Por The New York Times | Edward Wong and Michael Crowley
WASHINGTON — Según algunos funcionarios estadounidenses actuales y anteriores, al imponer sanciones nunca antes vistas a Rusia, el gobierno de Joe Biden y los gobiernos europeos se han planteado nuevos objetivos: arrasar la economía rusa como castigo, de tal modo que el mundo sea testigo de ello, y generar presiones internas para que el presidente Vladimir Putin detenga su guerra en Ucrania.
Las severas sanciones —mismas que han vapuleado al rublo, cerrado el mercado de valores ruso y provocado estampidas bancarias— contradicen las declaraciones hechas con anterioridad por las autoridades estadounidenses de que se abstendrían de afectar a los rusos comunes. “Tenemos cuidado al imponerlas para que no se crea que estamos dañando a la población civil rusa promedio”, señaló el mes pasado Daleep Singh, asesor adjunto de seguridad nacional en el área de la economía internacional, en una sesión informativa en la Casa Blanca.
Según los funcionarios estadounidenses, el aumento de sanciones esta semana ha ocurrido con mucha mayor rapidez de la que muchas autoridades habían previsto, en gran parte debido a que los líderes europeos han adoptado las medidas más severas propuestas por Washington.
Como la economía rusa se está derrumbando, la mayoría de las empresas —entre ellas Apple, Boeing y Shell— están suspendiendo o abandonando sus transacciones en ese país. El jueves, el gobierno de Biden señaló que no mitigaría las sanciones en medio de la ofensiva cada vez más salvaje de Putin.
La idea que tienen algunos funcionarios estadounidenses y europeos es que Putin detenga la guerra si la cantidad suficiente de rusos se manifiesta en las calles y si la cantidad suficiente de empresarios se vuelve en su contra. Otros funcionarios estadounidenses insisten en los objetivos del castigo y la disuasión futura diciendo que el cadáver de la economía rusa se convertirá en el resultado visible de las acciones de Putin y en una advertencia para otros agresores.
No obstante, la economía rusa de 1,5 billones de dólares es la economía número once del mundo; ningún país ha intentado llevar a una economía de ese tamaño al borde del colapso, con consecuencias desconocidas para todo el mundo. Además, las medidas de Estados Unidos y Europa podrían preparar el terreno para otro tipo de futuro conflicto entre superpotencias.
Estas medidas también han despertado algunas preguntas en Washington y las capitales europeas acerca de si los acontecimientos en cascada en Rusia podrían dar origen a un “cambio de régimen” o a un desplome del gobierno, lo cual tanto el presidente Joe Biden como los líderes europeos tienen cuidado de no mencionar.
“Esta no es una guerra del pueblo ruso”, aseveró este miércoles Antony Blinken, el secretario de Estado de Estados Unidos, en una conferencia de prensa. Pero añadió: “El pueblo ruso sufrirá las consecuencias de las decisiones que tomen sus dirigentes”.
“Los costos económicos que nos hemos visto obligados a imponer sobre Rusia no están dirigidos a ustedes”, aseguró. “Están destinados a obligar a su gobierno a detener sus acciones, a detener sus agresiones”.
Las sanciones más severas son, por mucho, las que impiden que el banco central de Rusia aproveche gran parte de sus 643.000 millones de dólares de reservas en moneda extranjera, lo cual ha llevado a una fuerte caída del valor del rublo. El pánico se ha apoderado de toda Rusia. Los ciudadanos están tratando de retirar su dinero (de preferencia en dólares) de los bancos y algunos están huyendo del país.
Estados Unidos y Europa también anunciaron nuevas sanciones contra los oligarcas que tienen vínculos estrechos con Putin. Las autoridades están procediendo a decomisar sus casas, yates y aviones privados en todo el mundo. El jueves, las autoridades francesas incautaron el enorme yate de Igor Sechin, director general de Rosneft, el gigante petrolero ruso.
“Las sanciones se han convertido en algo sin precedentes”, señaló Maria Snegovaya, investigadora invitada en la Universidad George Washington que ha analizado las sanciones sobre Rusia. “Todos están aterrados en Rusia. Están pensando cuál es la mejor manera de conservar su dinero”.
El ministro de Finanzas de Francia, Bruno Le Maire, ha usado el lenguaje más duro hasta ahora para hablar sobre esta misión y el jueves dijo en un programa de radio que los países occidentales le estaban “haciendo una guerra sin cuartel a nivel económico y financiero a Rusia” con el fin de “provocar el derrumbe de la economía rusa”. Después, comentó que se arrepentía de haber dicho esas palabras.
Las pruebas del impacto y el enojo de los rusos —principalmente anecdóticas en un país donde falta libertad de expresión y hay pocas encuestas de opinión pública— ha evocado el fantasma de la disidencia política masiva, el cual, si es lo suficientemente fuerte, podría amenazar la permanencia de Putin en el poder.
El viernes, el senador republicano por Carolina del Sur, Lindsey Graham, comentó en Fox News: “La mejor manera de terminar esto es tener a un Elliot Ness o a un Wyatt Earp en Rusia, por así decirlo, una ‘Primavera Rusa’ donde el pueblo se subleve y derroque a Putin”.
Graham añadió: “Así que espero que alguien en Rusia entienda que él está acabando con ese país y que es necesario derrocarlo por cualquier medio posible”, con lo que recalcaba el tuit en el que exhortaba a asesinar a Putin.
El lunes, un vocero del primer ministro británico, Boris Johnson, mencionó que las sanciones “pretendían derrocar el régimen de Putin”. La oficina de Johnson de inmediato corrigió el comunicado diciendo que esto no reflejaba la opinión de su gobierno y que el objetivo de las medidas era frenar el ataque de Rusia contra Ucrania.
Michael McFaul, quien fue embajador de Estados Unidos en Moscú, señaló que no tenía ninguna utilidad hablar sobre el derrocamiento de Putin y subrayó que las sanciones debían diseñarse y describirse como algo para detener la invasión. “El objetivo debe ser frenar la guerra”, señaló. Los funcionarios de Biden han pretendido asegurarle todo el tiempo al pueblo ruso que no desean su sufrimiento. Estados Unidos y Europa han intentado evitar que los rusos padezcan algunos de los efectos, por ejemplo, al autorizar las ventas de tecnología de consumo a Rusia, a pesar de haber impuesto nuevos límites a las exportaciones.
También se han abstenido de imponer sanciones a los energéticos debido a la dependencia del gas ruso por parte de Europa y al riesgo de que aumenten los precios del petróleo. Cuando su economía se tambaleó, Rusia suspendió las operaciones de su mercado de valores. En un programa de noticias ruso, el analista de inversiones, Alexander Butmanov, propuso un brindis: “Querida bolsa de valores, estuviste cerca de nosotros y fuiste interesante. Descansa en paz, querida camarada”.
Esta semana, algunos rusos se fueron en auto hacia las fronteras llevando bolsas de dinero en efectivo.
Pero si el objetivo de las sanciones es obligar a Putin a detener su guerra, parece que el desenlace todavía está lejos.
“El sistema político ruso no depende de la aprobación del pueblo. Tiene importancia, pero no es lo primordial”, explicó Snegovaya. “Tal vez dependa de la magnitud de la crisis: es posible que si ve muchas manifestaciones en las calles, el Kremlin lo piense dos veces”. Algunas familias esperan el próximo tren con dirección a occidente, hacia Leópolis, en la estación principal de Kiev, el 4 de marzo de 2022. (Lynsey Addario/The New York Times) En una tienda, se ve el tipo de cambio descendente del rublo, en Moscú, el 28 de febrero de 2022. (The New York Times)