Después de que los detractores de la Ley de Urgente Consideración (LUC) no lograran anular los 135 artículos impugnados en el referéndum del 27 de marzo de 2022, los defensores de la ley que fuera el buque insignia de Lacalle Pou para la primera parte de su gobierno, especialmente los nacionalistas, querían celebrarlo.

La Comisión Departamental de Jóvenes (CDJ) del Partido Nacional y el senador suplente Sergio Delpino la organizaron. Pusieron fecha y lugar: la chacra San Francisco —propiedad de Delpino— en camino O’Higgins 8590, cerquita de Pajas Blancas, el viernes 1° a la noche. Habría cumbias, tragos, comida, tocaría una banda de música tropical y habría notables dirigentes blancos para dar comienzo a la fiesta entre la militancia juvenil.

La juventud del PN nuclea a militantes de entre 14 y 29 años, según la CDJ. Los militantes de las distintas agrupaciones del histórico partido iban recibiendo un flyer que se iban pasando de celular a celular (“La fiesta celeste. Tanta militancia merece que la festejemos juntos”), y para confirmar asistencia debían anotarse en un registro indicando a qué sector pertenecían, si llegarían al lugar por sus medios o qué bus tomarían de los que había dispuesto la CDJ para la ocasión.

Iván Bravo tenía 29 años; estaba en sus últimos meses oficiales de “joven blanco”. Esa noche se vistió con un jean y una camisa celeste, un blazer azul y unos zapatos celestes de gamuza. Se puso su perfume francés favorito, A Men de Thierry Mugler, y se fue a la parada asignada en Colón, la más cercana a su casa, en La Paz. Desde allí partiría uno de los tantos móviles contratados para ir a la chacra. 

En ese móvil iba una de las coordinadoras de la agrupación de Iván, el Espacio 40, que lidera el ministro de Defensa, Javier García.

Iván y sus compañeros militantes llegaron sobre las 21 horas a la fiesta, y ya había fila afuera para entrar. Allí saludó a D, una joven de 16 años que conocía de la militancia misma. Habían coincidido en algunas salidas a bailar con otros jóvenes blancos. La adolescente pertenece al movimiento Nuevas Lanzas, de la 404. Esa noche se saludaron como cuando dos conocidos se encuentran. Lo típico: “¿Cómo estás?”, “bien, ¿y vos?”, “todo en orden”, palabras más, palabras menos. 

Los jóvenes iban entrando y eran asignados en mesas, de acuerdo a su agrupación. Pablo Iturralde, presidente del directorio del Partido Nacional, hizo uso de la palabra en primera instancia. Habló de la importancia de tener la LUC firme, la herramienta que el presidente había elegido para comenzar a gobernar, apostando a la libertad, dijo Iturralde. Habían pasado unos minutos de las 22 horas cuando les dio la bendición para festejar. No era la única figura política en el evento. Llegaron hasta ahí la senadora Gloria Rodríguez y el diputado herrerista Daniel Martínez Escames. 

Iván Bravo no tomó mucho alcohol esa noche. En realidad, no acostumbra a beber, ni para quitarse la timidez. En toda la noche tomó un vaso de cerveza y un gin con pomelo. Y con refrescos acompañó las pizzas y chivitos que los mozos fueron dejando en las mesas, como parte del servicio de catering.

Pasada la medianoche, las mesas fueron levantadas, y el DJ subió el volumen. Sonaron Karol G, Bad Bunny, el Ferxxo, la Shakira en versión despecho, Lali, Tini y todas las canciones de moda. Para más entrada la madrugada se anunció que tocaría en vivo La Cumana. 

Iván y D, la joven que había saludado en la fila para entrar a la fiesta, apenas si se cruzaron un par de veces en toda la noche. Pero no volvieron a hablar, según la versión de él. 

La Cumana tocó a las 2:30 de la mañana. Iván bailó algunas plenas con sus zapatos celestes de gamuza y cada tanto vichaba el reloj. Es que para antes de las 4 se esperaba la salida de los primeros ómnibus, y él quería tomarse el primero o el segundo. Tenía que volver hasta su casa en La Paz, Canelones. No recuerda si se tomó uno que salió 3:30 o 3:45, pero en uno de esos viajó. El bus hizo escala en plaza Cuba y desde ahí se tomó otro hasta su casa. Llegó sobre las 5, se quitó la ropa y, cansado como estaba, se durmió enseguida.

No se imaginaba lo que se empezaría a decir de él y su participación en la fiesta de los jóvenes del Partido Nacional.

La noche de Leonardo A.

Leonardo A. (no es su verdadero nombre, pero sí se respetan las iniciales) se puso un pantalón azul, una camisa blanca y un chaleco encima, y así se fue a tomar uno de los buses contratados que salía de plaza Libertad, por avenida Brasil, enfrente a la Embajada de España. Eran tres los buses con destino a la chacra ese viernes 1°: él se tomó el bus número 3; D —la chica de 16 años que luego denunciaría el abuso sexual— se tomó el segundo, el bus 6, que también salió de ahí.

Pero no se conocían, hasta esa noche.

Leonardo, quien tenía 20 años hace un año, milita en Aire Fresco, una agrupación de jóvenes de la 404, y está en tercer año de Facultad de Derecho. En la entrevista para este informe entendió importante aclarar que no se podía subir con bebidas alcohólicas a los ómnibus que trasladarían a los chicos a la fiesta. ¿El motivo? Los mismos chicos, atendiendo las barras, venderían alcohol en el lugar, y la recaudación se destinaría a las distintas actividades de las agrupaciones; por eso no estaba permitido subir con alcohol a los buses.

Llegó sobre las 21 y algo. Sonaba cumbia o reguetón, como casi toda la noche. Ni bien llegó, subió al piso o “deck” de arriba, donde estaban sus compañeros de la 404. Minutos antes de las 22 bajó a comprar una cerveza. Con la botellita en la mano, se acercó a un grupo de amigos que habían formado un círculo y estaban bailando. En ese círculo estaba D, a quien él no conocía. En determinado momento —siempre según su versión— sacó a bailar a la chica, y esta le estampó un beso en la boca, sin ningún prolegómeno. Él se lo permitió. 

Minutos después subieron al deck de arriba. “Beso va, beso viene… Hay una foto que circuló donde está ella encima mío. En determinado momento, ella me dice: ‘¿Bajamos?’”, narra Leonardo A. En esos primeros escarceos, él le preguntó cómo se llamaba y dónde militaba, pero nunca le preguntó la edad. Ella le dijo que se llamaba D, y que militaba en la agrupación Nuevas Lanzas de la 404. Era el momento en que Iturralde, el presidente del directorio blanco, hacía uso de la palabra. Ni Leonardo ni D le prestaron atención.

Bajaron. Salieron del lugar donde todos bailaban, hacia el exterior. Se quisieron meter en una casa lindera, pero un cuidacoches o guardia de seguridad contratado les advirtió que ahí no podían ir porque era propiedad privada. Que, en todo caso, podían ir “hacia aquella zona de allá, que está más oscura”. Era algo así como un establo, pero sin caballos, dijo Leonardo en la comisaría, en Fiscalía y en la entrevista para este informe. 

Hacia allí fueron y tuvieron sexo. Leonardo usó preservativo.

“Nunca fue coaccionado, no la presioné ni le ofrecí nada. Fue todo manija del momento, y fuimos pa’ adelante los dos”, resume él.

Tras eso, se vistieron y volvieron a la fiesta. Él se fue con sus amigos, ella con sus amigas. No quedaron en irse juntos ni en volverse a ver. “Fue el conocido touch and go”, aclara él, como si hiciera falta.

Cada uno hizo la suya.

Sobre las 2:30, Leonardo vio a un amigo suyo con una chica que él conocía, a los besos, en el deck de arriba. Subió a molestarlos, dice. En ese momento vio a D visiblemente beoda. “Le ofrecí un vaso de agua y se me tiró encima. Le dije que así no, que mejor le traía un vaso de agua, porque lo necesitaba. Estaba muy borracha”.

Cuando volvió con el vaso de agua, ella ya no estaba. Dejó el vaso en una barra y siguió bailando. Ya estaba tocando La Cumana. Lo hizo hasta casi las 4 de la madrugada, cuando el DJ paró la música: dijo por altoparlantes que una chica se había desmayado en el piso de arriba. 

Se comentaba que había tenido un ataque de epilepsia, pero Leonardo no cree eso. “¡Era todo alcohol! Se desmayó por la cantidad que había tomado”. Llegó un patrullero policial tras denuncia de alguien, y el móvil llevó a la chica hasta el centro asistencial del Cerro, donde fue atendida. 

El Ministerio del Interior le confirmó a La Diaria que habían recibido un llamado al 911 a las 3.45 de la madrugada, para trasladar a la joven a un centro de salud cercano. En el hospital, personal médico registró una “sospecha de abuso sexual con lesión a nivel genital”. Fue entonces cuando la madre de la joven realizó la denuncia policial.

Leonardo se fue “sobre las 4 de la mañana” en uno de los buses contratados y se bajó en el mismo punto de encuentro de la ida, en plaza Libertad. De ahí se fue a dormir a la casa de un amigo.

El sábado, Leonardo almorzó con la familia de su amigo, y recién a la tarde volvió a su casa.

El domingo 3 todo empezó a enrarecerse: circulaba un rumor entre los jóvenes del Partido Nacional que daba cuenta de que D, la chica con la que él había tenido relaciones, había sido violada en la fiesta.

Leonardo se preocupó y le envió un mensaje a la chica. Le dijo que contara con él para denunciar a esos “malparidos”. Ella no le contestó. “Pensé que estaría preocupada y quería estar tranquila, y la dejé por esa”, cuenta él.

Faltaba poco para enterarse que él era uno de los denunciados por abuso sexual.

“Quedé en shock”

Ese fin de semana fue tranquilo para Iván. Estuvo con la familia, vio a Peñarol como todos los fines de semana y preparó las clases para sus alumnos. Es docente de Educación Social y Cívica en noveno grado, como se llama ahora.

Iván Bravo. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

El lunes 4, antes de entrar a su trabajo administrativo en ANEP, donde también trabaja, discutió con otro militante nacionalista en Twitter por un asunto político. Tenían diferentes puntos de vista sobre un tema que Iván ya no recuerda. En la discusión se metió un joven de 20 años, novio de D, la chica que Iván había saludado en la fila de ingreso a la fiesta. El joven lo tildó a Iván de “acosador” y aún más, de “violador”. Iván no toleró eso y lo bloqueó.

De inmediato asoció esos calificativos a lo que había leído en uno de los grupos de jóvenes blancos en WhatsApp. Allí habían dicho que un par de muchachos habían abusado sexualmente de D en la fiesta del viernes por la noche. Incluso, compartieron en el grupo algunas capturas de pantalla que daban información sobre el mentado abuso. “Debe haber sido un loquito”, dice Iván que pensó. Dejó el celular y se fue a entrenar al gimnasio. 

Cuando salió de ejercitarse, se duchó y volvió a tomar su celular. Lo habían eliminado del grupo de WhatsApp de jóvenes blancos. Les pidió explicaciones a los administradores por privado, pero no recibió respuesta. Iván no entendía nada, estaba desconcertado. Pero luego sufrió ese agravio en Twitter, ató cabos y ahí, dice, empezó a preocuparse.

Ese mismo día recibió un mensaje de la dirigente de su agrupación, Manón Berrueta, concejal del Municipio G. “Iván, ¿cómo estás? ¿Te animás a venir mañana a casa? Tenemos que hablar”, recuerda que le dijo. “Sí, claro. ¿Qué pasó?”, le contestó él. “Nada, venite por casa que quiero hablar contigo”, le dijo ella, enigmática. 

Al otro día Iván fue por lo de Berrueta, quien vive en el barrio Peñarol. “Dejá el celular adentro de casa, y vamos para afuera”, le dijo ella. Le explicó que, quizás, el Ministerio del Interior le había intervenido su teléfono, y que era mejor cuidarse. “¿Qué pasó, Manón?”, le preguntó Iván, visiblemente tenso. “¿No escuchaste lo que dicen de una muchacha en la fiesta, sobre una violación?” Él le dijo que sí, que algo había oído. “Bueno, uno de los señalados sos vos”, le espetó ella.

“Yo quedé en shock en ese momento”, confiesa él, un año después, en un café de la Ciudad Vieja.

Manón Berrueta tomó un cuaderno, una lapicera, y tomó nota de todo lo que él le contó de la fiesta. Iván le dijo que llegó sobre las 22, que saludó a la D en la fila, que después bailó y charló con sus compañeros, que bailó alguna plena, que había bebido muy poco y no había fumado nada, y que se fue entre las 3:30 y 3:45, tras escuchar a La Cumana. 

Dijo que a D la había visto bailando, visiblemente alcoholizada, en el medio de una de las dos pistas, pero no habló con ella.

Berrueta le recomendó que cerrara sus redes sociales. Que eso iba a ser lo mejor. Para esa altura ya lo habían escrachado en Twitter e Instagram, y se estaba compartiendo su perfil con su nombre y foto con la velocidad de la viralización. Iván le hizo caso: clausuró sus redes. Tiempo después las reabriría, pero utilizando su segundo nombre y su segundo apellido.

Berrueta se había enterado del chisme en una reunión de conocidos, todos nacionalistas. Ahí escuchó el nombre de Iván Bravo. “Me costaba bastante creer que lo que estaban diciendo sobre Iván fuera verdad”, dice un año después la concejal.

Cuando lo convocó a su casa y él le dijo que era inocente de lo que se estaba diciendo, ella le creyó a él. “En ningún momento creí lo que se decía. Después de conocerlo como lo conozco, a él y a su familia, de haber militado con él, de haber compartido un montón de cosas, y de considerarlo un amigo, no creía que él fuera capaz de hacer semejante cosa”, dice Berrueta a Montevideo Portal.

“No es el tipo de persona que uno pueda pensar que se podría ‘zarpar’ o actuar con una chica de una forma que no corresponda”, agrega.

Ella confirma que le recomendó cerrar sus redes sociales, pero además le recomendó que durmiera con la conciencia tranquila y dejara investigar a la Justicia. Que sería cuestión de tiempo limpiar su nombre.

Y brinda un detalle curioso: ella le había sugerido a Iván que no fuera a esa fiesta.

“Le dije que mejor no fuera. Que no era necesario, qué se yo. Ya habíamos ganado (el referéndum por la vigencia de 135 artículos de la LUC), ya había ganado la juventud y su militancia… Ya estaba. No era necesario ir a esa fiesta”, señala.

Dice que, en una actitud maternal, no quiso que Iván fuera a la fiesta, aunque no intuyó nada malo. “Él, como te diría un hijo, podría decir: ‘Pero mamá, todos mis amigos van a ir’. Y yo a un hijo le diría: ‘Sí, pero yo no soy la mamá de ellos, soy tu mamá’. Bueno, él es mi amigo y le dije que no fuera, que no era necesario”.

Pero Iván igual fue, bailó, charló con amigos, y se volvió a su casa. Y dos días después estaba denunciado por haber abusado sexualmente de una menor en esa fiesta.

Antes de cerrar su Twitter, Iván Bravo recibió un mensaje directo de un excompañero, Joaquín Guadalupe, de profesión abogado. “Bo, me enteré de todo lo que pasó. ¡Qué garrón!”, le escribió. “Si precisás ayuda, yo te defiendo. Contá conmigo”, le escribió Guadalupe, quien trabaja en el estudio Pereira Schurmann. 

Coordinaron un encuentro y, finalmente, su amigo terminó defendiéndolo. Además, y siguiendo consejos, contrató a una abogada, María Luisa Iglesias. “Es lo que se estila en casos como este, para tener la opinión de un profesional hombre y de una mujer”, le dijeron.

Guadalupe se había asegurado también la defensa de Leonardo, el otro denunciado.

Pocos días después de la fiesta, la fuerza política gobernante emitió un comunicado público: “El Partido Nacional tendrá cero tolerancia frente a situaciones que determinen que un integrante de esta honorable divisa violente la integridad de una persona, con especial atención a mujeres, adolescentes, niños y niñas”, expresó.

La vicepresidenta Beatriz Argimón dijo, por esos días, que había que dejar actuar a la Justicia y que, en caso de comprobarse el abuso por parte de hombres, se debía llegar “hasta las últimas consecuencias”.

Iván dice que se sintió “mal, mal, mal”, al punto que algunas noches no pudo conciliar el sueño. Una noche específica, en esos primeros días de calvario, escuchó en el noticiero MVD Noticias de TV Ciudad que “al parecer no eran dos” los supuestos abusadores, sino cuatro. Esa noche, Iván le pidió un ansiolítico a su hermana para poder dormir.

Al otro día resolvió retomar terapia. Estuvo tres meses bajo tratamiento psicológico: abril, mayo y junio de 2022. También se amparó en la fe. Como cristiano, concurre a una iglesia evangélica cerca del Nuevocentro Shopping. Amigos de la iglesia lo escucharon y le aguantaron la cabeza, dice.

Tenía el teléfono de la chica, pero nunca le escribió ni la llamó para saber por qué ella lo había nombrado. Su abogado le dijo que era lo mejor en estos casos: no tener ningún contacto con la denunciante. 

Leonardo A. no apeló a ayuda profesional ni tomó somníferos, pero lloró mucho, confiesa. Su reacción también la cuenta en triplicado. “Sentí una impotencia tan grande, que al salir del estudio de mi abogado (Joaquín Guadalupe), lo primero que hice fue llamar a mi madre. Y lloré, lloré, lloré. No daba más de la angustia y la bronca. ¿Cómo alguien puede acusar a otro con tanta liviandad de violación?”.

Las versiones de D

Según se desprende de su confesión en la comisaría y en Fiscalía, la denunciante menor de edad se contradijo.

La misma madrugada del sábado, tras la fiesta, la chica les dijo a policías y médicos que la habían atendido que ella había consentido tener relaciones con dos chicos, en momentos distintos de la misma noche. Pero que, luego, más tarde, otros dos varones actuando juntos habían tenido sexo con ella sin su consentimiento. Dijo que los dos abusadores la habían llevado a la fuerza hacia un baño y allí la habían violado. 

La propia chica les contó a algunas amigas o conocidas que había tenido sexo con dos muchachos esa noche, en momentos distintos. Uno era Leonardo y el otro era Diego (no es su verdadero nombre, sí su inicial), un menor de edad como ella, a quien nunca denunció. La confesión de la joven figura en chats y audios que ella envió a algunas amigas. Esos diálogos circularon entre jóvenes nacionalistas y luego fueron aportados a Fiscalía como prueba. 

Montevideo Portal accedió a un audio que la denunciante le envió a una amiga, el sábado 2 a las 13:29 horas, donde reconoce que tuvo relaciones con quienes aquí identificamos como Leonardo y Diego. “En realidad, tipo, yo estuve con L. con consentimiento, y con uno que se llama D., con consentimiento también, pero después dos tipos me llevaron al baño, y yo en el momento no lo acredité como una violación, pero cuando me senté a pensar lo que había pasado, dije: ‘Me violaron’, y ahí fue cuando me desmayé, porque me dio pánico”, le dijo la chica a su amiga, al otro día de la celebración en la chacra.

Cinco días después de la fiesta, cuando D fue llamada a declarar por la fiscal Alicia Ghione, la joven cambió su versión. El miércoles 6 de abril dijo que los cuatro chicos que habían tenido sexo con ella esa noche (dos por separado primero, dos juntos en una segunda instancia), la habían forzado y que ella nunca había brindado su consentimiento, en ningún caso. 

Respecto a Leonardo A., la chica primero dijo que habían tenido relaciones consensuadas, y en una segunda oportunidad lo denunció como abusador. Dijo que dos amigos de él —a los que nunca pudo identificar, ni siquiera señalando rasgos físicos— le dijeron: “Si quemás [escrachás] a Leo, te vamos a quemar a vos”. 

¿E Iván Bravo? La joven dijo que no recordaba su rostro, pero dada la complexión física del supuesto agresor, señaló que “podría haber sido él”. Y denunció a Iván como uno de sus violadores: por el parecido físico.

La fiscal Ghione ordenó exámenes de ADN para los dos imputados (sobre los otros dos nunca hubo denuncia): tanto el de Leonardo como el de Iván dieron negativo.

El examen médico forense a la denunciante no reflejó que tuviera lesión anal ni vaginal. Aunque, según el forense, este “no es un elemento concluyente” para descartar el abuso.

Declararon 20 jóvenes participantes de la fiesta y ninguno declaró haber visto o percibido algo fuera de lo normal en el lugar. 

La denunciante no se presentó a la pericia psicológica a la que fue citada por el Instituto Técnico Forense.

Finalmente, un dictamen fiscal sentenció el 7 de marzo de 2023 lo siguiente: “No surgiendo de la indagatoria preliminar, elementos que permitan afirmar o descartar la existencia de los abusos investigados, habiéndose recabado en la sede fiscal las declaraciones de varios testigos que estuvieron en el lugar, así como de la víctima y sus familiares, se procede al archivo, sin perjuicio de conformidad con lo establecido en el artículo 98.1 del CPP”.

De esta forma, la fiscal Ghione archivó la denuncia por falta de pruebas. 

La joven D no contestó los mensajes para este informe. Su abogada, Vanessa Casciano, prefirió no hablar, y adelantó que ni la denunciante ni su madre querían hacer declaraciones.

El estigma del “escrache”

Iván Bravo dice que le hizo caso a su amiga, la concejal Manón Berrueta, y dejó investigar a la fiscalía de 6° turno de Delitos Sexuales. Con la ayuda de la religión, su terapeuta y sus amigos más cercanos, pudo salir adelante. Algunos jóvenes nacionalistas le creyeron, y otros tomaron distancia de él hasta esperar el dictamen de la Justicia. Y otros, en cambio, le hicieron la cruz. “Muchas veces sentí que el apoyo era todo para ella, por ser mujer”, dice hoy el hombre de 30 años, docente y militante del sector Espacio 40.

Él todavía no sabe por qué la joven lo denunció, pero recuerda de memoria sus palabras, cuando ella describió a un agresor como grande y corpulento y le preguntaron si podía haber sido Iván Bravo Dos Santos. “No me acuerdo de las caras, pero coincide con el físico, sí. Podría ser él”, dijo ella, e Iván no lo olvida.

Bravo dice que mantuvo la calma después de que se entrevistó con la fiscal Ghione y esta le dijo: “Yo no tengo ninguna prueba contra vos, y no te voy a llevar a juicio sin pruebas”. Meses antes del desenlace del caso, la fiscal —dice Bravo— le anunció que “lo más probable” era el archivo de la causa, por falta de evidencias.

Con este caso todavía en plena investigación, él dejó de participar en la militancia activa. “Me concentré en el trabajo y el estudio”, dice. 

Y agrega: “Mucha gente que me conocía sabía que yo era incapaz de hacer algo así. Yo nunca me sobrepasé con ninguna compañera. No soy mujeriego; me parece machista eso de andar con una y con otra, no me va. No soy esa clase de persona”. 

Cuando se sintió “aliviado” por el cierre de la causa, quiso hablar y contar sus padecimientos durante todo un año, señalado como abusador. 

Leonardo A. dice, sin eufemismos: “Estuve como el orto, para qué decírtelo de otro modo… No fui a terapia, pero hablé mucho con mi vieja, mi confidente. Me costó dormir, sí, pero no tomé pastillas. Pero no por tener la conciencia sucia, sino porque la cabeza te empieza a maquinar y te imaginás los peores escenarios”, dijo en un café céntrico de Montevideo, un año después.

Él cuenta que encaró al presidente del directorio del Partido Nacional, Iturralde —el mismo al que ignoró olímpicamente cuando habló en la fiesta—, y le contó “las cosas tal como fueron, con el detalle cronológico de todo”.

En su agrupación le creyeron, también las mujeres. Pero en otros grupos de jóvenes blancos algunos desconfiaron de su relato. A esos les pidió un café y les contó su versión de lo que sucedió esa noche. “Me senté a hablar y les conté lo que yo viví”, señaló.

“Yo entraba a Twitter y leía las barbaridades que se decían… Hasta algunos que lean esta nota van a decir: ‘Todo esto se tapó con plata’, como dijeron. No, señores, de ninguna forma; yo solo le pagué a mi abogado para que me defendiera. Dijeron que movimos contactos, que pusimos plata, y por eso zafamos. Cualquier disparate”, observa Leonardo.

Gastón Britos / FocoUy

Un año después

“Es importante tener presente el principio de inocencia; en realidad es un estado de inocencia, porque toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario, en tanto no recaiga sentencia ejecutoriada firme. Es decir, que haya pasado en autoridad de cosa juzgada. En casos como este, donde se denuncia un hecho aberrante, la opinión pública salió desde un principio a condenarlo y a juzgarlo; también personas públicas, autoridades políticas salieron a condenarlo. Incluso se emitieron varios comunicados dando por ciertos los hechos”, dijo Guadalupe para este informe.

“Todo eso genera un gran daño para las personas involucradas y lo más prudente hubiera sido confiar en la Justicia, que se confíe en las fiscales a cargo del caso y luego ver qué resulta, en lugar de apurarse a juzgar los hechos. Pasó un año y el caso está archivado”, agregó.

Guadalupe, abogado de ambos denunciados, no descarta iniciarle una demanda por difamación e injurias a la joven. Leonardo A. lo está evaluando pero Iván Bravo recientemente decidió no seguir ese camino. “Así que esto se cierra para mí, finalmente”, expresó.

Lo que sí hará Bravo, junto a otros dirigentes jóvenes del Partido Nacional, es intentar modificar algunos artículos de la ley 19.580, la ley de violencia basada en género, ahora que fue votada la ley de corresponsabilidad en la crianza. “Queremos cambiar algunos artículos que, entendemos, criminalizan al varón solo por el hecho de ser varón”. 

En rigor, Bravo se acercó a los diputados blancos Gabriel Gianoli y Rodrigo Goñi en procura de modificar el artículo 59, referente a la radicación de la denuncia de violencia de género —dice “siempre que la noticia presente verosimilitud, no le cabrá responsabilidad de tipo alguno a quien la hubiera dado”—, con lo cual pretenden combatir las denuncias falsas, como la que él, dice, sufrió.

“Ese artículo dice que si hace una denuncia que no es verdad, no se le podrá achacar responsabilidad alguna. Nosotros creemos que hay impunidad cuando suceden estas cosas. Además, queremos revisar el artículo 80”, dijo. Este otro refiere a una indemnización pecuniaria: la víctima puede reclamar 12 meses de salarios del victimario. 

Bravo cree que ha logrado “limpiar su nombre”. Que en su agrupación, en su partido y en su círculo, su nombre ha quedado sin mácula alguna. “Los que han criticado por redes lo hacen por ignorancia o por riña política, por ser de la oposición”, señala.

Leonardo A., en tanto, dice que la condena social fue “terrible”. “Pero para mí es un tema cerrado. Yo, gracias a Dios, actué siempre con transparencia y con la verdad. Todo lo malo pasa: las mentiras, el engaño, pero ¿sabés lo que queda? La verdad queda. Como dijo Luis Alberto de Herrera: ‘Nada queda ya de los viejos padecimientos; las nubes pasan y el azul queda’”.