Por The New York Times | Joseph Bernstein
NUEVA YORK — Casarse con un judío —y tener hijos judíos— no era una de las principales prioridades para Irina Barskaya. A pesar de la presión de su madre y su hermana mayor, Barskaya, de 33 años, peluquera y maquilladora de Brooklyn, comentó que, en su búsqueda del príncipe azul, la religión “nunca fue lo primordial”.
El 7 de octubre la hizo cambiar de opinión.
Al ver las redes sociales mientras atendía clientes en la peluquería de Midwood donde trabaja, Barskaya derramó lágrimas con las noticias sobre los atentados de Hamás contra israelíes, en los que murieron unas 1200 personas, según las autoridades. Conforme la escala de los asesinatos se hizo evidente en los días posteriores, Barskaya pensó en su familia y amigos en Israel y sintió una nueva determinación de reproducirse con otro judío.
“No somos muchos en el mundo”, opinó Barskaya. “Si no continuamos este camino y este viaje de casar a la gente y tener hijos dentro de nuestra religión, eso podría terminar”.
En noviembre, Barskaya viajó a Washington D. C. para participar en la Marcha por Israel, en la que miles de personas se reunieron en National Mall para mostrar su apoyo al Estado judío. Ella llevó un cartel hecho en casa. Al frente decía: “¡Tráiganlos a casa!”, para referirse a los rehenes cautivos en la Franja de Gaza.
En el reverso, se leía: “¿Quién viene a casa conmigo? #HagamosBebésJudíos” (en inglés, #MakeJewishBabies).
Era una broma o algo así. Un chiste oscuro en un momento oscuro, cuando el compromiso político de personas como Barskaya se ha vuelto dolorosamente personal. En medio de un sinfín de diatribas y atrocidades en las redes sociales y ante la sensación desgarradora de que muchas cosas en el mundo son desesperanzadoras, algunas jóvenes judías estadounidenses aseguran estar haciendo —o intentando hacer— lo opuesto a algo desesperanzador.
“Para algunas personas, tener un hijo es una manifestación de esperanza”, afirmó Stephen Seligman, psicoanalista y profesor de Psiquiatría en la Universidad de California, campus San Francisco. “Es decir: sí, hay futuro. Y voy a poner mis esperanzas en ello”.
Las conversaciones sobre reproducción y repoblación pueden ser inminentes para los judíos, un grupo etnorreligioso en el que por tradición la inclusión se basaba en la ascendencia matrilineal y que perdió a millones de personas a causa del genocidio. Según la Agencia Judía para Israel, en la actualidad hay 15,7 millones de judíos en el mundo, una cifra que sigue siendo inferior a los más de 16 millones que vivían antes del Holocausto, según los demógrafos. Shaul Magid, profesor de Estudios Judíos en Dartmouth College, señaló que las comunidades ortodoxas modernas (judíos practicantes que se integran a la sociedad secular en general) han apoyado durante mucho tiempo la idea de tener un “hijo del Holocausto”: un hijo más del que por lo general tendría una pareja, tomando en consideración la repoblación. Mientras tanto, los judíos ultraortodoxos, quienes limitan su contacto con el mundo exterior y visten trajes tradicionales, en su mayor parte desaprueban el control de la natalidad, pero por razones que son más una respuesta a la ley judía que al genocidio nazi.
Ahora, incluso algunas mujeres judías no practicantes o seculares, para quienes estas preocupaciones no eran importantes antes del 7 de octubre, han redescubierto el imperativo de tener hijos judíos. Y las mujeres de todos estos grupos describen un trauma étnico resucitado que es un factor en sus decisiones de planificación familiar.
En conversaciones con una docena de estas mujeres, algunas de ellas hablaron de los atentados de Hamás como una amenaza contra los judíos de todo el mundo y, a pesar de vivir a miles de kilómetros de Israel, mencionaron sentirse vulnerables como judías por primera vez en su vida.
“Parte de ello es repoblar”, comentó Ariela Shandling, logopeda en Los Ángeles. “Y otra parte es en honor de las personas que murieron”. (En Israel, algunas familias han bautizado a sus hijos nacidos después del 7 de octubre con los nombres de los kibutz donde ocurrieron algunos de los peores actos de violencia).
Daniella Greenbaum Davis, productora de televisión y exeditora de Commentary, la revista neoconservadora proisraelí, comentó que “creció en un hogar del Holocausto” —una de sus abuelas es sobreviviente— en el que su familia solía afirmar que la “mejor venganza” contra el antisemitismo era “ser judío, estar orgulloso y repoblar”. Davis, quien es ortodoxa moderna, mencionó que los acontecimientos del 7 de octubre habían reforzado su convicción de tener otro hijo pronto. (Ya tiene dos).
Tanto para los palestinos estadounidenses como para los judíos estadounidenses, la experiencia de ver cómo se desarrolla la guerra desde lejos ha sido desorientadora y ha provocado preguntas en torno al valor que la sociedad estadounidense les da a sus comunidades. Sin embargo, algunas palestinas estadounidenses no tienen la misma fijación con la reproducción.
“No creo que veamos una repoblación palestina en Estados Unidos necesariamente como un beneficio para los palestinos en la zona de conflicto”, opinó Yara Asi, una palestina estadounidense que es profesora de Gestión Global de la Salud e Informática en la Universidad de Florida Central y experta en temas de salud entre las poblaciones en zonas de conflicto. “Nuestros corazones y pensamientos están con la gran cantidad de niños que ya existen en los territorios y cómo podemos llegar a ellos”.
Mientras tanto, el cartel de Barskaya —y su difusión en redes sociales— ha dado pie a varias propuestas románticas.
Barskaya comentó que, aunque era un momento difícil para ser judía, los últimos meses han provocado que se diera cuenta de algo: “Quiero una pareja que quiera experimentar la vida como yo y criar a nuestros hijos como yo”.
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