Como cualquier niña sueña con ser astronauta, maestra o doctora, Ana Cecilia supo, a los siete años, que de grande quería ser violinista. Esta mujer venezolana de 31 años ha tenido la bendición de ganarse un salario de lo que siempre soñó. Pero no siempre fue así. Ni bien llegó a Uruguay, tras haber abandonado su país —del que sentía que “tenía que salir sí o sí” por “el tema país”, como lo llama ella—, llegó a imaginarse tener que trabajar de “mesonera” o vendiendo arepas en la Feria de Tristán Narvaja. Y no pasaba nada, dice. Si tenía que hacerlo, lo hubiera hecho con tal de no regresar a su país bajo el régimen de Nicolás Maduro. No fue necesario.

Golpeó las puertas del Sodre, pidió para hacer una prueba y esa audición llegó con dos invitaciones: una para ser concertina en la Orquesta Sinfónica y otra para dar clases de violín en el Orquesta Juvenil del Sodre. Así las cosas, Ana Cecilia Riera no ha tenido necesidad de vivir de otra cosa que no sea la música.

Y la música en todos sus niveles, porque no solo se gana la vida interpretando partituras de Mozart o Beethoven, sino que también forma parte del plantel de músicos del popular Chacho Ramos. Un día ensayó, y de ahí fue directo a tocar en un festival. Ella no sabía qué era un festival ni quién era ese Chacho. Se enteró enseguida, cuando escuchó la ovación del público. Hoy dice que se divierte mucho como violinista del artista, y eso que al principio desconfiaba de la pertinencia de un cuarteto de cuerdas en cumbias y guarachas. 

Harta de la política venezolana, ella, que supo protestar en las calles de su ciudad y correr tras las balas de perdigón de la Policía oficialista, dice que hoy prefiere escuchar lo menos posible de la realidad política caribeña, y afirma con pesar que “la esperanza murió”. Prefiere quedarse aquí, evitando el mate y las tortafritas, escuchando el candombe y gozando las libertades de una democracia plena que la maravilló.

Naciste en Punto Fijo, Venezuela, en 1992, año de golpe de Estado contra un joven militar Hugo Chávez y sus fieles. ¿Cómo recordás tu infancia en Punto Fijo, estado de Falcón?

La recuerdo 100% familiar, calor, playas, costa, Caribe, y 100% música, porque desde pequeña siempre fue música 100%. En la escuela me iba súper bien, siempre fui de los deportes, me gustaba mucho jugar: fútbol, tenis, ping-pong. Siempre fui muy extrovertida, y sociable. Estaba en todas las jodas, como dicen ustedes.

En mi casa había mucha música. Mi abuelo por parte de madre fue violinista, pero violinista de oído, lo que diríamos en Venezuela como “de guataca”, porque no leía partituras; él agarraba el violín como podía y lo hacía sonar.

En tu familia siempre había música, entonces. ¿Qué se escuchaba? ¿Tocaban instrumentos? 

A mi madre siempre le gustó, pero nunca tuvo ese apoyo familiar para dedicarse. Viste que siempre es importante el apoyo de tu familia para tú poder seguir un camino, que fue mi caso: me apoyaron y gracias a Dios lo pude lograr.

Mi madre cantaba y, a veces, tocaba el cuatro, un instrumento venezolano típico con el que se hace el folklore. Ahorita ya se fusiona ya casi todo el tipo de música con el instrumento, pero sí, el cuatro es un instrumento típico de Venezuela. Mi papá no. Él, que ya está jubilado, era profesor, educador, y mi madre es higienista dental. Mi madre comenzó a trabajar de higienista mucho después de que mi papá se jubilara.

¿Se escuchaba música clásica?

No, la verdad que no. Si te dijera que escuchaban música clásica, te mentiría. Somos más de escuchar, sí, música latina. Salsa, melódico… Desde temprano mi mamá ponía la radio y eran muchos boleros. Mi madre era de escuchar boleros. Después, obviamente, yo empecé a escuchar música clásica, porque tenía que hacerlo, por lo que me estaba dedicando.

“Yo pasaba siempre por la escuela de música, y le decía a mi mamá: ‘Quiero estudiar ahí’. Yo tenía 6 años cuando mamá me llevó y le dijeron que debía esperar a que cumpliera 7. El mismo día que cumplí los 7 le dije: ‘Mamá, ya me puedo inscribir en la escuela de música’”

¿Cuál es el primer recuerdo que tenés de un instrumento musical? ¿Recordás cómo fue tu primer contacto con la música?

La percusión, el redoblante. Fue lo primero que elegí porque me gusta mucho todo lo que es ritmo, entonces quería estudiar percusión. Incluso yo le agarraba a mi madre las ollas de la casa y armaba mi batería y ahí comenzaba. Después, me fui desinteresando del instrumento.

Yo comencé a los 7 años en la música porque pasaba siempre por la escuela de música, y le decía a mi mamá: “Quiero estudiar ahí, quiero estudiar ahí”. Yo tenía 6 años cuando mamá me llevó y le dijeron que debía esperar a que cumpliera 7. “Tiene que saber leer y escribir”, le dijeron. El mismo día que cumplí los 7 le dije: “Mamá, ya me puedo inscribir en la escuela de música”. Y me inscribieron en la escuela de música. Primero empecé con el redoblante. Después, me dijeron que tenían un violín para darme, me lo dieron y me emocioné. Desde ese momento, elegí el violín. Al tiempo me enteré que mi abuelo había tocado el violín...

A los 7 empezaste a estudiar en el Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela bajo la dirección del reconocido maestro José Antonio Abreu. Supongo que fuiste seleccionada, ¿o cualquiera que quería estudiar un instrumento con el maestro Abreu podía hacerlo y era admitido?

No, cualquiera puede. Lo que el maestro Abreu siempre inculcó era que todas las personas pueden hacer música.

Lo democrático de la música.

Exacto. O sea, que las personas incluso de bajos recursos, las personas con problemas, incluso en Venezuela hubo momentos en donde los presos podían acceder a clases de música, si lo deseaban. Creo que eso fue lo lindo que dejó el maestro Abreu, que fue algo muy significativo para nosotros: que todo el mundo podía hacer música. Era gratis, a mí, mi primer instrumento me lo dieron gratis. Yo no pagué nada, mis padres no pagaban nada, yo solamente tenía que ir, estudiar y hacer música. Y después no tenía que pagar una mensualidad ni nada.

Yo fui al núcleo en Punto Fijo, como lo hay acá en Uruguay, que hay muchos núcleos en todos los departamentos (NdeR: “núcleo” le llama a sede, oficinas o sucursales), como lo hay acá en Uruguay también, que hay varios núcleos en distintos departamentos, pero lo engloba lo mismo. Es todo dirigido por José Antonio Abreu, que es un maestro muy reconocido.

Ana Cecilia Riera. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Integraste la Orquesta Juvenil del estado de Falcón, fuiste miembro de la Orquesta Sinfónica del estado de Paranguaná, y estudiaste violín en Guama, estado de Yaracuy. También tocaste en el Festival Nuevo Mundo de Maracaibo. ¿Debiste postergar cosas de tu adolescencia y juventud por aprender a tocar el violín y tener clases con grandes maestros? ¿Tuviste que renunciar a cosas para formarte?

Sí, renuncié a muchas cosas y no me arrepiento. Por ejemplo, a vacaciones. En Venezuela las vacaciones son en agosto, se sale en julio y todo lo que es agosto. Y en agosto, además, es mi cumpleaños. Yo muchas veces pasé mi cumpleaños en un curso. Hacía los cursos en Guama, o pasaba viendo clases en Maracaibo, o en Mérida, pero siempre buscaba la forma de tener más conocimiento.

Cada vez tener un poco más de conocimiento en el instrumento. Ya después de los 12 años, empecé a tener como un poquito más de seriedad, porque antes era más chica, ¿no? Pero sí, renuncié a muchas cosas: fiestas, que si había un cumpleaños de un familiar, no iba, que si iban a la playa, yo no iba, porque yo me quedaba estudiando. Y no me pesaba, porque en cualquier momento lo iba a poder hacer. Yo soy muy de la playa, y me decían: “Vamos a la playa”, pero yo tenía un seminario, y decía: “No puedo ir a la playa, pero la playa no se va a ir”. Pero no me arrepiento.

Cuando un niño con ganas de ser futbolista se encuentra con una pelota, cambia completamente... Ese niño en contacto con la pelota está alegre, feliz, y se llena de sueños. ¿Qué te pasaba a vos cuando llegaba la hora de tocar el violín? ¿Cuánto te cambiaba el instrumento?

Mira, yo cambiaba radical. Creo yo que desde que comencé a tocar el violín de manera un poquito más seria, era como que yo realmente me encontraba. Y yo decía: “Esto es lo que yo quiero ser”. Desde pequeña yo sabía que eso era lo que yo quería ser.

¿Viste que a veces los niños dicen “cuando sea grande quiero ser abogada” o “doctora”, y después la vida te lleva por otro lado? Bueno, yo desde chiquita sabía que quería ser violinista. Quería dedicarme profesionalmente al violín. Capaz yo nunca dije: “Quiero ser violinista”, porque no lo decía mucho, pero yo sabía que quería ser violinista y que me quería dedicar a eso… o a la música en general.  Y gracias a Dios es lo que sigo haciendo y no me arrepiento para nada de haberme perdido las playas o los cumpleaños. Y sí, esa niña tocando el instrumento era feliz.

“Mis padres hacían cuatro horas de viaje para llevarme a lo de Pedro Moya. Él no me cobraba, lo único que me dijo fue: ‘Yo lo que quiero es que tú estudies y que tú crezcas. Con eso a mí me basta. El pago para mí es que tú triunfes’”.

¿Y en qué momento te diste cuenta que podías vivir del violín, que dejaría de ser un mero pasatiempo para ser tu modo de vida?

Yo desde pequeña, era menor de edad todavía, y comencé a tocar en la orquesta de Paraguaná de Punto Fijo y empecé a recibir dinero. A mí me pagaban becas mensualmente, que cobraban mis padres, y ellos me los iban administrando, porque era muy chica. O sea, desde muy chica empecé a recibir ingresos y yo decía: “De esto se puede vivir”. No era mucho en el momento. Pero una vez que yo termino el bachillerato, que salgo del bachillerato, yo digo: “Y ahora, ¿qué voy a estudiar yo? ¿Qué voy a hacer?” Yo digo: “No me gusta la medicina, no me gusta la administración, no me gusta nada”. O sea, sabía que si lo iba a hacer, tenía que hacerlo bien, porque de eso dependía mi futuro. Desde ese momento, después del bachillerato, decidí que me iba a dedicar a eso.

Incluso se lo dije a mis padres: “Si estudio música y me apoyan bien; y si no, bueno, no voy a estudiar más nada, porque no quiero estudiar nada más que no sea música”. Y gracias a Dios, mis padres siempre me apoyaron 100%.

Tuviste masterclasses de violín con grandes maestros como José Francisco Del Castillo, Francisco Díaz, Ruben Cova, Víctor Vivaz, Williams Molina, Alejandro Carreño, María Guerrero, entre otros. ¿Quién te sorprendió más? ¿Quién de ellos hizo la diferencia en tu formación?

Pedro Moya. Fue un profesor que conocí en un seminario. Tuvimos el gusto de hablar y yo le comenté que quería ver sus clases y él me dijo: “Vamos a hablar y yo te recibo”. Él vivía lejos de Punto Fijo, yo tenía que viajar cuatro horas para tener clases con él. Mis padres me llevaban cada 15 días.

¿Recorrían cuatro horas para tener una clase de una hora o dos?

No, podía estar tres, cuatro o cinco horas teniendo clase. Ahora entiendo y yo digo: capaz que sí, mis padres hacían mucho sacrificio para poder llevarme siempre, porque implicaba gastar nafta, implicaba pensar en la comida, por más que llegáramos a una casa de familia. Aprovechaba a disfrutar de la familia también. Y el profesor nunca me cobró nada, jamás.  Nunca. Lo único que me dijo fue: “Yo lo que quiero es que tú estudies y que tú crezcas. Con eso a mí me basta. El pago para mí es que tú triunfes. Más nada”.

Él me ayudó mucho técnicamente. A la hora de hablar técnicamente del instrumento, me resolvió muchas cosas que, en ese momento, no tenía tan resueltas. Se tomaba el tiempo, la dedicación, para que yo realmente aprendiera.

Ya de joven empezaste a dar clases en el Sistema Orquesta de Venezuela, en el mismo que te habías formado. Fue un reconocimiento, me imagino.

Sí. E incluso a veces les daba clase a los mismos compañeros. Como te dije, yo desde pequeña ya empecé a trabajar. Empecé a dar clases, ponle, a los 13 o 14 años. Ya yo estaba poniéndole a los niños más pequeños el instrumento, les ayudaba a colocar el instrumento. Y me gustaba mucho la parte de enseñar.

Terminaste el bachillerato y viajaste a Mérida para estudiar la Licenciatura en Música, con énfasis en violín. ¿Qué te dio la academia? ¿Cuál es el valor agregado de un título universitario en la música, cuando hay tantos artistas sublimes que se forman tocando?

Me dio obviamente mucha más experiencia, más conocimiento. Aprendí muchas cosas porque, a ver, sí venía tocando el instrumento como tal, pero ya en la universidad es como que se va más a profundidad a conocer cada repertorio. Me sumó para ser una profesional. Creo que más que todo de lo que me nutrí fue en eso, en conocimiento. De historia de la música, historia del arte, historia contemporánea, música latinoamericana, piano complementario, de todo. De todo lo que de repente, obviamente, en el núcleo de Paraguaná no te dan, no porque no quieran, sino porque se basan en un régimen de trabajo o tienen ya algo específico para enseñar.

Ana Cecilia Riera. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Y luego, te fuiste a Alemania… ¿Qué fuiste a hacer a Alemania?

Mira, llegó un momento en Venezuela que por el tema país, ya uno quería salir, sí o sí. Sea donde sea, pero tú querías salir. Y era súper loco porque salía más barato el pasaje hasta Alemania que para Uruguay. Mi opción nunca fue vivir en Alemania. Yo en ese momento estaba con alguien, y dijimos: “Vamos a ir hasta Alemania”. Nos quedamos tres meses, de manera de hacer dinero, porque en Venezuela la economía fue cada vez peor, en decadencia. Fuimos a Alemania, yo toqué violín algunas veces, fui a unos conciertos. Estuvimos ahí, pero ya el boleto era para Uruguay. O sea, ya sabía que iba a venir a Uruguay. Allá toqué en algunos eventos, de repente vendía algunas cosas de comida, todo para hacer dinero para llegar a Uruguay.

“Nosotros salimos obligados. No salimos porque queremos, salimos obligados. A buscar un mejor futuro, a buscar para ti como para tu familia. No me gusta mucho caer en política, pero sabemos que Venezuela está bajo una dictadura”

¿Llegaste a tocar el violín en la calle?

No, porque en Alemania hay que pedir permiso para hacer todo ese tipo de cosas, y siendo extranjero no te dan tanto la prioridad. Sí toqué en una fiesta, me acuerdo que fue una fiesta venezolana, en Alemania, en Münich. Toqué música venezolana, y había unas bailarinas bailando el joropo y todo eso.

Dijiste algo, al pasar, que también lo vi escrito en una presentación sobre ti en un programa del Sodre. “Al verse obligada por la situación que se vivía en Venezuela, decidió iniciar su viaje hasta la ciudad de Montevideo, Uruguay”, decía. Vos recién dijiste: “por el tema país, uno quería salir sí o sí”. ¿Cómo podrías definir en tus palabras esa situación que se vive en Venezuela?

¿Qué te puedo decir? Solamente te digo una sola palabra y es dolor. Cuando tú sientes dolor y tú quieres salir de algo, pero a la vez no quieres salir… Nosotros salimos obligados. No salimos porque queremos, salimos obligados. A buscar un mejor futuro, a buscar para ti como para tu familia. No me gusta mucho caer en política. Sabemos obviamente que Venezuela está bajo una dictadura, es claro eso, pero nunca me ha gustado la política. Siempre digo y siempre voy a ser opinando que la política, para mí, da asco.

Sé que no podemos funcionar sin la política también, estoy clara en eso, pero creo que todo fluiría mucho mejor sin la política.

¿En Venezuela?

En Venezuela y en todos lados. Es imposible gobernar sin política, pero llegó un punto en que no se podía hacer nada. Y todo eso obviamente pasó por la política.

Pero porque es una dictadura, como tú misma dijiste. No por la política.

Correcto. En Uruguay, por ejemplo, yo me quedo loca al ver cómo son las elecciones de tranquilas y pacíficas. He visto el cambio de mando y se reconoce la derrota.

Cuando vi que ya no se podía vivir más en Venezuela, que no había manera de tener un futuro, ya obviamente llegó al punto que... No soy de nutrirme mucho, incluso ya últimamente estoy en redes y veo algo de Venezuela y lo evito, no es porque no me duela  mi país, sino porque no me quiero seguir contaminando de lo que ya sé que pasa. Ya yo sé que hay dictadura, yo sé que para que salga el gobierno no va a ser así de fácil, como por elecciones, como cuando pasamos hace poco, entonces como que el tema de Venezuela como que lo tengo a un costado.

La decisión de emigrar, ¿fue una cuestión de seguir creciendo como profesional en la música, o fue una decisión más como ciudadana?

Primero fue una cuestión como ciudadana. Incluso, cuando yo decidí venir a Uruguay, yo no sabía que iba a seguir aquí haciendo música, yo no sabía. Incluso yo dije: “Seguramente voy a ser, no sé, mesera, y bueno, y lo hago. O vender arepas, y lo hago, no pasa nada”. No sabía que iba a tener las oportunidades de hacer música acá.

Aquí comenzaste como concertina en la Orquesta Juvenil del Sodre, y luego te integraste formalmente a la Orquesta Sinfónica del Sodre. También participaste de Banda Sinfónica de Montevideo, así como la Filarmónica. ¿Sentís que has evolucionado aquí como violinista?

Total, en todos los ámbitos. Cuando llegué, ya habían pasado las audiciones de la Orquesta Juvenil, y bueno, no conocía mucho Uruguay. Llegué al lugar, recuerdo que hablé con la coordinadora, y fui a una audición el sábado, audiciono y me dicen: “Quedaste de concertina”. Yo dije: “¿Ya? ¿En serio?” Me dan la oportunidad y me dicen que si me gustaría dar clases ahí. Fue como que, ¡guau!

Pensaste: “¡No tengo que vender arepas!”

Claro, yo dije: “Bueno, ya no voy a trabajar de mesonera”. Cuando llegué yo decía siempre: “Qué bueno sería probar hacer otra cosa que no sea la música. Hasta el momento no lo he hecho, pero bueno, si llega a pasar, estoy abierta a hacer cualquier cosa”. Pero logré comenzar acá haciendo lo que me gusta, y en el momento yo ni siquiera estaba pensando cuánto voy a cobrar, si sería mucho o poco. No, yo decía: “es música y ya, después me arreglaré y veré”.

Ana Cecilia Riera. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

En los últimos días, hubo un conflicto del sindicato de funcionarios y bailarines del Sodre por el que debió posponerse el estreno del ballet El Cascanueces. Fue una movilización por medidas salariales de Afusodre. ¿Te sumaste al conflicto?

Sí. En el Sodre, incluso en la Sinfónica, venimos, no voy a decir peleando, pero sí venimos pidiendo lo que es justo para nosotros. A veces creo que pasa mucho que vas a un lugar a tocar y te dicen: “Te damos la comida”. No, nosotros trabajamos de esto. Nosotros no queremos que nos den comida, yo comida tengo en mi casa, gracias a Dios. Nosotros queremos que nos paguen, así como le pagan a un mesero o a quien sea. Y creo que es simplemente pelear para que paguen lo que es justo para el artista.

¿Cuáles son esas injusticias en el caso del Sodre?

A ver, los sueldos no son justos para el trabajo que nosotros realizamos. Nosotros tenemos jornadas largas, jornadas a veces donde estamos a disposición del Sodre 100%. Y a nosotros nos llaman y nos dicen: “Mañana tienen que ir a un concierto”, y tenemos que ir, ¿no? Y si tú tenías otra cosa que hacer, lo tienes que cancelar por hacer eso. Yo no soy ahorita parte del gremio, pero sí apoyé a los bailarines con el tema de El Cascanueces. Eso obviamente lamentando por el público... Unos entienden, otros no entienden, pero el público al final es el que sufre. Creo que es una medida que si la hicieron fue por algo. O sea, ya venía arrastrándose y acumulándose desde hace tiempo.

“Cuando hacemos música es maravilloso, porque todos nos desconectamos. Pero ya después, cuando empiezan los egos y la gente a pelearse, cuando empieza el pensar distinto y pedir que nos respeten.  Ya ahí empieza a ser el ambiente aburrido”

¿Y el clima laboral cómo es? ¿Tenés reparos con el clima de trabajo?

(Piensa un instante) Es medio raro el ambiente, sí. Pasa que no te puedo mentir de decir... Cuando hacemos música es maravilloso, porque todos nos desconectamos. Pero ya después, cuando empiezan los egos y la gente a pelearse, cuando empieza el pensar distinto y pedir que nos respeten.  Ya ahí empieza a ser el ambiente un poco aburrido... Pero mientras hay música, está todo bien. Mientras estamos tocando, mientras estamos en el escenario, estamos todos conectados. Después de ahí, no está tan bien.

Lo curioso es que no solo sos una violinista de cámara que toca Mozart. También integrás el plantel de músicos que acompaña al popular artista Chacho Ramos en sus presentaciones. ¿Cambia mucho lo que se ve desde el escenario en una obra de música clásica que en un recital de Chacho?

¡Es una locura! Te cuento más o menos cómo nosotros llegamos a Chacho. Nuestra chelista, Ángela Carlino, que también es venezolana, un día nos dice: “que yo toqué con Chacho Ramos, entonces quiere armar un cuarteto de cuerdas y yo le dije que yo tenía un cuarteto de cuerdas. Él nos quiere escuchar un día, pero ese mismo día vamos a ensayar y nos vamos a ir a un festival”. “Claro”, le dije yo. Yo ni sabía que era un festival aquí en Uruguay. Yo decía: “capaz que es un concierto, no sé”.

Y bueno, nos fuimos. Nos dieron las partituras con tiempo, fuimos ensayando. Yo la verdad no busqué ni siquiera quién era Chacho Ramos. Yo pensé: “¿cumbia con violín? Eso no pega”. Yo le decía a los muchachos: “Eso no pega, pero bueno, vamos a intentar”. Luego nos llaman para que vayamos a ensayar y ese mismo día salimos al festival de Minas, no recuerdo si era la noche de los fogones o era Minas y Abril. Y bueno, conocimos a Chacho, que desde un principio fue súper chévere con nosotros, una persona súper gentil, siempre nos recibió con mucho cariño, desde un principio. Tocamos, ensayamos con el pianista, él en la guitarra cantando y el cuarteto. Eso fue hace cuatro años, antes de la pandemia.

Yo creo que no medimos las dimensiones de dónde y con quién íbamos a tocar. Entre mis compañeros tampoco lo hablábamos en la van de él, íbamos todos callados porque tampoco queríamos intervenir en el ambiente. Llegamos al festival, entramos a las carpas, vamos a prepararnos, ya vamos a probar, y yo escucho un griterío de gente impresionante: “¡Chacho! ¡Chacho!” Yo digo: “¿Qué es eso? ¿Eso es aquí?” “Sí”, me dicen. Cuando me asomo y veo la gente aclamándolo. Y yo les decía a los muchachos: “Yo creo que nosotros no hemos caído en cuenta con quién estamos nosotros”. No teníamos ni idea realmente con quién estábamos tocando. Yo estaba tranquila, hasta ese momento. Cuando yo me subí al escenario y vi eso colmado de gente, a mí me empezó a temblar todo. Ahí me di cuenta que nosotros estábamos con un artista importante de Uruguay, y no lo sabíamos.

“Yo les decía: ‘Yo creo que nosotros no hemos caído en cuenta con quién estamos’ (por Chacho Ramos). No teníamos ni idea realmente con quién estábamos tocando. Yo estaba tranquila, hasta que me subí al escenario y me empezó a temblar todo”

¿Y cuánto cambia lo que se ve desde el escenario, en tus dos tipos de escenarios?

Cambia mucho, porque la música te mueve emociones. De repente si tú tocas algo lento, capaz no estás triste, pero es como que te dejas llevar. Y si te vas a la música caribeña, a la tropical, ya puedes estar triste, pero el cuerpo se te empieza a mover... A mí me fascina tocar música clásica, pero tengo como la sangre un poquito más caliente.

Supongo, desde el prejuicio nomás, que debe ser más divertido tocar para Chacho que tocar a Vivaldi. ¿Hay algo de eso?

¡Sí! Me divierte mucho más la parte de tocar música tropical. Lo disfruto mucho y creo que es una de las cosas acá en Uruguay que me ha gustado bastante. El poder fusionar la parte de cuerdas, el cuarteto de cuerdas, instrumentos clásicos, en la cumbia, es como algo innovador y está bien. Musicalmente es como que le da un colchón armónico que está bueno. Yo nunca me iba a imaginar los violines con cumbia. Y es algo súper lindo.

¿Has tocado el violín para algún otro artista?

Sí, toqué con Ciro y los Persas, de Argentina. Toqué también con Raphael, de España. He tenido la oportunidad con Sarah Brightman (cantante y actriz británica), todos fueron en el Antel Arena.

Hoy no solo tocás el violín en la Orquesta Sinfónica del Sodre, si no que además das clases en la Orquesta Juvenil de esa institución. ¿Ves una buena camada de chicos con talento e interés por ese instrumento?

Sí, hay futuros buenos violinistas e incluso te puedo dar un dato reciente: hace poco hicieron audiciones y entraron chicos de la Juvenil a la Sinfónica del Sodre. Hay interés de los chamos de crecer y de poder optar por el camino de la música como algo profesional. No te voy a decir que todos porque no es así, pero sí, hay futuro musical aquí.

En Venezuela, el pueblo todavía espera que Maduro muestre las actas que legitimen su triunfo en las urnas. ¿Cómo has seguido las novedades políticas en tu país?

Ya no sigo nada. Después de que pasó lo de las elecciones, para mí la esperanza murió. Es así. A veces mis amigos me dicen: “Ana, no puede ser así, hay que tener optimismo”. A veces, hay que ser realistas. Cuando a veces tú dices: “ya no quiero más esto en mi vida”, no lo quieres y ya. Si no lo quieres, no lo quieres. Podría pasar que el pueblo se rebele y lo derroque, pero está difícil. Está difícil cuando el gobierno tiene de su lado a la Policía, la Guardia Nacional. El pueblo ya ha salido muchas veces, y no pasa nada. Los militares son los que se tienen que dar vuelta y derrocarlo, pero no creo que vaya a pasar porque los militares en Venezuela son los que perciben el buen pago. Entonces a ellos no les importa nada. Te pagan bien, tú estás bien, el pueblo no importa.

Ana Cecilia Riera. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

¿Te has sumado protestas de la comunidad venezolana en Uruguay o buscas mantenerte alejado de esos reclamos de democracia?

Sí, me he sumado. Me sumé recientemente cuando hubo las elecciones. No sé si fueron protestas, fue más bien una marcha como de apoyo, de dar visibilidad al problema. En Venezuela sí me sumado a manifestaciones de protesta, iba y cuando la cosa estaba fea, la verdad, sí lo hacía. Hasta que nos corrían con perdigones, balas y había que correr, correr, correr. En Mérida, por ejemplo, una ciudad estudiantil totalmente opositora, pasaba de que la Policía te corría, y desde ahí fue que dije: “No está bueno esto y no quiero estar aquí”.

Amo mi país, fui recientemente y lo sigo amando, volvería mil veces, pero obviamente sé que lo que pasó no está bueno.

¿Cuán adaptada estás a Uruguay y a sus costumbres?

Me encanta Uruguay, y estoy adaptada. No tomo mate, lo probé y no me gusta. Soy hincha de Peñarol. La torta frita tampoco me gusta. Pero, pero sí me gusta el candombe, escuchar el ritmo, las Llamadas, todo ese tipo de cosas, eso me ha atrapado. El tango también me gusta, tocarlo también me gusta, pero siento que no lo hago tan bien, porque no es tan fácil.

¿Qué es lo que más extrañás de Venezuela?

Yo sabía que esta pregunta iba a venir. La familia, sin duda alguna.

¿Bajo qué condiciones volverías a vivir a Venezuela?

Primero, que no estén gobernando las personas que ahora están, que no esté el madurismo. Segundo, que yo sepa que puedo tener la misma calidad de vida que estoy teniendo acá, y que pueda seguir creciendo.

¿Sos feliz?

Totalmente, la verdad sí, totalmente.