Por Agustina Lombardi
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Un mural en una caverna. Columnas en la Antigua Grecia. Esculturas en mármol. Iglesias con frisos y capillas estampadas. Miguel Ángel. Pinturas, cuadros, museos. Revolución: un urinario. Pop Art. Publicidad. Una colección digital de chimpancés. Esa es la evolución de la historia del arte en resumidísimas y simplísimas cuentas.
El asunto que aquí se plantea surge por el recuerdo de un filósofo alemán que dedicó uno de sus ensayos a cuestionar, y advertir, el daño de la obra de arte en la época de su reproducción mecánica. Así se titula ese trabajo de Walter Benjamin (1892-1940). Repudiaba los métodos de imitación -la fotografía, el cine, y el sonido- que eludían la aplicación de la “mano” en la tarea de reproducción artística, capaces de imitar con gran facilidad y a gran escala. Un atentado a la originalidad, a la singularidad y al valor de culto inherente al arte como experiencia única.
La reproducción masiva era, para Benjamin, la reducción del arte al objeto, como cualquier otro bien de consumo. Eso se publicó en 1935, influenciado, claro, por años de riña entre el capitalismo y el marxismo.
Hoy, 86 años después, el NFT (non-fungible token) aparece como un nuevo medio que desafía al mundo artístico. Las cuestiones que planteaba Benjamin resurgen en tiempos de reproducción digital.
Primero, el contexto. Las siglas NFT refieren a lo que en español es un activo no fungible, o sea, un bien único e irrepetible que se presenta en forma de archivo digital, como una foto en formato .jpg, por ejemplo. El arte se asocia al NFT, justamente, por su valor de autenticidad y unicidad, el mismo valor que ha tenido siempre en su comercialización.
El 2021 fue el año explosivo para los NFTs porque muchos artistas comenzaron a mintear -término que se utiliza para referirse a la acción de crear un NFT- sus obras y darles valor -tokenizar, en términos cripto- para, finalmente, garantizar la autenticidad de sus archivos en formato digital.
Hasta el NFT, el arte digital no era comercializable. Cualquiera podía -y puede aún- imprimir, enviar y guardar archivos sin perder calidad en esa reproducción.
Pero lo que de verdad llamó la atención y movilizó la opinión pública fue la venta de archivos como los Bored Ape, una colección de estampas digitales de diez mil caricaturas de monos. En Open Sea, una de las plataformas donde estos se venden, el precio mínimo (al momento) figura en 111 Etherum, o sea, más de trescientos mil dólares.
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¿Por qué alguien gastaría millones en una obra de arte que ni siquiera puede colgar en su casa?
Como coleccionista, Tennistico encontró explicaciones. Hay cierto secretismo entre los que se mueven en el círculo digital, por eso usa su pseudónimo de Open Sea. Es una debilidad para el cripto arte: generar confianza con apodos que representan supuestos artistas detrás de una pantalla. Aunque él, uruguayo de 24 años dedicado al trading (comercio) de criptos, piensa que esto también sucede para afianzar la construcción de la identidad digital como autónoma y distinta de la persona real. Además, hay mucho dinero en juego.
Lleva invertidos más de 70 ETH o 200.000 dólares, para tener una idea del nivel de inversión en este mercado. Pero hay gente que hace eso muchas veces todos los días, dice. Al fenómeno se le llama burbuja económica: es el aumento desmedido de valor de un bien que se aleja de su valor razonable, aunque sea un archivo digital el caso. Invierten millones en un mercado volátil.
Inversión. Detrás del NFT hay una racionalidad, más allá del retorno económico de la inversión. Al menos para los que viven, también, una identidad digital afianzada.
Tennistico conceptualiza: en la oferta de cripto arte habría dos categorías de NFTs.
Los PFPs -siglas que refieren simplemente a “foto de perfil”- tratan el arte digital con el fin de aportar valor a la personalidad e identidad virtual. Las fotos de perfil en Twitter ya verifican si un usuario utiliza una imagen auténtica o el screenshot que cualquiera puede guardar en su carrete.
Los PFPs no cotizan tanto por su valor artístico, sino que cumplen una faceta más social, enfocada en formar comunidades. El caso de Bored Ape es muy claro. Esos diez mil monos se distribuyen entre compradores que conforman Bored Ape Yacht Club: business y lobby. Entre ellos, Neymar y Madonna.
Esa misma lógica se aplica a una gran cantidad de proyectos. El beneficio es pertenecer a una comunidad de más o menos élite, una comunidad a la que se busca pertenecer por algún interés.
El arte uno a uno -en idioma cripto 1/1 o OneOff-, es la otra pata del NFT, que se para sobre el concepto de arte tradicional. No se trata de colecciones, sino de artistas que ofrecen piezas únicas. Puede ser un diseño digital, la foto de una obra física, una fotografía, un video, un tweet. Antes de comprar, Tennistico se contacta; habla con el artista detrás del pseudónimo. Es una inversión a largo plazo en la que apuesta al artista y a que su obra madure y gane valor con el tiempo. Por eso, busca que haya un concepto detrás de la obra y una visión a largo plazo.
—Al principio, es como si te estuvieran vendiendo un gif. Pero en realidad te están vendiendo mucho más que eso. Te están vendiendo un ticket. Lo vería como una entrada, un acceso.— El artista uruguayo Glitchdo (39) concibe el NFT como un medio poderoso para hacer valer el arte en su post venta.
Si Quantum (de los primeros éxitos en NFT-art) se vendió en junio de 2021, en julio Glitchdo ya subía su primera pieza. Lleva tres vendidas.
—Mi esperanza como artista es que, dentro de cien años, de repente, alguien encuentre ese NFT del 2021; imaginate tener un disco de música del primer año en el que se inventó un disco de música.
Su motivación era ser un artista temprano.
—En tecnología, entender antes lo que está pasando te va a abrir muchas puertas. Me pasó. Y se dio, hoy estoy acá y me estás preguntando a mí.
Empezó en la tecnología haciendo páginas web. En ese entonces, Glitchdo aún era Guido Iafigliola y tenía 17 años. Siguió con eso y le agregó la publicidad, la fotografía y así terminó conociendo el arte generativo, arte digital creado a partir de códigos. Ahí nació Glitchdo. Después llegaron los NFTs. Tenía que estar ahí, “como buen nerd”.
Mintear sus primeras obras es parte de su camino dentro de cripto. Glitchdo se mueve en Foundation, una plataforma NFT exclusiva para criptoarte a la que los artistas solo pueden llegar por invitación. Una curaduría autogenerada; hay una intencionalidad más profunda. Así es como Juan Bautista Crosa terminó allí, invitado por Glitchdo. No se conocen personalmente. Crosa, “Tista” a la hora de crear, aún no se animó a mintear, aunque podría hacerlo en cualquier momento. Le falta sentirse más seguro de sus obras. En un mercado tan inestable, también influye hacer piso; es más eficiente intentarlo cuando el artista ya tiene un círculo digital para ser identificado.
Eso no es nuevo en el mercado artístico. El boca en boca aplica también en la socialización digital. Aunque sí es verdad que el primer beneficio que el artista ve en el NFT es su poder de descentralización, cualquiera puede publicar su arte. En el mundo artístico tradicional, es casi una obligación tener contactos. Descentralización también, porque cada cual pone sus condiciones de venta, sin comisión de por medio.
A Glitchdo se le ocurre que sus compradores puedan formar una DAOS (Organización Autónoma Descentralizada). Por cada NFT, un voto. Como si fuesen las acciones de una empresa. Lo mismo puede aplicarse a una comunidad de PFP. Ya no importa cómo se categorice el arte. También podría ofrecer descuentos en próximas piezas para quienes ya tuvieran uno de sus NFTs.
Y eso es otra cosa que los hace interesantes: todavía el juego está abierto para inventar sus reglas.
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En su ensayo, Benjamin anunciaba que la fotografía era algo así como la Parca para el arte; anulaba su función de retratar la realidad tal cual era. Pero aparece el cubismo, el dadaísmo, el arte conceptual.
El arte expandió sus posibilidades, y la fotografía se volvió un medio artístico en sí mismo.
Para Carolina Núñez, profesora de Historia del Arte en la Universidad de Montevideo, el arte de hoy se encuentra en la era de la libertad. Lo que se concibe y se acepta como arte incluye expresiones muy diversas, hasta la explosión de un Lamborghini en el desierto. El auto de alta gama comenzó a ser un bien adquirido por varios Crypto Bros. Así se autonombraron los criptomillonarios. En respuesta al nuevo símbolo de la cultura cripto, un artista con el seudónimo de shloms compró un Lamborghini, lo llevó al desierto y lo explotó en 990 partes que luego fueron vendidas como NFTs. A su obra la llamó CAR. Se inspira en el estado cultural, lo interviene y le pone un precio. Además, se ríe de todo, porque lo destroza.
El arte expande sus posibilidades y el NFT se vuelve un medio de inspiración.
Burnt Banksy es otro caso: un joven quemó en vivo Morons, un original de Banksy de 2006 que retrataba una subasta de arte. La materialidad se suplanta y se abole por el NFT que, según el joven autor anónimo, escondido detrás de un barbijo, tendría valor si la obra física permaneciera viva. La unicidad es, para este Banksy, un archivo digital, y el arte digital se funda en su difusión, en su capacidad de alcanzar público, explica Núñez. No por eso se dejarán de visitar museos o colgar cuadros sobre las estufas. Quizás para el lenguaje pictórico tradicional no tenga tanto sentido. Aunque se pueda mintear el archivo de una obra física, el NFT se impuso para dar valor al activo digital, porque es digitalmente reproducible.
“El medio es el mensaje”, sentenció en su teoría Marshall Mc Luhan. “El mensaje en este momento -dice Glitchdo- es que cambiaron todas las reglas”. Entender el NFT es también considerar un nuevo paradigma digital, que algunos pueden sentir muy lejos mientras otros ya viven en él.
Por Agustina Lombardi
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