Seré curioso

Entre lo tosco y lo elaborado

Coco Rivero en Seré Curioso: una mezcla de cristiano, trotskista, comunista y budista

Superó el cáncer y cuenta cómo hizo. El hombre de la barba y los sombreros dirige Momolandia, y tiene mil cosas más por hacer. Acá comparte las mil que ya hizo.

30.01.2018 07:12

Lectura: 23'

2018-01-30T07:12:00-03:00
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Por César Bianchi
@Chechobianchi

Fotos: Juan Manuel López

Hay palabras que definen a Alberto Rivero: teatro, actor, dirección, carnaval, fútbol. Y un verbo: sublimar. Lo conjugó dos veces en una hora de entrevista y no fue porque sí. El teatro le permite sublimar, dice, lo que en su yo consciente su timidez no le permite desarrollar. Y lo que empezó siendo sólo una excusa para conocer una chica -qué razón tenía Dolina cuando dijo que hacemos todo para seducir mujeres- terminó siendo su leit motiv: por eso aprendió malabares en Francia, por eso llevó las secuelas de su cáncer a la obra Temporada amarilla, por eso llevó su arquitecto frustrado a las tablas, por eso ahora tiene el berretín de ser DT de divisiones inferiores y enseñar la importancia de la labor colectiva que ya desarrolla en la Escuela Municipal de Arte Dramático (Emad).

Lo de ser director técnico es, si acaso, una experiencia de las tantas que "Coco" Rivero ha llevado adelante en su vida de casi medio siglo. Es cierto que nunca agarró para "la constru" ni fue oficinista con dedos entintados, pero como artista ha sido un buscavidas todoterreno: de estudiante circense a primera fila de Zíngaros, de coreografías de Nacho Cardozo a reputado director teatral y carnavalero con un palmarés difícil de igualar.

El tipo que persigue los pensamientos felices cedió una hora de su tiempo en el bar La Tortuguita entre mates y cafés para hablar de su carrera multifacética, la educación, la política y los políticos, las enseñanzas del Manifiesto Comunista, los tatuajes que exorcizan la vileza del cáncer y la vida misma, claro.


-En tu sitio web (cocorivero.com.uy) te presentás como: "Actor, director, docente, murguista". ¿Ese orden es antojadizo o está jerarquizado?

-Es antojadizo. Si tuviera que elegir una categoría sola diría "docente". Es el motor de los últimos 20 años, dando clases de teatro (hace 12 en la Emad y ocho más en academias y talleres). Es lo único que no he dejado de hacer en los últimos 20 años. Antes arranqué en el teatro, pero después paré como actor; como director a veces dirijo y muchos años no, pero dar clases es lo que me hace levantarme temprano.

-¿Pero qué dice tu pasaporte?

-Artista. Después de una gran pelea con la funcionaria de Registro Civil, porque me querían poner "arte escénico", que es lo que dice mi diploma. Pero yo le decía que no es nada, es lo que aprendí. Es como que vos a un doctor le pusieras "medicina", cuando es doctor o doctora. Yo soy artista, le dije.

-¿Cómo te llegó la primera vocación?

-Yo quería ser jugador de fútbol. Soy uno de los tantos futbolistas frustrados. A mí el teatro no me llegó por tradición familiar ni nada. Llegué al teatro en el IAVA, en el año 88, porque había una gurisa que me gustaba mucho y quería estar cerca de ella. Me metí en el taller, y empecé a hacer teatro, ahí descubrí que ahí adentro, actuando, podía ser yo. Podía sublimar cosas que me resultaba, por mi timidez, muy difícil decir. Yo soy muy callado... El teatro me ayudó a encontrar un tipo que en la vida cotidiana está escondido. De todos mis oficios lo primero que me llegó fue la actuación, después la docencia, y después la dirección.

-El spot de Mac Pay que protagonizaste hace unos años decía que tu madre quería que fueras arquitecto. Y el aviso gira en torno a que ibas a ser arquitecto, hasta que tu yo director te dice que "tiene un mejor papel para vos", que es en el teatro. ¿Y si hubieras sido arquitecto? ¿Qué hubiera sido de vos?


"Llegué al teatro en el IAVA, en el año 88, porque había una gurisa que me gustaba. Empecé a hacer teatro y ahí descubrí que actuando, podía ser yo. El teatro me ayudó a encontrar un tipo que en la vida cotidiana está escondido"

-Si hubiera sido arquitecto me imagino que sería tan obsesivo como soy como director y como actor. Porque la obsesión y la ansiedad son dos características personales. Eso lo llevo a la dirección, a la docencia, a mi vida, y lo he ido trabajando en terapia para que no sea una incomodidad ni para mí ni para otros. Después, creo que no sería un arquitecto vanguardista, más bien uno que busca anclarse en tradiciones, pero pensando en el futuro. Creo que soy así en todo: una pata en la tradición, y la otra en el futuro. Como director utilizo muchas imágenes plásticas en la escena que trabajo, utilizo mucho la pintura como referencia y la arquitectura para encontrar los espacios que quiero trabajar. Me atrae mucho de la construcción para cine, veo cómo trabajan los escenógrafos para cine y para teatro.

-Sos docente de teatro. Hace poco dijiste en Desayunos Informales que tenemos una educación del siglo XIX para chicos del siglo XXI. ¿Por qué?

-La educación que tiene el Uruguay está fundada en el siglo XIX, la vareliana. No ha variado mucho, sólo en la forma. Pero hay una nueva esencia que me parece que hay que descubrir que es que los gurises, por una cuestión de la realidad (en los últimos 30 años se ha generado más información que en gran parte de la humanidad), y están en un mundo que los mueve a pesar de ellos. Sentar a 20 chiquilines mirando un pizarrón es una barbaridad: no funciona, no es real, genera que los pibes se sientan en un plano uniforme cuando ellos saben que son diferentes.

-Ya no debería correr eso de: "No toquen los celulares en clase".

-¡Claro! Tendría que ser al revés: "agárrenlo y vamos a trabajar con los celulares", con momentos mano a mano para charlar. Y si a un pibe le gusta la manualidad, que se enfrente al mundo al que se va a enfrentar a través del contacto con la tecnología. Eso implica abarcar a la educación desde muchos puntos de vista. Nosotros ponemos al docente en el centro de la educación y ese docente mira a todos sus estudiantes alrededor. Y tenemos que poner a grupos de docentes mirando a cada estudiante. El estudiante en el centro y todos los docentes alrededor atendiéndolo a él y tratando de entender cómo funciona ese mundo. Eso nos haría mucho más sensibles a todos, más inteligentes, más orgánicos, no sufriendo por tener que estar aprendiendo cosas que nos aburren. Yo tengo un hijo de 14 años que me dice "odio el liceo, me aburren los docentes, salvo dos". Le pregunté cuáles le gustaban. "Los que tienen talleres, los que tienen juegos". Ahora pasó a tercero. Durante el primer año de liceo lo padecí, porque mi hijo odiaba tener que llevar una cuadernola por cada materia. Él prefería anotar en hojas sueltas. ¿Por qué tenía que llevar 15 cuadernolas porque alguien les dijo que "hay una forma"? No hay una forma de aprender, hay miles. Por suerte lo entendimos los padres y lo entendió la tutora (del liceo) también. A veces hay una disociación tan grande entre los padres y los docentes, cuando deberíamos trabajar juntos en la educación para la formación de los gurises. Si los padres seguimos tirando a los gurises en el centro educativo para "los eduquen los docentes", seguiremos estando en el horno.

-Sos un gran futbolero y te encantan los trabajos en equipo. En Uruguay, se dice, somos tres millones de directores técnicos. Pero vos -que sos un artista y docente- querés estudiar y tener el título de DT. ¿Por qué?

-Porque, como te decía al principio, soy un jugador de fútbol fracasado, jaja. Pero, además, porque en algún momento me gustaría dirigir en inferiores. No tengo el delirio de dejar este oficio que amo, pero sí me gustaría trabajar como DT con gurises jóvenes. Es un lugar de formación, de valores, de trabajar en lo colectivo, en el trabajo en grupo, de cómo lo colectivo hace sacar lo mejor de los individuos y cómo los individuos mejoran lo colectivo. Eso, en las inferiores, es fundamental. Tengo ganas de tomar algunos valores que trabajo en el teatro y desarrollarlos en el fútbol.

-Hace un par de años empezaste a tatuarte un brazo. Dijiste en esa entrevista en la mañana de Teledoce que lo hiciste por "algunas cosas que me habían pasado", pero no contestaste qué te había pasado. ¿Te referías al cáncer que debiste enfrentar a mediados de 2014?

-Sí. En este brazo (el derecho) fue donde me daban la quimioterapia. Tenía un cáncer de testículo muy jodido, una pelota de cuatro centímetros, maligna, adentro del testículo. Por suerte no hizo metástasis y me salvé de milagro. Tuve tres meses de quimio, fuerte; además me daban corticoides y quedé realmente inflamado. Y un tiempo después me empecé a tatuar cosas alusivas a la vida y la muerte.

-Contame cuáles son tus tatuajes...

-Acá tengo los tres hermanos Peverell, que son tres magos de la misma autora que después escribe Harry Potter (NdeR: Ignotus, Antioch y Cadmus Peverell, tres magos medievales de "El cuento de los tres hermanos"), son tres magos que querían cruzar un río que nadie cruzaba y construyen un puente. Acá me falta La Muerte, que me tatúo esta semana. La Muerte los felicita por haber sorteado ese escollo y les regala a cada uno lo que quieran. Uno le pide la varita más poderosa, otro le pide una piedra para resucitar a los muertos, y otro le pide un pedazo de su capa de invisibilidad a La Muerte. El que se ganó la varita estaba muy soberbio jactándose de la varita, un día se mamó y lo mataron para robarle la varita. El otro resucitó a su mujer, pero seguía siendo una muerta entre los vivos, por lo que él se termina suicidando (otro más que se lleva La Muerte) y el último, utiliza la capa de invisibilidad, La Muerte no lo puede encontrar, y cuando ve que sus hijos ya están grandes, se saca la capa, se la da a sus hijos y La Muerte lo viene a buscar. Por acá (más arriba, en el antebrazo) está la comedia y la tragedia, acá la luna, el sol, la libertad, éste el patrono del padre de Harry Potter, el toro (que significa la resurrección), los cipreses que significan la libertad y acá me voy a tatuar el Ícaro...

-¿Te das cuenta que armaste y dirigiste una compleja obra de teatro en tu brazo?

-Exacto... No puedo con mi condición. Y además quería hacerlo así: en negro, esa cosa rústica, tosca, viste que estos pájaros (señala) parecen de pintura rupestre. Pero hay otras cositas más complejas. Eso es mi vida: entre lo tosco y lo elaborado.

"Mi hijo prefería anotar en hojas sueltas. ¿Por qué tenía que llevar 15 cuadernolas porque alguien les dijo que 'hay una forma'? No hay una forma de aprender, hay miles. Por suerte lo entendimos los padres y lo entendió la tutora (del liceo) también"

-El cáncer también te llevó a tu última obra, además como único actor en escena, con Temporada amarilla. ¿Aprovechaste ese dolor que te dejó la enfermedad para construir tu personaje?

-Fue así: una cosa maravillosa de Leonardo Martínez, el director, fue que me pidió que no quería nada de oscuridad. "Quiero sonrisas tuyas todo el tiempo, quiero al gurí que sos, al que jode conmigo y que yo conozco, pero vos no mostrás". Y la verdad que el personaje, que se llama José, es tan divertido, tan lindo... le pasan cosas horribles todo el tiempo e igual está siempre con una sonrisa. Y creo que esa postura me permitió hacer la obra y sublimar el dolor de enfrentarme al espejo: haciendo esa obra. Ahora me voy a España con la obra, de gira, después a México, Argentina, reponemos en Montevideo (en marzo, antes de la primera gira a España), también la vamos a llevar al interior, y a México me voy después del Mundial.

-Otros años varias agrupaciones carnavaleras tenían tu dirección artística. Este año estás presente sólo en Momolandia. ¿Qué te sedujo de dirigir solamente Momolandia?

-Terminó siendo una agrupación sola por una cuestión económica. Me llamaron algunos conjuntos, con algunos no acordamos el cachet y con otras no me interesaba trabajar. Y con Momolandia me interesó que es lo opuesto a lo que me pasó el año pasado con Las Cabras: Momolandia tiene un discurso particular, pone el canto por delante del juego y me interesaba si se podía trabajar desde otro lugar y arriesgar, con gente que no conocía, con un elenco nuevo. Eso me seduce: el riesgo de poder caerte. Eso de Ícaro: el riesgo de poder planchar. A vos te debe pasar con las entrevistas. Seguro que tras una entrevista te decís: "Pah, me encantó la última entrevista. Ahora viene el Coco Rivero: ¿Será un pancho? ¿Tendré que pincharlo para sacarle algo interesante?". Bueno, a mí me pasa lo mismo. Yo trabajé el verano pasado con una murga joven, antes con La Catalina, Contrafarsa, Falta y Resto... ¿Qué podría ser un reto? Una murga de las cantoras: cómo hacer para hacer lo que más me gusta a mí con una murga que aparentemente está en las antípodas de eso y prioriza el canto.


-¿Con qué se va a encontrar el que los vaya a ver el jueves al Teatro de Verano?

-Creo que se va a encontrar con una Momolandia diferente, con humor, va a seguir cantando como canta -tiene tremendos cantores- pero infinitamente más divertida, que no se juega como única carta al canto; tiene humor, interpretación, estoy súper contento con eso.

-¿Te permitís disfrutar del trabajo cuando subís al escenario o te sobrepasa la responsabilidad?

-Me cuesta mucho disfrutar. Tengo la suerte de hacer lo que me gusta, pero tengo un rol ahí. La gente paga una entrada para ver una historia, no paga para verme disfrutar. Y lo que te decía, soy muy obsesivo y ansioso, entonces en un ensayo puedo cambiar una idea cuatro veces. Si no me erotiza -como se dice ahora- no me sirve. No me quedo con lo primero, no soy conformista. Es una construcción: eso que encontraste primero es un bastón que te da seguridad a vos, pero no sirve para el espectáculo. En algún momento hay que patearlo y renguear. Y te hablo del bastón porque el otro día mi hijo me invitó a ver un capítulo de la serie House. Era el capítulo en que él se propone dejar de usar el bastón y se automedica heroína, como medicina. Le alivia el dolor, pero no es House: a todo le dice que sí, no se enoja, no se malhumora, no es sarcástico. El tipo termina diciendo "yo no soy éste". Entonces, prefiere seguir con el bastón y renguear, pero seguir siendo él. Eso me gustó. "Tengo mis cosas buenas y mis mierdas. Bancame así". Así soy cuando dirijo. Por eso no disfruto, jaja.

-Al hacer un monólogo de teatro, ¿caés en la cuenta que hay alguien que invierte un dinero y su tiempo en verte a vos?

-Para mí ese pensamiento es fundamental, pero no por su dinero. ¡Alguien me da una hora de su vida! Mirá, en 2003 yo estaba haciendo un monólogo que se llamaba La última cinta magnética de Samuel Beckett. Me dirigía Elena Zuasti. Estaba muy bien el trabajo, realmente muy bien. Pero en la última función no fue nadie, ni una sola entrada vendí, y hubo que suspender la función, obviamente. Fue un cachetazo tan maravilloso... Fue decir: "Bo, nadie te eligió. Nadie". Entonces, después hice un taller con Ariane Mnouchkine, la directora del Théâtre du Soleil, y ella nos dijo algo que me quedó: "A ustedes los van a ver una persona que por primera vez va a ver teatro, y una persona que por última vez ve teatro". Ahí me cayó la ficha: el que viene a verme se merece lo mejor de mí hoy. No lo mejor de mí en abstracto, lo mejor de mí hoy. ¡Lo que me divierto haciendo El violinista en el tejado con 50 personas! O ensayar de hacer solo Temporada amarilla. En El violinista... actúo con mi hija Maia, hace de una de las hijas de Teddy, que interpreta Humberto de Vargas, y ella quiere ser actriz porque ve al padre feliz haciendo lo que hace.

"Trabajé el año pasado con una murga joven, antes con La Catalina, Contrafarsa, Falta y Resto... ¿Qué podría ser un reto? Una murga de las cantoras: una que aparentemente está en las antípodas de lo mío y prioriza el canto"

-El director teatral y el docente, ¡llegó a bailar en Zíngaros!

-¡Sí, claro! Soy un parodista, jaja. Yo he hecho tanta cosa... y estoy orgulloso, porque todo eso sintetiza lo que pienso. No creo en la gente que siempre es igual y nunca cambia. Yo hice parodismo, salí en revistas, hice comedias musicales con Nacho Cardozo, soy docente de comedia musical en lo de Trochón, estaba en primera fila en Zíngaros, salí en Los Bubys... También hice boliches con un artista plástico uruguayo que era actor, Pablo Bruera, que vive en Barcelona. Con él hacíamos de Marisa y Horacio (yo), una pareja extrañísima, te hablo del año 91 y con eso viví durante dos años, haciendo cosas en los boliches. Hice de todo.

-¿Y qué fue lo más bizarro que hiciste en toda tu carrera?

-En el año 96 salí en Los Dundees, hacía la puesta en escena y actuaba. Hacíamos dos parodias: El Rey León y Jesús. Yo hacía de Scar en El Rey León (el malo) y de Jesús en la otra. ¡Me pasé casi en bolas en todo el carnaval! Porque hicieron la máscara del león gigante, y abajo tenía una malla bordó pegada al cuerpo... y a los dos minutos, era Jesús en todo su calvario, por lo que solo quedaba en un taparrabo. Por suerte, en esa época estaba muy bien físicamente. Tenía 28 años. Dos años después me fui a hacer circo a Francia y zafé. Me fui por caminar en la cuerda floja y por hacer malabares.

-¿Y eso no te parece más bizarro?

-Bueno, sí... Me interesaban los malabares y el tema del equilibrio en la cuerda floja. Fui con Fratellini, los tipos tienen escuela, liceo y educación circense, con entrenamiento. Yo tenía 30 y lo hacía con niños de 8 años. Mi maestro me miraba y yo tenía un arnés: cuando dabas un paso en falso, caías. En un mes y medio nunca pude caminar los cuatro metros, me terminaba tirando al dar un paso en falso. Imaginate eso a 15 metros de altura. Fui a aprender las técnicas para tomarlas para teatro. Mi hijo se enteró hace poco y no me creía. Tuve que agarrar cuatro naranjas y demostrarle que había aprendido a hacer malabares.

-En tu biografía decís que te gusta la política, pero no los políticos. ¿Ninguno te despierta confianza hoy? ¿O alguno sí?

-No, la política no me despierta confianza. Me gusta el evento político de pensar un mundo mejor. Deberíamos ponerle un tiempo a los políticos: que puedan trabajar como políticos 10 años, y después arrancar para las ocho horas. Después, hacé otra cosa, no ésto, ya está. Porque se genera un enquistamiento, se empiezan a batir el parche entre ellos...

-Imaginate los países que permiten varias reelecciones, o donde no hay elecciones, directamente. En eso, nuestra democracia es privilegiada.

-Sí, tenemos esa suerte. Ahora, si uno se pone a ver el Uruguay desde después de la dictadura para acá, no tenemos un real recambio generacional. Siguen estando los mismos. Yo fui votante siempre del Frente Amplio, y ahora ya no, soy uno de los desencantados, pero desencantado por izquierda (porque hay desencantados por derecha, también). Creo que hay cosas que propone el FA que están muy bien, pero están muy mal llevadas adelante. Y donde más hemos perdido es en el ideal. La política es negociación, hay que negociar, tenés el gobierno, pero no el poder, porque el poder económico está en otro lado. Ahora, hay principios y formas de entender la política que no comparto, ahí es donde siento la decepción con el FA. Siento que se necesitan nuevos referentes. Me hubiera gustado tener a Álvaro García (NdeR: director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto) como referencia. Y hoy están los mismos nombres para la elección de 2019. ¡No quiero gente mayor! Quiero que la gente mayor esté para consultarla.

-Entre esa gente joven que pedís está Lacalle Pou...

-Y sí. ¿Y por qué es tan atractivo el discurso de Lacalle Pou? Yo estoy en las antípodas de su pensamiento, pero no puedo dejar de reconocer que hay una realidad y deberíamos pensar en políticos más jóvenes. Es mentira que no tienen experiencia. ¡Es que somos un país de viejos! Lacalle Pou es un hombre, un señor, y que haga "la bandera" es una anécdota de color. Ahí no está el centro de la discusión política. Te decía que Álvaro García me atraía, pero ya lo patearon para el costado... Por eso, detesto la política.

"A los 30 me fui a hacer circo a Francia, fui por caminar en la cuerda floja y hacer malabares. Mi maestro me miraba y yo tenía un arnés: cuando dabas un paso en falso, caías. En un mes y medio nunca pude caminar los cuatro metros"

-¿Qué queda hoy del chico que a los 13 años recibió el Manifiesto Comunista de manos de su abuelo?

-Era plena dictadura cuando mi abuelo me regaló ese libro. Para mí fue como un abrir los ojos salado... En el 81 empezaba muy de canuto la posibilidad de las jornadas de (andar de) vaquero en Secundaria, yo estaba en segundo de liceo en el 29, de Amézaga y Defensa. Tenías que ir de uniforme, todos igual, y el corte de pelo no podía tocar la camisa. Y empezamos a ir de vaquero, en señal de protesta. Y en 1° de Mayo mi abuelo me regaló el Manifiesto Comunista, empecé a militar en las marchas para ir de vaquero al liceo, después milité en la UJC (Unión de la Juventud Comunista), y seguí leyendo otros libros, más complejos. Pero fue como un despertar a algo que pulsaba mis necesidades. La idea de "proletarios del mundo, uníos" era atractiva, eso de juntarse con otros. Cuando yo jugaba al fútbol en la calle, en La Comercial, pasaba la Policía y te llevaba la pelota, y corríamos para que no nos agarraran. Y era esa idea de juntarte con otro. ¿Por qué no me dejan jugar en la calle? ¿Por qué me tengo que vestir igual a todos los demás? La diversidad nos es orgánica y nosotros la matamos de muchas maneras. Yo estoy a favor de todas las leyes que beneficien a la diversidad, pero no alcanza con las leyes, vamos a tener que trabajar mucho más en las bases: respetar al otro. Desde que uno nace hay que educar en la diversidad y aceptar al que es y piensa diferente a vos. (El dramaturgo alemán Berltolt) Brecht decía: "La unidad mínima en el teatro no es uno, sino dos". Eso lo aplico a todo: la unidad mínima nunca es uno, es dos, el otro, el que no es igual que yo. Por eso el Manifiesto Comunista era: "Che, hay algo mejor, hay un ideal".

-¿Hoy te sentís afín a esas ideas?

-No... Me siento identificado con la idea de un mundo mejor, que no sé cómo se llega. Tengo la percepción de que no es un mundo en donde te mandan, sino un mundo en donde vos procurás lo mejor para el otro. Hay algo de cristiano ahí -yo fui educado en un colegio de monjas-, hay algo de comunista, de trotskista, de budismo, tal vez sea una mixtura extraña de religiones e ideologías. Capaz que el hombre contemporáneo sea eso: un politeísta por naturaleza, como eran los viejos tribales, que creían en los animales, entendían a la naturaleza... Y capaz que esto (agarra el celular) puede ser un dios y no hay que tener miedo de que lo sea. Hay que mirarlo con respeto y sin prejuicio.

-¿Por qué tenés alma de Peter Pan?

-Porque me gusta jugar, me encanta. No tengo ese viaje de ser un pendeviejo. Soy un hombre mayor. Tengo alma de gurí. Soy esencialmente feliz, trato de tener pensamientos felices, como hacía Peter Pan para poder volar. Él sólo volaba si tenía un pensamiento feliz, sino, no volaba. Mi trabajo es ese: tener un pensamiento feliz para poder crear. A veces mi pensamiento feliz es mi hija, a veces mi hijo, mi esposa, a veces es algo (una película, un partido de fútbol), a veces no tengo y voy reptando para intentar tener un pensamiento feliz.

-En la pestaña de "Premios" de tu sitio web tenés enumerados decenas de Florencios en teatro y decenas de premios de carnaval en varios géneros, no sólo en murgas. ¿Eso es el éxito? ¿Qué es el éxito?

-Mi abuelo me decía: "No importa que te quieran, importa que te respeten". A mí me parecía que estaba bueno y durante mucho tiempo me comí la pastilla. Hasta que tarde me di cuenta que también me gustaba que me quisieran, no sólo que me respetaran.

-Pero el respeto a veces se confunde con infundir temor. Como la gente que dice que "respeta" al cáncer, cuando en realidad le teme.


"Hay principios y formas de entender la política que no comparto, ahí es donde siento la decepción con el FA. Siento que se necesitan nuevos referentes. Álvaro García me atraía, pero ya lo patearon para el costado..."

-Sí, por eso tenés que cagártele de risa. Faltarle el respeto. Ahí le ganás. "Ok, capaz que me llevás, pero me río en tu cara". Volviendo al éxito: aprendí que si lográs de que te quieran y te respeten, ahí llegaste al éxito. Esas dos cosas juntas es el éxito. Después, los premios son un reconocimiento. Ganás un premio y al otro día te arremangás y tenés que ir a laburar. Pero, por otro lado, si yo este año cumplo 30 años en el teatro, es porque en el medio hubo reconocimientos que me ayudaron a marcarme el camino. Que mi hija Maia quiera hacer teatro o mi hijo Bruno de 14 quiera ser mi asistente: eso es el éxito.

-¿Te agarró la crisis de los 50? Se te vienen encima...

-Todavía no, te cuento cuando los cumpla. Voy a hacer una fiesta con 50 invitados y los voy a mamar a todos. Me voy a poner detrás de una barra (estoy aprendiendo a hacer tragos, ahora me estoy especializando en daikiris) y voy a ir viendo cómo van cayendo como moscas.

-¿Sos feliz?

-Sí, soy un tipo feliz. Tengo muchas oscuridades, pero soy esencialmente feliz.