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Internacionales

Por The New York Times

De cómo la FIFA silenció una campaña con brazaletes en la Copa del Mundo

Las autoridades de la FIFA respondieron que discutirían el plan del brazalete y regresarían con una respuesta. No lo hicieron.

19.12.2022 14:34

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2022-12-19T14:34:00-03:00
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Por The New York Times | Tariq Panja

DOHA, Catar— Faltaban solo unas horas para el partido inaugural de la Copa del Mundo cuando los líderes de un grupo de federaciones europeas de fútbol llegaron a una reunión en el lujoso hotel Fairmont. El hotel cinco estrellas, el cual habían convertido en la sede de la directiva de la FIFA durante el torneo, era un escenario insólito para una pelea. Pero con los partidos a punto de comenzar, no habría más remedio.

Para ese momento, las federaciones y los representantes de la FIFA se habían estado reuniendo de manera intermitente durante meses para discutir un plan del grupo de selecciones nacionales de usar brazaletes multicolores con el mensaje “One Love” (“Un amor”) durante sus partidos en el torneo de Catar. A la FIFA no le agradaba la idea, pero las selecciones —que incluían a contendientes para ganar el torneo como Alemania, Inglaterra, los Países Bajos y Bélgica— sintieron que se había llegado a un acuerdo de paz tácito: los equipos usarían los brazaletes y la FIFA se haría la vista gorda, para luego multarlos en silencio más adelante por romper sus reglas sobre los uniformes.

Sin embargo, en una sala de conferencias del Fairmont, el 20 de noviembre, todo cambió. Con los enormes ventanales de la sala y sus vistas panorámicas del golfo Pérsico a su espalda, Fatma Samoura, secretaria general de la FIFA, les dijo a las federaciones que los brazaletes no solo irían en contra de las regulaciones sobre el uniforme del torneo, sino que también serían considerados una provocación hacia Catar, país anfitrión del torneo, y hacia otras naciones islámicas y países africanos. No serían permitidos, informó Samoura.

Los europeos quedaron atónitos.

Las 24 horas que siguieron —una ráfaga de reuniones, amenazas, voces alzadas y riesgos calculados— ya son solo un recuerdo este fin de semana, cuando Argentina y Francia se preparan para jugar la final de la Copa del Mundo el domingo. LA FIFA no respondió de inmediato a una solicitud de comentarios sobre las discusiones; este artículo se basa en entrevistas con múltiples participantes en las conversaciones, muchos de los cuales solicitaron anonimato porque no estaban autorizados a compartir las discusiones privadas con los medios de comunicación.

La campaña “One Love”, iniciada en los Países Bajos hace tres años como una iniciativa para promover la inclusión, se transformó en una de las mayores controversias de los primeros días de la Copa del Mundo. Un mes después de su repentino final, sigue siendo un instructivo de la muestra inusualmente contundente del poder que la FIFA ejerce sobre sus federaciones miembro, de la ventaja que puede ejercer para forzar el acatamiento en los desacuerdos y de la forma en que una campaña de justicia social lista para llevarse a cabo en el escenario más grande del deporte puede ser silenciada en apenas 24 horas. Las naciones europeas que competían en la Copa del Mundo (Inglaterra, los Países Bajos, Dinamarca, Alemania, Bélgica, Gales y Suiza) y dos naciones que no habían clasificado, Noruega y Suecia, habían encontrado una causa en común meses antes. Castigadas por las crecientes críticas en casa sobre la Copa del Mundo en Catar, habían planificado destacar su mensaje de inclusión durante los partidos del torneo. La campaña se produjo después de que el país anfitrión se enfrentara a una década de escrutinio por su historial de derechos humanos, su trato a los trabajadores migrantes y su criminalización de la homosexualidad. Tras bastidores, a medida que se acercaba el inicio del torneo, las federaciones buscaron claridad de la FIFA sobre las medidas que pudiera tomar una vez que los capitanes ingresaran a la cancha con un brazalete que no había sido autorizado por la FIFA.

En una reunión realizada el 12 de octubre en la sede de la FIFA en Suiza, los representantes de las selecciones se reunieron con altos funcionarios de la FIFA, incluido el secretario general adjunto del órgano rector, Alasdair Bell, y Andreas Graf, quien dirige el departamento de derechos humanos de la FIFA. Los funcionarios hablaron sobre reformas laborales en Catar, sobre la posibilidad de un plan de compensación para los trabajadores inmigrantes y sobre las preocupaciones por la seguridad de los aficionados homosexuales que asistieran a la Copa del Mundo. El último punto de la agenda fue el brazalete “One Love”.

“Expresamos con bastante firmeza que utilizaríamos el brazalete. Dejamos claro que para nosotros no habría discusión al respecto”, le dijo a The New York Times Gijs de Jong, secretario general de la federación de fútbol de los Países Bajos. El grupo les comunicó a las autoridades de la FIFA que sus federaciones estaban dispuestas a aceptar multas por infringir el reglamento sobre uniformes de la Copa del Mundo, las cuales entendían serían el castigo máximo que la FIFA podría imponer por tal violación.

Las autoridades de la FIFA respondieron que discutirían el plan del brazalete y regresarían con una respuesta. No lo hicieron. Las preguntas de los medios de comunicación tampoco obtuvieron respuesta.

De Jong afirmó que tomó el silencio de la FIFA como una señal de que, si bien el órgano rector del fútbol claramente no estaba feliz con el plan, podría hacerse la vista gorda durante el tiempo que durara la Copa del Mundo.

“Pensé que en este caso no lo prohibirían, pero tampoco darían permiso, simplemente dejarían que pasara”, afirmó De Jong. “Pensé que eso sucedería y que tal vez luego recibiríamos una multa”.

Todo eso cambió cuando las selecciones llegaron a Doha, Catar, los días previos al torneo.

Algunos de los equipos realizaron eventos con trabajadores migrantes en sus campos de entrenamiento. En las conferencias de prensa, se les preguntó a los capitanes sobre el plan de usar los brazaletes. Algunos volvieron a comprometerse con la idea. Pero el capitán francés, Hugo Lloris, que había utilizado el brazalete “One Love” durante algunos partidos en Europa, afirmó que no se uniría a la campaña en la Copa del Mundo, alegando respeto por Catar, una nación musulmana conservadora y el primer país árabe anfitrión de la Copa del Mundo.

A pesar de la postura de Lloris, nada parecía haber cambiado para las otras selecciones. Se mantuvieron firmes en sus convicciones en ese momento, incluso a pesar de que les preocupaba un discurso del presidente de la FIFA, Gianni Infantino, en el que criticó las actitudes europeas hacia Catar en la víspera del partido inaugural.

Los representantes europeos habían decidido ignorar sus palabras cuando entraron a una sala de reuniones en el Fairmont. Sentados alrededor de una mesa tan grande que un ejecutivo presente la comparó con las utilizadas por el presidente ruso, Vladimir Putin, sostuvieron más conversaciones sobre los temas de derechos y el brazalete, que ya en ese momento tenía competencia. Días antes, la FIFA había anunciado sorpresivamente su propia campaña en brazaletes: sus versiones llevaban lemas como “No a la discriminación”, “Salvemos el planeta” y “Educación para todos”.

La delegación europea elogió la campaña —la cual fue copatrocinada por las Naciones Unidas—, pero reiteró que sus capitanes usarían los brazaletes “One Love” como estaba previsto. Una vez más, los representantes de la federación se fueron con la sensación de que se había llegado a un acuerdo tácito.

“Usaríamos el brazalete, reconoceríamos su campaña y no se afincarían con los procedimientos disciplinarios”, afirmó De Jong cuando se le pidió que describiera el ambiente al terminar la reunión. “Nos multarían después de la Copa del Mundo”.

Sin embargo, en menos de 24 horas, el estado de ánimo y el ambiente cambiaron de forma repentina. Tras una cumbre de las 211 federaciones miembro de la FIFA liderada por Infantino, los equipos europeos y los representantes de Noruega y Suecia, dos países que no se clasificaron para la Copa del Mundo, pero que se habían expresado abiertamente sobre la Copa del Mundo de Catar, fueron conducidos una vez más a la sala de conferencias. Allí, Samoura, una exfuncionaria de la ONU de Senegal que no había estado presente en la reunión anterior, adoptó un tono más contundente.

Sorprendiendo a los presentes, Samoura advirtió que las sanciones que enfrentarían serían inmediatas y apuntarían directamente a los jugadores involucrados. Eso hizo que las voces se alzaran. Según un funcionario europeo que asistió a la reunión, Samoura, durante una pausa para tomar café, incluso le sugirió a un delegado de Bélgica que, si su selección seguía promocionando el brazalete “One Love”, podría alentar a los equipos africanos a usar versiones de brazaletes que protestaran los abusos coloniales del pasado. La FIFA, cuando se le preguntó de forma directa sobre el incidente, declaró que no comentaría los detalles de la reunión.

A medida que la reunión superaba las dos horas y se acercaba cada vez más a la hora en que todos los presentes debían dirigirse al estadio Al Bayt para el partido inaugural de la Copa del Mundo, finalmente se le planteó una pregunta a la FIFA: ¿qué vas a hacer si los equipos siguen con el plan? Un funcionario de la FIFA sugirió que el comisionado del partido podría quitarle el brazalete a cualquier capitán que lo usara. “Les dijimos: ‘Buena suerte cuando intenten eso con Virgil van Dijk’”, afirmó De Jong, refiriéndose al capitán neerlandés de casi 2 metros de estatura.

Aun así, cuando terminó la reunión, los castigos deportivos se habían convertido, por primera vez, en una posibilidad clara.

En el estadio esa noche, mientras Catar perdía el partido inaugural ante Ecuador, los miembros del grupo europeo se reunieron, preparándose para lo peor. Rápidamente, llegaron a un acuerdo de que si iba a haber un castigo para sus jugadores —la FIFA amenazaba con sacarle tarjeta amarilla a cualquier capitán que violara el reglamento de los uniformes— no pondrían a sus principales estrellas en la posición de tener que tomar una decisión.

Pero la FIFA todavía no había proporcionado ninguna claridad y para entonces ya había comenzado la Copa del Mundo. Tres de los equipos europeos jugarían al día siguiente y el resto en los días próximos. El lunes, la mañana después del partido inaugural, el primero de esos equipos, Inglaterra, recibió a una delegación de alto perfil de la FIFA, que incluyó al director de competiciones Manolo Zubiria y al jefe de relaciones con los medios de la FIFA, Bryan Swanson, en su hotel en Al Wakrah, Catar.

Allí, la FIFA aumentó la presión. Según De Jong, quien contó que Mark Bullingham, director ejecutivo de la federación inglesa, lo llamó de inmediato, la FIFA dejó claro que la amenaza de la tarjeta amarilla era simplemente una sanción mínima. “Dieron a entender que podrían suspender por un partido al jugador infractor”, contó De Jong.

Las federaciones acordaron que la amenaza de la FIFA “no tenía precedentes” y probablemente sería anulada en un desafío legal. Pero ya no tenían tiempo. “¿Qué vas hacer en la cancha?”, afirmó De Jong. “¿Vas a enviar a tu abogado allí?”.

La campaña se derrumbó. Los equipos anunciaron que les habían pedido a sus capitanes que no usaran los brazaletes. Los jugadores acataron y el torneo siguió adelante.

Al final, todos los equipos salieron a la cancha sin incidentes. Cuando lo hicieron, muchos de sus capitanes llevaron los brazaletes adornados con los mensajes aprobados por la FIFA.