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Chalecos celestes

Cuidacoches: causa y efecto de una contradicción

La Asociación de Cuidacoches de Uruguay insistió durante quince años y logró que la IMM le de material para mejorar sus condiciones .

29.03.2022 11:33

Lectura: 14'

2022-03-29T11:33:00-03:00
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Por Agustina Lombardi

Un hombre de mediana altura está recostado contra el capó de un auto estacionado. En su mano, billetes enlazados entre los dedos. Tiene puesto un chaleco celeste sobre su remera, un pantalón largo y calzado deportivo. Una visera oscura lo cubre de ese día de sol y, en los laterales por debajo de la gorra, se cuela parte de su pelo corto, que está cortado prolijo y comienza a ser gris. 

Es Washington y tiene 32 años. 

Desde mayo del 2020, según cuenta, se lo puede ver allí, en la calle Morales entre Bauzá y Bahía Blanca, alrededor de una zona de varias clínicas y hospitales en Parque Batlle, en Montevideo. Fue en esos primeros meses de pandemia que se quedó sin su trabajo de albañil. No dudó en salir a cuidar coches. No lo dudó porque tampoco era la primera vez que le tocaba hacerlo; desde los ocho años que recuerda salir a la calle y acompañar a su madre. 

—Hoy es la primera vez que vuelvo después de un mes. Tengo un Facebook, González Construcciones, y cada tanto me sale alguna changa para hacer albañilería. Siempre ando con un currículum en la mochila.

Aún, a veces, a Washington le es más conveniente quedarse en la calle. En su cuadra hace entre 800 y 1.200 pesos por día. Aunque no lava coches. “No nos permite la Intendencia”, dice. 

El carné que cuelga de su cuello es el resultado de haber ido algún día a la Intendencia de Montevideo para registrarse y ser avalado como cuidador formalizado de una cuadra en particular.

La calle es del carné. El poder está en el carné. 

Si a Washington lo descubrieran lavando un auto, podrían denunciarlo. Si Washington no da constancia de que cumple un horario en su cuadra, podrían quitarle el permiso (es un requisito para mantenerse activo en el registro de Cuidadores de Vehículos). Cualquier vecino podría llamar a la Intendencia a quejarse por Washington. Pero ningún otro cuidacoche podría quitar a Washington de entre sus esquinas. Son suyas, lo dice el carné. 

Ese mismo derecho de usufructo es la principal razón que lleva a que un cuidacoche se apunte en el sistema: el uso y disfrute de un bien que no es de su propiedad. Son 700 los registrados, según informa la Intendencia. Esta cifra bajó con la pandemia. Antes, rondaba en los 1.500, dice Pablo Inthamoussú, Director de la Unidad de Movilidad: “queremos que más gente vaya por el camino de la formalización”. 

El llamado a los cuidacoches se realiza de diversas formas. “Es un trabajo de hormiga”, dice el jerarca. 

Ulises (24) se ubica en la calle Somme en Parque Batlle. El mismo día en que contaba que estaba allí para “hacerle el dos” a un amigo suyo, esa mañana, un funcionario de la Intendencia pasó por ahí y le dejó la invitación. A través de comunicados como el siguiente es que el gobierno departamental busca que las personas conozcan el programa. 

Montevideo Portal I Agustina Lombardi

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—¿Irías a registrarte?

—Tengo que sacarme la cédula y recién tengo fecha para el mes que viene —cuenta. Hay otra cuestión que lo hace dudar: tiene tres antecedentes penales. —De última elijo alguna cuadra que no esté nadie, donde vea que se pueda generar un peso. Me gustaría tener un laburo fijo, pero con antecedentes es un viaje, nadie te da nada. 

Carné de salud, cédula, dos fotos carné y certificado de buena conducta. Con eso listo, solo se trata de escoger una cuadra que esté libre y que la Intendencia la apruebe para ser adjudicada al cuidador. 

La otra forma de acercarse, cuenta Inthamoussú, es por medio del contacto con ACU: la Asociación de Cuidacoches de Uruguay, el sindicato que los nuclea. “Tenemos algunas medidas que, en el corto plazo, esperamos aumenten el registro de las personas formalizadas a nivel pre pandémico”, dice. Más pronto que tarde, habrá beneficios para los cuidacoches. 

Washington dice haber escuchado algo del sindicato. Antes, estuvo en el SUNCA (Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos), fue delegado sindical en FUECYS (Federación Uruguaya de Empleados de Comercios y Servicios) y dice que lo echaron de un trabajo anterior por participar en esa actividad. 

Al costado de la reja de una casa, Washington deja colgada su mochila de un fierrito que sobresale de la pared. Es la quinta o sexta mochila que usa desde que se ubica por ahí. 

—No puedo traer nada porque me lo roban —dice. Cuando la abre saca una cartita que le dejó su mujer con la vianda. 

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—Me gusta más que me digan fundadora que presidenta —así se presenta Graciela Rodríguez, fundadora y presidenta de ACU. 

Graciela Rodríguez: mujer, afrodescendiente, setenta años. En este país, al menos, vulnerable. 

Quedó viuda a los cincuenta. Dejó de trabajar unos meses antes de que falleciera su marido para cuidarlo. No consiguió volver a insertarse en el mercado laboral, no la ayudó su edad. Una vecina, ya cuidacoche, le recomendó empezar: “yo también tengo mi amor propio, no puedo esperar a que otro me de comer”, recuerda. Rodríguez fue a la Intendencia a legalizarse. 

—¿Cómo fue empezar a ser cuidacoche?

—Horrible. Por lo menos para una persona como yo que estaba acostumbrada a trabajar en otra cosa. Es la humillación más grande que puede sentir una persona.  

Esa sensación la motivó a fundar la Asociación de Cuidacoches de Uruguay, entre 2007 y 2008, para elevar la dignidad de la actividad. “Es un sindicato a medias por el poco apoyo que nos dan, pero es un sindicato al fin”, dice. Según Rodríguez, ACU tiene 48 afiliados. Recuerda que, sobre el 2015, llegaron a ser 100. Los socios disminuyeron por falta de dinero para aportar y “porque veían que no se lograba nada en todos estos años”, dice la fundadora. 

Cuando empezó como cuidadora, en el año 2000, ya estaba vigente la política pública de la formalización. Pablo Inthamoussú comenta que Montevideo registra a los cuidadores desde hace décadas. Pero, a partir de 2017, “se le da un giro” al procedimiento y se establecen “algunos objetivos desde el punto de vista social”; capacitar a los cuidadores y tener un censo de esa población -en su gran mayoría vulnerable- para intentar brindar una ruta de salida. Hasta ese momento, dice, se trataba de un registro casi administrativo. La Unidad de Desarrollo de la Intendencia no pudo ser alcanzada para saber, concretamente, qué apoyo se les brinda a estas personas, más allá del chaleco celeste y el permiso. 

Rodríguez cuenta que, cuando se reúne con la Intendencia, siempre lleva un texto jurídico que data del año ´58: “para que vean que en algún momento alguien pensó en que nosotros teníamos derecho a tener remuneración”. 

—¿A tí te parece que una persona se le puede llamar trabajadora, pero que no tenga sueldo? Nos tratan como trabajadores,  pero no nos dan los derechos de los trabajadores. Hay una contradicción ahí —observa Rodríguez. —Hacemos algo que está reconocido, y podés tener las mismas sanciones que tiene un trabajador, como suspenderte, pero no tenemos sueldo, ¿por qué? 

No es tanto como un sueldo, pero se aproxima a ser el primer beneficio que ACU logró negociar en los últimos quince años desde que existe el sindicato: capas de lluvia. “Es señal de que nos están escuchando”, dice Rodríguez. 

Se entregarán las capas. Según dice Rodríguez, será el próximo lunes 4 de abril. “Con esos elementos, logramos la atención de las personas que están en esa actividad”, comenta Inthamoussú. Y se eleva así el registro de formalizados. 

ACU le planteó a la Intendencia futuras aspiraciones: “Lo de Antel es lo que más me está preocupando en este momento”, dice Rodrígez. Apuntan a ser intermediarios en el estacionamiento tarifado en las áreas concurridas de la ciudad como el Centro y la Ciudad Vieja, aunque se extiende a otros barrios.

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Parque Villa Biarritz. Martes 8 de marzo. Tres de la tarde. Una conversación. 

Joana (35) y Eduardo (30) están sentados bajo la sombra de un árbol de la plaza, casi sobre la vereda. Ella, de chaleco celeste. Él, vestido de pies a cabeza con ropa deportiva gris. A su lado, una mochila, una bolsa de la que salen dos pan flauta, un tupper amarillo -luego Eduardo mostrará que allí dentro hay carne que le dio una vecina-, una botella de plástico vacía. También está Edgar (35), pareja de Joana y hermano de Eduardo, que se acerca luego de ayudar a sacar un auto que estaba estacionado. T??odo ese rato se subirá el tapaboca negro, no permitirá ni que se vea la punta de su nariz. Los tres son del Cerro, los tres son familia. 

Terminaron allí, sobre la calle Martin Luther King, primero, porque la pandemia los dejó sin trabajo, segundo, porque un tío de Joana -Ferreira le dicen- ya cuidaba esa cuadra hace años y se las pasó. 

—Él está jodido, entonces estamos nosotros en lugar de él —cuenta Eduardo. En realidad, llegaron Edgar y Joana primero, que lo invitaron a unirse para cuidar la cuadra siguiente. Así es como varios terminan donde terminan. Las cuadras se van pasando. En 2017 se publicó en la Revista de Análisis Económico un estudio de José María Cabrera y Alejandro Cid sobre los cuidacoches en Uruguay. El título es "Asignación de derechos de usufructo en mercados informales: evidencia desde las calles". Allí explican que los que no tienen el carné de la Intendencia de Montevideo, es más probable que estén en su cuadra porque un conocido los llevó.  

—Cuando no estamos, el de seguridad del club corre a la gente que se quiere meter a cuidar en lugar de nosotros. Acá hay permiso —dice Eduardo, aunque la única de chaleco celeste es Joana. 

—¿Nunca te detuvieron por no tener chaleco?

—No, porque tengo apoyo de los vecinos. 

—¿Cómo te llevas con los vecinos?

—A full. Tengo clientes que les lavo los autos. —Eduardo señala un edificio de ladrillos en la esquina. Ahí vive una vecina que les guarda los materiales de limpieza en su garage. Tienen alrededor de doce clientes, agrega Joana: “el dato corre por el vecindario y, a veces, también se acercan nuevos”. Por lavado, cobran doscientos pesos. 

—Dejan la llave. Lavamos el auto por dentro. Ya somos conocidos por la gente —dice Edgar. 

Cada uno intenta explicar, en sus palabras, que el respeto genera confianza y la confianza una buena convivencia con los vecinos. Se solapan. Hablan uno sobre el otro. Dicen lo mismo, pero cada uno desde su experiencia. 

—A nosotros los vecinos nos ven con termo, mate y la vianda de comida que nos traemos —cuenta Joana. 

—Y nos ven solos. Junta no tenemos. Eso es muy importante —agrega Eduardo. 

—No sé cómo explicarte —dice Edgar —pero, ¿vos cómo ves que vengas con tu hijo a una plaza y estén (los cuidacoches) drogándose delante del nene?

—La única droga que tenemos es esta porquería —Eduardo levanta del pasto una colilla de un cigarro ya fumado. 

—No mientas, fumás marihuana —Edgar se ríe. 

—Acá no —contesta Eduardo con muecas en la cara. 

—Es legal eso —dice Joana. 

—Si le preguntás a los vecinos, te van a decir que no me drogo porque nunca me vieron armando un porro acá. No traigo —dice, ya más serio, Eduardo. —Me saludan, me dan de comer, me dan ropa. A mi hermano le consiguieron trabajo en una automotora. Yo laburo con una vecina en una capilla. —Eduardo ayuda a organizar donaciones para gente en situación de calle. —Me pagan bien las mujeres, me dan la comida y todo. Pero ta, qué me voy a ir a hacer a mi casa, vengo y laburo acá, hago un poco más de plata —cuenta.

—Nos llevamos la diaria siempre —agrega Joana. Dice que, por día, pueden llevarse de 1.500 a 2.000 pesos. —Acá cobro más que en la limpieza. Y no solo eso, no te mandan. —El estudio de Cid y Cabrera también incluye la independencia como factor para explicar por qué trabajar de cuidacoches, aunque no sea la principal razón.

—Yo junté 27.000 pesos en tres meses —dice Eduardo. Con eso, más cinco mil que fueron ayuda de una vecina, se compró un terreno en un asentamiento. 

—¿Volverían a un trabajo formal?

—Yo me siento cómodo —contesta Eduardo. —Hay vecinos con los que me he re encariñado, me tratan bien —agrega. Edgar y Joana se toman un poco más de tiempo para contestar. Lo considerarían, aunque si ganaran lo mismo, se quedarían en la calle. 

Joana es la única que se deja sacar fotos sin problema. Es la única que tiene el chaleco celeste, la habilitación de la intendencia. 

Edgar, ahora por primera vez sin tapabocas, espera parado a que un auto salga para asistirlo. No quiere saber nada con la cámara. Mientras se aleja, se destapa del todo: “En nuestra casa piensan que estamos en el lavadero, no es que sea deshonra”. 

Montevideo Portal I Agustina Lombardi

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—Yo espero que este trabajo sea un trabajo como cualquier otro, que lo tomen como un trabajo más para poder superar la miseria —a eso aspira Rodríguez, de ACU. 

Ulises (24, no formalizado) es de Paso de la Arena. Su madre y padre tienen trabajo. Él terminó Ciclo Básico y además tiene un curso en Yeso y otro en Panadería. Pero terminó en la calle Somme porque es adicto a la pasta base y ya no podía convivir más con su familia.

—¿Alguna vez tuviste algún conflicto con los vecinos?

—No, yo no soy mal pibe. Trato de hablar siempre con respeto. Tampoco voy a andar arriesgando mi vida si vienen a robar un auto. Me ha pasado. Una vez estaba cuidando un coche en un partido de Nacional, vino un pibe, me dio quinientos pesos y me dijo que me fuera porque se iba a llevar ese auto. Sacó un arma. Me estaba dando plata y se lo iba a llevar. Me fui, ¿qué iba a hacer? Si me quedaba ahí el hombre del auto no me iba a creer. Mirá mi pinta. 

Ulises tiene varias cicatrices en los brazos. Las uñas sucias, negras. Sus ojos celestes, brillantes. 

Según informa la Intendencia, solo tres de los 700 cuidadores registrados en Montevideo fueron denunciados entre setiembre de 2021 y marzo de 2022. Cualquier cuidacoche puede recibir una denuncia, esté o no formalizado. No se pudo saber si el ministerio del Interior lleva cuenta de esta información. Desde el Mides y el Ministerio de Trabajo declararon no estar involucrados en el tema. 

Para Rodríguez los cuidacoches no formalizados afectan muchísimo porque perjudican la imagen de los cuidadores avalados por la Intendencia: “andan por ahí con cualquier ropa, esos son los saca coche”. Jonatan (31), que se ubica en Rincón y Misiones, no está formalizado, pero tiene un chaleco naranja que usa para que lo identifiquen con más facilidad. 

—Me lo regaló un hombre de una moto. No es que sume, pero por lo menos te das cuenta que soy un cuidacoche, ¿no? 

Montevideo Portal I Agustina Lombardi

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En sí, la política de formalización eleva el estatus del cuidacoche en tanto la actividad comienza a ser legitimada por el sistema, aunque por esto no deja de pertenecer al mercado informal. Y a pesar de que el registro pareciera beneficiar al cuidacoche más de lo que lo perjudica, para Rodríguez aún es injusto: “mientras que no nos den un motivo para que nos podamos considerar igual a los demás trabajadores, no es beneficioso”. 

El estudio de Cid y Cabrera advierte que otorgar este derecho de usufructo al cuidacoche puede significar que el individuo perpetúe su situación, y así la de sus allegados. La otra cara de la moneda es que la formalización exige al individuo existir legalmente en sociedad, por los trámites básicos que se requieren para adquirir el permiso. Según Inthamoussú, es una “herramienta práctica” para una actividad que se desarrolla igual, esté o no regulada. Cada tanto, la propia Intendencia hace llamados para llevar cuidadores a eventos deportivos o conciertos. 

Pragmatismo ante un problema, ¿sin fin? ¿Una especie de parche?

De todas formas, Rodríguez defiende la actividad: “sí o sí el cuidacoche tiene que existir, justamente por el cuidado de los coches”. 

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Por Agustina Lombardi