir: ‘Bueno, cuando uno se acepta y llega a buen puerto con uno mismo, puede ver que puede cambiar ese camino’”, recuerda Patricio, y agrega que su decisión también estuvo acompañada por los cambios normativos, como la posibilidad de la adopción monoparental, que posibilitaron su intención.
Además de recalcar la importancia de su madre, con quien vive y de quien recibe apoyo incondicional en el día a día, y cómo lo han acompañado sus hermanas y su padre, Patricio hace especial hincapié en cómo la gente tiende a “glorificar” a los padres varones solteros, y considera que eso no debería ser así.
“Tiene que ver con una idea equivocada sobre los roles de cuidados. A los papás que somos varones y solteros nos glorifican, nos ponen allá arriba, como ‘qué sorpresa, pero qué maravilloso que un hombre cumpla un rol de paternar de forma funcional’. Pero las mamás solteras hacen lo mismo y no las vemos desde ese lugar”, dice.
La historia de Aurora y Gabriel comienza un poco antes. Se conocieron cuando tenían 25 años. Pero en ese momento no hubo atracción y, en sus propias palabras, “no se dieron bolilla”. Años después, la vida volvió a cruzarlos.
Empezaron a salir el 27 de junio de 1995. Se fueron a vivir juntos el 13 de septiembre de ese año y se casaron el 31 de octubre, también de 1995. El deseo de agrandar la familia los encontró cuando ya tenían 36 años, así que, dice Aurora, venían medio apurados.
“Antes de decidir casarnos ya habíamos hablado del tema de los niños, de que nos gustaban y eso. Yo le dije que a mí me gustaría tener dos, pero que no me iba a dar el cuerpo, que podíamos tener uno y luego ver. Y Gabriel me dice: ‘Hay tantos niños sin padres. Yo conocí niños en situaciones muy complejas. Nosotros podríamos adoptar’. Bueno, no sé si usamos la palabra ‘adoptar’, porque en ese momento no era muy conocido el tema. Adoptar era un secreto de Estado y te decían que tenías que andar en secreto por el qué dirán”, recuerda Aurora.
Durante el primer año de casados, no lograron quedar embarazados. Fueron al médico y comenzaron a hacerse una ronda de estudios para buscar el porqué. Siguieron intentando varios años. Y abandonaron la búsqueda en 2003, cuando el proceso ya se les había vuelto tortuoso. “Pero ya para ese entonces teníamos el proyecto de un hijo biológico y un hijo por adopción”, dice Aurora, y cuenta que su primera entrevista en el INAU fue en el 2000.
Quién adopta y quiénes son los adoptados
Hoy por hoy, más de 400 niños están en condiciones de ser adoptados, dice Pablo Abdala, presidente del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU). Y 195 familias están ingresadas en el Registro Único de Aspirantes (RUA). Para unir ambas situaciones existe un camino. Un proceso. Es el INAU el que media esa situación en búsqueda de la familia que mejor se adapte a las necesidades del niño.
“La familia que pretende adoptar debe dar sobradas muestras de que está preparada para la adopción. De que tenés una preparación. De que tenés una amplitud de criterio para entender las situaciones. Para entrar en el RUA, el INAU hace determinadas charlas de capacitación, donde van preparando al postulante o a los postulantes en el concepto de adopción como solución a un niño que no puede tener familia, y no a una familia que no puede tener niños”, dice Rodolfo Ferreira, abogado y profesor de Derecho, involucrado, en promedio, en veinte de cada cien adopciones que se dan al año en Uruguay.
El CNA establece que es el INAU el organismo encargado de “proponer, ejecutar y fiscalizar la política a seguir en materia de adopciones”. Y agrega, en el Artículo 134, que “se deberá proveer a los niños, niñas o adolescentes hogares adecuados a su desarrollo, sea dentro de su familia -nuclear o ampliada- o en otros hogares familiares de acogida o familias con fines de adopción, seleccionadas por el equipo técnico especializado del INAU cuando estén dadas las condiciones para su adoptabilidad”.
¿Cómo un niño, niña o adolescente llega a estar en condición de adoptabilidad? Las razones pueden ser varias. A nivel normativo, el Artículo 133-2 establece que podrá procederse a la integración familiar de un niño cuando el juez entienda que se produjo la “ruptura o grave deterioro” de los vínculos afectivos con sus progenitores y otros miembros de la familia de origen que “eventualmente hubieran podido encargarse de su cuidado”. Otras razones tienen que ver con que esté expuesta la salud física, emocional, mental o espiritual o la vulneración de los derechos del menor.
No obstante, la normativa coloca como prioridad que el niño pueda seguir estando en su familia biológica. Por eso, el INAU trabaja para evaluar la situación y agotar las posibilidades de vinculación en el ámbito biológico. “El interés superior del niño es el norte de todas las políticas de infancia y adolescencia de INAU”, dice Abdala.
Es el Artículo 36, entonces, el que deja claro que adoptar es una forma de restablecerle a un menor su derecho a vivir en familia y no un camino para satisfacer un deseo adulto: “Cualquier interesado puede solicitar la tenencia de un niño, niña o adolescente siempre que ello tenga como finalidad el interés superior de éste”. Esos interesados, según establece el Artículo 140, deben tener al menos veinticinco años de edad, y quince años más que el niño, niña o adolescente a adoptar.
Del “bebé Johnson” al hijo real
Mónica y su esposo tuvieron la entrevista inicial en el INAU en el 2014, y en diciembre de ese año entregaron la documentación necesaria. “La gente piensa que te piden plumas de unicornio, pero no. Nos pidieron cosas como recibos de sueldo, constancia de domicilio, y como estábamos casados nos pidieron la libreta, pero no entrás primero por esas cosas, y eso es algo que la gente lo piensa”, dice Mónica.
En la web del INAU, el listado de documentos a presentar para la inscripción incluye: Partida de Nacimiento de lo/as solicitantes; Partida de Nacimiento de hijo/as de lo/as solicitantes, menores de edad a cargo; certificado de antecedentes judiciales; foto actualizada de lo/as solicitantes (en caso de tener hijo/as también de ello/as); constancia de ingresos actualizada; relato construido por quien solicita el trámite con motivación para la adopción; entre otros.
Toda esa documentación se presenta luego de la entrevista inicial, en la que se informa a grandes rasgos cómo será el proceso, a qué tipo de historias se pueden enfrentar y los requisitos que deberán cumplir en el camino. Desde ese momento, comienza una etapa de capacitación, sensibilización e información.
Para eso, los potenciales aspirantes deben asistir a un ciclo de charlas y talleres a cargo del equipo técnico del INAU, que se ocupa de asesorar a los interesados en adoptar y de analizar los motivos de su solicitud, además de evaluar las condiciones de salud, psíquicas, sociales y jurídicas de los potenciales aspirantes y las posibilidades de convivencia.
“Una familia adoptante tiene que pasar por un proceso, no es ir a la feria y elegir el más lindo”, dice Ferreira, y agrega: “Cuando tenés la conversación inicial con tu familia, lo que surge es lo que yo le llamo ‘el bebé Johnson’: que tenga los ojos así, el pelo de esta forma, y que tenga cero años. Porque parece que si tiene cero años no va a estar contaminado por su historia pasada. Y va a estar con sus sentimientos sanitos. Pero cuando terminás las charlas de capacitación en el INAU, si te dicen que tu hijo tiene quince años y viene a vivir con la novia y se afeita solo, te lo traés igual. Logran sacarte de la cabeza el ‘bebé Johnson’”.
Por eso, durante ese proceso, no solo se explican cosas o se evalúan posibles escenarios, también se interpela y se apuesta a que cada encuentro sea catalizador de debates internos y externos. “Cada vez que vas a los talleres de preparación, te venís con ochenta mil preguntas: ¿podré con esto? ¿y si me pasa aquello? Y en INAU te ayudan a pensar en esas situaciones y a elaborarlas”, dice Mónica, y agrega que para ella es razonable que ese proceso se dé en un tiempo no menor a dos años, para tener la capacidad de “procesar todo ese movimiento interno”.
Patricio, por ejemplo, se inscribió en el INAU en diciembre de 2015: “Cuando uno ingresa en INAU, es ignorante realmente, ignora mucho el tema, al menos en mi caso. Desconoce el bagaje de todas las realidades que hay y maneja muchísimos falsos mitos que hay sobre el tema. Desde ahí, entiendo que el proceso de evaluación y preparación es realmente necesario, muy importante, porque es donde uno adquiere las herramientas para ser funcional”, dice Patricio.
—Uno tiene un concepto de la adopción que es muy romántico, y muy vago, como de cuento. Y eso también está relacionado con todo lo cultural, de que se vincula la adopción con un acto de caridad. Me pasa mucho hasta el día de hoy que me dicen: ‘¡Ay, Patricio, cómo le devolviste la vida a esa niña!’. Y yo siempre respondo lo mismo: ‘No, cómo me la devolvió ella a mí’.
Parte de lo que se trabaja en los talleres tiene que ver con qué tipo de familia se desea formar. En ese proceso, los aspirantes deben indicar aquellas cosas que consideran no están aptos para encarar como potenciales padres.
Cuando fue el turno de Aurora y su esposo, manifestaron que preferían un niño de entre cero y tres años porque les daba “un poquito de miedo los niños más grandes”. Hoy, con todo lo aprendido en el camino, dice ella que aquello fue una tontería y un prejuicio. Sin embargo, en esa instancia sí hubo una decisión tajante. “Les dije que lo que yo no podía era con un niño con HIV, porque recientemente, hacía unos ocho años, había perdido a un amigo por HIV, y recién se conocía el tema. No tenía miedo al contagio, pero sí tenía miedo a la inminencia de que se muriera”, dice Aurora, que se vinculó a la Asociación de Padres Adoptantes del Uruguay (APAU) en 2004 hasta paulatinamente ir posicionándose como referente.
Una vez cumplidos los talleres, se llega a una evaluación que determina si la persona o la pareja están aptas para integrar el Registro Único de Aspirantes, que está ordenado cronológicamente según fecha de solicitud. Una vez en el RUA, los aspirantes pasan a otra etapa de capacitación, en la que los preparan para el momento de la integración: cuando el niño, niña o adolescente llega a su hogar y comienza a formar parte de la familia.
Desde que Mónica y Gerardo tuvieron la entrevista inicial y conocieron la historia de Sebastián, pasaron cuatro años y medio.
Desde que Patricio tuvo la entrevista inicial y conoció la historia de Ariana, pasaron cuatro años y unos meses.
Desde que Aurora y Gabriel tuvieron la entrevista inicial y conocieron la historia de Regina, pasaron tres años y medio.
Los cambios que trajo la LUC
En su discurso del 2 de marzo de 2022, el presidente de la República, Luis Lacalle Pou, dijo: “Quiero compartir un dato que para mí es trascendente y habla de la trascendencia que tiene la aceleración de los procesos: este año se realizaron 125 adopciones. Es el mejor dato desde que se lleva registro”.
La aceleración de los procesos de la que hablaba Lacalle Pou está relacionada con la motivación que tuvo la coalición de Gobierno para incluir el tema de la adopción en la Ley de Urgente Consideración (LUC). “Tenemos el convencimiento de que el factor tiempo es tan necesario como el de las garantías. Por eso, era necesario establecer ajustes que permitieran una mayor eficiencia en los procesos, sin que ello implicara un sacrificio de las garantías indispensables para tomar decisiones acertadas”, dice Abdala.
En ese sentido, la LUC propuso cuatro artículos relacionados a la adopción. Y el referéndum del 27 de marzo pondrá a consideración de la ciudadanía dos de ellos. En el siguiente cuadro, se puede ver el detalle de cada uno de los artículos:
Los artículos bajo la lupa son el Artículo 403 y el Artículo 404.
Pablo Abdala:
“Creo que es una modificación saludable, necesaria, más garantista. Los jueces ya tomaban decisiones de este tenor con anterioridad a la LUC. ¿Por qué es más garantista? Porque lo que ahora vinieron a hacer estos dos artículos de la LUC fue darle expresión legal a eso que los jueces en la práctica ya resolvían. Establecer límites, porque ahora esos artículos le dicen al juez que eso que ya hacían pueden hacerlo siempre que haya una tenencia lícita, siempre que el niño esté plenamente integrado, siempre que haya lazos de tal envergadura. Y siempre que se haga por resolución fundada y con informe técnico, tanto del INAU o de los equipos especializados de la Justicia, o del Instituto Técnico Forense. En 2021, de los 125 casos de niños institucionalizados que salieron en adopción, 19 de esas situaciones tienen que ver con la aplicación directa de estos artículos”.
APAU (Aurora Reolón):
“El proceso de adopción no cambió, sigue siendo el mismo. Lo que se plantea ahora es que en circunstancias especiales y excepcionales, cuando un niño generó un vínculo de tal entidad que separarlo de esa familia le provocara daño, si esa familia se presenta y pide la tenencia del niño, y el vínculo se dio de forma lícita, el juez puede laudar una adopción aunque esa familia no haya pasado por el proceso del INAU. Pero el juez hace la parte legal, el que determina a qué familia debe ir tiene que ser el INAU, que es quien prepara familias para eso y hace el seguimiento del niño. En este caso, la ley hace que se pase por encima del derecho del niño. No hay garantías para el niño ni de que esos padres le cuenten que es hijo por adopción desde chiquito. El expediente va a quedar en el INAU. Pero hasta que ese niño sea grande y empiece a sospechar y pueda ir al INAU, él va a crecer como si fuera hijo biológico de esa familia si sus papás no le dicen. Imaginate alguien que no hizo talleres, y que considera que él no le va a contar nada a su hijo sobre su pasado porque cree que a ese niño lo abandonaron porque no lo querían, ¿cómo repercute eso en el niño? Hay una concepción de que los niños sufren si vos les contás su historia, pero ocultársela no es el camino. El camino es preparar a la familia”
¿Amor a primera vista?
Mónica y Gerardo recibieron la llamada tan esperada a los cuatro años y medio de haber empezado el proceso. “Nos llamaron y nos dijeron: ‘Tenemos una historia para ustedes. Vengan y se las contamos’”.
Durante casi dos horas, les leyeron un expediente que hablaba de la parte médica y judicial; sobre qué pasó, por qué ese niño llegó a donde llegó; si tiene ratificada la condición de adoptabilidad. No les mostraron fotos ni les dijeron el nombre, con el objetivo de preservar la identidad del menor. Pero sí les dijeron que lo pensaran y luego les dieran una respuesta. Cuando salieron, tenían el corazón a mil por hora y se dieron cuenta de que habían retenido la mitad de todo lo que les habían dicho. Sin embargo, se miraron y los dos se dijeron lo mismo en voz alta: “Sí”.
A la semana siguiente de esa llamada, comenzaron el proceso de conocer a Sebastián. Tenía tres años recién cumplidos y vivía en un hogar de amparo de 24 horas del INAU. Días antes de la primera visita, la gente del hogar le había mostrado fotos de Mónica y Gerardo, de Julieta, de cómo iba a ser su casa, su cuarto, y hasta del gato. “Yo ensayé todo el fin de semana que no lo podía agarrar a upa como loca, apretarlo, todas esas cosas. ¿Y qué pasó? Lo agarré a upa, lo apreté, todo lo que dije que no iba a hacer. Y él se dejó. Estuvo como media hora a upa. Y ahí empezamos a jugar en una sala de juegos”, recuerda Mónica. Así se fue dando un proceso paulatino, de pasar más ratos juntos y de conocerse.
A los pocos días, Sebastián estaba viviendo con ellos. Y comenzó lentamente a vincularse con cada uno: primero, con Julieta; después, con Gerardo; y finalmente, con Mónica. Con el paso de las semanas, se abrieron a otros círculos, como el resto de la familia, los vecinos o el centro educativo. Y ahí aparecieron otros desafíos. “Durante un año estuvo preguntándome siempre si íbamos a volver a casa. Íbamos al súper y me decía: ‘¿Volvemos, no?’. Íbamos de vacaciones, y me decía: ‘¿Volvemos, no?’. Y mi respuesta siempre era que sí, que volvemos. También pasaba que si íbamos a una oficina, algo que él no conocía, ya lo notabas extraño y nervioso. Entonces yo le explicaba: ‘Acá lo que vamos a hacer es llevar unos papeles tuyos porque hay que llevarlos al doctor. Levantamos los papeles, se los damos al doctor y nos vamos. ¿Entendiste?’. Y él me decía: ‘Ah, bueno’. Todo había que explicarle, dejarlo claro que no se estaba cocinando nada que él no sepa. Esas son las peculiaridades de esta maternidad”, dice Mónica.
Patricio recibió la esperada llamada a los cuatro años y pocos meses de aquella primera entrevista inicial. “Es muy movilizador. Uno ya va preparado para muchas situaciones, porque la dupla de integración te va preparando, te dice que te visualices con tal temática o tal situación, que pienses cómo responderías frente a tal problemática. Uno va haciendo el ejercicio constante y eso ayuda mucho a ponerse en piel”, dice Patricio, y agrega: “Me leyeron su historia y no dudé ni un segundo”.
Ya con algunos datos sobre Ariana, empezó a preparar el cuarto para que, cuando llegase, sintiese que en esa casa la estaban esperando. “Me habían dicho que capaz estaba bueno que algunas cosas las compráramos en conjunto, pero a mí me parecía horrible que ella llegara y viera un cuarto vacío”, dice. En ese momento, Ariana tenía tres años y estaba con una cuidadora desde hacía casi un año, en el interior del país, a unas ocho horas de viaje en ómnibus.
—Uno tiene la idea de que va a ser un momento mágico de encuentro, que te vas a fundir en un abrazo hermoso. Pero no. Vos sos un extraño. Entonces es espantoso. Mi nena estaba con los sistemas antiguos de cuidadoras, y su cuidadora era su referente de afecto, hasta le decía “mamá”. Ese primer encuentro fue en un centro del INAU. Ella entró llorando. La situación fue muy nerviosa en general. La cuidadora también estaba muy nerviosa porque era la primera niña que se le iba. Pero Ari lloraba de forma desconsolada, así que la cuidadora la agarró, se fueron e intentó calmarla.
—¿Y cómo encaraste esa situación?
—En la tarde nos encontramos con ella y la cuidadora en una placita. Y así fuimos teniendo encuentros paulatinos y progresivos durante una semana. Nos recorrimos toda la ciudad, yendo a parques, zoológico, para ir ganando terreno de cierta forma. Ni siquiera hablamos de un tema de roles en el arranque. Ella me decía Patricio, y yo tampoco fui y le decía “hola, soy tu papá, quereme”. Todo eso fue surgiendo con el tiempo. En ese proceso, uno tiene que sacar de debajo de la manga todos los malabares que se te ocurran para conquistar el momento. Y para eso es clave la preparación de INAU, de saber cómo encarar las cosas. Sabíamos que nos embarcábamos en algo que era sin retorno. Entonces había que empezar a trabajar en seguridad, en afecto, en todas las cosas que son necesarias. Se dieron varios momentos complejos, y durante un tiempo largo, pero hoy es un éxito rotundo, después de un trabajo de todos los días.
A Ariana le encanta bailar y cantar. Y es una niña muy agradecida; a tal punto, por ejemplo, que le agradece a Patricio hasta por haber comprado leche. Pero para llegar a conectarse y entenderse, tuvieron que transitar un camino conjunto, que los consolidó, en palabras de Patricio, como un equipo. “Las noches de los primeros meses fueron horribles, ella solo se dormía vencida por el cansancio, llorando. Pero la primera vez que me regaló el sueño, que se durmió tranquila, fue una sensación maravillosa y de sentir que estábamos haciendo las cosas bien”, recuerda Patricio.
Hoy por hoy, Patricio y Ariana son cómplices. Y un verdadero equipo. “Ella es una niña feliz. Salta, baila, juega, canta. Es libre. Es una niña libre y está muy bueno que ella siente de esa forma la libertad. Ella no siente ‘si me mando una cagada, de esta casa me voy’, dice Patricio.
Aurora y Gabriel conocieron a Regina en abril de 2004, cuando ella tenía doce días de nacida. “Fue un caso muy excepcional. En aquella época se daba un poco más, ahora menos. Son niños que ya tienen hermanos que pasaron a adopción y ya es clara la situación de la familia de origen porque ya la estudiaron. O es muy notoria la situación. O la madre delegó la maternidad. En el caso de Regi, sus tres hermanos ya habían pasado en adopción. Entonces era clara la situación y la juez indicó inmediatamente la adoptabilidad”, dice Aurora.
—Después de que nos llamaron, salimos como locos. Nos contaron la historia, dijimos que sí, y nos fuimos al Pereira Rossell. Entramos y estaba durmiendo boca abajo, con la cabecita mirando para el lado contrario al nuestro. Yo que hablo hasta por las orejas, llegué al lado de la cunita y le dije: “Hola, amor, mamá y papá te vinieron a buscar”. Y ella giró la cabecita y se nos quedó mirando.
De a poco, Regina fue creciendo. Y Aurora y Gabriel crecieron con ella. Lo desafiante no fueron los pañales ni las memas, dice Aurora, sino otras cosas, como un proceso interno que se activó en ella en relación a su autocuidado: “Yo tenía miedo de enfermarme o que me pasara algo y que la niña se quedara sin alguien que la cuidara”.
En cualquiera de los tres casos, el camino fue de aprendizajes. De Sebastián, Mónica y Gerardo aprendieron a “vivir la vida a mil, a disfrutar todo a full, apasionarse y aprender de todo”. De Ariana, Patricio aprendió a ver la vida desde otra perspectiva y “no hacerse mala sangre por cosas insignificantes”. Y de Regina, Aurora y Gabriel aprendieron sobre el amor y los encuentros: “Adoptar es un acto de amor y de encuentro entre una familia y un niño. Una vez Regi me dijo algo así como que era una ‘pobre niña’. Y yo le dije: ‘¿Pobre? Pobres son los niños que no tienen quien los ame, aunque tengan a sus padres biológicos: si no tiene un padre y una madre que lo ame, que lo cuide y lo respete, ese sí es un pobre niño. El que tiene alguien que lo ama no es un pobre niño, y no importa si esa persona lo gestó o no’. Hay que revalorizar lo vincular por encima de lo biológico. Y cuando tu hijo entiende eso, se sobrevalora el tema de la biología”, dice Aurora.
Eso, sin embargo, no quiere decir negar su historia. Por el contrario. “Que el niño haya sido adoptado no implica que vos pasaste una goma de borrar por todo su pasado. Solo él y nada más que él tienen el derecho a indagar sobre su pasado cuando tengan la edad correspondiente, y el Estado y los padres adoptantes tienen la obligación de preservar su historia”, dice el abogado Ferreira.
Un pasado que también es presente y futuro
Los Artículos 160 y 160-1 del CNA establecen que “todo adoptado tiene derecho a conocer su condición de tal, a la más temprana edad, dentro de lo que sea aconsejado a los padres según el caso concreto”. En ese sentido, además, tendrá derecho a partir de los quince años a acceder a los datos del Registro General de Adopciones con su historia personal y la de su familia de origen. Y a partir de los 18 años podrá solicitar su expediente judicial.
Por eso, los talleres del INAU y los encuentros de la Asociación Uruguaya de Padres Adoptantes insisten en formar a los padres para guiarlos en el camino de validación de la historia de sus hijos y darles las herramientas para acompañarlos a ellos en el mismo camino.
“Aunque no haya contacto, la familia biológica está, existe. Y hay que darle lugar”, dice Mónica, y agrega: “Lo que uno diga, cómo lo diga, con las palabras que lo diga, hay que ser cuidadosos. Puedo ayudarlo a curar eso o ayudarlo a que la odie. Y si lo ayudo a que la odie, lo estoy destrozando a él, no a ella. Ella no está, pero en el corazón de él sí. Quiero que él la recuerde bien, de la mejor manera posible”.
—¿Qué preguntas te ha hecho?
—Una vez nos dijo: “¿Por qué el gato no vive con mamá gato y papá gato?”. Y claro que estaba hablando de él. Le dije: “Pasa que mamá gato y papá gato no lo pudieron cuidar, entonces Rayo vivió en hogar para gatos, hasta que un día le consiguieron una familia para siempre”. “Ay, como yo”, dijo él. Y yo le dije: “Sí, y un día lo fuimos a conocer, y nos preguntaron si queríamos ser familia de Rayo para siempre. Y dijimos: ‘¡Obvio que queremos!’. Y ahí vino. Y al principio Rayo nos miraba de lejos. Tenía un poco de miedo, me parece. Y después nos conoció y nos terminó queriendo”. Y Seba me decía a todo que sí. Hasta que me dijo: “Yo quiero conocer a los padres de Rayo”. Entonces le dije: “Bueno, cuando seas más grande, como Juli, vos me decís y yo te voy a acompañar y los vamos a conocer. Si se puede, y conseguimos saber dónde están, yo te los voy a mostrar”.
En el caso de Patricio y Ariana, todo empezó con una foto. “Me había traído de la casa de la cuidadora algunas fotos. Y había una de su mamá. Un día le dije que tenía pensado hacer un álbum, y le propuse ir armando algo con su historia. Las miramos juntos. Y cuando llega la foto de la mamá, me dice ‘ella es tal’, y me dice el nombre de pila, no me dice ‘es mi mamá’. Yo no dije nada y seguimos mirando las fotos. Al otro día, me dijo que quería ver la foto de ‘tal’. La vimos. Y cuando mira la foto, se ríe, como que le generaba una sensación linda. Y yo le empecé a preguntar quién era y qué era ella suyo. Y ahí me dijo: ‘Es mi mamá’. Y yo le dije: ‘Es hermosa tu mamá’. Y a ella le dio una emoción enorme: me abrazó y me dio un beso como diciendo ‘gracias por aceptarla’. Eso ya la habilitó para que hablara de su mamá y entendió que no tenía que elegir, que todos somos su vida y somos parte de todo”, cuenta Patricio.
Con Aurora y Regina se dio, entre otras cosas, a través de un juego: Regina le propuso a Aurora jugar a que la adoptaba. “Una de las formas era que ella se ponía al lado de una planta, y me decía que yo la encontraba en un jardín y me la llevaba. Y ahí yo le decía que no era así nomás, que yo la llevaba a mi casa, le daba de comer algo rico, pero que después llamábamos al INAU. ‘¿Por qué?’, me preguntaba ella. Y yo le decía que porque no me podía quedar con ella como si fuera un perro que había encontrado, que tenía que llamar al INAU y seguir pasos. Juegos como ese se fueron dando hasta los nueve o diez años. Ella tenía como necesario ese ritual de encuentro, de reeditar y reafirmarlo. Ese juego la ayudaba a revalorizar ese encuentro y sentirlo más firme”, dice Aurora.
El camino que queda por recorrer
“Un desafío importante está en la frontera con el Poder Judicial: los dos tenemos que seguir mejorando e interactuando de forma que las declaraciones de adoptabilidad puedan tomarse con mayor eficiencia, o dentro de los plazos, porque hay plazos, plazos de 45 o de 90 días, según los casos, que en los hechos se superan y largamente”, dice Abdala.
Aurora, por su parte, coincide con Abdala en que los jueces tienen grandes pilas de expedientes para tratar y que eso se transforma en un obstáculo. “La Justicia trabaja todo lo que tiene que ver con la familia: niños en situación de calle, problemas sociales, violencia familiar. En esa cantidad de expedientes, ponele treinta, hay diez niños que están en custodia mientras se resuelve su situación; el resto son niños en situación de calle, niños golpeados, etc. ¿Cuál va a tomar primero el juez? ¿Al niño que está cuidado y fuera de peligro en una Familia Amiga? No, agarra los otros primero, porque les tiene que dar prioridad. Por eso tenemos que aumentar la cantidad de jueces”, dice Aurora.
El abogado Ferreira también considera que hay que mejorar los procesos, pero desde otro ángulo: “Por ejemplo, cuando tenés que encarar los dos juicios luego de integrar, hay que pagarle un defensor de oficio a la familia biológica y otro al niño. ¿Por qué se carga a la familia adoptante con ese costo bastante oneroso? ¿Por qué no se exonera de timbres a la adopción, que paga tributación completa?”, plantea.
Con desafíos todavía por delante, la adopción en Uruguay contiene cientos de historias como la de Aurora, Mónica y Patricio; como la de Regina, Sebastián y Ariana. Y conocerlas y hablar sobre ellas es una forma de desterrar los mitos que existen en torno al proceso.
“Yo tengo que reivindicar hasta el último día de mi vida la adopción porque es el camino por el que me encontré con mi hija. Y creo que mi hija tiene el derecho de sentir que el camino por el que llegó a nuestra vida es un camino limpio, y es un camino del que se tiene que sentir orgullosa”, concluye Aurora.