La jueza Silvia Urioste condenó con prisión este miércoles a los militares retirados Carlos Alberto Rosell Argimón y Glauco Yannone De León por su participación en el secuestro de los militantes del Partido de la Victoria del Pueblo (PVP) Universindo Yano Rodríguez y Lilián Celiberti, y los hijos de Celiberti, Camilo y Francesca.
La resolución judicial indica que Rosell Argimón y Yannone De León fueron condenados por delitos de privación de libertad especialmente agravados y delitos de violencia privada especialmente agravados.
Rodríguez (fallecido en 2012) y Celiberti fueron secuestrados en su apartamento en Porto Alegre, el 12 de noviembre de 1978, durante un operativo del que también participaron el coronel retirado Eduardo Ferro, el militar José Bassani y el jefe de policía brasileño, Pedro Seelig. Los militantes de PVP fueron enviados a prisión y salieron en libertad en mayo de 1983; tras el operativo en Brasil, los hijos de Celiberti fueron entregados a su abuela materna.
Hasta el día de hoy los militares niegan el secuestro y argumentan que detuvieron a las víctimas en Uruguay, después de haber ingresado por la frontera brasileña con armas de fuego.
De Ferro, quien se encuentra preso en Domingo Arena por otros delitos, aún resta el fallo.
“Esta es una causa que iniciamos en febrero de 1984. No se necesita ningún otro ejemplo para confirmar que aquello de que la justicia tarda es real”, dijo Lilián Celiberti a Montevideo Portal, luego de conocer la sentencia.
La maestra y feminista nacida en Durazno contó que antes de que la causa la tomara el doctor Martín Fernández, “pasaron tres abogados y dos ya se murieron”, y recordó que el primero fue el exvicepresidente Hugo Batalla.
“Presentamos la denuncia en un momento en que todavía no había democracia, y como parte de un derecho ciudadano. Salimos de la cárcel el 19 de noviembre de 1983 e inmediatamente buscamos a los abogados que nos pudieran defender. Todavía teníamos que ir al cuartel a firmar todas las semanas, pero lo hicimos convencidos por la lucha de la democracia”, afirmó.
Sobre la condena de los militares, Celiberti dijo que más allá de su sentimiento personal, su historia y la de sus hijos, el fallo de la jueza Urioste es “un motivo de satisfacción y alegría democrática para el conjunto de las víctimas y para todos los que han sufrido la dictadura en el Uruguay”, y agregó que es especialmente importante, por tratarse de un momento de “particular revisionismo histórico”.
“Es una pequeña victoria frente a la impunidad y es parte de una satisfacción colectiva de toda la gente que sigue luchando por la democracia, por el nunca más, por la verdad y justicia. Son consignas que llevamos desde hace 40 años, colectivamente”, señaló.
Un caso de cuatro décadas
Celiberti, integrante del colectivo Cotidiano Mujer, contó que cuando la denuncia ingresó a la justicia en 1984, el caso fue rápidamente archivado y que luego, con la Ley de Caducidad, “tampoco se pudo hacer nada”.
“Es una historia larguísima. Durante todos estos años, nuestra causa tuvo cientos de apelaciones formales e informales; fue y vino a la Suprema Corte de Justicia”, relató, y afirmó que, aunque el abogado de los acusados sigue diciendo que es todo mentira, “el secuestro está más que probado”.
“Desde el punto de vista democrático es muy impresionante que las personas se puedan morir sin tener justicia. De hecho, en nuestro país, todavía hay muchísimas causas pendientes vinculadas a la dictadura”, concluyó.
Otra mirada
En enero de 2021, Camilo Casariego, uno de los hijos de Lilián Celiberti, publicó una carta al entonces prófugo Eduardo Ferro, narrando lo sucedido el 12 de noviembre de 1978.
“Recuerdo bien ese mediodía en el cual yo de siete años
junto a mi hermanita de tres años, hacíamos lo de siempre, jugar en la puerta
de nuestra casa en Porto Alegre, Brasil. Al ver llegar a mamita salí corriendo
a abrazarla, como hacíamos, y hacen todos los niños de esa edad, pero el abrazo
fue interrumpido por una cantidad de ‘camaradas’. Aún hoy, escucho los golpes
que le dieron al Yano al hacernos entrar a todos en el apartamento”,
recordó.
Y continuó: “Nos llevaron primero a una comisaría en Porto Alegre, luego en una camioneta llena de soldados armados hasta los dientes, nos trajeron a Uruguay, pasamos la frontera y nos separaste de nuestra madre, te la llevaste a Brasil y nos encerraron a mí con siete años y a mi hermanita de solo tres años en una habitación vacía, me golpearon cuando a la mañana siguiente quise abrir la ventana para escaparme de ese infierno”.