Por Sebastián Chittadini
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"Si el fútbol es universal, Maradona también lo es, porque Maradona y fútbol ya son sinónimos", dice Jorge Valdano en una nota que publica el diario La Nación en la que se despide de Diego y de Maradona. Esto tiene sentido porque, además de ser un símbolo de argentinidad, Diego Armando Maradona es un ícono global, es de todos. Su muerte fue tapa de más de 100 diarios internacionales de todos los continentes, y en muchos de ellos habrá habido notas hablando de su relación particular con tal o cual país que siente que, aunque sea una parte del genio, le pertenece.
Hay un Diego brasileño que mira a Pelé tocando la guitarra, se pone una camiseta de una marca de cerveza y sale como destaque en el Carnaval de Río o incluso sale sonriente con la camiseta de la selección de Brasil en una publicidad, como hay un Diego alemán que se pone la camiseta del Bayern Munich para despedir del fútbol a su amigo Lothar Matthäus, con el que se dividieron dos finales del mundo. También hay un Diego inglés, antes del Diego verdugo de los ingleses, uno que se saca la foto con los integrantes de Queen vistiendo una camiseta con la bandera británica. Por supuesto que también hay un Maradona italiano, ese que sustituyó a San Gennaro en el ranking de deidades, el que puso a una ciudad en el mapa, el que hizo que la gente de esa ciudad hinchara por Argentina contra Italia en su propio mundial. Y estando tan cerca, era inevitable que hubiera un Maradona uruguayo. ¿Cómo no íbamos a tener nuestra parte en la historia? En Uruguay, a Diego lo recibimos, lo escribimos, lo enfrentamos, lo odiamos, lo quisimos, lo hicimos enojar, le salvamos una vida, fuimos amigos suyos, nos ganó, le ganamos, le pegamos y nos defendió. A muchos uruguayos nos hubiera encantado que aquella leyenda que decía que los padres de Maradona casi se vienen a vivir a Uruguay estando su madre embarazada de él, fuese cierta. Para alimentar el "¿qué hubiera pasado sí...?" que tanto nos gusta. Tal vez, si eso hubiese sucedido, Eduardo Galeano no hubiera escrito aquello de "el más humano de los dioses", ni Mario Benedetti lo de que el primer gol a los ingleses es "la única prueba fiable de la existencia de Dios".
Cruzando el charco
Uruguay fue el primer país extranjero que Diego Armando Maradona visitó. En 1971, ya sabiendo lo que era salir en televisión y en el diario El Clarín pese a que no había cumplido los 11 años, vino a jugar un torneo con los famosos "Cebollitas" y no pudo hacerlo porque se olvidó de un documento habilitante. Apenas una década más tarde, vendría a jugar el Mundialito señalado como el heredero de Pelé y considerado el mejor jugador del mundo. Pasea por la Rambla de Punta Gorda con el delantero alemán Karl-Heinz Rummenigge, hacen una sesión de fotos para la revista El Gráfico, Obdulio Varela habla de él, todo el mundo lo mira y él se queja de que el público uruguayo lo trató mal y que "a Uruguay no se puede venir a jugar nunca más". El 10 argentino tuvo una interesante rivalidad deportiva con la Celeste. Eliminó a nuestra selección en Semifinales de un Mundial Juvenil (Japón 1979) y uno de mayores (México 1986), mientras que fue eliminado por Uruguay de dos Copas América (1987 en Semifinales en su propia casa y 1989 en la misma instancia en Maracaná).
El 22 de junio de 1986, en mi casa hay un televisor color nuevo que se justificaba por el hecho de ver a Uruguay en un Mundial después de 12 años en las mejores condiciones. Mi viejo, que seguramente usó ese argumento para salirse con la suya (y salir del blanco y negro), está sentado en el sillón. Yo, con nueve años, en el suelo. Juega Argentina, la que nos acaba de eliminar en Octavos de Final en el partido que Maradona siempre catalogó como A) el más difícil de esa campaña y B) el mejor partido de su vida y en el que C) no registró ni gol ni asistencia por única vez en los siete partidos del campeonato del mundo. Vi el gol con la mano y vi ESE otro gol, sabiendo que lo que acababa de ver no era normal. "El gol del siglo" es de esos momentos que todos registramos perfectamente y sabemos qué estábamos haciendo. Para muchos uruguayos, lo que ese hombre estaba haciendo en ese Mundial hacía que el hecho de haber eliminado a nuestra selección quedara en un segundo plano. ¿Cuántos logran algo así?
La jugada de todos los tiempos, el relato de todos los tiempos
En aquel 1986, un uruguayo iba a quedar para siempre atado a la obra cumbre del genio del fútbol mundial, como él mismo lo catalogó sobre la marcha. No existe conjunción más perfecta entre una acción deportiva y un relato, no hay más belleza y más poesía que en esos 10.6 segundos de eternidad en los que el "barrilete cósmico" emprendió el vuelo hacia la glorificación mientras el relator nacido en Cardona tiraba varios firuletes discursivos y también se compraba su pedacito de eternidad. En México, en el partido que eclipsó hasta a la propia Final del Mundial, Víctor Hugo Morales le agradece a Dios por Maradona, pero en su interior sabe que Maradona se está convirtiendo en una deidad con botines frente a los ojos del mundo.
El relato fue traducido a otros idiomas, Víctor Hugo Morales cobró derechos de autor por su utilización en diversos productos audiovisuales, se hizo una versión cantada y se transformó en un libro. El relator uruguayo tuvo siempre una relación de mucho cariño mutuo con el hombre al que le preguntó a los gritos de qué planeta había venido, y juntos llevaron adelante los programas "De Zurda" (en el Mundial de Brasil 2014) y "De la Mano del 10" (en Rusia 2018).
No era una persona cualquiera
Así como en muchos otros países, Maradona daba que hablar y le hacía sentir a la gente que tenía un vínculo especial con ellos, sus venidas a nuestro país siempre traían algo. Con él, era inevitable que no pasaran cosas. Algunas más disparatadas, otras menos, pero nunca de las que pasan inadvertidas.
Cuenta Miguel Méndez en su libro "Beckham Nunca Conoció Durazno", de Editorial Tajante, que en 1996 Maradona quiso comprar a la Institución Atlética Sud América. Estaba todo armado y pronto para que el proyecto impulsado por el aún jugador de Boca revolucionara el fútbol uruguayo. Pero algo pasó, y quedó en la nada. En ese mismo año, otro acercamiento a un club uruguayo. En este caso, uno más grande: Peñarol. Llegado a Uruguay para participar de un partido a beneficio, Maradona se sacó una foto muy conocida en la que se lo ve sonriente y tirado en el césped del Centenario con un gorro de Peñarol, equipo del que se declararía hincha. Un año más tarde, hubo reuniones entre Juan Pedro Damiani y Guillermo Cóppola que casi llegan a buen puerto. El 10 iba a ser aurinegro y hubiera participado del último año del Quinquenio, pero algunas diferencias en las condiciones frustraron el pase. También pudo haberse vestido de violeta, quién sabe, si llegaba a concretarse aquella posibilidad de jugar en Defensor Sporting.
Ya retirado, en el verano de 2000, Uruguay vio a Maradona gambetear a la muerte en Punta del Este. Muy poco después, estaba otra vez adentro de una cancha para la despedida de su amigo Carlos "Pato" Aguilera en el Centenario, donde dejó un hermoso gol de tiro libre. Algunos años más tarde, en 2007, se postulaba como entrenador de la selección uruguaya (sin importar que estuviera el maestro Tabárez en el cargo desde hacía muy poco). Consultado por la prensa, aseguró que dirigir a la selección uruguaya era "una posibilidad", pero no había hablado con nadie sobre el tema. Eso sí, en declaraciones al canal argentino TyC Sports, reconocía el interés del empresario Paco Casal para que dirigiera a la Celeste. Al mismo tiempo, reconocía que, en Alemania, el presidente de la A.F.A, Julio Grondona, le había ofreció el cargo de seleccionador argentino.
Apenas dos años después, en 2009, Maradona vendría a Montevideo al frente de la albiceleste y mandaría a la selección uruguaya al repechaje con un gol de Mario Bolatti, pero quedaría el recuerdo de uno de sus momentos memorables: "Con el perdón de las damas, que la chupen, que la sigan chupando", dijo en la conferencia de prensa a algunos periodistas argentinos que no eran muy de su agrado. En 2014, salía en el programa "De Zurda" con una remera apoyando a Luis Suárez tras su expulsión del Mundial de Brasil 2014. En el sorteo del Mundial 2018, sacó la bolilla de Uruguay y dijo en el programa "De la mano del 10" que nuestra selección estaba para pelear el título. También elogió a Diego Godín, en detrimento del zaguero español Sergio Ramos: "Que no se enoje más Ramos: el crack es Godin y nada más". Siempre habló bien del jugador uruguayo, desde Ariel Krasouski hasta sus amigos Enzo Francescoli y Carlos Aguilera. Y quizás sea por esa cuestión de mirar al hermano grande del Río de la Plata, pero nos encantaba que Diego elogiara a los nuestros. ¿A quién no?
Algunos pensarán que es una cuestión de provincianismo, y dirán que es imposible ser maradoniano si uno es uruguayo. Podemos llegar a aceptar que existan uruguayos que no lo entiendan, porque es muy difícil apreciar la magnitud de una figura tan icónica y grandilocuente, tan alejada de lo que somos o de cómo nos apreciamos a nosotros mismos. Seguramente, el Diego uruguayo hubiera sido distinto. Como lo hubiese sido el brasileño, el inglés, el italiano o el chileno. Sin embargo, él tiraba guiños, acaso con esa calidad para declarar lo que pide la ocasión y decirnos cosas que nos gustan como "Me salieron a cazar un par de veces y los uruguayos cuando pegan, pegan, ¿eh? Cuando te van al tobillo duele en serio, otro te pisa, el uruguayo te pega, directo de frente", hablando sobre aquel partido del Mundial '86 en el que Omar Borrás no puso de titular a Ruben Paz, al que algunos denominaban "el Maradona uruguayo".
En este 2020 pandémico y de televisores de pantalla plana, mi hijo tiene los mismos nueve años que tenía yo cuando vi a aquel zurdo dejar por el camino a tanto inglés. Seguramente, se va a acordar de lo que estaba haciendo en ese momento. Mi viejo esta vez me llama para que vea lo que están diciendo en la tele. Ya no hay goles, pero será por siempre Maradona el mejor amigo de la pelota, en todas las canchas de todos los países del mundo. Y también un poco nuestro, a su manera, o a la nuestra.
Por Sebastián Chittadini
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