Por Martín Otheguy
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Por Martín Otheguy
«La esperanza es esa cosa con plumas que se posa en el alma y canta la melodía sin palabras, que nunca cesa».
Emily Dickinson
Juan Villalba no es especialmente parecido a Tulio Monteiro, el ornitólogo que intenta salvar a la rara especie de guacamayo que protagoniza la película Río. Tulio tiene una tendencia al porrazo y la torpeza -esencial para una película infantil- que no podemos atribuir al conservacionista uruguayo, ex director para Sudamérica de la organización Traffic y actual encargado del bioparque Mbopicuá. Villalba, con su hablar tranquilo y su aspecto bonachón, da una sensación de calma de la que carece el frenético personaje animado, pero es una calma que puede ser engañosa cuando llega la hora de actuar.
Lo que tienen en común, sin embargo, es más importante: ambos se enfrentaron a peligrosos traficantes de animales en un intento por salvar a la misma especie, extinta en la naturaleza. Ojalá las similitudes de ambos casos llegaran también al final lleno de esperanza de la película, porque eso traería mucho mejores perspectivas para el guacamayo de Spix (Cyanopsitta spixii), el gran protagonista de esta historia.
Lamentablemente, la vida no suele deparar los finales superfelices de algunas películas para niños. Que, en el caso de Río, implica la prisión para los traficantes y la salvación de la especie al lograr que dos guacamayos de Spix se reproduzcan en la naturaleza y prosperen. Por cierto, aunque este guacamayo azul es hermoso no tiene la espectacularidad colorida de su contraparte fílmica, pero así es el mundo del cine: ni Ethan Hawke se parece al Fernando Parrado de los 70 ni Eleuterio Fernández Huidobro se parecía al chino Ricardo Darín.
Hubo un tiempo que fue hermoso
Hubo un tiempo en el que los guacamayos de Spix sobrevolaban el nordeste brasileño, confundiéndose en el celeste del cielo. Como el propio Juan Villalba explica a Montevideo Portal, es increíble y triste a la vez pensar que fue prácticamente el trabajo de un solo hombre el que logró dar la estocada final a este animal en la naturaleza.
El guacamayo de Spix estaba habituado a una zona semidesértica del Brasil, especializado en algunos frutos de árboles silvestres que crecen allí (sobre todo las caraibas). Cuando el alemán Johan Baptist von Spix lo avistó para la ciencia en 1819 ya no abundaba, pero hasta los años sesenta del siglo pasado resistió bastante bien a las capturas ocasionales ordenadas por coleccionistas. Al menos hasta que otros compatriotas suyos (de von Spix, no del guacamayo) entraron en escena junto a sus cómplices.
La ilustración del guacamayo contenida en el libro de Spix, Avium species novae
A partir de entonces se incrementó su caza para mascotismo, lo que llevó a que su presencia fuera cada vez más rara y finalmente desapareciera. La última vez que alguien vio un Spixii en la naturaleza fue en el año 2000 (aunque hay un reporte de 2016 muy dudoso), una historia heroica y solitaria que bien merece un artículo aparte y que será mencionada más adelante.
Si la única ave del género Cyanopsitta ya no las tenía todas consigo en esa zona tan árida, con un hábitat en disminución y la presencia invasiva de abejas africanas, la caza llevó a que rápidamente fuera borrada -si se permite la ironía- de un plumazo. Poco sabía von Spix en 1819 que, como señala Tony Juniper, esa ave se convertiría en un símbolo de "cómo la avaricia y la ignorancia humanas estaban acabando con incontables formas de vida en el registro de la creación".
Para explicar lo ocurrido hay un primer villano en esta historia: Luiz Carlos Ferreira Lima, conocido como Carlinhos das Ararás, un traficante del nordeste brasileño especializado en loros raros, como nuestra estrella el guacamayo de Spix y su pariente el guacamayo de Lear (Anodorhynchus leari).
Su eficiencia a la hora de capturar a estos animales era tan buena que a mediados de los ochenta quedaban solo tres ejemplares de Cyanopsitta Spixii en la naturaleza (al menos avistados), entre ellos una pareja que se reproducía con regularidad. Carlinhos tenía perfectamente identificado el lugar de nidificación y, como un buen voyeur de psitácidos, vigilaba a la pareja hasta que se apareaba y tenía crías.
Después del nacimiento de los pichones, les daba un mes para que crecieran, se los llevaba y los vendía por muchísimo dinero (a personas que a su vez los vendían a un dinero que desafía el uso de los superlativos). De esta forma, la menguada población de los Spixii jamás crecía.
Dos de estos pichones -los dos últimos nacidos en la naturaleza- son los que protagonizan esta historia, recogida en el libro Spix's Macaw: The Race to Save the World's Rarest Bird (de Tony Juniper) y con un uruguayo como personaje central.
Es tuya, Juan
El 23 de marzo de 1987, Juan Villlalba recibió la llamada de un conservacionista amigo suyo que acababa de visitar la casa de un ciudadano alemán en Asunción: Ernst Koopmann, segundo villano de esta película.
Koopmann, nos cuenta Villalba, era un traficante de fauna que abastecía de animales sudamericanos a zoológicos y colecciones privadas de Europa. No solo aves: proporcionaba tapires, ciervos, monos e incluso algún que otro aguará guazú (el cánido más grande y raro de Sudamérica), entre otros.
El alemán tenía altas conexiones con el gobierno paraguayo -especialmente con el dictador Alfredo Stroessner- lo que le permitió operar ilegalmente durante largo tiempo, en épocas en que no existía aún la misma conciencia en materia de conservación que en estos días.
El amigo de Villalba, que había ingresado a la casa fingiendo estar interesado en la compra de aves, se topó allí con una rareza, con el Santo Grial de los loros: dos guacamayos de Spix que tenían casi vendidos a Suiza, a un médico que ya poseía otros ejemplares de esta especie.
Las conexiones de Koopmann eran tan buenas que incluso poseía un certificado del zoológico de Asunción en el que se aseguraba que los Spixii pertenecían a sus excedentes, una falsedad que demostraba que el zoológico actuaba en acuerdo con el alemán.
El certificado falso
Al amigo de Villalba le hicieron una advertencia: si había cualquier filtración de información, era hombre muerto. El susto para el conservacionista fue tan grande que, tras llamar al uruguayo para denunciar lo que había visto, le dejó en Asunción un plano de la casa de Koopmann con el sitio exacto en el que se encontraban las aves y se fue del país inmediatamente.
"Yo tenía entonces una información vaga sobre los Spixii, aunque sabía que era un ave rara. Decidí viajar a Paraguay en el primer vuelo que encontrara", narró Villalba a Montevideo Portal. Tomó un avión de Pluna (otra especie que volaba aún en la región pero que se extinguió desde entonces, por motivos bien distintos) y aterrizó en Asunción el fin de semana.
El lunes a primera hora se presentó en el Ministerio de Ganadería y Agricultura de Paraguay en representación de la Secretaría de CITES (Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas). Para estas gestiones contó con la cooperación fundamental del doctor Obdulio Menghi, coordinador científico de CITES que estaba en Suiza.
Villaba no perdió tiempo. Junto al encargado de CITES en Paraguay fue inmediatamente a dialogar con el secretario general del ministerio para hacer el papeleo legal y rescatar estas rarísimas aves, antes de que se asomaran al borde de la extinción.
Rápido y furioso
Tras exponer el caso con claridad y evidencias, Juan logró obtener una orden de allanamiento para la casa de Koopmann. "Sabía que se estaba metiendo en un lío grande porque al comienzo titubeó, pero lo que cuenta es que logró que me apoyaran en las gestiones", recuerda Villalba sobre aquel hombre.
El conservacionista no le dio tiempo ni para dudar. Tras hablar con el juez, se llevó la orden de allanamiento con apoyo policial, que se tradujo en la presencia de cuatro agentes, y se dirigió a la casa del alemán. Tras tocar a la puerta, la persona que salió a atender no fue Koopmann sino su esposa, que no quiso saber nada de órdenes de allanamiento sin la presencia de su abogado.
Por lo tanto, Villalba y compañía debieron esperar unos diez minutos en mucha tensión. O la tensión usual cuando se llega con la policía a la casa de un ciudadano alemán poderoso con buenos vínculos con la dictadura paraguaya, intentando llevarse animales que valen más de 80.000 dólares.
Cuando el abogado entró en escena debió rendirse ante la legalidad de la orden de allanamiento, pero a la esposa de Koopmann no se le habían agotado las triquiñuelas. Al ingresar a la casa, la mujer les mostró unos loros comunes en un intento por distraerlos y ganar tiempo. Villalba olió algo sospechoso. "Como yo tenía el planito de la casa, subí rápidamente las escaleras. Cuando abrí la puerta de la habitación donde tenían los guacamayos, me encontré con un ventanal abierto y una empleada de la casa con una valija en la mano, dispuesta a fugarse por los techos", cuenta Villalba. Evidentemente, la mujer no llevaba ahí su equipaje.
El conservacionista logró "manotearle" la valija a la mujer pero al hacerlo cometió un error que, de haber tenido peor suerte, pudo haber costado también la pérdida de su preciosa carga. "Por los nervios del momento abrí la valija enseguida, con la ventana abierta, y me encontré con los dos pichones; estaban acurrucados pero se podrían haber volado", cuenta.
Entre los muchos recuerdos de aquel episodio que no se le borrarán a Villalba está el de la cara de la señora Koopmann cuando él bajó de la escalera con la valija. "Estaba fumando y cuando me vio se le cayó el cigarrillo de la boca (literalmente). Se dio cuenta de que los dólares volaban" (figuradamente). Y seguro que más rápido que los guacamayos de Spix.
Me parece que vi un lindo gatito
Con los guacamayos ya en su poder, la segunda parte del operativo consistía en sacarlos lo más rápido posible de Paraguay. Vilalba se dirigió a visitar al ministro de Agricultura de Paraguay, para solicitarle que los animales le fueran entregados en calidad de representante de Traffic y de la secretaría de CITES.
El hombre miró con asombro los loros y firmó el traslado de las aves para Brasil, mientras Juan llamaba a la embajada brasileña para poder guarecerse allí hasta salir del país. Pero los sobresaltos para los guacamayos no terminaban. Como desde la embajada no le contestaban, Villalba se fue con los animales a la casa del abogado del Ministerio de Agricultura. Dejó en el living a los Spixii en una jaula, mientras desde otra habitación insistía con sus llamados a la embajada. Cuando regresó, los loros no estaban solos: había un gato encaramado en la jaula, haciendo lo suyo por extinguir a la especie (y zamparse de paso ochenta mil dólares). A esta altura, los guacamayos estaban a punto de extinguirse de un infarto al corazón.
El gato, como Koopmann, no se salió con la suya. Villalba se sobrepuso al susto felino y salió rápidamente a la embajada una vez que llegó un coche a buscarlo junto a protección diplomática. Tenía buenas razones para hacerlo. A las dos horas del allanamiento Koopmann ya había movido sus contactos, desatando una búsqueda intensa por toda Asunción en un intento por localizar a los Spixii. Fue tarde, porque los loros llegaron rápidamente a terreno extranjero (técnicamente hablando) al quedar a salvo en la embajada.
Fue así como los guacamayos volvieron a su país natal, volando esta vez en un avión. Ni Villalba ni los loros sospechaban que el operativo, para entonces, ya no era secreto.
Si bien se había coordinado con el zoológico de San Pablo para que recibiera a los animales (ocultándolos al público), la maniobra trascendió a la prensa. Cuando Juan llegó con su carga al aeropuerto se encontró con una comitiva nutrida de periodistas que parecía esperar a una estrella de rock, no a un conservacionista con dos loros. Los Spixii, sin embargo, decidieron comportarse exactamente como rockstars. Tras pasar a la sala de prensa y quedar sueltos en el sitio (se descubrió que todavía no podían volar y el lugar estaba cerrado) se dedicaron a vandalizar material del hotel y pasearse con descaro por todas partes.
Uno de ellos, quizá disconforme con el relato que Villalba le hacía a la prensa o para vengarse por el episodio del gato, le dio un picotazo impune en la oreja, episodio inmortalizado en una foto.
La prensa brasileña, al ver las "muestras de cariño" entre los animales, anunció incluso las grandes perspectivas que existían para que los ejemplares se cruzaran, algo que hubiera sido un milagro mayor que la salvación de la especie, ya que se trataba de dos machos.
Los animales fueron colocados finalmente en el zoológico de San Pablo y años después trasladados a otras colecciones, siempre bajo protección y con la intención de que fueran parte de un plan de reinserción. Ambos siguen vivos, pero que alguna vez vuelvan a posarse libres, sobre las ramas de las caraibas, es un asunto más complejo.
Juan Villalba tenía la esperanza de que los Spixii se convirtieran en un símbolo de la conservación en Sudamérica, de la misma forma en que el oso panda lo era para el resto del mundo. Puso todos sus esfuerzos para crear un comité internacional que lograra evitar la extinción de la especie, pero aunque los guacamayos se transformaron en un símbolo lo suficientemente fuerte como para inspirar películas, a la historia le quedaban todavía capítulos desgraciados.
Pluma, Plumagate
A instancias de Villalba, en 1990 se creó en Brasil el Comité Permanente para la Recuperación de Cyanopsitta Spixii. Su concreción llegó tarde, pese a los esfuerzos del conservacionista, y no logró evitar el final temido: algunos años después de ocurrida esta historia no quedaban ya ejemplares salvajes en la naturaleza. Villalba terminó renunciando al comité un tiempo después con una sensación "amarga", al igual que algunos socios importantes del proyecto, como Loro Parque, después de una serie de intrigas y vueltas que no se entenderían ni en el palacio bizantino.
Pero aun extinto, este guacamayo no está logrando escapar de las manos ávidas de los traficantes de animales. La historia de los que se encuentran en cautiverio, que son el último reservorio de la especie, lo demuestra.
Esta ave fue siempre muy cara en el mercado negro. Si valían unos 80.000 dólares en los ochenta, hoy su precio en el mercado puede ser varias veces mayor, cree Villalba. Algo más de un centenar de ejemplares en cautiverio es lo que queda de la especie en el mundo, pero su situación cambió para peor en los últimos años.
Hasta hace poco, una parte de los animales se encontraba en Suiza y la otra en el sudeste asiático. Apareció entonces en escena Saud bin Muhammed Al Thani, un sheik de Qatar (y exministro de Cultura) que compró todos los ejemplares disponibles en el mercado y creó un centro de cría en ese país con inversiones millonarias.
En el 2014 este hombre murió en forma inesperada, dejando la intriga de qué sucedería con los guacamayos (así como con sus fósiles de dinosaurios y otras rarezas). Con la rebuscada excusa de que en su país existían riesgos de guerra, sus hijos decidieron venderlos a una asociación en Berlín que no es en realidad lo que parece. Es comandada por Martín Guth, un alemán con antecedentes penales por secuestro, extorsión e intento de fraude, pero que tenía instalaciones listas para recibir a los animales.
En sus manos se encuentra hoy el 90% de los guacamayos de Spix que quedan en el mundo, además de muchas otras aves raras. Una investigación del periódico The Guardian, que llevó seis meses, informó que la Association for the Conservation of Threatened Parrots no tiene ninguna instalación abierta al público y que varias de las aves terminaron ofreciéndose a cientos de miles de dólares a privados. El diario Bild lo bautizó "el jefe de los papagayos azules" y lo vinculó con una investigación sobre narcotráfico en la que estaba implicado también el rapero Bushido.
Martin Guth en la tapa de Bild
"Ha estado saqueando los más raros loros con la excusa de huracanes o cualquier otro tema", explicó Villalba. Si bien este hombre aseguró que en el 2020 va a entregar 50 ejemplares al gobierno de Brasil para reintroducirlos en la naturaleza, los informes periodísticos dejan abierta la interrogante sobre la concreción del anuncio. El propio Guth, que paradójicamente integra este comité, nunca quiso "blanquear" el origen y propiedad de varios de los animales, e incluso abandonó otro comité formado para salvar el guacamayo de Lear cuando se le exigió hacerlo.
Mercado para comprar estas aves hay. En el tráfico de animales, hay millonarios dispuestos a pagar fortunas por poseer un animal extinto en la naturaleza, porque tener algo que no tiene nadie es, más que nada, un símbolo de estatus. Así lo consideraba el mariscal Tito, por ejemplo, que supo encontrar tiempo para conseguir guacamayos de Spix después de unificar Yugoslavia. Incluso hoy, si prueban tipear en Google "Spix macaw", la segunda sugerencia que surge es "Spix macaw price".
Lo mismo sucede con los osos panda, dice Villalba. Empresarios de Taiwan llegan a pagar 50.000 dólares por un cuero de panda, pese a que no tiene utilidad alguna (y que hay pena de muerte para la caza furtiva de pandas en China).
Maracanazo
Incluso si se entregan estos 50 ejemplares a Brasil para ser reinsertados, el futuro de esta especie es incierto. Como ejemplo está lo ocurrido con el último guacamayo de Spix visto en la naturaleza.
Luego de la desaparición de los tres últimos ejemplares, Brasil había declarado extinta la especie, pero a comienzos de los 90 la esperanza renació. Tras recibir reportes de avistamientos de otro Spixii en la naturaleza, el conservacionista Tony Juniper se embarcó junto a cuatro colegas en la aventura de encontrar al último héroe de la especie. Y lo logró: pudo ver la "figura casi mítica" de un guacamayo solitario sobreviviendo pese a todo y pese a todos, arrinconado en un parche de bosque en galería de la caatinga brasileña.
El Instituto de Medio Ambiente de Brasil (IBAMA) se abocó entonces a la tarea de lograr que el Spixii pudiera ser el heraldo que trajera de vuelta a la especie a la naturaleza. Era tal la soledad del pobre ejemplar que, al no encontrar una hembra de su especie, había terminado emparejándose con un maracaná de cara afeitada (Primolius maracana). No sabemos cuáles fueron los encantos del ave en cuestión (o si su "cara afeitada" tuvo algo que ver en el asunto), pero lo cierto es que si bien ambos lograron procrear generaron un híbrido, que poco servía para la preservación del Spixii.
El último Spix, emparejado con otra especie
Las desgracias para el último guacamayo azul, que durante años logró eludir a los cazadores de los traficantes, no acabaron allí. En 1995, tras años de discusiones, se decidió liberar una hembra de Spixii con la esperanza de que ambos formaran un casal, algo que pareció posible durante un tiempo. La recién liberada logró conquistar al macho luego de algunas semanas, aunque los especialistas solían ver a los tres animales conviviendo juntos, en una suerte de poliamor psitácido; así fue al menos hasta que el maracaná logró formar pareja también con un ejemplar de su especie, solución perfecta para el intríngulis. Parecía entonces que el final feliz era posible, pero poco después la hembra liberada se dio con un cable de alta tensión y falleció.
El pobre viudo retomó su relación meses después con el maracaná, mientras el comité seguía deliberando sobre los riesgos de preparar y liberar otra hembra de su especie. Desapareció en el año 2000 (no se sabe si fue capturado o murió) y jamás se volvió a ver un guacamayo de Spix en la naturaleza.
Los intentos por devolverlo a la naturaleza incluyen hasta proezas de laboratorio. En el 2002, cuando Brasil había vuelto a declarar extinta la especie, un ejemplar de Spixii llamado Presley fue hallado en Estados Unidos (como en Río). Se lo devolvió a Brasil y durante doce años se intentó infructuosamente que se reprodujera, hasta su fallecimiento en 2014. Pero ni la muerte iba a salvar a Presley de las últimas indignidades en pro de su especie. Su cuerpo fue congelado y se procedió a extraerle los testículos para un innovador experimento en San Pablo: la conversión de sus células testiculares en esperma que es inyectado a otro animal saludable, encargado de eyacularlo, permitiendo que el pobre Presley pueda generar herederos desde el más allá y aporte su granito de arena a la conservación de la especie. Un relato completo de esta historia puede leerse en este excelente artículo de Piauí.
En esta historia de extinción, como en tantas otras, no cabe señalar a los vecinos como únicos responsables. Uruguay también supo tener un guacamayo azul en su territorio y no hizo lo suficiente para evitar su extinción. El guacamayo glauco (Anodorhynchus Glaucus) era uno de los "cuatro azules" junto al Spixii, el Lear y el Jacinto (algo así como el Grand Slam de loros raros y codiciados). Solía camuflarse entre el follaje de los palmares del noreste uruguayo para eludir a sus predadores. Lamentablemente, la destrucción de su hábitat (las palmeras yatay) y el tráfico de fauna acabaron también con esta especie a comienzos del siglo XX (a mediados de siglo si se considera el último avistamiento realizado por Raúl Vaz Ferreira). Nuestra fascinación obsesiva por los loros, dice Juniper, es lo que paradójicamente los está exterminando.
A pesar de las características trágicas de esta historia y la dificultad del desafío, Villalba tiene esperanzas de ver algún día "una pequeña bandada de loros azules como el cielo, volando libremente tal como los viera von Spix en 1819". Al menos, no sufrirán la persecución de Carlinhos das Ararás, que hoy en día asegura estar reformado de su pasado delictivo.
Si se cumple el deseo de Juan, significará que el ser humano pudo deshacer al menos algo del mal provocado en la aventura trunca del guacamayo de Spixii, que desde que fue descubierto debió luchar contra el crimen organizado, los accidentes fatales, los caprichos de los millonarios, las dictaduras sudamericanas y la burocracia. No es papa para el loro.
Por Martín Otheguy
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