Por César Bianchi
@Chechobianchi
En la escuela Cervantes, que estaba en Soriano y Minas, la niña Isabel tuvo que tolerar, día tras día, desde jardinera hasta sexto de escuela, que una compañerita le dijera “negra” y que mandatara a las demás: “no se junten con esa negra”. Una sola niña hacía caso omiso a esa dizque líder de la clase y sí jugaba con Isabel, e incluso se sentaba en el mismo banco.
Isabel no contestaba, porque la maestra no se lo permitía. Decía en el aula que no había que discriminar, que los niños eran todos iguales. La agresora seguía repitiendo: “¡No se junten con esa negra!”. Un día Isabel se hartó y le pegó un puñetazo en el estómago que la dejó sin aire. La otra niña no devolvió el golpe. De alguna forma, Isabel Ramírez se sintió redimida.
Ya nadie llama Isabel a aquella niña. Hoy le dicen “Chabela” o “la negra Chabela”. Nadie le dice “la afrodescendiente Chabela”, pero sobre eso ya volveré.
Chabela Ramírez (63) preside la Casa de la Cultura Afrouruguaya en el barrio Palermo, una sede que tiene varias finalidades, pero dos que se destacan: luchar contra el racismo y promover la cultura afrouruguaya desde el respeto a la historia y a los orígenes, no de una forma meramente lúdica o recreativa. La casa nació como vivienda donde se pudiera ejecutar la ley 18.059 que celebra el Día del Candombe, la Cultura Afrouruguaya y la Equidad Racial.
“Las mujeres afro somos las más perjudicadas por todos los temas de discriminación en este país: en lo laboral, en lo social y lo educativo. Discriminadas y sobrecargadas. La sobrecarga es tener mucha responsabilidad frente a otras que tienen mucha menos, pueden dosificar su tiempo y vivir mejor”, dice Chabela en la oficina de la calle Isla de Flores.
La Casa de la Cultura Afrouruguaya recibe entre 8 y 10 denuncias por racismo por mes. Y muchas veces actúa de forma reactiva: organizan intervenciones urbanas —una suerte de escrache— y van en grupo a vocear cánticos contra la discriminación racial frente a la casa de la victimaria o de la víctima, como una forma de darle apoyo a quien se sintió discriminada.
“Por supuesto que hay racismo”, dice Chabela, señalando la obviedad. No tiene que volver a recrear escenarios escolares: hoy, ya pasados los 60, cuando va a un supermercado, más veces de las que soporta detecta a algún guardia de seguridad que la persigue con discreción un par de metros atrás. Cada tanto se da vuelta y le espeta: “Perdón, ¿se te perdió algo?”.
Julio es el Mes de la Afrodescendencia en Uruguay. “Se conmemora con el fin de resignificar fechas ya instaladas en la agenda nacional, como son el Día Internacional de Nelson Mandela (18 de julio) y el Día Internacional de la Mujer Afrolatinoamericana, Caribeña y de la Diáspora (25 de julio)”, dice un comunicado de la web de Cancillería.
Chabela dice que de ellos solo se acuerdan en febrero, cuando hay Llamadas. Ni siquiera los tienen presente el 3 de diciembre, la fecha que recuerda la resistencia de la comunidad afrouruguaya ante la dictadura que impuso el desalojo de los conventillos, habitados mayormente por población negra en los barrios Sur y Palermo. Y también los ignoran los 6 de enero, cuando San Baltasar. Ese día las tapas de los diarios se los lleva el Gran Premio Ramírez de hípica.
Dos
Orlando nació en el seno de una familia interracial, con padre negro y madre blanca. De gurí se acostumbró a presenciar reuniones donde los insultos y las agresiones dentro del núcleo familiar eran el pan de cada día. “Mi madre pagó el costo de tener hijos con una persona negra”, dice él hoy. En la escuela el ambiente no era más confortable: toleró bromas pesadas e insultos hasta que empezó a reaccionar. Tuvo problemas de conducta, fue indisciplinado y eso forjó su carácter.
La discriminación que sufrió hizo que su padre se mudara con él a Argentina. En Buenos Aires también era distinto a la mayoría, pero lo respetaban. Le dijeron que había dos tipos de negros: los “negro mota” y los “cabecita negra”. Él pertenecía a los primeros, los auténticos, entonces estaría todo bien con él. Regresó a Montevideo, se formó autodidacta, empezó a estudiar el fenómeno del racismo y se volvió activista.
Durante años estuvo al frente de Mundo Afro y ahora es coordinador de la organización social Salvador, que recuerda a Salvador Betervide (1903-1936), un abogado melense, fundador del Partido Autóctono Negro. Betervide, un verdadero progresista para la época, se había vinculado al Partido Colorado para apoyar a Julio César Grauert, pero cuando este murió, fundó el mencionado Partido Negro y estuvo muy cerca de conseguir un escaño como diputado en el Parlamento en 1938. Murió de tuberculosis a los 33 años, cuando era visto como un gran pensador afrouruguayo.
Orlando Rivero tiene 44 años. Llega a la entrevista con una blusa colorida de su religión yoruba, de origen nigeriano. Estudió psicología, se especializó en políticas públicas e inclusión, volvió de la capital porteña especializado en atención a la drogodependencia, y ahora es consultor de temas vinculados a la cultura afro. Como tal, trabajó junto a Álvaro García en la OPP.
Sabe que la población afro en Uruguay —unas 360.000 personas, algo más del 10% de la población— sufre discriminaciones históricas y actuales: segregración residencial, logros educativos acotados, precariedad laboral e informalidad. Rivero trabajó, junto al consultor Carlos Aloisio, en unos estudios para el Fondo de Población de las Naciones Unidas en Uruguay. Uno de los proyectos busca desarrollar un diagnóstico sobre las brechas en materia étnico-racial y cómo estas se expresan en los departamentos con mayor incidencia de población afrodescendiente.
Los resultados arrojaron algunas gráficas con tortas y torres que dicen cosas como estas: que de 2010 a 2019 la proporción de personas afrodescendientes pobres fue 2,5 veces mayor en relación a las no afro, mientras que la proporción de hogares afro pobres fue 2,7 mayor que la de los hogares no afro. Entre 2019 y 2020, en tanto, la incidencia de la pobreza en personas negras creció 3,4%, mientras que para las que no lo son el aumento fue de 2,6%.
El sociólogo Fernando Filgueira, al presentar el informe del Fondo de Población de la ONU, escribió en La Diaria: “La infantilización y feminización de la pobreza ha llevado a sostener que la pobreza en Uruguay tiene cara de mujer y de niño. Habría que agregar, a esta correcta afirmación, que dicha cara es afro”.
Rivero dice que a esa desigualdad estructural y sistémica se le agregó el mazazo de la pandemia. “Fue un impacto directo, y los recursos establecidos para intentar paliar la situación no fueron suficientes. Lo fundamental del estudio del Fondo de Población es que estamos a tiempo de generar algunas acciones que permitan revertir el proceso negativo que dejó la pandemia”.
De todos modos, Rivero es crítico con el enfoque de las políticas de este y el anterior Mides para las personas afrodescendientes. “En vez de tener una mirada más redistributiva, se mira solo el reconocimiento de la identidad: se generan grandes espectáculos, actividades culturales, se hacen reconocimientos. Pero la condición de las personas afro no se resuelve con hacer un reconocimiento a tal persona o celebrando el mes de nosequé”.
Unos días después, en otra charla, será más claro: “es política simbólica”. Y hace un cálculo: si la división de Promoción de Políticas Públicas para Afrodescendientes del Mides tiene un presupuesto de 10 millones de pesos anuales, y se divide esa cifra entre 350 mil beneficiarios, se están invirtiendo apenas 25 pesos por personas afro en un año.
Leydis Aguilera, la directora de esa división (y a quien le cabría ese sayo), le contestará que no se puede hacer un razonamiento “tan lineal”, que las políticas afirmativas van por otro lado, y que la creación de una división en una estructura ministerial, con presupuesto propio, es un primer gran paso.
Tres
Hace unos meses Leydis sufrió una inundación en su departamento de Pocitos, y debió llamar a un plomero para la reparación de la pérdida. Ella le abrió la puerta del edificio al técnico, él llegó con su mameluco y su caja de herramientas y empezó a trabajar. Ella, curiosa, le preguntó cómo operaba y si pensaba arreglarlo con sistema infrarrojo. El hombre la miró raro, no ofreció detalles, y siguió en lo suyo. Ella siguió preguntando, porque algo de eso sabía. Antes de irse, el trabajador le preguntó de dónde era y Leydis le dijo que era cubana. Una hora después, el hombre llamó al celular de Marcelo, quien lo había contratado, y se quejó porque “su empleada doméstica” —le dijo— lo había importunado mientras él intentaba trabajar. Marcelo le contestó que esa mujer era su esposa, que él era un atrevido y alguna cosa más.
Una semana después de ese episodio, acá en Montevideo, Leydis estaba tomando un jugo con su niño de seis años. Una mujer se le acercó, piropeó al niño y le preguntó a Leydis que hacía cuánto lo cuidaba. Con elegancia, la ingeniera le contestó que lo cuida desde que lo dio a luz. Y la señora se disculpó, le dijo que —mirándolos bien— claramente tenía sus ojos.
La ingeniera Leydis Aguilera ha tenido que lidiar toda su vida con discriminaciones que ya no sabe si son por negra, por mujer o por inmigrante (o por todo eso junto). Y no le importa, no hace a la cosa.
Todo empezó en Olguín, de donde es oriunda, y luego en Santiago de Cuba, donde creció. El gobierno cubano no reconoce la discriminación —dice que desde que triunfó la revolución, en 1959, no hay discriminación racial en la isla—, pero ella sí que la sintió. Por ejemplo, cuando un profesor universitario repitió una frase común por allá: “¡Piensen como blancos!”. Sabe Leydis que por ser universitaria y no haber vivido en un barrio malhadado, su suerte fue algo mejor que la de otras mujeres cubanas negras.
En 2011 llegó a Montevideo y su vida cambió. Empezó a trabajar en una casa de telas plásticas y dos meses después era la encargada de importaciones. Revalidó su título de ingeniera en telecomunicaciones y de ahí a ejercer la docencia. En la UTU dio clases de Redes y fibras ópticas, también fue docente de Telecomunicaciones en el Latu, y una vez por semana viajaba a Fray Bentos para enseñar Mecatrónica en la UTEC; también trabajó en el Plan Ceibal.
En ese 2011 en que llegó al país empezó a militar por la comunidad afrodescendiente, en primera instancia en UAfro, una organización de universitarios afro, y conoció a la dirigente política Gloria Rodríguez, que aspiraba llegar al Parlamento por el Partido Nacional.
La hoy senadora nacionalista —también afrodescendiente— promovió su nombre en el Poder Ejecutivo, y desde mayo de 2021 Leydis Aguilera es directora de la división de Promoción de Políticas Públicas para Afrodescendientes del Mides. Es cierto que se eliminó de Inmujeres el departamento de Mujeres Afrodescendientes, pero en cambio, y en procura de eliminar la segmentación de fuerzas, se creó la división de Promoción de Políticas Públicas que lidera. Lo ve como un avance: ahora hay un presupuesto propio para favorecer a la comunidad afro, algo menos de 400.000 personas.
Aguilera entiende que su espacio va más allá del apoyo al candombe y al ámbito cultural de las personas afro. Y enumera: hay 3.800.000 pesos destinados a proyectos culturales, pero también educativos y laborales, en un llamado que en breve será publicado, y es inminente la firma de un convenio con la Udelar para el seguimiento de trayectorias educativas de las personas afro en la Universidad (entre 21 y 22 años, solo un 22% logra recibirse, contra casi 50% de las personas no afro).
Además, dice, el programa Accesos del Mides le ha dado oportunidades a 544 personas negras, que ya están insertas en el mercado laboral. Y destaca un llamado a escuelas de enfermería para personas afro, que en acuerdo con la Asociación Española desde abril les ha dado empleo efectivo a seis nuevas enfermeras. En el apoyo a la empleabilidad de los beneficiarios de sus políticas, señala las 125 becas del programa Uruguay Afirmativo Trabaja en los seis departamentos con mayor presencia de población negra (Rivera, Artigas, Cerro Largo, Tacuarembó, Salto y Montevideo).
Lamenta, eso sí, lo lejos que está el Estado de hacer cumplir el famoso 8% de cupos para afrodescendientes que previó la ley 19.122. Hoy apenas se llega al 1%, y la mayoría ingresa al Estado por el Ministerio de Defensa. La jerarca señala que en esta Rendición de Cuentas, la Oficina Nacional de Servicio Civil propuso que sea una “falta administrativa grave” el no cumplimiento de esa ley. El propio ministro Martín Lema dijo, la semana pasada: “No estamos conformes con que no se cumpla el cupo. La ley hay que cumplirla”, pero señaló que su cartera diseñó programas y convenios para contemplar este universo de personas.
“Mi prioridad será educación y trabajo”, dice convencida Leydis Aguilera en el living del apartamento en Pocitos, en el que el plomero la confundió con una empleada doméstica. “Queremos concretar un cambio de paradigma y apoyar directamente a las personas”, promete. “Ahora tenemos una división con presupuesto propio. Es un primer paso, no es suficiente… Quizás en un futuro haya una dirección nacional”, se ilusiona.
Cuatro
A Romina Di Bartolomeo también le hicieron bullying por su color de piel en la escuela. Como les pasó a Chabela Ramírez y a Orlando Rivero. Esta delgada morena de uno ochenta y dos de altura es modelo desde los 14 años y le ha tocado vivir varios tipos de discriminación: desde cobrar menos que sus colegas de piel blanca por el mismo trabajo, hasta directamente no cobrar o que le pregunten —solo al verla— de dónde es. “Con la llegada de los migrantes —venezolanos, colombianos, cubanos, dominicanos— se da la invisibilidad de la población negra, porque de golpe los negros uruguayos pasamos a ser dominicanos también. Me han preguntado: ‘Sos de acá?’. Y yo pienso: ¿qué te hizo suponer que no soy uruguaya? He estado con el termo y el mate y un pegotín de murga en el termo, ¡y me han preguntado si soy uruguaya! Eso es racismo también”, dijo en 2018 para Seré Curioso.
Hoy dice que a los 30 años tiene más herramientas para lidiar con el racismo, que quizás sea más solapado, pero es igual de dañino. “Hoy percibo el microracismo, que antes era más violento”, señala. Ella siente que hoy hay más preocupación por la discriminación y hasta estudios que buscan analizar el fenómeno, pero que los preconceptos todavía están vigentes al verla, incluso sin escucharla.
Romina, que tiene amigos en la publicidad, sabe que algunos creativos de marcas de bebidas le han dicho que no porque no quieren asociar su refresco a una persona negra: “Una bebida que tomamos todos, eh”. En cambio, ella ha sido con frecuencia contratada para promocionar una marca en Brasil que “todo el tiempo” trabaja con personas afro, y no porque sea políticamente correcto por estos días.
“En las entrevistas de trabajo me han hecho preguntas que estoy segura de que a una mujer blanca no se les hacen. Y en una entrevista me cuestionaron si era cierto que yo estaba en la universidad”, cuenta. En la moda, en tanto, ya se ha hecho respetar, pero al principio, cuando era adolescente, le costó.
Ella ha vivido el racismo “solapado”, por ejemplo, al lucir sus trenzas. “En situaciones cotidianas lo he vivido con el tema del pelo. Gente que se acerca y te lo toca como si fuera una rareza y como si no te estuviera tocando a vos. Si yo te toco tu pelo, te estoy tocando a vos. Pero a mí me quieren tocar el pelo, como si no me estuvieran tocando a mí. Eso tiene que ver con lo exótico, algo que hay que romper. Exótica es una planta carnívora. Yo soy una persona, con un color distinto de piel y una historia distinta”, comentó.
Romina Di Bartolomeo, una mujer de apellido italiano, pero ancestros africanos que la enorgullecen, entiende que las políticas públicas en favor de la colectividad afro están lejos de ser una política de Estado. “Los medios de comunicación informaron que se aumentó el cupo para personas afro en los jornales solidarios, pero no dijeron por qué se aumentaba ese cupo. Dicen ‘ah, porque son negros’, y no, se aumenta porque la población afro estaba más sumergida”, explica ella.
Los ministros son todos blancos, los intendentes son blancos, los legisladores (excepto una senadora) también, apunta. “Como votante y persona de izquierda ya no me veo representada en personas que tienen la edad de mis padres. Veo que el foco está puesto en el género, que está bárbaro, pero dentro del género están las mujeres negras. Pero también está esta discusión de la representatividad de la izquierda de personas negras de distintas edades, porque yo quiero escuchar voces de políticos jóvenes que entienden mis problemas”, analiza.
Le pregunto qué les diría a Martín Lema o a Lacalle Pou, si ahora estuviera frente a ellos. Les pediría sensibilidad frente al tema, dice, para comprender la desigualdad. Ella, que hace algunas semanas denunció en Fiscalía una bandera supremacista colgada en un balcón de un edificio en la rambla, confiesa que lo hizo para “hacer trabajar a los servidores públicos”. Al hacer la denuncia se enteró de que la fiscal que la escuchó vivía enfrente, pero la bandera no le llamó la atención. Podía esperar el desarrollo de un juicio oral y público (con el consabido costo de abogados) o esperar una carta de pedidos de disculpas del ofensor. “Es una tomada de pelo”, zanjó.
Cinco
A Martín Rorra (29) le gusta ir a clases de baile. Y también le gusta sonreír. En una clase en la que se estaba divirtiendo se rió con ganas, una mujer le preguntó de dónde era, de qué país había venido, porque lo notó muy alegre… y negro. “Hay una creencia bien popular que se piensa que el racismo es el golpe o la agresión verbal, y en realidad se manifiesta de múltiples formas, y la mayoría de las veces no hay voluntad de ofender”, dice.
Y amplía: “El racismo es estructural y social. Entramos a un local, en la calle sos un varón afrodescendiente y automáticamente se agarran la cartera. Si vamos por la calle, cruzan la vereda. No importa tu conducta, automáticamente sos sospechoso por afrodescendiente”, afirma.
Martín es uno de los jóvenes dirigentes afro que están haciendo política. Estudia Ciencias Políticas y trabaja en la Junta Departamental, en el equipo de la edila Patricia Soria, del movimiento Alba Roballo (la primera legisladora afrodescendiente de Uruguay). La de Rorra es una de las voces que a Romina Di Bartolomeo la harían sentirse representada en la política.
Él dice que en el diario vivir los negros están rindiendo examen todos los días, y en lo laboral, particularmente, por esa asociación falaz de que los negros son vagos o perezosos. Y de inmediato recordó un episodio reciente de la vida política del país: el concejal nacionalista en Maldonado, Oscar Freire, dijo que “los negros no quieren trabajar” y por eso la Intendencia de ese departamento no había contemplado cupos para afrodescendientes en el plan de Jornales Solidarios.
“Me pasó en Mercado Libre —cuenta Martín Rorra—, en una charla que daba el community manager para todos los empleados. Le preguntamos cómo podríamos seguir creciendo en la empresa, y él dijo: ‘No les voy a pedir que trabajen como negros, pero habrá que esforzarse’”, recreó. Martín pidió la palabra y le hizo ver lo infeliz de su metáfora. Del otro lado solo hubo silencio.
“En el proceso que vamos teniendo como militantes y activistas, adquirimos herramientas para señalarles el error. Y para educarlos”, sentencia con sorna, el joven aspirante a político.
Seis
Hace un año se emitía un spot televisivo donde un comunicador hablaba de la ley 17.817, ley contra el racismo, la xenofobia y toda otra forma de discriminación. Terminaba diciendo “importa que lo sepas”. La Comisión Honoraria contra el Racismo, la Xenofobia y toda otra forma de Discriminación se ocupa de prevenir y combatir el racismo, propone la creación de leyes y da a conocer las normas que consideran delito las conductas racistas, monitorea el cumplimiento de la ley, recibe información sobre conductas racistas y realiza la denuncia judicial si corresponde y brinda asesoramiento gratuito a las víctimas de discriminación.
Gonzalo Baroni, director nacional de Educación y presidente de la comisión honoraria contra el racismo, dio a Montevideo Portal los datos de los últimos años de peticiones de intervención. Desde 2019 hasta ahora, se recibieron 120 solicitudes.
“Si se analiza la denuncia, la comisión la firma para que quede a estudio del Instituto Nacional de Derechos Humanos (Inddhh). Mi opinión es que la comisión y el Inddhh deberían estar asociadas en un mismo espacio, y con un presupuesto para atender a quienes se sienten damnificados. La comisión trabaja al ritmo que trabaja, con miembros de varios ministerios y la sociedad civil trabajando de forma honoraria. Hay un atraso de cinco o seis años atrás”, reconoció Baroni.
Solo la Casa de la Cultura Afrouruguaya recibió en pandemia una decena de denuncias de discriminación racial por mes.
A Chabela, su directora, no le gusta que le digan negra. Ella se siente afrodescendiente, aunque le parece “cómico” que la llamen “la afrodescendiente Chabela”. Con afro alcanza, dice.
El concepto de afrodescendiente nace en la III Conferencia Mundial contra el Racismo de 2001 en Durban, Sudáfrica. En esa instancia, delegaciones de todo el mundo defendieron su derecho a ser reconocidos como descendientes de africanos. Y a no ser llamados como los llamaban sus explotadores coloniales.
Leydis Aguilera lo explica claramente: “Afrodescendiente es un autorreconocimiento. ‘Negros’ es un término impuesto por los esclavistas”, dice. No en vano: “negro” tiene una connotación negativa: un futuro negro no es promisorio, el luto se representa con el color negro y denota dolor por una pérdida.
“Nos llamaban negros y éramos objeto de explotación. Los afrodescendientes somos sujetos de derecho y habla de una ascendencia común”, sigue la jerarca cubana del Mides. Martín Rorra agrega que nadie obliga a nadie a decirse negro o afrodescendiente: es una cuestión de autopercepción, y el Estado uruguayo lo reconoció en el primer artículo de la ley 19.122: “Reconócese que la población afrodescendiente que habita el territorio nacional ha sido históricamente víctima del racismo, de la discriminación y la estigmatización desde el tiempo de la trata y tráfico esclavista, acciones estas últimas que hoy son señaladas como crímenes contra la humanidad de acuerdo al Derecho Internacional”.
Todos los consultados para este informe coinciden en algo: hay derechos reivindicados y logros colectivos acumulados como comunidad, pero todavía falta mucho. Las políticas públicas para favorecer a ese universo sirven, pero no alcanzan. En este Mes de la Afrodescendencia, celebración que para Orlando Rivero es solo “pan y circo”, piden más recursos, así como oportunidades laborales y educativas.
Por César Bianchi
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