Por The New York Times | Andrew E. Kramer
Soldados ucranianos, con rifles Kalashnikov colgados al hombro, patrullan por un bosque silencioso y nevado, pasando por casas abandonadas desde hace tanto tiempo que las enredaderas se enroscan por las ventanas rotas.
No se cultiva nada en los campos, las ciudades desiertas y toda la zona de Chernóbil, en el norte de Ucrania, sigue siendo tan radiactiva que parecería el último lugar de la Tierra que alguien querría conquistar.
Pero mientras la mayor parte de la atención suscitada por una posible invasión rusa se centra en la acumulación de tropas y las hostilidades diarias en el Este, la ruta más corta desde Rusia a la capital de Ucrania, Kiev, es por el norte. Y pasa por la zona aislada en torno a la central de Chernóbil, donde la fusión de un reactor en 1986 provocó el peor desastre nuclear de la historia.
Una de las incongruencias de la guerra hace que Chernóbil sea una zona que Ucrania cree que debe defender, obligando a sus militares a desplegar fuerzas de seguridad en el inquietante y todavía radiactivo bosque, donde llevan tanto armas como equipos para detectar la exposición a la radiación.
“No importa si está contaminado o si nadie vive aquí” dijo el teniente coronel Yuri Shakhraichuk, del servicio de guardia de fronteras ucraniano. “Es nuestro territorio, nuestro país, y debemos defenderlo”.
Los efectivos desplegados en esa región, conocida como la Zona de Exclusión de Chernóbil, no serían suficientes para rechazar una invasión, si eso llegara a suceder; pero están allí para detectar señales de advertencia. “Recogemos información sobre la situación a lo largo de la frontera” y la transmitimos a las agencias de inteligencia de Ucrania, dijo el coronel Shakhraichuk.
El concepto de la Zona de Exclusión de Chernóbil cuando las autoridades soviéticas la establecieron hace tres décadas era limitar, mediante el aislamiento, la letalidad del accidente de la central nuclear. Las partículas radiactivas que quedaron en el suelo o atrapadas bajo la estructura de contención del reactor destruido mientras se descomponen lentamente supondrían poco riesgo para los soldados, siempre que no permanezcan en zonas altamente irradiadas. Pero el terreno debe ser abandonado, en algunos lugares durante cientos de años.
Hace dos meses, el gobierno desplegó fuerzas adicionales en la zona, debido al aumento de las tensiones con Rusia y Bielorrusia, un aliado del Kremlin cuya frontera está a ocho kilómetros del reactor siniestrado y donde Rusia recientemente ha desplazado tropas.
“¿Cómo es posible?”, dijo Ivan Kovalchuk, un bombero ucraniano que ayudó a extinguir el fuego en la planta en los primeros días después del accidente, arriesgando su vida junto a rusos y personas de toda la antigua Unión Soviética. Dijo estar indignado por el hecho de que Rusia pudiera amenazar militarmente la zona.
“Combatimos el accidente juntos”, dijo Kovalchuk. “Que nos hagan esto solo hace que sienta tristeza por la gente” de Ucrania, dijo.
El reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil explotó y ardió durante una prueba el 26 de abril de 1986, liberando unas 400 veces más radiación que el bombardeo de Hiroshima. Treinta personas murieron inmediatamente después del accidente, la mayoría por exposición a la radiación; los estudios sobre los efectos en la salud a largo plazo no han sido concluyentes en su mayoría, pero sugieren que podría haber miles de muertes por cáncer.
Aunque la zona es inhabitable, atrae a los turistas en visitas cortas, lo que genera algunos ingresos, y en Ucrania eso es visto como un momento de enseñanza de la historia reciente.
En la época del accidente, Ucrania era una república soviética y, en un principio, las autoridades soviéticas intentaron encubrir el desastre. Para no levantar sospechas, unos días más tarde celebraron desfiles del Primero de Mayo en Ucrania, haciendo desfilar a niños en edad escolar en medio de un remolino de polvo radiactivo.
Esta actitud insensible contribuyó a avivar el sentimiento antisoviético en toda Rusia, Bielorrusia y Ucrania, las repúblicas más afectadas, y el accidente se considera como una de las causas del colapso de la Unión Soviética cinco años después.
La zona de Chernóbil abarca unos 2600 kilómetros cuadrados a lo largo de la ruta directa más corta desde la frontera bielorrusa hasta Kiev. Aunque no es necesariamente la ruta de invasión más probable desde el norte, porque es pantanosa y densamente boscosa, Ucrania no la descarta.
Antes del otoño pasado, los 1100 kilómetros de frontera entre Ucrania y Bielorrusia estaban casi sin vigilancia, especialmente en las zonas irradiadas. Unos 145 kilómetros de frontera separan la zona ucraniana de un área igualmente aislada e irradiada en Bielorrusia, llamada Reserva Radiológica Estatal de Polesie.
La situación cambió en noviembre, en medio de una crisis migratoria en Bielorrusia y un aumento de tropas en Rusia.
La combinación de ambos acontecimientos fue ominosa. Moscú comenzó a concentrar tropas de una manera que sugería planes para una incursión en Ucrania a través de Bielorrusia. Kiev también temía que Bielorrusia pudiera crear una provocación, como por ejemplo dirigir a los migrantes hacia la frontera ucraniana —como el gobierno bielorruso hizo con Polonia— y provocar la chispa de la guerra.
Ucrania respondió desplegando 7500 guardias adicionales en la frontera bielorrusa. El coronel Shakhraichuk, del servicio de fronteras, dijo que no podía revelar cuántos fueron destacados específicamente a Chernóbil. Pero los temores sobre una incursión desde Bielorrusia no han hecho más que aumentar esta semana porque Rusia está movilizando tropas y equipos hacia esa zona, antes de las maniobras conjuntas previstas con Bielorrusia en febrero.
En una reciente visita a la zona fronteriza solo se veía una docena de soldados, pero los funcionarios dijeron que otros estaban patrullando en diversos lugares.
La zona es un lugar triste para trabajar. En los días posteriores al accidente, unas 91.000 personas fueron evacuadas con apenas unas horas de aviso.
Alrededor de sus antiguos hogares crecieron bosques. Por las ventanas se pueden distinguir zapatos, ropa, platos y otros vestigios de la vida cotidiana cubiertos de polvo y líquenes.
En la localidad más grande, Prípiat, que ahora es una ciudad fantasma, un cartel de propaganda todavía ensalza las virtudes de la energía nuclear civil. “Que el átomo sea un trabajador, no un soldado”, reza.
El riesgo de que una guerra extienda aún más la radiación parece mínimo. Pero un objeto en la zona es especialmente vulnerable: un nuevo arco de acero inoxidable de 1700 millones de dólares sobre el reactor destruido, pagado en su mayor parte por Estados Unidos y unos 30 países más. Se terminó de construir en 2016 para evitar la propagación de polvo altamente radiactivo.
La ciudad de Chernóbil sigue parcialmente ocupada por trabajadores que viven allí durante las rotaciones. Mantienen la estructura de contención sobre el reactor dañado, las carreteras y otras infraestructuras.
“Es malo, da miedo”, dijo Elena Bofsunovska, empleada de una tienda de comestibles, sobre la posibilidad de una acción militar cerca del reactor destruido.
“No sabemos qué nos matará primero, si el virus, la radiación o la guerra”, dijo encogiéndose de hombros Oleksei Prishepa, un trabajador que estaba en el mostrador de la tienda.
Prishepa dijo que preferiría que Ucrania estableciera las líneas defensivas más al sur, cediendo la zona irradiada a quien la quisiera. “Es una tierra yerma”, dijo. “Ningún cultivo crecerá aquí”.
Antes de la concentración rusa, la principal preocupación en materia de seguridad en Chernóbil era la recolección ilegal de hongos y de chatarra, actividades que corren el riesgo de propagar la radiación fuera de la zona. La policía también detiene regularmente a quienes entran ilegalmente a hacer turismo.
La mayor parte del tiempo, los soldados que patrullan corren poco riesgo de radiación. Pero las partículas de vida más larga permanecen, creando puntos calientes invisibles y letalmente peligrosos en el bosque. Algunos emiten niveles de radiación miles de veces superiores a los normales. Los soldados tienen rutas marcadas para evitar estos lugares, que hace tiempo fueron demarcados por los científicos.
Sin embargo, mientras patrullan en la zona, los soldados deben llevar dispositivos en un cordón alrededor del cuello que monitorean continuamente la exposición; según los protocolos para patrullar en la zona, si un soldado tropieza con un sector altamente irradiado, es retirado del servicio para evitar una mayor exposición.
Hasta ahora, ninguno de los guardias fronterizos desplegados en la zona en noviembre se ha expuesto a dosis elevadas, según el coronel Shakhraichuk.
“Hay lugares muy peligrosos que hay que evitar”, dijo el mayor Aleksei Vegera, que presta servicio en el cuerpo de policía de Chernóbil. Los miembros de esa fuerza, acostumbrados a trabajar en la zona, acompañan a los guardias fronterizos en las patrullas.
“Tratamos de ser cuidadosos”, dijo. “Pero, qué puedo decir, ya estoy acostumbrado”.
Maria Varenikova colaboró con la reportería.
Andrew E. Kramer es periodista en el buró de Moscú. Formó parte de un equipo que obtuvo el Pulitzer en 2017 en la categoría de reportajes internacionales por una serie de investigación sobre la proyección encubierta del poder de Rusia. @AndrewKramerNYT
Maria Varenikova colaboró con la reportería.