En el final del invierno de 2022, un preso de cierta categoría dejó el Comcar. Con su salida quedaron abandonadas dos máquinas de gimnasio que él usaba para ejercitarse en un galpón descuidado que tiempo atrás había servido de sala de visitas.
Con su salida, también, nació una idea.
Alexis Tardagui (31 años) lleva siete meses en el Comcar, que formalmente se llama Unidad N°4 Santiago Vázquez. Alexis, que ya hacía boxeo afuera, se las ingenió para seguir entrenando una vez que pasó a vivir en una celda. Hoy participa de un grupo de boxeo integrado por presos del módulo 2 que practican todos los días de 15:30 a 16:30 y que se han ido ganando la confianza del llavero que acepta sacarlos. Para Alexis, el boxeo es “un arte”.
Alexis conocía a Ismael Denis (38 años) de tiempo atrás, cuando compartieron estadía en la cárcel de Canelones. A Ismael, que hace más de 20 años que está privado de su libertad, sus compañeros lo consideran “una institución”. Él, junto con su primo que también estaba preso, armó un gimnasio de boxeo en Canelones hace 12 o 13 años. Le llamaron “Camino de libertad”.
Ismael entró al Comcar después de haberse fugado de Canelones, y en esta nueva etapa de reclusión conoció a Paolo Baccino (34), que está preso hace un año y dos meses. Le dice “Forlán” por su pelo rubio y sus ojos celestes. Hace cinco meses que comparten celda y también entrenan en el grupo de boxeo del módulo 2.
Como casi todos, ellos sueñan con acortar su pena y salir lo antes posible, solo que Paolo, Ismael y Alexis vislumbraron una forma de hacerlo que, además, implicaba hacer deporte y compartir esa bendición con otros internos.
El galpón vacío y sus dos aparatos sin uso serían los cimientos. “Es ahora”, se dijeron.
Rompiendo cadenas
Es lunes 13 de febrero, un día cualquiera para la mayoría de los más de 3.500 presos que viven en el Comcar. Pero para los 1.200 que se alojan en la unidad 4D del penal, que agrupa los módulos 2, 3 y 6, es un día de fiesta: se inaugura un gimnasio y se celebra una velada de boxeo con música, comida y todo el despliegue posible.
Alexis sale al encuentro de su madre y su hermana, que caminaron por las calles de la cárcel hasta llegar al módulo 2. Se dan un abrazo fuerte, cargado de emoción. Detrás de él aparecen Ismael y Paolo, que también esperan a gente de “la calle”. La mayor expectativa está puesta en la llegada de los boxeadores profesionales que prometieron su presencia, entre ellos Chris Namús, Eduardo Abreu y Eduardo Estela.
Entrando al módulo, pasando una primera sala de distribución, a la izquierda se encuentra el fruto de cinco meses de esfuerzo. Aquel galpón descuidado hoy es un gimnasio con paredes blancas, espejos, carteleras con guías para las rutinas de ejercicio, una bolsa de boxeo y una decena de aparatos, entre los que están los dos originales. En letras negras pintaron el nombre que eligieron: “Rompiendo cadenas”.
Mientras al fondo del salón algunos internos ensayan golpes y entran en calor, Ismael señala a Alexis y dice entre risas: “El que se va a hacer pegar hoy es él”. Alexis peleará en representación del módulo 2 contra “uno de la calle” que estuvo preso tiempo atrás. Se llama Jonathan de los Santos y desde afuera colaboró con todo el proceso.
Fue “todo a pulmón”, dice Ismael. Fueron consiguiendo cosas de a poco, “molestando a las familias” y recurriendo a amigos o conocidos que estuvieran afuera. El encargado del depósito del Polo Industrial del Comcar un día los mandó llamar y les mostró que allí había cuatro máquinas para hacer pesas y ejercicios cardiovasculares, y se las ofreció. Así, entre donaciones y el bolsillo de sus allegados, juntaron desde la pintura para el gimnasio hasta los tornillos para los pilotes o las cuerdas del ring, pasando por guantes, pesas, manoplas y cabezales.
Y cada vez que se hacían de algún insumo, debían cumplir un estricto protocolo que Paolo describe así: “Se hace una solicitud al encargado por el Instituto Nacional de Rehabilitación para el ingreso de las cosas. Ellos te dan el ok. Después esa solicitud va a una unidad arriba, lo firman las autoridades, y pasa adelante. Ahí revisan, ven que esté todo bien, e ingresan”.
Mes a mes, los materiales se fueron acumulando en el salón que de a poco fue tomando forma de gimnasio. En ningún momento les “trancaron” nada, aseguran. “Lo que es deporte lo apoyan mucho, la verdad”, dice Ismael.
Él, que conoce “casi todas las cárceles de Uruguay”, era el que tenía la experiencia previa. En Canelones, cuenta, armó el ring de boxeo con 3.600 cuchillos y varillas: “Pedimos donados todas las puntas y los cortes (carcelarios) que hubiera en la cárcel. Todo eso fue filmado por el ministerio”, relata.
Otro de los protagonistas de esta historia, dicen los propios presos, es el director de seguridad de la unidad 4D, apodado “Conejo”, que se ocupa de la gestión laboral de unos 280 internos y, en su rol de intermediario, recibió y firmó las solicitudes. “Este fue un proceso largo. Cada 15 días ingresó material”, cuenta el operador penitenciario.
Todo el proceso se les computó como comisión de trabajo: Alexis, Ismael y Paolo restan un día de pena por cada dos que trabajan como encargados del gimnasio. Los tres firmaron 216 horas de descuento mensual, que en un futuro equivaldrán a siete u ocho días de libertad.
No es casualidad que este proyecto haya nacido en el módulo 2. Es uno de los sitios del Comcar en los que los presos pueden beneficiarse del trabajo y el estudio, y adonde asignan como premio a los que exhiben buena conducta.
Ahora el plan es que los reclusos de la unidad tengan la posibilidad de entrenar en el gimnasio tres veces por semana. Para los que viven en otros módulos no será tan fácil, ya que precisarán autorización y toda la burocracia que conlleva. Primero, que funcione; después se verá si hay orden de extenderlo.
Verlo feliz a él
Es tiempo de pasar al patio, donde se desarrollará la fiesta y donde está el ring, la estrella de la jornada. Es un ring móvil —todo se saca: los pallets, el piso de goma eva y hasta los pilotes— y podrá ubicarse también dentro del gimnasio.
Alrededor de la estructura esperan varios grupos de presos, seleccionados por las autoridades por ser los de mejor conducta, prontos para ver el espectáculo. Unos 20 o 30 pertenecen al PPLHIC19, que significa “proyecto de privados de libertad con la higiene que integran las cárceles uruguayas con los 19 departamentos”, y es una especie de empresa integrada por 70 reclusos de la unidad 4D. La velada de boxeo es una ocasión ideal para exhibir sus champús, jabones, productos de talabartería, cuadros y artesanías. Al igual que el boxeo, la única manera de sacar adelante el proyecto es con donaciones y con la colaboración del INR.
La banda La Anticipada, compuesta por presos, prueba los instrumentos. Los familiares, amigos y boxeadores profesionales ya ocupan sus asientos. Los operadores penitenciarios observan la escena desde atrás. De a poco van apareciendo los protagonistas, que empiezan a prepararse para el combate.
Entre ellos está Alexis, que dejó el jean y la remera para colocarse el short y la remera diseñada especialmente con su nombre y la inscripción “Rompiendo cadenas”. Se venda las manos mientras escucha las palabras del subdirector administrativo de la 4D, Marcos Moreira, que da la bienvenida y agradece a las familias por el esfuerzo. “Que en el día de hoy se plante la semilla para que el día de mañana se pueda inaugurar un taller de boxeo”, dice Moreira, y deja sonando a La Anticipada a pura cumbia.
María Lemos, la mamá de Paolo, no le saca los ojos de encima a su hijo. “Verlo feliz a él… ya está. Todo lo que vivo cuando vengo a verlo queda atrás”, dice esta mujer que sonríe a pesar de su dolor.
Se lo dijeron en la fila de las visitas: el peor año es el primero. Y así fue. A la sorpresa del delito cometido por su hijo —que estudió en colegio privado, que tenía empresa propia— se sumó la peripecia necesaria para encontrarse con él, incluidos los malos tratos de la guardia, cuenta. Ahora, que Paolo lleva ya 14 meses preso, solo espera que las cosas empiecen a mejorar.
Beneficio para todos
A las 12:30 comienza la primera de cuatro peleas. En la esquina roja, un representante del módulo 3, asistido por un policía que es profesor de boxeo; en la esquina negra, uno del módulo 10 asistido por un privado de libertad. El juez es un funcionario del programa Pelota al medio a la esperanza. Son dos rounds. Cada tres minutos de pelea, uno de descanso.
Mientras transcurre el sparring, algunos reclusos se sacan fotos con Chris Namús, que se roba buena parte de la atención, hace historias para su Instagram, firma autógrafos y saluda a cada uno con un beso. Los espectadores conversan y celebran los golpes certeros. Dos operadoras penitenciarias bromean con que podrían demostrar sus cualidades en el ring, pero se les arruinarían los arreglos de sus dientes. La pelea culmina con abrazos y aplausos, pero sin fallo: los dos son ganadores.
En eso aparecen botellas individuales de refresco de naranja, y sirven pizza y hamburguesas hechas en el Comcar. Presos y policías comen a la par. En esta inusual convivencia armoniosa, unos gozan de la sensación de libertad temporal mientras los otros disfrutan de bajar al menos un poco la guardia. En un intento de explicar el buen ambiente y la colaboración de los uniformados con la velada, uno de los presos dice: “Es que esto es de beneficio para todos. Después, si te tienen que dar palo, te lo dan”. A su vez, una de las operadoras reconoce que una jornada laboral así es “un respiro”.
Ya habrá tiempo de volver a las celdas y retomar los roles. Mientras tanto, algunos uniformados se sientan entre los familiares y otros registran las peleas con sus celulares. Los miembros de la banda quieren un recuerdo con Namús, y una operadora penitenciaria accede a ser la fotógrafa. De paso, sale una selfi de un grupo de policías con la boxeadora. Todo fluye “de 10”, constata Paolo.
Es el turno de Alexis, que se enfrenta a Jonathan de los Santos y exhibe su trabajada técnica. La madre grita desde la mesa: “¡Dale, Alexis!”. Y luego: “¡Bien, Ale!”. Namús elogia el nivel de los combatientes, sobre todo de los que tuvieron solo unos meses de preparación antes de subirse al ring. “No es lo mismo hacer guante en el gimnasio con tus compañeros, que estar acá, que estamos todos nosotros, que están la prensa y los demás reclusos mirándote”, destaca. “Obviamente hay cosas técnicas para corregir, pero ya que se animen a estar ahí, bien parados, y lanzar esos golpes, me parece buenísimo”.
Namús dice que siempre que hay actividades que involucran boxeo en un centro de reclusión, intentan participar. Junto con sus compañeros, Estela y Abreu, han estado también en Canelones, Punta de Rieles y, más atrás en el tiempo, en la Colonia Berro. “Saben que conmigo, para estas cosas, siempre pueden contar”, dice.
Para ella, el boxeo es “ideal para este tipo de situaciones”.
“Es un deporte muy disciplinado e inculca mucho el compañerismo, el respeto hacia el otro. Como vimos recién: estar arriba de un ring lanzándose golpes, en otro ámbito sería una pelea, un conflicto, algo malo. Sin embargo, acá terminan de hacerlo y se dan un abrazo. Tiene eso: te genera respeto por el compañero, cierta complicidad”, explica, y agrega: “Además, es un deporte que requiere de sacrificio físico, y la energía que se necesita es mayor a otros entrenamientos. Eso también ayuda a que sea una especie de terapia y a canalizar frustraciones”.
La velada culmina y uno de los jefes de la unidad toma el micrófono para agradecer la presencia de los boxeadores profesionales. Los hace pasar al frente para entregarles a cada uno un cuadro hecho por los presos del PPLHIC19. Hay más fotos, abrazos y otra vez la música de La Anticipada.
Paolo, Alexis e Ismael están exultantes y agradecidos con todos los que han aportado, especialmente con los funcionarios. Dice Paolo: “Es un gran logro para nosotros contar con este espacio donde poder descargar energía física y emocional. Nos permite salir un poco del encierro y distraernos para hacer más llevadero el día a día. Estamos muy contentos con lo que hemos logrado”.