¿Cómo surge la inquietud de hacer este libro?
Se me ocurrió hace unos cuantos años. No entré directamente en la temática
de la prostitución, sino que me interesé, primeramente, por la trata de blancas;
a veces la investigación nos conduce por caminos que no son exactamente los que
uno se había planteado en un primer momento. Al iniciar el estudio sobre el tráfico
de mujeres me encontré con el hecho de que la prostitución no había sido estudiada
en el Uruguay, lo que implicó que trabajara, simultáneamente, sobre dos ejes:
por un lado, la prostitución y, por otro, la trata de blancas.
Sin embargo, el excesivo tamaño que tomó el producto final hacía imposible su publicación, y fueron estas razones editoriales las que me llevaron a elaborar la idea de separarlos. Por eso la estructura de Mercenarias tiene algunas características que pueden llamar la atención por su diseño, porque en la segunda parte del libro hago un abordaje regional. Ese capítulo quedó como nexo, articulando un libro con el otro.
¿Cuánto tiempo le llevó la parte de relevamiento e investigación?
Empecé a fichar en marzo de 1993.
¿Todo ese largo proceso fue fantástico o agobiante?
La investigación tiene sus luces y sus sombras. Es una tarea que da muchas
satisfacciones y también sinsabores. Investigar siempre es descubrir, traer a
la memoria colectiva un pedacito del pasado, pues como la ha dicho Agnes Héller,
es pasado histórico no lo que está olvidado sino lo que puede ser recordado. La
emoción del descubrimiento es algo muy gratificante. No obstante, la investigación
se desarrolla en un territorio que tiene lugares desérticos, donde muchas veces
puedes pasar horas o días en la biblioteca o en los archivos sin encontrar nada
Entonces, te inunda un profundo desaliento. Sin embargo, repentinamente, florece
una selva tropical y es tal la exhuberancia que uno no sabe ni por dónde se va
abrir un camino.
Es una tarea abrumadora. El asunto es que los prontuarios policiales son
consecutivos, no están guardados por delitos y, por lo tanto, tienes que revisarlos
uno por uno. Era tedioso y no tedioso, porque a veces se me iban los ojos por
la cantidad de asuntos de distinta índole que aparecían.
Además hay prontuarios que sólo sirven a los efectos de un relevamiento cuantitativo, porque tienen los nombres y filiaciones de las prostitutas, que sirvieron, sin embargo, para elaborar las gráficas que aparecen publicadas en el libro.
Pero, a veces, en algunos otros, encontraba historias que se continuaban: mujeres que aparecían en 1920 y después en el 22, 24 o más adelante, con sus entradas y sus trayectorias. También, de tanto en tanto, aparecían cartas escritas por ellas o por los proxenetas. Ahí te acercabas a una dimensión diferente, cualitativa, que siempre es más impactante y emotiva, y que te permitía escapar a la generalización.
En el texto usted maneja bastante el criterio de otredad, ¿por qué?
Es algo que me apasiona, y sobre todo porque está en la esencia del propio
objeto de estudio. La prostituta es un ser marginado en la sociedad, es el otro
, el extraño, y lo mismo ocurre con los proxenetas. Inicialmente, me atrapó el
caso particular de la red de traficantes judíos, que fue muy importante en el
Río de la Plata durante el período estudiado. Lo que me entusiasmaba y me conmovía
era ver, como en un juego de cajas chinas, a los diferentes dentro de los diferentes,
es decir, los proxenetas judíos marginados de su propia colectividad. Ver cómo
fueron rechazados no solo por la sociedad global sino por su propia comunidad
de origen y cómo, a pesar de ello, reivindicaron, porfiadamente, su etnicidad
y sus creencias religiosas. Una religiosidad que los llevó a tener sus propias
sinagogas y cementerios, y a luchar por construir sus espacios de sociabilidad.
¿En 10 años nunca se frustró, nunca pensó que no lo iba a poder terminar?
Pensé que tal vez no lo pudiera publicar. Yo no tengo una adscripción institucional,
universitaria, un marco de apoyo. Soy una investigadora libre con todos los riesgos
y ventajas que eso implica. Ser libre en este medio es a veces difícil; igualmente,
siempre encontré mucha receptividad entre mis colegas. Y, además, debo mucho al
instituto que me formó como investigadora, el Centro Latinoamericano de Economía
Humana (CLAEH) donde hice, en la época de la dictadura, un curso de formación
de investigadores y ahí fue que prendió en mí, hasta el momento una docente convencida,
el bichito de la investigación.
En algún momento temí no poder terminar la investigación, me llevó mucho tiempo. Además, a veces las presiones son muy grandes, uno recibe comentarios como "¿todavía seguís?" y otros por el estilo. No por parte de mi marido que siempre me apoyó y demostró una gran paciencia a lo largo de este, a momentos, inacabable proyecto. Uno de mis hijos con la impaciencia propia de la juventud- me dijo una vez algo que me hizo pensar mamá "¿cuándo te vas a poner a escribir?" Y allí me dí cuenta que podía tener razón, que a veces el historiador dilata, por temor, el momento de la escritura porque son dinámicas muy diferentes: una cosa es investigar y otra escribir. Y, muchas veces, la escritura pone en crisis alguno de los presupuestos que nos han guiado en la investigación. La escritura es un momento desafiante, crítico, porque aquí el historiador debe lidiar con la palabra escrita, con sus resistencias, tratando de componer una urdimbre con sentido.
Es notorio que llega un momento que hay que parar, y uno no puede tener el sindrome de la perfección y de la investigación acabada porque eso no existe, y se debe tener bien claro que las investigaciones y los tópicos, por suerte, son constantemente reelaborados por los historiadores desde las particularidades de su propio presente.
En el momento de la escritura, ¿pesó la opinión y la receptividad de
los lectores?
Mi aspiración era que el libro se leyera, que el trabajo llegara a la mayor
cantidad de puertos posibles. No solamente a mis colegas y mis pares -que me importan
mucho porque son mi espejo- sino también compartirlo con el lector común, apostando
a su sensibilidad e inteligencia. Por eso traté de evadirme en algo y en algún
momento- de las constricciones más pesadas de mi profesión, y darme ciertas libertados,
jugando por ejemplo en los recuadros agrisados- con una narración más descontracturada
y liberada del núcleo central del trabajo.
El diseño editorial me permitió, además, establecer una sintonía entre lo textual y lo visual, buscando integrar ambas perspectivas. Las caricaturas, las fotos, las letras de tango, los poemas, conforman una especie de hipertexto que busca que el lector pueda tener la libertad de componer su propio relato. Ahora, que el libro ya está en la calle veo la forma en que el lector entra en contacto con el libro; primero, como un objeto, lo mira, lo recorre, contempla las fotos, lee los textos independientes, los recuadros, observa y estudia las gráficas y así, poco a poco, va entrando en el clima del libro, emprendiendo su lectura.
Volvamos un poco a esos paraísos que aparecían dentro del desierto, ¿cuál
fue el primero?, ¿cuándo sintió que tenía ganas de festejar?
Bueno, en varias oportunidades; es difícil determinar cuál fue el primero.
A veces me daban ganas de festejar cuando encontraba, suculentas campañas en la
prensa hablando días y días sobre la trata de blancas, el Bajo , o acerca de reglamentar
o no la prostitución. Los diarios de distintas tiendas político-partidarias- desplegaban
sus particulares concepciones ideológicas que se enfrentaban o complementaban
con otras. Encontrar ese material fue muy reconfortante. También el hurgar en
los archivos, como el de Paulina Luisi o el de Horacio Quiroga.
Pero sobre todo me alegraba encontrar esas campañas desplegadas en la prensa, que emergían de un conservadurismo más o menos radical o de un izquierdismo de diferentes inflexiones. También rescatar las reivindicaciones feministas en la materia y poder así reconstruir su discurso. Ver, por ejemplo, que si bien la prédica feminista tuvo un papel clave a la hora de dejar al descubierto los problemas e inconsecuencias que implicaba apostar por la reglamentación de la prostitución -confiando en que de esta forma se cuidaba la moral y la higiene de la sociedad-, esas combativas mujeres no estaban tan descuajadas de ciertos prejuicios que operaban en la época, ni de la mojigatería dominante.
¿Algo similar pasaba con la izquierda?
Es cierto. Y esto se ve con claridad en los anarquistas. Por ejemplo, es
muy reveladora de su mentalidad la polémica que tiene alguno de ellos con Roberto
de las Carreras, porque allí se ve la moralina y pacatería que los informaba.
Tradicionalmente se piensa que en la izquierda se encontraban las posiciones más
progresistas desde el punto de vista de las costumbres y, sin embargo, cuando
se analiza su discurso e, incluso, sus prácticas, se ve que no era así. En la
época y en estos aspectos- eran mucho más radicales los sectores rabiosos del
batllismo, que postulaban cambios avanzados en la sociedad, intentando sacudir
los prejuicios que la inmovilizaban. Las categorías de izquierda y derecha cambian,
rotan en aquel escenario y, por ello, las posturas y filiaciones no están tan
claramente predeterminadas.
El libro no refleja una posición maniqueísta ni sobre las prostitutas
ni sobre los proxenetas, ¿por qué?
Las relaciones entre las mujeres y sus proxenetas no pueden ser abordadas
de un modo simple. Uno a veces las piensa en blanco y negro, de un lado están
los buenos, del otro los malos; el lugar de las víctimas y el de los verdugos.
Pero no es así. Cualquiera de nosotros somos, a lo largo de nuestra vida, buenos
y malos, víctimas y verdugos, y eso se ve también en la relación entablada entre
las prostitutas y los proxenetas entre los que había, es importante tenerlo presente,
no son sólo hombres sino mujeres. Y muchas de ellas eran tan violentas y despóticas
con las prostitutas que explotaban como lo eran los hombres, asumiendo, de este
modo, las pautas que, supuestamente, definían su rol.
Lo que intento mostrar en el libro es que son las circunstancias en las que a uno le toca vivir las que marcan el territorio a recorrer, cómo se va a proceder, qué papel y qué rol vamos a ocupar en la vida: es decir las circunstancias son las que, en un grado muy importante, nos hacen, nos moldean. Es una mirada bastante ecléctica, en la que trato de desprenderme de los clichés que impregnan las fuentes y, también, una parte de la bibliografía utilizada.
¿Por qué mercenarias?
El título del libro está tomado de una de las denominaciones que aparecen
en algunas de las fuentes manejadas. Así como en la guerra los mercenarios venden
sus destrezas militares a un poder extranjero, el término, por extensión, hace
referencia a la mercantilización que hacen las prostitutas de sus conocimientos
en las lides del sexo.
Sin embargo, me resisto a ver la prostituta como una categoría. Me niego a pensar en ellas como trabajadoras del sexo ; no estoy de acuerdo con esa denominación. Tal vez, si yo fuera prostituta reivindicaría mi carácter de trabajadora sexual, ya que de alguna forma plantear ese rol alude a una función imprescindible en la sociedad, y por lo tanto, hay un reconocimiento profesional y colectivo: "bueno yo soy necesaria y cumplo un trabajo si no ¿quién lo va a cumplir?" Pero no podemos quedarnos en eso. Lo simbólico que está tan adosado al fenómeno de la prostitución juega un papel clave. No son trabajadoras como las demás. No es lo mismo decir me voy a trabajar a Ta - Ta , que me voy a Bulevar a hacer el yiro . Y no es lo mismo, porque hay una carga estigmatizante, más atemperada hoy que ayer, es cierto, pero todavía la hay.
Sin hacer una apología de la prostitución las gráficas indicaban que en
ese tiempo la diferencia de remuneración era muy notoria...
Así es. Pero no es el único factor que lleva a las mujeres a prostituirse.
Ejercer la prostitución fue y continúa siendo- una actividad bien remunerada que
se ofrece a las mujeres. En aquellos años el meretricio era mejor pago que otros
trabajos al que podían acceder las mujeres pobres en el servicio doméstico, en
las fábricas, en el comercio.Ahora bien, si el factor económico fuera el determinante
podríamos decir -¡casi parece un silogismo!-, que todas las mujeres pobres se
volcarían a la prostitución . Si soy una mujer pobre y racional, diría bueno no
voy a ser lavandera o a trabajar en una fábrica de fósforos ganado la tercera
parte si la prostitución me permite vivir mucho mejor . Sin embargo, el traspaso
de las mujeres pobres al meretricio no se dá de ese modo tan lineal y automático,
porque, repito, esa actividad estaba impregnada sobre todo en aquel período histórico
de predominio de la doble moral sexual- de un fuerte estigma social que operaba
inhabilitando esa opción en muchas mujeres.
El tema de las enfermedades venéreas era terrible. Cualquier prostituta
por su propia actividad corría el riesgo de contagiarse de blenorragia o de sífilis,
e , incluso, en una perspectiva no tan dramática sufría de inflamaciones vaginales
constantes y de sufrimientos ginecológicos provocados por la propia actividad.
Si bien en muchos discursos se presentaba a las meretrices como mujeres fatales
, transmisoras de todo tipo de dolencias sexuales, en realidad, eran muchos los
hombres que las infectaban. Paradojalmente, las prostitutas y las mujeres virtuosas
las reinas del hogar - estaban unidas en una cadena de enfermedad. Muchas mujeres
decentes y los hijos que procreaban -porque se trasmitía hereditariamente- eran,
también, contagiados por los maridos y padres sifilíticos.
La sífilis, en su carácter de pandemia, vinculada a los llamados pecados de la carne tiene muchos puntos de contacto con lo ocurrido, actualmente, con el SIDA.
Muy relacionado a una mala conducta.
Exacto. La sífilis era una enfermedad vergonzante que se ocultaba, asociada
a malos hábitos sexuales y fue ese carácter el que retrasó, también, su proceso
de medicalización. Fue terrible hasta que comenzó a aplicarse la penicilina después
de la Segunda Guerra Mundial; la posibilidad de contraer sífilis constituyó una
espada de Damocles que pendía peligrosamente sobre los hogares uruguayos.
¿Sigue las reivindicaciones actuales de las prostitutas?
Más o menos. Pero me han llamado la atención algunos puntos contenidos
en sus proyectos como lo son sus reclamos para la asignación de una zona donde
ejercer el meretricio, o las referencias descalificadoras desde una perspectiva
del orden y de la salud- a las mujeres que ejercen la prostitución en las casas
de masajes (por su ausencia de controles médicos), o la reprobación a la temprana
iniciación de jovencitas en esa actividad. Se percibe que allí aparecen contradicciones.
Por un lado, levantan su estandarte como trabajadoras sexuales, y por otro, asumen,
de modo inconsciente los discursos, prejuicios y estigmas que pesan sobre ellas.
¿Eran un grupo homogéneo o tenían sus rivalidades?
Yo no pude descubrir muchos enfrentamientos entre ellas, pero sí los
había. A veces me planteo que, tal vez, tan fuertes no eran. Y este fenómeno lo
vinculo no solo a la solidaridad presente en todo grupo marginado, sino, principalmente,
a la trashumancia inherente a su actividad en el Uruguay moderno, ya que un número
importante de mujeres pasaban de ser clandestinas a reglamentadas, y a la inversa.
Ese ir y venir, las hacía funcionar en ambos lugares, desdibujando las fronteras
que pudieran existir. Ellas eran prostitutas; clandestinas o reglamentadas era
una clasificación creada por los poderes médico y policial.
No había diferencias pero tampoco una gran unidad
No encontré momentos de gran solidaridad.. Uno de los más notorios
fue cuando las prostitutas que ejercían su actividad en los burdeles del "Bajo"
se aliaron a fin de que los poderes públicos contemplaran su situación, y concurrieron
a la prensa para dar a conocer sus reclamos. La solidaridad se plantea en algunos
momentos específicos, pero es posible que el nomadismo que las caracterizaba les
impidiera entablar relaciones duraderas con sus compañeras, o que la competencia
establecida entre ellas para conseguir clientes conspiraran para enraizarla. Tal
vez había más solidaridad en aquellos burdeles del siglo XIX, donde las mujeres
eran verdaderas reclusas del sexo, cuya vida discurría en el prostíbulo, compartiendo
largos años de alegrías y sinsabores con sus camaradas. Claro que también en este
ambiente de familia sustituta se generaban, previsiblemente, tensiones y violencias
de todo tipo.
¿Quedó contenta con el primer libro?
No sé si contenta. Contenta voy a estar cuando la gente lo lea. Me gustaron
los primeros comentarios que recibí en los que las personas me dicen que les interesó,
que no los aburrió, y eso ya es muy gratificante. Lo que me interesa como historiadora
es poder saltar la barrera del gueto académico y lograr un elemento vital para
cualquier investigador: que los trabajos que realizamos lleguen a la gente. Todavía
me queda escuchar el comentario de las integrantes de AMEPU (Asociación de Meretrices
Profesionales del Uruguay); eso sería para mí muy interesante.
Nota: las fotografías que ilustran esta nota pertenecen al libro Las mercenarias del amor