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El Centro de Estudios para el Desarrollo (CED) organizó el pasado martes un diálogo de intercambio entre dos economistas uruguayos, en el marco de los 300 años del nacimiento de Adam Smith (1723-1790), considerado el “padre de la economía” y autor del clásico Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones.
La disertación estuvo a cargo de Hernán Bonilla, actual presidente del CED, y de Germán Deagosto, director de la Licenciatura en Economía de la Universidad Católica y editor de Economía de La Diaria.
Sobre el arranque de la charla, que tuvo lugar en el Bar Tabaré, ambos profesionales coincidieron en que existe una “caricaturización” de la principal figura de la Ilustración Escocesa.
“Es un personaje difícil de caracterizar, lo que lo hace doblemente atractivo. Pero esa faceta tiene el riesgo de prestarse a las malas interpretaciones o a las parciales. Por lo que hay que tratar de divorciarlo un poco de las caricaturas que de los dos lados del espectro ideológico se han intentado desplegar sobre su figura”, arrancó Deagosto, y complementó Bonilla: “Las caricaturas de Smith son muy variadas para los dos lados. Desde considerarlo un defensor acérrimo del libre mercado, del egoísmo y la avaricia, a algunas biografías más recientes que lo califican de socialdemócrata. Creo que eso tampoco refleja bien su forma de ver la economía, ni la política”.
Una de las tantas polémicas que han girado a lo largo de la historia sobre el filósofo nacido en Kirkcaldy, Escocia, han estado asociadas a la contradicción “irreconciliable” que el propio autor expresaba si se comparan sus dos obras: La teoría de los sentimientos morales (1759) y La riqueza de las naciones (1776).
En la primera, trabajo por el cual el escocés cosechó un importante reconocimiento en vida, plantea la importancia de la simpatía o “la empatía” como la capacidad para proyectarse en el lugar del otro como mecanismo para la construcción del “espectador imparcial”.
“Refiere a una especie de árbitro o juez que tenemos todos para determinar, a partir de la construcción espontánea, los gestos diarios de amabilidad, cortesía e intercambio civilizado, que se establece un estándar moral de un momento dado para juzgar si las acciones que llevamos adelante son correctas o incorrectas”, afirmó Deagosto.
En apoyo, Bonilla remarcó que el pensamiento de Smith se forjó en el marco de la Ilustración Escocesa, “una ilustración muy distinta a otras de la época como la Francesa”.
“No es lo mismo el liberalismo escocés o británico que el francés. Había una intención de tratar de entender la naturaleza humana y cómo a partir de ahí se desarrollaban las instituciones con las que finalmente vivimos en sociedad. (David) Hume decía que nuestra moral no es producto de nuestra razón, sino que el surgimiento de muchas instituciones se puede entender porque simplemente son producto de la evolución humana, de la acción y no del designio de los hombres. Nadie las diseñó, y por tanto, no se pueden entender analizándolas solo a partir de criterios racionalistas. Esto a los franceses les hubiera parecido horrible”, desarrolló Bonilla, en referencia al concepto de los “órdenes espontáneos” planteado por Smith.
Para el intelectual escocés, que vivió durante “una sociedad comercial naciente pre Revolución Industrial”, la propensión de los seres humanos a interactuar e intercambiar bienes, ideas o servicios, es lo que permite el desarrollo de las normas tanto formales como informales que por un proceso de ajuste libre y espontáneo van construyendo las instituciones.
“La originalidad de Smith está en el concepto de los órdenes espontáneos. Esto de que la gente cooperando libre y voluntariamente encuentra la forma de resolver sus problemas. Y eso funciona mejor que algo coercitivo que venga de arriba para abajo desde el Estado. El lenguaje, el mercado, muchas instituciones sociales no las inventó nadie y son buenas, funcionan. Hay que tener cuidado al cambiarlas, porque no tenemos claro cuáles son las consecuencias al hacerlo. Cuando se toca un botón, no se sabe todos los cambios que se desencadenan atrás, las repercusiones que esa decisión puede tener. Smith entendía que las cosas tenían que seguir una evolución cuasi natural y que cambiar las cosas de un momento para el otro podía ser peligroso. Igualmente, eso no implica que el status quo sea intocable”, resumió.
Con respecto a la metáfora de la “mano invisible”, Bonilla pretendió aclarar que la intención del autor fue explicar a través de ese concepto que “las personas movidas por su propio interés cooperan con la sociedad de una forma mejor que si lo quisieran hacer directamente”: “Smith es muy crítico con esto. Dice: ‘Nunca supe de nadie que quisiera cooperar con el bien común lograra mucho haciéndolo’. La mejor forma de cooperar con la sociedad es desde su lugar, desde la información que cada uno tiene, interactuando con los demás”.
En referencia, se mencionó que Smith fue tan crítico con los comerciantes de su época como con el Estado. En particular, con “el Estado mercantilista que capturaba o frenaba ese proceso espontáneo por el cual las personas cooperaban”.
“Esa es su crítica. No es al Estado, es al Estado mercantilista de ese momento y a la política comercial británica que no era favorable al libre mercado, sino que favorecía a los comerciantes británicos por sobre las colonias. La única mención a la ‘mano invisible’ que hay en La Riqueza de las Naciones refiere justamente a la preferencia de los comerciantes por las aventuras nacionales y no trasnacionales. Cuestiona una captura extraordinaria de renta asociada a políticas proteccionistas que operaban en favor de monopolios de origen británico. Una lectura actual sería sobre los problemas asociados a la (falta) de competencia. Había un Estado capturado por los intereses de esos monopolios”, acotó Deagosto.
El economista recordó además que hay autores que incluso señalan que Smith fue el “primer economista comportamental”, lo que lo “aleja de la caricatura asociada al homo œconomicus”, una concepción simplificada del comportamiento humano en el campo de la economía en la que se asume que los individuos son actores racionales y egoístas que toman decisiones con el único objetivo de maximizar su utilidad o beneficio personal.
“Smith señala que convivimos en una sociedad en donde la empatía y la capacidad de proyectarnos en el otro desempeña un rol central para mantener la sociabilidad”, refutó Deagosto.
En este orden, Bonilla aclaró que hay que diferenciar entre el “interés propio y el egoísmo”.
“Smith comienza la Teoría de los sentimientos morales diciendo que hasta la persona más egoísta tiene alguna preocupación por los demás, o le interesa la suerte de los demás. En los dos libros busca la bisagra que tiene la sociedad en términos éticos, morales y económicos. El elemento común es que la naturaleza humana está asociada a la sociedad en la que estamos, no creía en el estado natural de (Jean-Jacques) Rousseau. Creía que la propia naturaleza está asociada al ser humano y su sociabilidad”, resumió Bonilla.
La división del trabajo y su paradoja
Con relación al comercio y su importancia, el editor de Economía de La Diaria subrayó las posiciones críticas del filósofo sobre los perjuicios que provocan el proteccionismo, el nacionalismo y el mercantilismo.
“Smith identificaba que había un error asociado a la naturaleza de la riqueza, que no son los metales preciosos o la tierra (como se presumía en esa época). Sobre las causas de la riqueza, sostiene que no está asociada a mantener un saldo de la balanza comercial favorable, sino que se vincula a la división del trabajo y la capacidad de comerciar. Un mercado chico restringe nuestra capacidad de dividir las tareas y eso va en detrimento de la productividad”, apuntó Deagosto.
Sin embargo, hay una advertencia por parte de Smith sobre la contradicción que presenta la división del trabajo como mecanismo de mayor productividad y desarrollo.
Según señalaron Bonilla y Deagosto, Smith también advierte que, si bien “la división del trabajo es uno de los motores del crecimiento y la prosperidad”, trae aparejado “un proceso por el que las personas se embrutecen y se convierten en ‘personas estúpidas e ignorantes’”.
Sobre este punto, Bonilla hizo una precisión, por más que el autor escocés valoraba la sociedad comercial -hoy economía de mercado- como “buena, responsable de generar riqueza y prosperidad, la especialización también puede embrutecer a la gente y Smith plantea que eso se combate con la educación”.
“No es un defensor acrítico de la economía de mercado”, explicó.
En esta línea, Deagosto recordó que el homenajeado durante sus dos obras plantea, además de una preocupación central por el cuidado de los sistemas de incentivos, también una paradoja.
“Al igual que Hume, señala que gracias a la acción silenciosa e imperceptible del comercio fue que escapamos de la sociedad feudal para movernos hacia la comercial. En lugar de mantener miles y miles de siervos, con la aparición del comercio y de la industria se promovió mayor libertad, seguridad individual y prosperidad. Sin embargo, Smith observó que esa riqueza que surge a partir de la propensión a buscar una mejora de la condición también lleva a perseguir una zanahoria que nos deja insatisfechos. Se refería a lo que se sacrifica en esa persecución constante por la riqueza”, reflexionó Deagosto.
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