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Internacionales

Por The New York Times

Dirigió la policía secreta de Hitler en Austria y después trabajó de espía para Occidente

El alto comandante, responsable de la deportación de decenas de miles de judíos, fue protegido por las autoridades estadounidenses.

07.04.2021 18:46

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2021-04-07T18:46:00-03:00
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Por The New York Times | Ronen Bergman

Un alto comandante de la policía secreta de Hitler, responsable de la deportación de decenas de miles de judíos, fue protegido por las autoridades estadounidenses y alemanas después de la Segunda Guerra Mundial y más tarde se unió al servicio de inteligencia exterior de Alemania Occidental, que conocía su papel en la guerra, según revelan registros recientemente revelados.

Al final de la guerra, el oficial, Franz Josef Huber —que también tenía el rango de general en las SS, la organización paramilitar nazi— dirigía una de las secciones más grandes de la Gestapo, que se extendía por Austria y tenía funciones en el este. En Viena, tras la toma del poder por parte de los nazis, sus fuerzas colaboraron de manera estrecha con Adolf Eichmann en las deportaciones a los campos de concentración y exterminio.

Eichmann acabaría siendo ejecutado por su papel en la coordinación del asesinato de millones de judíos. El próximo domingo se cumple el aniversario 60 de la apertura de su juicio en Jerusalén. Sin embargo, Huber nunca tuvo que esconderse o escapar al extranjero, como hicieron muchos otros altos mandos del Tercer Reich.

Pasó las últimas décadas de su vida en Múnich, su ciudad natal, con su familia y no tuvo que cambiar su nombre. La explicación de esta extraña inmunidad parece residir en su utilidad en los conflictos de espionaje de la Guerra Fría.

Los documentos de los servicios de inteligencia de Estados Unidos muestran que había un gran interés en aprovechar la red de Huber en tiempos de guerra para reclutar agentes en el bloque soviético, incluso cuando Austria buscaba que se le juzgara por crímenes de guerra.

“Aunque no somos en absoluto ajenos a los peligros que implica jugar con un general de la Gestapo”, decía un memorando de la CIA de 1953, “también creemos, con base en la información que ahora poseemos, que Huber podría ser utilizado de manera provechosa por esta organización”.

Registros de inteligencia estadounidenses y alemanes recientemente divulgados revelan que ambos países se esforzaron por ocultar el papel de Huber en los crímenes del Tercer Reich y evitar que fuera juzgado. La emisora pública alemana ARD obtuvo los registros y los compartió con The New York Times. Se presentaron en un documental de investigación “Munich Report” que se transmitió recientemente en Alemania.

El servicio de inteligencia alemán, conocido por la sigla BND, empleó a Huber tiempo completo durante casi una década, lo cual le dio una coartada que le hacía parecer que trabajaba para una empresa privada. Pasaron casi veinte años después de la guerra antes de que los jefes de la agencia decidieran que no podían seguir tolerando la conexión. Un memorando de diciembre de 1964 advertía que la revelación del secreto “frustraría los esfuerzos de la dirección del servicio por crear confianza con el gobierno federal y el público”.

No era la primera vez que Huber se adaptaba a los nuevos amos.

En la década de 1920 y principios de la década de 1930, como joven y talentoso policía en Múnich, participó en la vigilancia de los partidos políticos, incluidos los nazis. Tras el ascenso de Hitler al poder en 1933, se convirtió en un ferviente nazi y, poco después, en alto funcionario de la Gestapo, la temida fuerza policial secreta de la Alemania nazi.

Los dirigentes nazis que creaban esa fuerza necesitaban agentes de policía con experiencia, dijo Michael Holzmann, hijo de un nazi austriaco que lleva muchos años investigando las actividades de la Gestapo en ese país. “Huber aprovechó esta oportunidad y pasó de ser un pequeño investigador a un exitoso líder del régimen de terror de la Gestapo en la antigua Austria”, comentó.

En marzo de 1938, después de que Alemania anexara Austria, Huber fue nombrado jefe de la Gestapo en la parte más importante del país, incluida Viena, la capital. Poco después, la Gestapo inició una amplia caza de disidentes en Austria y Huber dio órdenes de “arrestar de inmediato a los judíos indeseables, sobre todo por motivos criminales, y trasladarlos al campo de concentración de Dachau”. Pocos días después, los dos primeros transportes de judíos salieron de Viena hacia el campo, y muchos más los seguirían.

Huber permaneció en su puesto hasta el final de la guerra, donde recibió cada vez más personal y autoridad. Durante ese tiempo, 70.000 judíos austriacos que no pudieron abandonar el país fueron asesinados, cerca del 40 por ciento de la comunidad original, mientras sus propiedades eran saqueadas por los nazis.

Eichmann confirmó en su juicio que participó en la deportación de judíos, pero se negó a declararse culpable de genocidio, pues dijo: “No tenía más opción que obedecer las órdenes que recibía”.

Huber adoptó un enfoque diferente. Cuando habló con un funcionario del tribunal de crímenes de guerra de Núremberg en 1948 —que lo entrevistó como testigo, no como sospechoso— dijo que no había sabido nada del exterminio hasta finales de 1944, cuando su ayudante le dijo algo impreciso.

“Sin embargo, las pruebas históricas pintan un cuadro completamente diferente”, dice el profesor Moshe Zimmerman, historiador y estudioso del Holocausto en la Universidad Hebrea de Jerusalén. “Puede que Eichmann fuera un rostro más familiar para la comunidad judía, pero quien compartió la responsabilidad de llevar a cabo el terror contra los judíos, su captura, su embarque forzado en los trenes y su deportación a los campos, fue la policía y la Gestapo bajo el mando de Huber”.

Huber también fue fotografiado en compañía del jefe de las SS y la Gestapo, Heinrich Himmler, durante una visita al campo de concentración de Mauthausen, en la Alta Austria, donde fueron asesinados al menos 90.000 prisioneros.

Hacia el final de la guerra, Huber fue señalado como criminal de guerra de alto rango por la inteligencia estadounidense y parece haber anticipado lo que podría venir. Dedicó gran parte de su tiempo a tratar con agentes del Este, un recurso que pronto sería aún más valioso.

Las fuerzas estadounidenses arrestaron a Huber en mayo de 1945.

No hay registros disponibles sobre sus interacciones con la inteligencia militar estadounidense durante los dos años que estuvo detenido, pero, en mayo de 1947, a pesar de las abundantes pruebas contradictorias, un investigador estadounidense escribió que Huber era “un oficial de policía justo, imparcial en cuanto a los hechos, que llevó a cabo las funciones policiales sin prejuicios partidistas o raciales y políticos”. El documento continúa afirmando que el general de las SS “no era partidario de las ideologías del partido nazi” y lo califica como alguien “completamente digno de confianza y fiabilidad”.

Un mes después, el comandante del campo de detención estadounidense declaró que “la diligencia y la cooperación de Huber eran muy apreciadas”. Fue liberado en marzo de 1948. En diciembre de 1955, Huber se inscribió en la Organización Gehlen, de la que nació poco después el BND.

“El BND reclutó a muchos nazis, pero casi ninguno tenía un puesto tan destacado”, dijo Stefan Meining, historiador y editor de la televisión pública alemana que creó el documental sobre Huber. “Sabían perfectamente que Huber no era un asesino insignificante de la Gestapo, sino un general de las SS que se movía en los círculos más íntimos del aparato de terror nazi y que fue responsable de la muerte de decenas de miles de judíos y opositores al régimen”.

Bodo Hechelhammer, historiador en jefe del BND, entrevistado en el documental, confirmó que Huber era empleado de la agencia y explicó que la búsqueda de personal de inteligencia calificado con una clara inclinación anticomunista llevó a reclutar “con demasiada frecuencia a los antiguos nazis”. La agencia no respondió a una solicitud para hacer más comentarios. La CIA también rechazó hacer comentarios.

A principios de 1964, el BND, con el temor de que se divulgara la información, llegó a la conclusión de que “ya no era concebible” mantener a Huber, pues su papel podría “poner en peligro el servicio”, y decidió despedirlo.

No obstante, como Huber no había mentido a sus jefes sobre su pasado, “no se pudo demostrar ninguna falta” que justificara su despido, por lo que le otorgaron una baja remunerada.

Se jubiló tres años más tarde, a los 65 años, y cobró una pensión de funcionario alemán hasta su muerte, a los 73 años.