Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Después de charlar una hora con Adriana Da Silva (54) se entiende un poco más por qué, atravesando una lucha personal contra un cáncer que le afectó el bazo, siguió actuando y ensayando en la obra Bajo terapia, o cómo sonreía ante las cámaras para Masterchef Celebrity mientras participó del concurso de cocina, aunque se sintiera más que cansada, absolutamente extenuada. Ella mostraba un collar de dientes blancos y reía, intentando mejorar el emplatado ante el exigente jurado. Y al otro día, por la tarde, salía en la radio junto a su compañero Leonardo Lorenzo, como si tal cosa, en vez de usufructuar una certificación médica que bien pudo haber solicitado.
Se entiende. A Adrianita Da Silva —como se la conoce cariñosamente, más por lo querida que ella es en el ambiente que por su menuda humanidad— no le gusta victimizarse. Digo más: le aterra la idea de escuchar, o simplemente saber, que alguien diga “ay pobre, tan joven”, o algo así. Por eso mismo urdió un plan con pacto de silencio incluido que tuvo algunos cómplices muy cercanos: sus hijas la apoyaron en todo, su exmarido también (hasta la acompañó a sesiones de quimioterapia), a su padre nonagenario nunca le mencionó la palabra “cáncer”, pero sí le dijo que debía utilizar un pañuelo cuando se le cayera el pelo, y él entendió. Y su colega coconductor le hizo el dos en la radio, como si ella estuviera gozando de la mejor salud.
Por eso, aclara, ella no escribirá un libro sobre el cáncer, no dirigirá una obra sobre el cáncer, ni acepta ser referente en el tema. Es más: no hizo pública la enfermedad porque no quería titulares de la prensa rosa que vincularan su nombre al linfoma que la aquejó durante meses y que ahora tiene a raya. Ni siquiera ha querido ver la afamada película La sociedad de la nieve, para evitar llorar y angustiarse. “Ahora quiero estar bien, nada más”, dijo en un café sobre la peatonal Bacacay. Planes no le faltan: seguirá conduciendo el magazine vespertino en Radio Uruguay, en breve volverá a actuar y este año dirigirá dos obras. Y, por si fuera poco, no descarta viajar más y volver a enamorarse.
“Cuando me quedé sin trabajo, un amigo me dijo: ‘Venite a Buenos Aires, que Julio Bocca abrió una escuela, te quedás en casa y hacés comedia musical’. Y me fui. Me iba en barco, hacía tres noches de comedia musical, y ahí di rienda suelta a algo que me encantaba.”
Comunicadora, actriz, actriz y directora teatral. ¿Qué te mueve? ¿Cuál es tu motor?
Hablar con la gente, estar con la gente, siempre fue eso. Desde que tenía 17 años y hacía teatro callejero con mis amigos de la cooperativa en el barrio Peñarol, donde vivía. Siempre fue eso: la comunicación con la gente. En aquella época quería ser docente, no había tantas opciones visibles como ser comunicadora o coaching emocional, o community manager. Estaban las carreras universitarias clásicas, y a mí me gustaba comunicarme con la gente joven.
Ibas a ser abogada, pero abandonaste Derecho para anotarte en la EMAD (Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático), y ya habías hecho teatro callejero cuando estabas en el liceo. ¿Qué provocó ese cambio de rumbo en tu vida y esa apuesta a la actuación?
Yo vivía cerca de la Cooperativa Mesa 2 en Peñarol, que fue mi barrio hasta mis 27 años. La mayoría de mis amigos vivían en la cooperativa, y ahí armamos un teatro callejero porque la Comisión de Cultura nos daba una plata y éramos como los representantes de la cooperativa del área cultural. A priori, yo quería ser profesora, pensaba que iba a ser profesora de historia, que era lo que me gustaba en esa época. Cuando me fui a anotar me enfermé y se me pasó la fecha para inscribirme. La opción que me quedaba era Derecho, porque me había ido muy bien en el liceo. Entré a Derecho y empecé a somatizar, porque no me gustaba.
En la universidad pública éramos 120 en una clase, las ventanas estaban rotas, había que entrar en manada para ver dónde conseguías un asiento. Después tenías que ir a clases extra para que te explicaran lo que un docente había dado en clase con un micrófono. Era una dinámica que a mí no me completaba. Pero di los primeros exámenes y estudié con un grupo de Sociología, y salvé Sociología muy bien. Pero me di cuenta que no, que esa modalidad de estudio no iba conmigo. No estaba cómoda, no llegaba al derecho de la manera que yo quería. Necesitaba un grupo con menos gente, con más atención, necesitaba otra cosa. Y sin querer, me anoté en la Escuela de Arte Dramático (EMAD) porque me encantaba, ingresé y mis padres no tuvieron ningún problema. ¡Yo ni sabía que existía una Escuela de Arte Dramático! Me anoté, pero con el compromiso de buscar un trabajo; y cuando terminé, hice un secretariado bilingüe. Mi padre no tenía mucha plata, mi mamá justo falleció y le dije: “Bueno, viejo, terminé la EMAD, ahora estudio secretariado bilingüe y voy a conseguir un empleo”. Trabajé un mes de secretaria y después nunca más.
En tele sos una cara muy recordada en Buen día Uruguay de Canal 4, pero comenzaste en TV en Canal 5. A la distancia, ¿cómo evocás Queremos la tarde, programa al que llegaste tras pasar un concurso para comunicadores?
Fue muy entrañable, fue todo un desafío. Yo era chica, ingresé sola a conducir un programa. Digo “chica” porque tenía 27 años y hoy tengo 54, pero antes solo había hecho ese concurso de comunicadores. Y ya estar al frente de un programa donde había entrevistas y estando sola al aire era un desafío grande. Me dijeron: “Sé tu misma”. Me acuerdo que yo trabajaba mucho la producción de las notas con mi exmarido [Álvaro Ahunchaín], que trabajaba en publicidad, era más grande y tenía otra experiencia, y con [el periodista] José Pedro Díaz, que trabajaba en el departamento de Prensa de El Espectador y sabía mucho de comunicación. Cuando yo me preocupaba mucho por una entrevista, él me decía: “No te preocupes, lo importante es que seas buena preguntadora”. “De pronto, no sabés mucho del tema, pero si sos buena preguntadora, la nota sale”, me decía.
Cuando terminó ese programa te radicaste en Buenos Aires, a donde fuiste a estudiar en la Escuela de Comedia Musical de Julio Bocca. ¿Cómo recordás esa formación?
Yo en esa época salía en Carnaval, y tenía un amigo vestuarista del Carnaval que se llamaba Julio Martínez, que además había hecho todo el vestuario de la Troupe Ateniense, y él me alojó en su casa. Cuando me quedé sin trabajo, me dijo: “Venite a Buenos Aires. Venite que Julio Bocca abrió una escuela, te quedás en casa y hacés comedia musical”, que era lo que a mí me gustaba. Y me fui. Me iba en barco, hacía tres noches de comedia musical, me tomaba el tren desde Martínez hasta el Centro Cultural Borges, y ahí di rienda suelta a algo que me encantaba. Tenía clases súper intensas de comedia con Ricky Pashkus —que armó espectáculos con Bocca desde siempre—, y me di el gusto de tener clases de canto, de tener clases en el Teatro Maipo, de tener clases de danza por horas. Llegaba agotada. Me subía al tren a las doce de la noche para volver a Martínez y estaba fundida.
No te olvides que yo había hecho la EMAD, y acá no había una escuela de comedia musical tan salada. Para poder entrar a la escuela de Bocca vos tenías que llevar créditos de que habías aprendido algo de actuar, cantar o bailar, y yo mostré que había hecho unos espectáculos de comedia musical con Nacho Cardozo (Cine, radio, actualidad), que había trabajado con [Jorge] Esmoris en Sexo, chocolate y BCG; ya venía de cantar, ya venía de actuar, ya venía de hacer carnaval. Entonces acudí a una charla con Ricky Pashkus para que me admitieran.
Decía que en Buen día Uruguay estuviste casi quince años junto a Leo Lorenzo y Sara Perrone. Se llevaban muy bien, hicieron un magazine matinal muy recordado. ¿Qué significó para tu carrera este programa?
Yo terminé Queremos la tarde, me fui siete meses a Argentina, y estando allá me llamaron para el casting de BDU. Y quedé como movilera. Cuando Verónica Peinado se fue del programa, ahí pasé a la conducción. Para mí, fue como la posibilidad de desarrollarme más ampliamente en algo que solo había esbozado en Canal 5. Pero era otro perfil, con mucha producción, con mucho criterio y mucho cuidado a los comunicadores. Ponele: venía un auspiciante y quería que el comunicador se pusiera a barrer al aire porque su producto era una escoba, y la producción decía: “No, no, el conductor no barre. Yo te hago la publicidad de la escoba, pero el conductor no barre”. Nos cuidaban mucho, y cuidaban mucho también el contenido de los programas. Era un programa que a nivel cultural era muy bueno. No iba cualquiera a decir cualquier cosa. Se cuidaba mucho el contenido y a la conducción.
¿Y por qué lo dieron de baja, en 2012? ¿No acompañó el rating?
En los canales, cuando cambian los mandos, cuando cambian las gerencias, siempre vienen con su equipo de confianza, y vienen con cabezas diferentes y criterios diferentes. Y a los casi quince años que llevábamos, estábamos como muy influenciados por la televisión argentina, donde la grandilocuencia, de pronto lo efímero, lo que suena, pero poco importante, quizás lo sensacionalista, mandaba. El movilero que no dice nada, pero si se tiene que tirar al agua, se tira… Esa no era la política que teníamos nosotros. El movilero tenía que hacer una buena nota, que tuviese contenido, preparar el copete y entregarlo a la producción. Entonces, de pronto, cambiaron los criterios: era todo mucho más efímero, importaba la grandilocuencia y no tanto el contenido. Se empezó a desdibujar el programa.
En teatro siempre te sentiste más cómoda en la comedia y en musicales, ¿por qué?
No es que me sienta más cómoda. Se fue dando naturalmente eso. Sin embargo, uno de los últimos espectáculos que hice se llamaba Los monstruos, lo ensayé en Argentina con un director joven argentino, Emiliano Dionisi, y fue un espectáculo durísimo con música en vivo (era un musical), que refería a la violencia infantil, y fue un espectáculo que disfruté muchísimo. Me demandó mucha energía. ¿Sabés una cosa? Al público le está costando ver espectáculos duros. Lo hicimos en la Sala Hugo Balzo con las mejores condiciones a nivel técnico, estaba muy bien dirigida, me llevó mucho ensayarla. Y, sin embargo, a la gente le costaba verla porque sabía que el tema era duro.
A mí me gusta hacer drama. También hice otro, en la Sala Verdi, que se llamaba Inquina, dirigido por Diego Soto Díaz. Era un tema duro, y la pasé muy bien. Pero bueno, las cosas se dan. En el musical Cabaret, por ejemplo, el tema no es nada gracioso. Una mujer que está esperando que el padre la quiera, una mujer que pierde embarazos y nunca logra ser madre. No es nada humorístico. Hay una noción de que lo divertido, la comedia, te lleva a lo trivial, a lo no importante. De hecho, Bajo terapia —que estamos haciendo—, finalmente, lo que se descubre al final en la obra es un tema re jodido, re jodido.
“A los casi quince años de ‘Buen día Uruguay’, estábamos como muy influenciados por la televisión argentina, donde la grandilocuencia, lo efímero, lo que suena, pero poco importante, quizás lo sensacionalista, mandaba. Y se empezó a desdibujar el programa.”
Fuiste dirigida por Omar Varela, Nacho Cardozo y tu exmarido Álvaro Ahunchaín. ¿Cómo fue trabajar con ellos y cómo es para un director trabajar contigo?
Yo, no solamente en el teatro, sino en la vida, trato de ser muy abierta, de no poner piedras en el camino, pero también, con el tiempo y la experiencia, me permito hacer sugerencias, “dejame probar esto, a ver qué te parece”, buscando llegar a un término medio. Eso es interesante. Porque, ¿sabés lo que pasa? Cuando vos hacés cosas que no son muy orgánicas, donde no te sentís cómoda, a la postre, se nota. O te apurás en el texto para sacártelo de encima, y se nota. La gente visualiza que estás haciendo algo que no tiene que ver con tu forma de actuar, que no tiene que ver con vos. Porque vos, en definitiva, después generás un perfil como actriz, y se nota, y no quiero que se note. Entonces trato de buscar, de lo que estoy haciendo, lo que me quede más cómodo.
Volviste a Canal 4 en 2018 para hacer Vespertinas, hasta 2021. ¿Por qué creés que ese programa no se sostuvo en el tiempo?
No se sostuvo porque la dirección del canal consideró —calculo— que le era mucho más rentable poner un poquito más del programa anterior y un poquito más del programa siguiente. Por un tema de rentabilidad, específicamente. Eso es lo que yo entiendo. Era un programa novedoso, porque siempre se estaba bregando por la conducción femenina y estábamos en una época en la cual no solo el 4 estaba pensando en mujeres en la conducción. De hecho, yo estaba en un programa que iba a salir en el 12 que se iba a llamar Mujeres al volante, con Iliana Da Silva, Cata Ferrand y yo, que finalmente no salió y en su lugar fue un programa satélite de Marcelo Tinelli. Siempre pienso que las rentabilidades conspiran contra el contenido del programa.
Yo creo que Vespertinas venía muy bien, que interesaba mucho, con la impronta de cuatro mujeres diferentes y cada uno en lo suyo metíamos cuchara en el quehacer nacional. Creo que fue un programa valioso y tampoco duraba cuatro horas, perfectamente lo podían haber mantenido. Yo creo que siempre son temas presupuestales, o de intereses comerciales, o que a alguien no le gusta. Porque puede cambiar una gerencia, cambian los mandos, y te dicen: “No me convence”.
“La gente visualiza que estás haciendo algo que no tiene que ver con tu forma de actuar. Porque vos, en definitiva, generás un perfil como actriz, y se nota, y no quiero que se note. Trato de buscar, de lo que estoy haciendo, lo que me quede más cómodo.”
Adriana, en la Navidad pasada nos enteramos todos que habías superado un cáncer, con un mensaje en el que exclamaste: “¡Estoy de alta!”. Habías decidido mantener en secreto, o por lo menos, no hacer público tu diagnóstico. ¿Por qué?
Primero, no me gusta dar lástima. Segundo, por mi familia. Decís la palabra “cáncer” y es un gran disparador, y me acuerdo de la frase del Corto [Horacio] Buscaglia: “Qué espónsor la muerte”. Yo no quería eso, porque como estoy sola con mis hijas y mi padre, no quería que ellos se descompensaran y vivieran esto con dramatismo. Era mitad de año [2023], mis hijas tenían que terminar la escolaridad, mi viejo está muy viejo, y yo no iba a poder con mi entorno descompensado. Entonces, traté de darle un tono de… no de naturalidad, pero: “Bueno, estoy enferma, como está enferma un montón de gente”.
¿También se lo ocultaste a tu familia, entonces?
No, mis hijas y mi padre lo supieron porque hice quimioterapia, porque quedé pelada y porque no la pasé nada bien. Pero lo que yo no quería era el agregado de un montón de gente llamando todo el tiempo, o que apareciera en la prensa: “Adriana Da Silva tiene cáncer”. A mi papá esa palabra nunca se la dije. Le dije: “Viejo, estoy enferma, tengo el bazo enfermo. Voy a hacer un tratamiento duro y se me va a caer el pelo, pero voy a salir de esta”, y quedó por esa. Y la pasé jodido, pero quedó por esa.
Contaste hace un par de semanas en Vamo’ arriba que es domingo (Canal 4) que todo comenzó a fines de julio, cuando terminaste de grabar tu participación en Masterchef (canal 10), donde participaste. No daban con el diagnóstico, hasta que una tomografía detectó el linfoma. Contame vos cómo fue.
Estamos hablando de un linfoma no Hodgkin que me afectó el bazo, por suerte fue solo el bazo, y el resto, hasta el día de hoy, está sano. Lo importante es que mi médula está sana, que puede ser mi gran salvadora —si esto me vuelve— con un trasplante de médula, en un segundo tratamiento. La verdad es que hace un año que venía arrastrándome, sin motivo visible, vivía cansada y sin hacer un esfuerzo mayúsculo. No daban con el tratamiento, no daban… Hice todo el recorrido de Masterchef, estaba delante de las cocinas y estaba realmente agotada…
Me hicieron los estudios que te imagines, hasta que un día el médico me dijo: “Te voy a pasar a un internista, porque no estamos dando en el clavo”, y ahí pasó que salí de Masterchef, al otro día me fui con Núbel Cisneros a hablar de lo que fue mi pasaje por el programa y de noche, a las 23 horas, me hicieron una tomografía. Al otro día, estaba desayunando con mi viejo y me llaman: “Mirá, venite, esto no está nada bien. Necesitamos que te internes para hacer un seguimiento”. Increíblemente, la médica internista era una amiga de la infancia, habíamos crecido juntas en el barrio Peñarol. Me sentó y me dijo: “Mirá, tenés un tumor grande, que ocupa casi todo el órgano. Vamos a hacer más exámenes, pero vamos a tratar de resolverlo”.
Ahí descubrí que mi mamá, que murió casi a la misma edad que tengo yo, había tenido casi lo mismo, 35 años antes. Esa fue mi angustia de toda la vida. Yo siempre lo pensé, y cuando pasé los 52 años (edad a la que murió mi mamá) dije: “Ta, no me tocó”, pero me tocó a los 54. Y se lo conté a mi amiga médica, y ella me dijo: “Pero ¿sabés qué? Hace 35 años tu madre no lo pudo resolver, pero vos y yo lo vamos a resolver”. Porque claro, la medicina avanzó. Me dijo: “Quedate tranquila, que vamos a resolverlo”.
Y a tu hematóloga le preguntaste si te tenías que “despedir”…
Sí, es verdad. Le pregunté: “¿Me tengo que despedir?”. Y me contestó: “No, no te tenés que despedir. Esto lo vamos a resolver”. Entonces, le pregunté si podía adelantar algo y me dijo que sí. Contraté una clínica privada, porque había un examen que me podía demorar un mes. Contraté un patólogo en la clínica privada, y cuando me hicieron una punción (para ver qué grado era, qué tratamiento me iban a dar), ahí lo que me podía demorar un mes, me demoró cinco días.
También me compré los primeros químicos que me tenía que poner, que me demoraban como 10 días. Me armé como una oficina en el cuarto, llamé a un laboratorio, era un feriado, llamé y me contestaron que me demoraba dos o tres días. Le dije: “Mirá, necesito que te apures, porque esto viene muy agresivo. Dame el teléfono de la visitadora médica”. La llamé un feriado y ella me dijo: “No te preocupes, mañana te lo llevo a la farmacia de la Española”. Y me llevaron, al otro día, el primer químico para hacerme la quimioterapia.
“La doctora, amiga de la infancia en Peñarol, me dijo: ‘Hace 35 años tu madre no lo pudo resolver, pero vos y yo lo vamos a resolver, porque la medicina avanzó’. Me dijo: ‘Quedate tranquila, que vamos a resolverlo’.”
Entonces, no solo te pusiste a disposición de los médicos, sino que asumiste una actitud proactiva para ayudar a los profesionales a ganar tiempo. De no haber tenido esa actitud, ¿tal vez hoy no estabas de alta?
No creo que hubiera pasado nada, porque era todo dentro del mes siguiente, pero adelanté el proceso, adelanté un mes, por lo menos. Fue como un mes que adelanté, con la anuencia de los médicos. Después el resultado dio que venía muy agresivo. La actitud que asumí fue como decir: “Bueno, estoy poniendo de mi parte para ganar tiempo”. No era que desconfiara de la sociedad médica, porque finalmente arribamos al mismo resultado, pero colaboré en algo.
¿Llegaste a pensar “¿por qué a mí?”?
No. ¿Sabés por qué? Porque no va conmigo victimizarme. Y, además, cuando te ubicás en mi situación, te ponés a pensar que hay gente que está infinitamente peor. Hay gente que se dializa tres veces por semana, hay gurises de 15 años que se pinchan cuatro veces al día, hay gente que no se puede ir de vacaciones. Hubo momentos en los que yo me tenía que pinchar en casa porque me bajaban las defensas, y yo con la agujita —la misma agujita que utilizan los diabéticos— temblaba como vara verde, y me puse a pensar: “Dejate de jorobar, Adriana, hay gurises con 18 años que se pinchan en la panza, en las piernas, todo el tiempo, y no se quejan”. Apretaba los dientes y seguía para adelante. No va conmigo victimizarme.
Cuando te dan el alta, ¿cómo te lo comunicaron? ¿Cómo fue?
Me llegó el resultado de un PET, un estudio que hace el Fondo Nacional de Recursos, que es un poquito más certero que la tomografía. Lo leí en casa y ahí yo interpreté que quedaba algo. Me fui a la sociedad y me senté como pollito mojado en la sala de espera, y cuando me tocó entrar, le dije a Mariana, la doctora: “Pa, che, me parece que no se fue”. Y me dice: “¡Se fue, sí!”. Me dijo: “Yo te voy a explicar algo”, y me explicó algo de la contraposición de un examen con otro, algo que yo nunca escuché bien, porque cuando me dijo “se fue” quedé en blanco, y empecé a reírme… Me tiré arriba del escritorio y le dije: “¡No te puedo creer! ¡Me voy a comprar un Martini y voy a festejar!”. Eso fue el 22 de diciembre [de 2023].
¿En qué está tu enfermedad hoy? ¿Estás curada o tenés el tumor controlado?
No estoy curada. Esto, como es hematológico (no oncológico), puede volver.
¿Y qué podés hacer vos para que no regrese?
Nada. Yo calculo que cuidar mis defensas. Yo le pregunté: “¿Y ahora qué hago?”; “Tratá de ser feliz”, me dijo. “Ahora me voy a quedar con miedo, porque la próxima vez que te venga a ver, voy a estar temblando pensando en que va a volver”. “No pienses”, me dice, “ni vos ni yo lo sabemos”. Si vuelve, será un poco más agresivo, también con quimioterapia, y puedo recurrir a mi médula, sí. Ahí se trasplantaría esas células de mi médula, que tengo sanas.
El año pasado hiciste Bajo terapia, la obra que produce Diego Sorondo y dirige el padre de tus hijas, Ahunchaín. ¿Cómo es actuar bajo la dirección de tu ex?
Bárbaro. Yo le tengo mucha confianza, es un tipo muy abierto, y él tiene mucha confianza en nosotros, los actores. Y como tengo un vínculo bárbaro con él, te digo más: él me acompañó en todas las quimio, con la anuencia de la esposa, porque él se casó nuevamente. Por respeto a las hijas que tenemos en común, él estuvo ahí. Y teníamos grandes charlas… Tengo un vínculo precioso con él, que cuando tenés hijos es muy importante. Y en la dirección teatral es un loco muy abierto.
¿Qué fueron las tablas en 2023?
Las tablas, para mí, este año, fueron como volver a la vida. Hubo días que no pude hacer función, hubo días en que me sentía pésimo y me subía igual. Y, para mí, fue la gloria estar con la gente.
Volverás con la obra en marzo, cuando ya todo el mundo sabe lo que tuviste que afrontar y superar. ¿Qué reacción esperás?
Nada. No espero que la gente me pase la manito por el hombro. El cariño ya lo sentí desde que lo hice público. Mirá que yo ahora no voy a escribir un libro sobre cáncer, no voy a hacer una obra sobre cáncer, ni me voy a convertir en el referente sobre el tema, ¡de ninguna manera! En realidad, lo que quiero es alejarme de esto. Estoy en un momento en que… Tengo ganas de ver La sociedad de la nieve, pero no tengo ganas de llorar. Físicamente no quiero fomentarme la angustia. Ahora tengo ganas de estar bien, nada más.
Con Leo Lorenzo evidentemente tienen una amistad especial, siguen eligiéndose para trabajar juntos. Ahora en Buenas tardes Uruguay, de Radio Uruguay. ¿Él fue tu confidente para superar la complicidad, o tampoco lo sabía?
Él lo sabía, como todo, bancó la reserva y aguantó el mostrador como un campeón. La dirección del Secan me dio la posibilidad de hacer radio desde mi casa, porque podía estar certificada un montón de meses, pero yo les pedí que no, que quería seguir en contacto con la gente. La dinámica era que salía yo desde mi casa, Leo desde estudios, y hacíamos el programa con normalidad. A la gente no le dijimos nada. Hubo momentos en que yo hacía notas desde casa y Leo descansaba, y viceversa, y así la fuimos llevando hasta noviembre. Cuando aparezco de pañuelo en la cabeza, Leo me decía: “Leonardo Favio”; ¡me dice cualquier cosa! Cuando salí con la primera peluca, que me quedaba horrible, me puso un sobrenombre espantoso. Los dos tenemos mucho humor negro.
“Yo le pregunté: ‘¿Y ahora qué hago?’. ‘Tratá de ser feliz’, me dijo. ‘Ahora, me voy a quedar con miedo, porque la próxima vez que te venga a ver, voy a estar temblando pensando en que va a volver’. ‘No pienses’, me dice, ‘ni vos ni yo lo sabemos’”.
¿Cómo sigue tu 2024?
Voy a dirigir dos obras de teatro que me ofreció Diego Sorondo. Una se llama Votemos, que se está haciendo en Argentina, con Juan Gil Navarro, Agustina Cherri y otros. Tiene un elenco lindo con [Jorge] Temponi, Luciana Acuña, Alejandro Camino, Elena Branccati. Y en el segundo semestre voy a estar con otra obra, Para anormales se llama, que también aborda una temática interesante, y es de esos que aparentemente habla de una cosa, pero al final se da vuelta y te deja pensando. Baja línea sobre los hijos que no son iguales a otros hijos, esa dinámica que se da cuando hay una reunión de padres porque ese hijo, que es distinto, “joroba” al grupo. Y te interpela: qué pasaría si te pasa a vos, con tu hijo. Voy a trabajar todo el tiempo con dos elencos y dos obras distintas, es un trabajito de relojería que me desafía, me gusta. Y voy a seguir en la radio, ya firmé contrato por dos años más, así que Buenas tardes Uruguay sigue al firme.
¿Por qué cosas de tu presente y planes a futuro vale la pena vivir?
Vale la pena vivir porque hago todo lo que me gusta, porque tengo las hijas que quería tener, porque vivo como me gusta, porque tengo los amigos que quiero, porque puedo elegir algunas cosas, porque me estoy quedando grande, pero lo estoy disfrutando. Porque pasé un momento jodido, y lo pasé. Y porque quiero proyectar cosas que… ahora, voy a apretar el pedal a fondo, para no perder el tiempo. Me ha pasado que, a veces, por cortedad, me he puesto muy en segundo plano en muchos aspectos, porque me cuestiono mucho, o porque me autocensuro. Y ahora que me pasó esto, voy a decir: ¿y por qué no?
Me mata la intriga: ¿en qué cosas ahora no te vas a autocensurar y le vas a dar para adelante?
A nivel personal: siempre dejo para adelante los viajes y los paseos, porque quiero la licencia de los 20 días. ¡Dejate de jorobar, Da Silva! Si tenés siete y querés irte a algún lado, sacá el pasaje y andate.
¿Y el amor?
Ahora que me pasó esto, y que me quedé pelada, dije: “¿Quién se va a fijar en una mujer pelada?”. Esto me pegó mucho a nivel emocional. Algunos lo subestimaban [que se te caiga el pelo], y yo entiendo que, racionalmente, es lo menos que te puede afectar, pero emocionalmente, pega. El amor es un pendiente, lo tengo bastante relegado hace muchos años. Pero quién te dice…
¿Sos feliz?
Soy feliz, sí. Ahora estoy viviendo un momento de felicidad. Felicidad con mis reparos, ¿no? Pero estoy feliz porque sigo haciendo lo que me gusta y, además, me di cuenta del montonazo de gente querida que estaba con la oreja y los ojos puestos en mí. Y con la llave puesta en el auto para salir corriendo a donde lo necesite. Ya sé que, si me pasa de nuevo, podré echar mano a ese montón de amigos cuando lo necesite. Eso me da felicidad.