Por César Bianchi
@Chechobianchi
Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Si te has reído o todavía te reís del sobrepeso de Denise Casaux cuando la viste en La culpa es de Colón o ahora en La ruleta de la suerte, llegaste tarde. Ella se mató de risa antes que vos, y hasta guiona sus espectáculos o sus apariciones mediáticas con sus kilos de más como eje central. Factura con eso, mucho antes que lo dijera Shakira. Esa es su estrategia y vaya si le ha salido bien. Con el video casero La Gorda, se hizo viral. Ahí decía que “la gorda”, el personaje, come y come sin discriminar, porque le gusta lo salado y lo dulce, y se la veía haciéndose “milanesa” en la arena de una playa brasileña.
La Batigorda, su personaje actual en el 12, por ejemplo, le tiene aversión a las verduras y dice que un alfajor nunca se pone feo, a diferencia de una fruta. Ella no se ríe de las personas con sobrepeso u obesidad, se ríe de sí misma. “Es algo que me pasa a mí, yo tengo el carné de gorda, yo puedo hacer eso. Como el puto tiene el carné de puto”, dice sin eufemismos. El tema lo tiene tan superado y asumido, que convirtió las burlas en humor, una herramienta de trabajo.
Otros asuntos de su vida, en cambio, todavía no los puede transformar en humor. No puede hacer chistes sobre el abandono de su padre o la violencia que ejerció este sobre su madre. La herida no ha sanado, por lo menos no para que sirva como materia prima para un monólogo.
Denise (30) estudia contabilidad, trabaja nueve horas diarias en una multinacional, tiene un papel en televisión y este febrero se pintó la cara para hacer reír en las parodias de Los Muchachos, agrupación que pelea la categoría carnavalera.
Verborrágica y sin filtro, esta mujer con carácter cuenta los pormenores del vínculo con su padre, reivindica la importancia de su madre en su crianza, cómo conoció el stand-up, su llegada a la tele en La culpa es de Colón, programa que —asegura— evidenció el machismo imperante en gran parte de los espectadores. “Nosotras no podíamos hablar de sexo, de caca, y los varones podían hablar de todo. Era comentarios tipo: ‘Ay, qué ordinarias que son’, o ‘cómo van a mostrar la panza’, a Lucía le dijeron que tenía ‘orejas horribles’. Los comentarios eran así porque, claro, no éramos mujeres de cuerpo hegemónico. La mujer en TV tiene que ser hegemónica, el hombre no. Ese es el problema”, sentencia.
“Yo le tenía terror a mi papá, me hacía pichí cuando lo veía. Cuando se fue de casa fue un suspiro para mí. Pero, a la vez, estaba perdiendo a mi papá. Mi hermano festejó porque él se fue. Con mamá también fue muy violento. Yo sentí la pérdida”
¿Cómo fue tu infancia?
Divina, una infancia preciosa con mucho amor, en Punta Carretas. Mamá, papá, hermano, familia perfecta. Después se fue deteriorando con los años. Papá se fue cuando yo tenía 12 años. Medio que nos abandonó… Medio no: nos abandonó, y mamá se quedó con la responsabilidad de los dos, de mi hermano y de mí. Mamá tenía en su cabeza ser perfecta: se recibió a los 22 años, formó la familia perfecta, se casó con un abogado grado 5 de facultad, y después, no sucedió todo lo que ella había craneado. Pero cuando yo era chica todo fue maravilloso, después en la adolescencia fue más complicado, por la partida de mi papá y todo lo que pasamos, pero fui una niña muy feliz, llena de amor.
Escuché que tu mamá es tu gran referente en la vida. ¿Por qué?
Es la referente en mi vida. Una mujer luchadora, una mujer que salió adelante sola, con la plata que tenía en el momento. Le costó un montón llegar a lo que es hoy. Es una mujer que —dicho en criollo— “no se come ninguna”, y es una mujer llena de luz: vos podés estar mal, pero llega ella e ilumina el lugar. No hay nadie que pueda hablar mal de mi madre, porque es una mujer maravillosa, maravillosa.
Sin embargo, con tu viejo el vínculo no ha sido bueno.
No tengo vínculo. No tengo ni idea de su vida. Esto es así desde el 2008, cuando falleció mi abuela. Se peleó con mi mamá, nosotros igual mantuvimos la relación un tiempo, pero después él se casó con otra señora, conflictiva… Él era muy violento cuando yo era chica. Muy violento. Nos pegaba… No lo voy a juzgar, porque en esa época a los niños se les pegaba, era una cultura diferente, pero nos pegaba con todo lo que encontrara. Yo le tenía terror a mi papá, pero terror nivel me hacía pichí cuando lo veía. Entonces, cuando se fue de casa fue como un suspiro para mí. Pero, a la vez, estaba perdiendo a mi papá. Yo me acuerdo que mi hermano festejó porque él se fue. Con mamá también fue muy violento. Yo sentí mucho la pérdida.
En un momento me quise acercar, y no hubo reciprocidad. Lo invité a mi cumpleaños de 15, porque quería bailar el vals con él, y él no quiso ir. Lo que a mí más me duele y me va a doler toda la vida es todo lo que le hizo a mi mamá. Yo eso no se lo perdono. Calculo que es muy difícil ser padre, pero yo no elegí venir al mundo. Yo podría llegar a perdonarlo por lo que me hizo a mí, pero por lo que le hizo a mi mamá, yo no lo puedo perdonar. [Por] la violencia que ejerció, las cosas que dijo, yo a mi hermano y a mi mamá los protegí toda la vida. Y lo seguiré haciendo.
¿Y nunca lo denunciaron por violencia doméstica?
Sí. Mis vecinos lo denunciaron al Iname, en aquel momento, porque escuchaban los gritos. Yo era muy chica, tenía 10 años, no sé en qué quedó esa denuncia. Mi mamá no lo denunció, por aquello de “lo hago por mis hijos”, “me quedo por mis hijos”, hasta que un día le dije: “Por favor, divorciate, no podemos más”.
Él después involucró a su mujer, y yo cuando tenía 15 le dije: “Mirá, si tú no querés venir a mi cumpleaños de 15 yo lo entiendo, pero de mi madre no hables mal. Yo no voy a permitirte eso. Ni que hables mal de mi hermano o de mi abuela. A mí la relación no me suma, así que yo no te quiero ver más”. Tampoco de su lado hubo interés por verme o querer saber de mí. Fue una decisión mutua. Igual no lo necesité, porque soy una persona muy feliz, pero la verdad es que las nuevas son generaciones con muy pocos padres presentes.
¿Has podido sanar esa pérdida?
No lo sé, no lo sé, todavía no… Los comediantes siempre dicen: “Todo lo que vos sanás, lo hacés humor”. Bueno, yo todavía no puedo hacer chistes con eso. Calculo que en algún momento podré hacerlo. Los maestros comediantes dicen eso: que el día que vos sanes algo, podrás hacer humor con eso. La tragedia, con el tiempo, es humor. Yo con eso, todavía, no puedo.
“Fui a un colegio privado re cheto y tenía el concepto de que había que ser flaca, rubia y con plata. No conocía otra realidad. Después de los 18 años que había otras realidades, y ahí pensé: ‘Con este tipo de gente yo me quiero llevar, no con la gente careta’”.
¿Sufriste bullying por tu peso?
Bullying es una palabra muy fuerte, y creo que no fue así. No siento que haya sufrido bullying en la escuela, pero porque yo tenía mucha personalidad, y trataba primero de hacer chistes o de ser simpática y de caerte bien por mi ser, antes de que se rían por mi peso. Yo me reía antes que el otro, de mí misma. Ponele que cuando yo tenía 15 o 16 me puse de novia y mis compañeros no lo podían creer: “¿Cómo va a tener novio esta gorda?”. Como si fuera horrible. Hay niños a los que les pegan, los insultan, los aíslan, y yo eso no lo viví. Capaz que sí he sentido algún comentario despectivo, alguna mirada despectiva, las he visto, y la verdad es que me afectan. Me siguen afectando al día de hoy. Pero siempre conviví con eso.
¿Y cómo enfrentaste o lidiaste con esos comentarios o miradas despectivas?
Me alejé de esas personas, de esos niños que hablaban así. Iba y les hacía yo misma chistes sobre mi peso, entonces era: “¿Querés reírte de mí? Reíte, pero yo me río antes”. Siempre hice humor, desde muy chica, entonces compraba más por ese lado. Yo, cuando era chica, le quería gustar a los varones. Fui a un colegio privado re cheto y tenía el concepto de que había que ser flaca, rubia y con plata. No conocía otra realidad. Entonces, yo pensaba que había que ser flaca, rubia y con plata para gustarle a las personas. No entendía que yo iba a poder tener pareja, o salir adelante. Después, terminé el liceo y pasé a facultad (de Ciencias Económicas) y ahí conocí otro mundo, otras realidades, de gente que venía del interior y se quedaba en pensiones. Yo entendí después de los 18 años que había otras realidades, y ahí pensé: “Ah, con este tipo de gente yo me quiero llevar, no con la gente careta”.
¿En Montevideo sentís la gordofobia?
Sí. Hay en las tiendas de ropa, mucho. Las chicas que atienden te dicen que no tienen talles accesibles para todos te miran como diciendo: “¿Qué hacés acá?” Las típicas tiendas del shopping, te digo. O les pedís un talle más y te dicen: “Ay no, ese es el que más viene”. O sea, yo soy la que está mal, y no la tienda que, supuestamente, tiene que vender para todos. Y fuera de las tiendas, también. “Ay, yo a lado de la gorda no me siento, voy a estar incómodo”. Hoy me pasa un poco que me empiezan a reconocer y se olvidan, un poco, que soy gorda. Eso está bueno para mí.
Porque trabajás en los medios, pero si trabajaras en cualquier otra cosa, recibirías —quizás— la misma reprobación que otras mujeres con sobrepeso.
Sí, claro. Igual a mí me han gritado en la calle: “¡Gorda!” o “¡correte gorda puta!”. Esas cosas pasan. O “gorda de mierda”, de todo. Pero es una característica ser gorda, no es un insulto. Si a mí me decís gorda no me estás insultando, es una característica, es como que yo le diga pelado a un tipo. El que lo dice queriendo agraviar es tan retrógrado que lo dice pensando que un insulto. Es una característica física que yo tengo y con la que convivo desde hace 30 años. Lo tengo re asumido. Ahora, si me lo decís con la intención de lastimarme, conmigo no funciona.
Entonces, la nuestra es una sociedad gordofóbica…
Yo creo que sí. Hay un montón de prejuicios. Y las mujeres tenemos un montón de cosas. La mujer primero te mira si sos linda, si estás bien peinada, si estás bien maquillada, si estás bien vestida, y después recién mira cómo sos. Nos pasa como comediantes. Primero te miran todo lo exterior, y después se fijan si vos las hacés reír. Por eso hay tanto prejuicio con la comediante mujer. El hombre no: no importa si el hombre es gordo, feo, flaco, pelado, no le importa a la gente.
“El 25 de marzo de 2014 subí al escenario por primera vez. No me olvido más: era un martes. Llevé a todos mis amigos, eran 25 personas. Dije: ‘Esto es increíble. Hacer reír a toda la gente (cuando yo ya lo hacía abajo), ¡esto es droga!’”
Hablemos de laburo: estudiás contabilidad, y tenés un trabajo de administrativa en una oficina, en una multinacional, pero se nota una clara vocación por lo artístico. ¿Cómo nació?
No lo elegí. Yo soy muy fiel a la frase de que “todo pasa por algo”. Yo, de chica, era la graciosa del grupo, y vino una amiga y me dijo: “Están haciendo un curso de stand-up, ¡tenés que hacerlo vos que sos graciosa!” Eso fue en 2014, yo tenía 20 años. Yo pensé que no era el momento: estaba en plena carrera, estaba trabajando en otra multinacional (en finanzas), pero tenía una plata que era para pagar clases particulares para preparar un examen para facultad, o destinaba esa plata para hacer un curso de stand-up. Tomé la decisión de hacer el curso de stand-up y nunca había hecho ni visto nada. Fui a la primera clase (con Ernesto Muniz y con Juan Pablo Olivera), y dije: “Fua, quiero hacer esto, esto me encanta”.
El 25 de marzo de 2014 subí al escenario por primera vez. No me olvido más: era un martes. Llevé a todos mis amigos, eran 25 personas. Dije: “Esto es increíble. Hacer reír a toda la gente (cuando yo ya lo hacía abajo), ¡esto es droga!” La adrenalina que sentís arriba del escenario es increíble.
¿Y se dio natural la veta por la comedia, o en algún momento te picó el bichito de actriz dramática?
Yo no quería ser actriz, yo quería hacer reír. Capaz que en mi carrera, en algún momento, haré drama, pero yo quiero hacer reír. Que a la gente le duela la panza de reírse y diga: “¡Tal cual! ¡A mí me pasó eso!” Y que ese ratito que están ahí se olviden de qué problemas tienen.
¿Es un género bastardeado, ninguneado, como si fuera “arte menor”?
Pila. Es bastardeado porque es comercial. Tenés que actuar en boliches y hay algunos generosos, pero hay otros que no te ponen ni una luz ni un micrófono: “manejate”. Uno cuando está empezando lo tiene que hacer, porque eso hace al oficio. A veces hay condiciones paupérrimas, realmente, no te dan nada, te ponen al lado de la puerta por donde pasan los deliveries, no te cuidan. Entonces va en uno elegir. Yo hoy puedo elegir, pero cuando arrancás, igual hacés comedia en la calle. Los que hacen drama dicen: “los que hacen stand-up son cualquier cosa”, pero es que stand-up podés hacer en cualquier lado, el stand-up es comercial, a vos no te van a contratar de un evento para hacer drama, te van a contratar para hacer reír. Hay muchos actores dramáticos que se pasaron a la comedia, porque el drama no les rendía económicamente. Entonces, ojo con el ninguneo.
¿Y el salto a la tele cómo se dio?
Estaba naciendo La culpa es de Colón hombres y mujeres, ahí estaba Lucía Rodríguez y Leti Cohen, que son mis amigas. Con ella hicimos stand-up, nos iba a ver pila de gente, pero no nos conocía nadie. Surgió que empezó a haber bajas en el elenco, se manejaron varios nombres y una vez Lucía dijo: “¿Y Denise? Sabemos que funciona”. Me llamó un productor y me preguntó si quería que fuera “colona” por un día. Llamé a Lu y le agradecí y me dijo: “Yo no lo hago como un favor a una amiga, lo hago porque sos graciosa y vas a rendir”. Fui, me aprendí todo el guion, y cubrí a Leti, que estaba enferma. Al mes, lo mismo, después Jije [Jimena Vázquez] tuvo que dejar el programa, y ahí quedé fija. Ya las redes me habían explotado, me llamaban de otros programas para hacerme notas.
¿Qué pasó con La culpa es de Colón versión mujeres? Lo pregunto porque se nota la buena química entre ustedes, de hecho, después hicieron teatro, pero en TV las bajaron... ¿Fue una cuestión de rating?
Lo que sucedió es que vino el tanque de Tinelli y se dio de baja casi toda la semana y quedó un día solo disponible. Entiendo que la productora [Kubrick] tomó la opción de decir: “Bueno, vamos a quedarnos con el que tiene un poquito más de rating (ellos tendrían 10, nosotras 7)”, y ta, les convenía más. Es totalmente válido. Ahora agregaron más días, pero en su momento era un día solo. Nos siguieron llamando para otras cosas, no es que nosotras no les gustábamos. Cuando nos iban a bajar me dijeron: “La verdad, te conocimos tarde, nos hubiera gustado haberte tenido desde el principio”. Eso fue un mimo para mí.
“Muchas mujeres grandes decían: ‘Ay, ¡cómo se van a vestir así!’ o ‘¡cómo van a hablar de eso!’. Los hombres estaban hablando de lo mismo o peor. Nosotras no podíamos hablar de sexo, de caca, y ellos podían hablar de todo”
En las redes se las criticaba mucho, no así a los hombres. Las críticas que yo leí apuntaban a que ustedes no eran graciosas o ingeniosas, y los hombres sí. ¿Aceptás esa crítica, o creés que había un machismo velado en los palos?
Bueno, pero es que somos mujeres. Creo que va por ahí. Muchas mujeres grandes decían: “Ay, ¡cómo se van a vestir así!” o “¡cómo van a hablar de eso!”. Los hombres estaban hablando de lo mismo o peor, y no es contra mis compañeros de La culpa…, a quienes adoro, pero ellos podían decir cualquier cosa y nosotras no. ¿Por qué? Porque somos mujeres. Nosotras no podíamos hablar de sexo, de caca, y ellos podían hablar de todo. Era una cosa… Era comentarios tipo: “Ay, qué ordinarias qué son”, o “cómo van a mostrar la panza”, a Lucía le dijeron que tenía “orejas horribles”. Los comentarios eran así porque, claro, no éramos mujeres de cuerpo hegemónico.
Los varones tampoco lo son.
Pero ahí está: la mujer tiene que ser hegemónica, los varones no, en toda la sociedad hablo. Ese es el problema. ¿Cómo van a poner en la tele a una mujer que no es hegemónica, si la tele es hegemónica? Entonces éramos mujeres no hegemónicas, hablando de cosas que “no correspondían”, como si no tuviéramos sexo o no hiciéramos caca. ¿Sabés por qué no éramos graciosas? Porque no les caíamos bien, porque decíamos ordinarieces, porque yo soy gorda o la otra tiene orejas feas. Ya no le caíamos bien a mucha gente. Son todos prejuicios. A mí me pasa en los shows.
No aceptás el argumento de: “las mujeres no me resultan graciosas”…
Obvio [que lo acepto]. Me ha pasado de darme cuenta que hice un chiste que no fue gracioso. Yo llevaba material y decía: “Pah, esto no va a funcionar”, pero, así como a los varones tampoco les funciona todo, vamos a decir la verdad. Los gurises son excelentes, son cinco de los mejores comediantes que hay, pero también deben tener cosas que no funcionan. Entiendo que está el argumento justificado de “esto no me causa gracia”, pero también creo que había mucho prejuicio por parte de la gente porque éramos mujeres no hegemónicas haciendo reír, teniendo la libertad de decir lo que queríamos. ¡Qué tupé! Ya teníamos el rechazo, es muy difícil hacer reír así, y más en la tele, donde no ves a la gente.
En Algo que decir reprodujeron un video viral de años atrás, que vos grabaste en Buzios y en ese video parodiabas el tema “La cobra” de Jimena Barón. Tu canción se llamó “La gorda” y quiero repasar la letra: Yo soy la gorda que se come todo lo que encuentra, bebé; pensaste que era gratis el buffet, la gorda va mirando todo, bebé; y come y come sin discriminar; me gusta lo salado y lo dulce, bebé, capaz a mí la fruta no me va; yo como, como, como todo, bebé, ¿por qué no me entendés?. La interpretación que hago es que vos misma te reís de tu gordura, que transformaste el bullying en algo positivo, en una herramienta para hacer humor. ¿Es así?
Tal cual. Fue consciente. Eso fue en 2018, empecé a cantarlo solo con mi pareja de entonces, y me pareció gracioso, a él también. Grabé un video súper casero y pensé que iba a ser viral. Y efectivamente fue viral. Empecé a bobear y a reírme de mí, si yo me río, al resto que se ría de mí, ya le gané. Siempre fui fiel a eso. Mucha gente te dice: “Ay, cómo te vas a reír de esas cosas”, ¡pero si me estoy riendo de mí misma!
“Voy a ser gorda toda mi vida: porque tengo metabolismo lento, por mis genes, porque como mal, por lo que sea. Obviamente que quisiera adelgazar, por salud, pero ¿qué voy a hacer? ¿Voy a estar llorando en mi casa diciendo ‘ay, qué horrible’?”
Supongo que no habrá faltado quiénes te digan que estás haciendo apología del sobrepeso, que así no fomentás una alimentación saludable. ¿Qué contestás a eso?
Que no es mi trabajo ese. Mi trabajo no es recomendar alimentación saludable, ese es trabajo de los nutricionistas. Yo no fomento a nadie que coma nada, cada uno que haga lo que quiera con su vida, yo me río de mí. Lo que te decía hoy: yo no puedo hacer chistes con lo de mi padre, porque no lo sané. Lo de mi gordura lo tengo tan sanado e incorporado a mi vida, que me río todo el tiempo, constantemente. Me caigo y digo: “Chicos, ayuden a levantar a la gorda”. En Los Muchachos todo el tiempo jodo con eso. “Ay, cómo te vas a reír de eso”. Es algo que me pasa a mí, yo tengo el carné de gorda, yo puedo hacer eso. Como el puto tiene el carné de puto. El otro día un compañero hizo un chiste del cuerpo de Lucía [Rodríguez] en un tablado, y yo le dije: “No, amigo, tú no podés hacer chistes sobre el cuerpo de una compañera. Ella sí lo puede hacer”. ¿Se entiende?
Aparte hay otra cosa: yo ya entendí que soy gorda, no es que “estoy” gorda. Voy a ser gorda toda mi vida: porque tengo metabolismo lento, por mis genes, porque como mal, por lo que sea. Obviamente que quisiera adelgazar, por salud, y porque hay cosas que hago hoy, que con unos kilos menos las podría hacer más, todavía. Pero ¿qué voy a hacer? ¿Voy a estar llorando en mi casa diciendo “ay, qué horrible”? Vas a engordar más si te deprimís y te quedás tirada en la cama llorando y diciendo “nadie me quiere”. Te van a querer por cómo sos. Podés ser gorda o flaca, ser una mierda, y nadie te va a querer. ¿Cuánta gente hegemónica no es querida?
Hace unos meses entrevisté para este espacio a Romina Ottonello, una modelo de cuerpo no hegemónico que se define como “activista por la aceptación corporal” y denuncia la gordofobia en este país. Y ella me dijo: “El cuerpo gordo está asociado al cuerpo vago, al cuerpo que no tiene control, que no hace nada para cambiarlo, como si fuera un cuerpo pecador, está asociado a la gula, a esa persona que le ponés una torta adelante y se la come toda. Y no necesariamente es así”. Ella me decía que alguna vez hizo dieta, pero hoy no, se acepta como es, y se siente una mujer saludable. Me decía que no todo pasa por la alimentación. ¿Vos qué opinás?
Coincido en todo con Romina. Primero y principal: yo como mucho menos que el resto. Te juro por mi mamá que yo como menos que el resto, como menos que mis amigas. Mi mejor amiga es totalmente hegemónica, tiene cinturita de avispa y come el triple que yo. Hay una cuestión, que yo la entendí con el tiempo —no al principio, y por eso hay bulimia y anorexia—, entendí que hay un montón de factores como lo genético, el metabolismo. Yo, para ser flaca, tendría que estar toda mi vida a dieta. Tendría que comer solo lechuga todos los días. Hice dieta, no mil, 200.000 [dietas].
Llega un punto que te desmotiva, porque decís: “Bueno, ta”. Llegué a bajar 17 kilos cuando me separé, después volví a aumentar. Depende mucho del estado de ánimo que uno tenga, también. O las prioridades que uno tenga. Mi prioridad hoy no es adelgazar. Yo tengo cinco tablados hoy y mañana tengo que ir a trabajar. ¿Vos te pensás que voy a pensar en comer sanito? No, voy a convivir con mi vida. Ojo, tampoco juzgo a la gente que se cuida todo el tiempo. [La comediante] Luciana Acuña es amiga mía, y se cuida todo el tiempo: a ella le hace bien cuidarse, a mí me hace bien tener otras prioridades. Y otra cosa: la comida es una adicción, sí, pero también es una cosa social. Vos podés dejar de fumar, podés dejar de drogarte, pero no podés dejar de comer.
¿Te considerás feminista?
(Piensa) Sí, pero no de esas extremas… Entiendo que la mujer es inferior en un montón de cosas, o sea, nos ponen en un lugar inferior en un montón de cosas. Nos juzgan por ser mujer, siempre le creo a la mujer, voy a la marcha del 8M. A mi mamá le pegaron, a la madre de mi abuela —que tiene 92 años y no se come ninguna— le pegaban, porque era una época en que las mujeres eran trofeos. Yo nunca podría ser mantenida, nunca podría ser como un trofeo.
Pero ¿por qué arrancaste separándote de las feministas “extremas”?
Porque los extremos son un montón… A veces te dicen: “No podés hacer humor con lo sexual”, ponele. Yo voy a hacer humor con lo que quiera. Yo soy feminista porque lucho todos los días contra una sociedad machista, en la cual me quiero destacar como persona y no por ser mujer. Entiendo que las mujeres estamos por debajo del hombre siempre, en todos lados. Yo voy a batallar contra eso, y marchar por las mujeres que no pudieron, que les pegaban, que las mataron, que las tenían como trofeo. Por esas mujeres voy a luchar siempre. Pero tampoco considero que todos los hombres son malos. No estoy con eso de “muerte al macho”. No puedo juzgar a todos los hombres con la misma vara. Yo viví en una casa donde mi padre era el que mandaba, el que pegaba y el que maltrataba. Y yo no quiero eso. Quiero ser yo la dueña de mi vida.
Te has mantenido en TV, porque fuiste convocada para La ruleta de la suerte con Rafa Villanueva, donde nuevamente hacés un personaje donde te reís de tu sobrepeso... ¿Te divertís haciendo el personaje de La Batigorda?
Mucho. Es Batman, pero gorda. [El actor y comunicador argentino Darío] Barassi hace Fatman, y nadie le dice nada. Es más, hizo Fatman después de mí. Barassi es un buen ejemplo: es una persona con sobrepeso, pero es un cra. Se olvidan que es gordo. Te hace cagar de risa, es tremendo conductor, tremendo actor. La Batigorda hace reír mucho a los niños. Con Rafa buscamos cuidar no dar un mal mensaje, porque la idea no es decir “engorden que está bien”. No es esa la idea, es un personaje donde la Batigorda pelea contra las verduras, ¡porque es gorda! Y ahí se ve el no prejuicio del canal [12]. Me llamó una productora del canal para decirme que me habían visto en un show y querían ese personaje en el programa.
En este febrero hubo una novedad en tu carrera: estás saliendo en parodistas Los Muchachos, y por estos días, definiendo la categoría en la liguilla. ¿Cómo podrías definir la experiencia carnavalera?
Maravillosa, increíble, cansadora. Fue un desafío tremendo. Es como que a un jugador lo llamen de Peñarol o Nacional, y hoy en día lo estoy disfrutando al máximo. Me encanta la llegada a la gente, me encanta hacer reír, me encanta que me den espacio para cantar. Me dieron tremendo espacio. Me vieron, les gusté, me llamaron.
Es un ámbito que podría ser visto como machista. ¿Te has sentido cómoda siempre? ¿Solo te ha generado satisfacciones?
Es machista, es un ambiente muy machista, pero que haya tres mujeres [Lucía Rodríguez, Leti Cohen y yo] y que una de las parodias la lleven adelante las tres mujeres, primero, es una responsabilidad tremenda, y segundo es: “Bo, ¡bien!” Se habla mucho de “las tres mujeres de Los Muchachos”, se destaca eso. Mirá que somos ocho mujeres en todo el conjunto, es salado. Estoy cansada, porque al otro día entro a trabajar a las 8.
¿Cuánto te importa ganar?
Me importa ganar, quiero ganar. ¿Sabés por qué? Por todo el esfuerzo, todo el laburo que hicimos, porque creo que tenemos un espectáculo increíble. Si mañana perdemos, no importa, pero con todo lo que ensayamos y todo el laburo detrás, ¡quiero ganar!
¿Esperás que llegue el momento de dejar “las 8 horas” de oficina (9 en tu caso) para poder vivir de la actuación? ¿O la ves como un complemento de una carrera tradicional?
Hoy se complementan. Lo que pasa es que me gusta mucho mi trabajo de oficina. No es que yo lo hago por plata, lo hago porque realmente me gusta. Es muy difícil trabajar de lo artístico o de los medios, y es muy inestable. Yo soy muy estructurada, me daría miedo no tener el salario fijo a fin de mes. Tal vez mañana lo deje, lo veo como una opción, pero hoy en día estoy re cómoda. Se complementan muy bien. En muchos eventos de la empresa me piden que los conduzca yo, hago humor, me van a ver a los teatros. Hay una complicidad con la empresa. Estoy cómoda ahí.
¿Sos feliz?
Muy feliz: hago lo que me gusta, tengo a mi familia sana, tengo a mis amigos bien. Creo que es un estado la felicidad. Hoy estoy muy feliz.
Por César Bianchi
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