Por The New York Times | Peter Baker
WASHINGTON — Según lo cuenta el presidente Joe Biden, fue contundente con Vladimir Putin durante una reunión en Moscú hace más de una década. “Lo miro a los ojos y me parece que no tiene alma”, recordó haberle dicho al antiguo miembro de la KGB.
Putin sonrió: “Nosotros sí nos entendemos”, señaló.
Ahora, al tiempo que Estados Unidos intenta reunir al mundo para hacer frente a la invasión de Ucrania por parte de Rusia, Biden y Putin, el presidente ruso, están poniendo a prueba como nunca antes su mutuo entendimiento, tratando de adelantarse a los pasos del otro y superarse en términos tácticos mientras el destino de millones de personas está en la cuerda floja.
Desde que John F. Kennedy y Nikita Kruschev se enfrentaron en las crisis de Berlín y Cuba, ningún presidente estadunidense se había enfrentado a un dirigente ruso de una manera tan dramática. Pese a que ninguno de estos países poseedores de armas nucleares está listo para librar una guerra directa, como lo estaban hace seis décadas, el enfrentamiento entre Biden y Putin plantea enormes consecuencias para el orden mundial que podrían sentirse en los años venideros.
Biden ha acusado a Putin de ser “el agresor” al invadir Ucrania, y prometió convertirlo en “un paria de la comunidad internacional”. Para ese propósito, el viernes, Biden decidió imponer sanciones contra el propio Putin, afectándolo en lo personal de un modo nunca antes ocurrido, ni siquiera durante la Guerra Fría. Putin, por su parte, está probando el temple de Biden en un momento en que los rusos han llegado a la conclusión de que Estados Unidos está demasiado dividido y distraído al interior como para llegar a un consenso.
“Vienen de dos planetas diferentes y es difícil saber dónde coinciden”, señaló Frank Lowenstein, quien formó parte del Comité de Asuntos Exteriores en el Senado cuando Biden era su presidente. El mandatario estadounidense cree en el sistema normativo que Putin está intentando derribar. “Casi parece encarnar el antiguo orden de las cosas”, comentó Lowenstein sobre Biden, “mientras que, de cierto modo, Putin personifica la nueva falta de orden”.
En las últimas semanas, Biden ha pasado incontables horas con asesores y funcionarios de inteligencia tratando de averiguar qué está pensando Putin y cómo incidir en sus cálculos, pero hasta ahora no ha tenido ningún éxito.
Durante mucho tiempo, el dirigente ruso se ha llenado de amargura con respecto a Ucrania y ha negado que, genuinamente, era un Estado independiente, pero los informantes le dijeron a Biden que, al parecer, durante su aislamiento de los dos últimos años a causa de la pandemia del coronavirus, Putin radicalizó cada vez más sus ideas. Cuando los soldados rusos se concentraron cerca de la frontera de Ucrania, Biden trató de disuadir a Putin hablando con él por teléfono y encomendando a todos los enviados posibles a que se reunieran con cualquier funcionario ruso dispuesto a hablar, pero ni su llamada ni las otras conversaciones llegaron a ninguna parte.
Este es el reto: si en las últimas etapas de su reinado Putin está tratando de reescribir la historia y revertir lo que él considera la injusticia de la desintegración de la Unión Soviética en 1991 y reconstruir el antiguo imperio, entonces quizás no sean suficientes ni las herramientas de disuasión tradicionales ni la diplomacia para hacer que renuncie a esa mesiánica misión.
Así que, en las últimas semanas, Biden ha acentuado su solidaridad con Europa para restablecer la cohesión de la alianza transatlántica que tanto se desgastó durante el mandato del expresidente Donald Trump, quien, de manera sistemática, criticó a los amigos de Estados Unidos más que a Putin. Ese trabajo diplomático preliminar hizo que, el viernes, ambas partes del Atlántico decidieran atacar al propio Putin por medio del dinero que tiene en el extranjero. Ante el incremento previo de soldados rusos cerca de Ucrania la primavera pasada, Biden aceptó sostener una reunión cumbre con Putin en Ginebra, pese a la objeción de algunos asesores a quienes les preocupaba estar recompensando al dirigente del Kremlin, quien, como se vio, estaba más decidido a formar una relación inestable e impredecible.
Si Biden subestimó a su homólogo, Putin tal vez hizo lo mismo. Quizás influido por el caótico retiro de los soldados estadounidenses de Afganistán el verano pasado, de acuerdo con analistas rusos y estadounidenses, Putin pensó que Estados Unidos no tenía deseos de enviar fuerzas armadas a Ucrania y tal vez contaba con que Biden no combatiría con mucho vigor la agresión rusa.
Sin embargo, a pesar de que algunos críticos creen que debería ser todavía más severo, en las últimas semanas Biden ha sido implacable en su desafío contra los planes de Putin para invadir Ucrania y ha reunido a los aliados europeos en un frente más o menos común. Tanto Biden como Putin eran niños durante la Guerra Fría y crecieron, se formaron y se casaron en una época en la que el fantasma de un conflicto que terminaría con el planeta entre Estados Unidos y la Unión Soviética se cernía sobre todo. No obstante, salieron de esa lucha crepuscular con perspectivas radicalmente diferentes de cómo terminó: uno lo celebró como un triunfo de la libertad y la democracia, el otro lo lamentó como un desastre para su país y su pueblo.
Ambos proceden de hogares modestos y son producto de sus sistemas disímiles, pero llegaron al poder por diferentes caminos. Biden, de 79 años, es un político de espaldarazos que confía en el poder de su personalidad optimista como motor de la diplomacia, mientras que Putin, de 69 años, es un hosco exagente de inteligencia lleno de resentimientos y teorías conspirativas.
Putin nunca habla de su familia, mientras que Biden casi no deja de hablar de la suya. Putin no se involucró en la política antes de que lo sacaran de la oscuridad para suceder a Borís Yeltsin, mientras que Biden pasó toda una vida postulándose para cargos públicos. Ambos tienen una propensión a la ostentación machista: Putin posa para fotografías sin camisa o con tigres y Biden presume sus autos deportivos y fanfarronea diciendo que le gustaría darle una paliza a Trump.
“Biden es un político minorista y Putin proviene de los servicios de seguridad encubiertos y su círculo de allegados es algo parecido a la mafia”, comentó Heather Conley, presidenta del German Marshall Fund de Estados Unidos, un grupo que promueve las relaciones transatlánticas. “La visión de Putin es de una historia llena de agravios que él pretende revertir, y la historia del presidente Biden es de un triunfo de Estados Unidos al finalizar la Guerra Fría y del poder positivo de las alianzas, la libertad y la democracia”.
Durante algún tiempo, los presidentes estadounidenses pensaron que podrían hallar una causa común con Putin. Luego de que asumió el cargo de primer ministro en 1999 y de presidente en el año 2000, Putin parecía decidido a integrar a Rusia a Occidente, al alinearse con el presidente George W. Bush después de los atentados del 11 de septiembre e incluso recibir a soldados estadounidenses en antiguo territorio soviético. En 2002, afirmó que, si querían hacerlo, las repúblicas bálticas tenían todo el derecho de unirse a la OTAN.
Pero después de que la Revolución de las Rosas en la ex república soviética de Georgia en 2003, y la Revolución Naranja en Ucrania en 2004, llevaron al poder a gobiernos pro-Occidente, Putin sospechó que los levantamientos fueron ensayos generales auspiciados por Estados Unidos de una conspiración para derrocarlo. Aunque se opuso a la guerra de Irak, la aprobación internacional le seguía importando lo suficiente como para ser anfitrión del Grupo de las 8 potencias en un palacio remodelado especialmente para tal propósito en las afueras de San Petersburgo en 2006. Pero para el año siguiente, rompió con Occidente en un devastador discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich, atacando el orden liderado por Estados Unidos.
La guerra de Putin contra Georgia en 2008 y la anexión de Crimea, junto con el patrocinio de los levantamientos separatistas en Ucrania en 2014, marcaron una estrategia revanchista para revertir el desmoronamiento de la Unión Soviética, al cual él llamó “la peor catástrofe geopolítica” del siglo XX. Y después de que concluyó que las manifestaciones callejeras de 2011 en su contra fueron, de alguna manera, orquestadas por Hillary Rodham Clinton, autorizó una operación clandestina para ayudar a su derrota y a la victoria de Trump en 2016.
Biden también tiene una larga historia con las autoridades rusas. Cuando era senador en 1979, se reunió con el dirigente soviético Leonid Brézhnev, y cuando se convirtió en el vicepresidente del expresidente Barack Obama, fue él quien sugirió a ambos lados “empezar de cero”. Pero después de que aumentaron las tensiones, fue asignado a encabezar el respaldo a Ucrania, cosa que lo puso en conflicto con Putin.
Cuando Biden visitó Moscú en 2011, sostuvo lo que calificó como una reunión conflictiva con Putin, quien en ese momento era otra vez primer ministro, pero seguía siendo el líder más importante del país.
“Putin se mantuvo imperturbable en todo momento, pero discutió de principio a fin”, recordó Biden en una autobiografía. El mandatario escribió que le comentó a Putin sobre sus esfuerzos para hacer que el irascible dirigente de Georgia, Mijeíl Saakashvili, no entrara en conflicto con Moscú.
“Cada cierto tiempo, hablo por teléfono con Saakashvili y lo exhorto a no tomar medidas provocadoras, así como lo exhorto a usted a restaurar la soberanía de Georgia”, mencionó Biden.
“Ah”, replicó el exespía Putin “sabemos exactamente lo que le dice a Saakashvili por teléfono”.
No importa si Biden le dijo a Putin en esa reunión que era un desalmado, o si solo adornó la historia, como sospechan algunas personas, el hecho fue que el vicepresidente estaba tratando de apartarse del famoso comentario de Bush de que, después de su primera reunión con Putin, “podía hacerse una idea de cómo era su alma”.
John Beyrle, quien era el embajador de Estados Unidos en esa época y acompañó a Biden a su reunión con el líder ruso, recordó que Putin se regocijó tomando desprevenidos a los estadounidenses con una sorpresiva propuesta de relajar las normas relacionadas con las visas entre ambos países, pero que, fuera de eso, fue “una reunión muy común y corriente”.
“Ni siquiera recuerdo que hubieran sido terribles ni la química ni el lenguaje corporal”, comentó. Pero Putin no irradiaba calidez, observó: “Es un tipo inexpresivo, muy controlado”. Contrastaba con Biden. “Es evidente que son personas muy diferentes”, señaló Beyrle.
Una década después, estos dos hombres que creían entenderse bien se encuentran en los bandos opuestos de un enfrentamiento que está sacudiendo al mundo. El presidente Joe Biden en una llamada telefónica con el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, para hablar del incremento de soldados rusos en las fronteras de Ucrania, en el Despacho Oval de la Casa Blanca, en Washington, el 9 de diciembre de 2021. (Doug Mills/The New York Times).
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