“Éramos el cantinero bien dispuesto, la elegante pareja apática y yo”. Inspirado en su cuadro favorito, Noctámbulos (Nighthawks) de Edward Hopper de 1942, Germán Deagosto repite esa frase en cada capítulo de su segundo libro, Leones y Corderos: una historia personal del pensamiento económico (Fin de Siglo).

“Pensaba mientras me seguía deprimiendo. Y como ya no quería ver televisión ni escrolear el celular, me puse a hurgar dentro de mi cuadro favorito. Los que saben de estas cosas dicen que su obra desentraña la condición de la soledad, delineando sus contornos para ofrecernos un sitio de pertenencia, un lugar al que concurrir para no estar solos. Una hermosa paradoja. Y a juzgar por su renovada popularidad durante la pandemia, no estoy solo en el sentir. En las redes todavía se pueden encontrar las distintas instancias de restricción a la movilidad ilustradas a partir de su trabajo. Edward Hopper y el año loco en el que apagamos el mundo”. Así describe en el libro Deagosto su sentir, aun en 2024. Según dice, fue a partir de esa pintura que tuvo la inspiración de un “colgado” para consolidar una particular obra de divulgación sobre filosofía política que invita a pensar y reflexionar.

En este caso, la situación era distinta. Ni tan artística ni tan inspiradora. En una fría noche de junio, el bar elegido fue La Hacienda —también su lugar predilecto, pero en el mundo real—. Dos personas empáticas, un cantinero bien dispuesto y dos tertulianos elegantes detrás que post entrevista reivindicarían por dos horas que el bar sigue siendo, quizás, el último refugio para el coloquio intelectual.

En este “divague” de bar, conceptualiza Deagosto, el economista profundiza sobre las inquietudes que lo llevaron escribir la obra: la libertad, la reivindicación del liberalismo, sus miedos y contradicciones, su zanahoria, la autoexplotación laboral, la hiperconexión y su relación con el alcohol y las drogas. Son problemas de los que no reniega, dice, porque “no hay una pose”.

Reflexiona, sobre “las angustias de un tiempo que avanza como los audios de WhatsApp, al 2X”, como “pasa de todo, en todos lados y al mismo tiempo”. “Todo a través del celular, en tiempo real, en nuestra mano”, se detiene y piensa.

“Un exceso de estímulos, informaciones e impulsos que modifican radicalmente la estructura y economía de la atención…No es que el sujeto narcisista no quiera concluir nada, sino que no es capaz de hacerlo. El imperativo de rendimiento lo fuerza a aportar cada vez más rendimiento. Nunca se alcanza un punto de reposo gratificante. El sujeto narcisista vive con una permanente sensación de carencia y de culpa…La sociedad del rendimiento es una sociedad de la autoexplotación”, resume el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en su libro La sociedad del cansancio (2010).

Con entrevistas ficticias que se dan en el bar Phillies (el de la pintura), el docente logra explicar de forma didáctica las ideas centrales del pensamiento filosófico-económico de 11 autores que van desde Murray Rothbard hasta Karl Marx. Los restantes son: Ayn Rand, Robert Nozick, Milton Friedman, Friedrich Hayek, Adam Smith, John Rawls, Isaiah Berlín, John Maynard Keynes y Elinor Ostrom.

A lo largo de sus 245 páginas, aparece 78 veces la palabra economía y 237 la palabra libertad. Y, aunque el economista lo niegue, el trabajo intercala reflexiones personales e intelectuales que a lo largo del libro interpelan el ser existencial.

A continuación, un resumen de la entrevista.

Te defines al final de libro como un “zurdo liberal”. ¿Hay un intento de entender el fenómeno Javier Milei, pero a su vez de reivindicar al liberalismo clásico?

Supongo que, de alguna manera, como zurdo liberal, algo reposa naturalmente en el liberalismo. Quizás no conscientemente, pero puede haber algo de eso. Entre amigos que son liberales, incluso minarquistas, tienen esa preocupación respecto al auge de Milei como un posible generador de daño hacia el liberalismo, por su lógica binaria de autoritarismo mesiánico. En esta época de etiquetas, es mucho más fácil decir que tal es tal o culpar al otro de tal cosa. Nadie va a hacer la sintonía fina de pararse y decir: ‘No, no, pará, esto es distinto al liberalismo’. Todo queda bajo el paraguas del neoliberalismo. La intención era recoger el hecho de que tenés otro espectro mucho más amplio de los liberales, de los liberalismos. Un inmenso paraguas que alberga múltiples corrientes: minarquistas, anarcocapitalistas, clásicos, neoclásicos, paleolibertarios, igualitaristas, los de la Escuela de Chicago y los de la Escuela Austríaca, de izquierda, de derecha, conservadores, progresistas.

¿Igualitaristas?

Claro. Incluso, con sensibilidad de izquierda como la que tengo yo, o como la que tiene John Rawls [autor de La Teoría de la Justicia (1971), uno de los tratados filosóficos más influyentes del siglo XX], que planteaba un liberalismo igualitarista. Keynes de alguna manera también. Y creo que, de alguna manera, en la matriz uruguaya el astorismo descansa y representa esa consideración de centroizquierda. Un liberalismo de izquierda que entiende que el mercado funciona bien en algunas cosas, pero el Estado se hace necesario en otras.  

¿Puedes desarrollar ese punto?

Las personas somos un ensamblaje de accidentes arbitrarios. Y esos accidentes nos pueden poner en un lugar donde ya nacemos con la vida torcida. Eso no se corrige solo por el efecto del mercado, sino que necesita de cierta intervención. Yo no sé dónde voy a terminar, pero soy consciente de que una de las posibilidades es terminar en el fondo de la olla.

Volviendo a la primera pregunta, ¿el libro es una reivindicación a los liberales clásicos?

No, no lo es. Es que a veces me cuesta entender lo del “neoliberalismo”, aunque entiendo que viene del Consenso de Washington. Pero no es eso. Es una reivindicación, desde el lugar de la izquierda, del concepto de la libertad; que es muy diferente. En este escenario de apropiación indebida por parte de un anarcocapitalista [por Milei], sentí la necesidad de reivindicar el concepto de libertad. La libertad tiene que entenderse desde una perspectiva diametralmente distintita: la libertad positiva. La libertad para lograr algo y tener un mínimo de control sobre tu vida, no la que va a tener alguien solo en algunos contextos. No es el mismo control el que va a tener una persona que hoy no está en este bar, en esta esquina, en esta privilegiada zona de la ciudad [Pocitos], a alguien que está a apenas unos kilómetros de distancia con una vida mucho más comprometida. ¿Qué libertad tiene esa persona que ahora está en un asentamiento? Seguramente no es la misma libertad que tuve yo, que pude estudiar, que soy capitalino, que tuve soporte para fracasar. Para cambiarme de carrera, para encontrarme. Todo eso lo pude hacer porque tuve un soporte familiar. Hay gente que tiene un tiro y hay gente que no tiene ninguno. Yo tuve muchos tiros. No reconocer eso es cinismo.

¿Por eso elegiste arrancar el libro tratando de entender la inspiración de Javier Milei, con charlas ficticias con Murray Rothbard, Ayn Rand, Robert Nozick? Es decir, su sustento político- ideológico.

Nozick básicamente es el mejor. Es el que le da el soporte filosófico al libertarismo. Es el que contesta a La Teoría de la Justicia de Rawls. Su respuesta es de alguna manera la que fundamenta por qué los impuestos son todos coercitivos. Y por qué de alguna manera la intervención en el mercado es erosiva para la libertad y los derechos de las personas.

¿En qué se diferencian los minarquistas de los libertarios?

En realidad, los minarquistas también entran en el libertarismo. Luego podés diferenciar entre los anarcocapitalistas y los minarquistas. Los últimos le dan tres opciones al Estado: justicia, defensa y seguridad pública. Mientras que el anarcocapitalista le da cero. Ahí viene la parte anárquica del anarcocapitalismo. El Estado no existe. Si leés el manifiesto anarcocapitalista de Murray Rothbard —autor favorito o muy citado por Milei—, Hacia una nueva libertad, propone que los tribunales, la seguridad (Policía) y el ejército funcionen de forma privada. Allí parte de la base de un mundo donde las personas no tendrían razones para agredirse, porque piensa que la agresión surge del Estado Nación. Las diferencias entre minarquismo y anarcocapitalismo son básicamente esas tres funciones: unas privadas y unas del Estado. Para Nozick, el “Estado vigilante” es eso. Un estado mínimo que se limite a garantizar la seguridad de los ciudadanos y hacer cumplir los contratos.

En un momento del libro defines a Milei como un “monstruo gramsciano”. ¿Por qué?

Me gustó la frase por el tipo de personajes que surgen en el contexto actual. Muchas cosas están cambiando y pasando muy rápido. El mundo del consenso de la Posguerra, integrado, cooperante y globalizado, en el que la tecnología no avanzaba tan aceleradamente como hoy. La perspectiva ambiental no era de colapso. Había opciones que no solo eran el capitalismo. Un mundo en el que no había una disputa hegemónica entre Oriente y Occidente. En ese entrevero que se genera con todos los problemas geopolíticos, de crecimiento, del mercado laboral, de la revolución tecnológica, surgen este tipo de personajes que canalizan frustraciones legítimas en el marco de una crisis de representatividad. Y de esperanza, si se quiere. De mirar para adelante y pensar qué va a ser peor de lo que hubo atrás. Es un mundo que va a ser peor al que fluyó después de la Segunda Guerra Mundial hasta 2008, por poner un punto de inflexión. El terreno parece ser mucho más empantanado hacia el futuro.

¿“Esos personajes” se pueden definir como los “héroes randeanos”? (El cuarto capítulo trata sobre pensamiento de la filósofa Ayn Rand).  

Y también tenés el caso de Elon Musk. Esos personajes idílicos en el imaginario de Rand, que son los que hacen la diferencia, los que mueven el mundo, los que empujan la civilización y cargan con todos nosotros, todos los improductivos que nos amparamos en concepciones morales bien comunes. Hoy está pasando eso.

¿Se puede pensar, por ejemplo, que Donald Trump es el costo que pagó Occidente por la salida de 500 millones de chinos de la pobreza?

Es una buena forma de verlo. Efectivamente son los perdedores de la adversidad los que le dieron el voto a Milei, a Trump. Reconociendo que tenían sus razones. Sus parámetros de vida son peores que los que tuvieron sus padres. Entonces, vos decís: “Pará, pará, yo estaba bien acá, mi viejo fue empleado de una fábrica en Detroit, con un salario norteamericano. Yo pensaba lo mismo y de repente ahora mi laburo está en México”. ¿A quién vas a culpar? A los mexicanos.

Eso les da Trump…

En el discurso. Pero la realidad va a probar, creo, capaz que no el año que viene, en algún momento, una máxima que es obvia: no puede haber soluciones simples a problemas complejos. Al final del día, cae sobre su propio peso. No puede haber soluciones simples en economía, en filosofía, en cualquier dimensión de la vida y del conocimiento.

En algún sentido, también planteas esa tensión ineludible y constante entre libertad e igualdad. ¿Dónde te paras?

Yo necesito priorizar la libertad. Es el principio que le gana a todos. Pero también necesito que las desigualdades, cuando existan, funcionen en beneficio de los más desfavorecidos. La clave de Rawls, justamente, es el esfuerzo desde la filosofía política, lo cual es un huevo por el grado de abstracción que requiere, de pararse desde un lugar de “privilegiado” y poder observar a la sociedad desde el punto de vista de los más desventajados. Ese es un liberalismo con el que me siento más identificado. Una centroizquierda, podríamos definirla.

¿De dónde surge tu faceta más reciente como divulgador de ideas, mayormente de autores clásicos?

De Michael Sandel. Fue el tipo que me abrió la cabeza a estos problemas. Desde mi ignorancia y al atacar estos temas, abordé su libro Justicia: ¿Hacemos lo que debemos?. Es el divulgador de filosofía más famoso del mundo. Su curso de Harvard se convirtió en una serie de YouTube abierta por la masividad que tiene. Tiene una veta divulgadora que es por la que yo accedo a gran parte del conocimiento que se vuelca en el libro. Y acceder a este conocimiento sin la formación adecuada es difícil. Yo leo los párrafos, pero, por ejemplo, Isaiah Berlin, que me encanta, cada párrafo te implica diez lecturas. Necesitás a alguien que lo vaya masticando. Eso me permite y también me inspira a tratar de contribuir a un entendimiento mayor. En definitiva, es como una cadena de favores: uno trata de darle a otros lo que uno encontró en otro.   

También aclaras al principio del libro que tu regla de escritura es destacar a los 11 autores “en su mejor versión, sus luces más brillantes”, aunque estés en desacuerdo.

Es que lo hago como persona cuando estoy en un asado, o con los estudiantes como docente. Es una filosofía de vida. El libro básicamente son intentos o planteos en la oscuridad de una persona colgada. No son argumentos desarrollados de un erudito o filósofo. Yo no soy un académico, soy más un animador de fogón. Se trata de compartir inquietudes o ideas que me parece están buenas. Pero no tiene una pretensión intelectual porque no es así como lo siento.

¿Cuál de los autores fue el que más te marcó?

Hoy por hoy, en mi versión 2024, que no es la de 2018 ni va a ser la de 2027, me marcaron los pensamientos de Isaiah Berlin y de John Rawls. Son los dos faros que tengo ahora con esta nueva inquietud por la filosofía política. Los que más me fascinaron. Con cierto grado de superficialidad también... No es que haya leído todas sus enormes obras. Esos sí son intelectuales.

¿Qué destacarías de Berlin?  

El concepto de las dos libertades [N de R: Berlin es conocido por su distinción entre la libertad negativa y la positiva. La libertad negativa la define como la ausencia de interferencia externa en la acción de un individuo. En cambio, con la libertad positiva se refiere a la capacidad de una persona para actuar de acuerdo con su propia voluntad y autodeterminación, lo que implica tener la capacidad y los recursos necesarios para hacerlo].

Los fines irreconciliables que plantea han marcado hoy mi forma de entender el mundo. Una de las ideas que impregna su obra es la de las verdades irreconciliables y los conflictos entre los valores y fines de las personas. Estamos atravesados por la tragedia, por el sacrificio de tener que elegir entre cosas que deseamos por igual. Queremos libertad, justicia, hermandad, fraternidad y mucho más, pero siempre hay una transacción, una renuncia: tanta cantidad de libertad por tanta de igualdad, tanta cantidad de justicia por tanta de clemencia, y así sucesivamente. Los fines que perseguimos no armonizan solo por el hecho de que sean deseables.

¿Y de Rawls?

El de mirar la sociedad desde el punto de vista de los más desventajados. Partiendo de la base de lo que hablamos antes. Vos sos del interior, yo de Montevideo. Imaginate el contraste entre yo y alguien que va a nacer producto de la composición de una familia que está privada de libertad. Eso determina las condiciones de vida. Y el Estado de alguna manera está llamado a, por lo menos, intentar nivelar un poco el punto de partida. Es mentira que todos tenemos las mismas oportunidades y que solo con mérito y esfuerzo vas a lograr tener una posición más privilegiada. Por eso para mí la desigualdad en Uruguay, en Latinoamérica y en el mundo, es injusta. Parte de reproducciones intergeneracionales de desigualdad. No parte de un estado idílico en el que todos partimos de la misma base y arranca una carrera en la que cada uno llega al lugar que llega. No, es mentira. El mundo hereditario, ¿qué mundo es? Una burbuja. ¿Qué mundo es este, el del barrio en el que estamos hoy? Una burbuja. ¿Cuántos errores pude tener yo en la vida sin caer por un agujero? Muchos. ¿Cuántos errores puede tener el que nace en un asentamiento? Ninguno. O alguien con antecedentes porque alguna vez metió la pata. ¿Quién no metió la pata?

Entonces, ¿entiendes la importancia del mercado, pero también que el Estado tiene un rol relevante que cumplir?  

Entra también la vivencia, la experiencia vital. Nadie es liberal, marxista o comunista, como quieras llamarle, intrínsicamente. No nacés con eso en la sangre. Es parte de tu vivencia con el Estado. Que no es la misma con el Estado uruguayo, con el argentino, que con el danés. En definitiva, uno es (neo)liberal, comunista, marxista o intervencionista en función de donde nace y cuál es su experiencia en torno a la legitimidad en el rol del Estado.

“Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron con él”, decía Jean Paul Sartre…

Y sí, todos somos producto de las circunstancias. Mi posición frente al Estado y su intervención es producto de mi vivencia asentada en mi experiencia en Uruguay. Con el Estado uruguayo. No es con el danés, el argentino, el noruego, el haitiano o el chino. Al final del día, mi aversión o afinidad al Estado va a depender justamente de mis vivencias con el Estado. Por eso en el libro se hace mucho hincapié en la historia personal de los autores y las vivencias que tuvieron. Lo que los marcó. A Berlin, haberse escapado del Imperio Ruso; a Rand, del régimen soviético. A los argentinos jóvenes les pasó que hubo un Estado que les fracasó a la hora de ofrecerles oportunidades.

Foto: Javier Noceti

Drogas, zanahoria, validación externa y libertad

¿Te sientes conforme con el producto logrado?

Creo que con este libro doy un paso adelante que no había dado antes y estoy feliz de haberlo hecho: decir lo que pienso. Siento que es como una salida del clóset desde mi cosmovisión y sensibilidad de izquierda. Soy votante del Frente Amplio. Antes (en CPA Ferrere) capaz que hacía un esfuerzo por mantener una línea intermedia. Si me vas a dejar de leer o escuchar por eso, el problema es tuyo, no mío.

Trabajaste muchos años cerca de Gabriel Oddone, que hoy suena como posible ministro de Economía, en caso de que Yamandú Orsi sea electo presidente.  ¿Formarías parte de un potencial equipo económico de un gobierno del Frente Amplio? 

No. Hoy por hoy, no. Nadie puede hablar de su versión futura porque después quedás encerrado en tus palabras. Pero la política actualmente me genera cierta sensación de lejanía. Y siento que, por mis defectos, una posición de ese tipo sería angustiante, estresante y negativa para mí. Por ende, para mi entorno. No tengo la piel dura, me duelen las cosas que dicen de mí.

“La insoportable levedad de un zurdo liberal” es el título del epílogo del libro. ¿Por qué?

Hubo acciones con respecto a las libertades que promuevo y me gustaría que vayan más a fondo. Cuando hablamos de libertad, no hablamos solamente de lo económico. Hablamos de la libertad de lo que sea. Por ejemplo, de la eutanasia, que fue noticia hace unos días porque se encajonó el proyecto. La libertad no es solamente económica como la entiende Milei, es la libertad de todo. Incluso poder morir bajo las condiciones de uno, poder acostarse con quien quiera, poder meterse en el cuerpo lo que quiera.

¿Te defines liberal progresista?

Y si querés poner progresista…

¿Liberal, entonces?

Esa pregunta no la entiendo solo desde el punto de vista estrictamente económico. Es la libertad entendida para casarme con quien quiera, para tener sexo con quien quiera, para drogarme con lo que quiera. Para morirme como quiera. Al final del día, con la eutanasia, ¿por qué me tienen que decir cómo tengo que morirme? Estoy de acuerdo con la eutanasia, a pesar de que me pueda traer problemas laborales, como con las drogas, pero es lo que soy. Sería un hipócrita si no dijera cómo vivo yo.

Planteas como un tema central, además, el costo-oportunidad de optar por hacer ciertas cosas, que implica renunciar a otras.

Es uno de los aspectos que corta el libro. La noción de la tragedia en el sentido de la renuncia. En particular, a la hora de la autoexplotación laboral. Por eso digo que el costo-oportunidad es el más maldito de todos. Lo que dejamos de ser o hacer cuando elegimos algo. Cuando elegimos trabajar, en particular trabajar de más, buscando anda a saber qué cosa. Todo lo otro queda opacado. Me refiero al tiempo con la familia, los amigos, el tiempo libre, la tranquilidad de la mente, el descanso. Todo eso sacrificamos en la persecución de esa zanahoria.

¿Cuál es tu zanahoria?

Para algunos es la plata, para otros es el reconocimiento. Para otros es la validación externa, el sentido de un propósito. Para algunos es la sensación de contribuir a algo más grande. Cada cual le pone el rótulo que quiere. Pero es algo que nos motiva y nos impulsa a hacer cosas que previamente quizás no quisiéramos hacer. Yo no quiero pasar todo el día laburando porque eso me lleva un montón de problemas en mi entorno más íntimo. Por eso me encanta Adam Smith, que recoge esa esfera: la de las amistades, los afectos. Ese tema es transversal al libro, en el sentido de la tragedia. El uso del tiempo, y la forma de reconciliar valores que no necesariamente son conciliables. Es el sentido más “berliniano” de la tragedia. No podemos tener todo, siempre hay una transacción y en esa transacción hay una pérdida que hay que reconocer, por más que no nos guste. Yo estoy dispuesto a renunciar a tanta libertad por tanta justicia. Estoy dispuesto y lo hago feliz, como dice él. O sea, no quiero la libertad si mi libertad supone la miseria de todos mis conciudadanos. “Renunciá a ella con las dos manos”, dice casi textual Berlin. Pero no podemos por ese hecho hacer como que no hay una pérdida. Cuando se decide perder o renunciar a cierta libertad, hay una pérdida por la ganancia de otra cosa. Todo el tiempo estamos atravesados por esa tensión que no necesariamente armoniza: sobreexplotarse laboralmente y vivir la vida con amigos, familia, descansar, tener tiempo libre, etcétera.

¿Pero en particular cuál fue tu zanahoria al disponerte a escribir este libro que, presumo, implicó un montón de renuncias?

Mi problema es que no sé si fue por escribir este libro o por hacer lo que hago: sobreexplotarme. Por lo que vengo interpretando en terapia, hay un sentido de necesidad de validación externa muy profundo. Es una cagada. Yo no me reconozco las cosas cuando me las reconocen otros. Entonces, siempre estás tratando de complacer a una audiencia que es ficticia.

¿Hay cierta vanidad, si se quiere, que nace de la inseguridad?

Puede ser una inseguridad sobre quién soy. Si no soy lo que ven otras personas. Tratar de buscar una identidad en el otro para reconocer y aceptar los méritos de uno, si los hay. Pero existe la necesidad de que otro te lo diga. Es un poco triste, trágico. Pero prefiero que sea por eso que por plata. Yo sé que no es por plata. Hago muchas cosas con las que no estoy ganando dinero, pero me motiva principalmente, creo, esa validación externa. El problema es que eso te conduce a un laberinto como el de un ratón que no va a tener final. A siempre estar pendiente de lo que diga el otro. Y eso, incluso, te saca libertad de ser más como realmente sos. Estás tratando de complacer una figura abstracta. Con vos sentado acá, entrevistándome, con mi terapeuta, con los lectores de La Diaria, con los que miran TV Ciudad, los que escuchan Fácil Desviarse.

En ese viaje íntimo que haces en el libro, reconoces que fumas marihuana y revelas otros vicios problemáticos. ¿Sos de tomar alcohol y otras drogas también? 

No soy alcohólico, pero tomo y fumo marihuana casi cotidianamente. Cuando expongo mis vicios lo hago en términos generales.

Te lo pregunto porque leyendo el libro sentí que las preocupaciones que planteas en lo personal son más comunes de lo que se piensa.

De hecho, el impacto del libro fue mucho más por la parte personal que por la conceptual. Mucha gente que no conozco me vino a hablar de los miedos a la paternidad, de las series, de mirar la tele, de la somnolencia. Otras que se identificaron con el tema del consumo de drogas y el alcohol. Y hay gente que con todas. Se recoge un proceso súper movilizador, como arrancar psicoanálisis, terapia. Atraviesa un proceso de búsqueda para desatar ciertos nudos. Cada uno hace con su vida lo que puede y con las herramientas que tiene evalúa que caminos pueden ser los más adecuados para desatar esos nudos, que a veces son muy difíciles de desatar.

Da la sensación de que parece ser un tema mucho más amplio de lo que se asume socialmente: miedos, drogas, alcohol, contradicciones.

Claro. Son problemas que te generan temas de pareja también. Con mi grupo de amigos tenemos un espacio de autocrítica por cuestiones que pasan en la vida. Todos vamos caminando como por una baranda muy fina y cada tanto alguien se cae. Pero bueno, de alguna manera lo que entendemos como grupo es que no nos imaginamos una juntada sin alcohol, sin marihuana. Eso ya es un problema porque de alguna manera necesitás un estimulante. Yo eso lo tengo, no lo reniego. Y de hecho cuando la editorial me dice: “Che, mirá que capaz esto de la marihuana no te conviene ponerlo por los lugares donde trabajás”, digo: “Yo trato de ser lo más auténtico que puedo”. No voy a renegar de mi condición, es lo que soy. No hay una pose. No estoy promoviendo ni haciendo apología de las drogas. Estoy hablando de mi vida, de mis problemas. No reniego de mi vida con las drogas y el alcohol porque es parte de lo que soy. Pero no hago apología de eso. Lo que digo es: “Esta es mi vida y la estoy compartiendo con el lector, con el oyente o con el espectador que esté mirando la televisión. Y con el alumno”. Son cosas que quisiera cambiar, pero no puedo. Y tienen que ver con la autoexplotación laboral, el consumo de alcohol, de marihuana y a veces de otras drogas sintéticas, pero no de cocaína. Eso está en el libro y es parte importante.

¿Cocaína no?

No. Le tengo un particular temor por haber visto muchos casos complicados. Además, sé que por mi naturaleza débil me puede llevar rápidamente al inframundo.

Javier Noceti y cuadro Notctámbulos de Edward Hopper