Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Claudia Piñeiro perfectamente podría ser una funcionaria administrativa, burócrata, que le dice al contribuyente que se siente y espere tranquilo, que ya lo van a atender, mientras ella se prepara un tecito. Una mujer, de 63 años, que saluda a todos sus vecinos del edificio y comenta “qué tiempo loco”. Pero también, esa misma mujer de sonrisa bonachona y mirada apacible, podría ser una asesina.
No es mera especulación: lo dice ella misma. Para perfilar sus personajes piensa en personas-comunes-y-corrientes (piensa que podría ser ella) que un día explotan y terminan matando a alguien. La escritora argentina estuvo esta semana en Montevideo —invitada por Penguin Random House— para presentar en la Feria del Libro su última novela, El tiempo de las moscas, una continuación de Tuya, otro de sus éxitos. Ambas están pobladas por personajes femeninos de carácter y convicciones firmes, y en la última, el feminismo y su evolución en los últimos 15 años tienen mucho que ver. Ella dirá, en la habitación de su hotel sobre la rambla montevideana, que no milita el feminismo en su literatura. Simplemente saca a pasear a sus personajes por la sociedad —la sociedad es un personaje más— y ahí, mezcladas entre la gente, ellas verán que el rol de la mujer, el reclamo de sus derechos y la violencia de género están a la orden del día. No es necesario forzar nada: están a la vista, en los noticieros, en los portales de noticias como este.
La Piñeiro también se anima a hablar de política, con la inminencia de una nueva elección nacional en su país. Y aunque opta por no nombrarlo, demuestra su enorme “preocupación” por la eventualidad de que el outsider Javier Milei se calce la banda presidencial. “¿Es un monarca? ¿Es un rey?”, se pregunta de forma retórica, cuando se le señala el desprecio del candidato por la clase política.
“‘Las viudas de los jueves’ fue un hito, vendió más de 500.000 ejemplares. Se sumaron a lectores habituales gente que no solía leer porque, si no, no juntás 500.000 ejemplares solo con personas que leen mucho”
Contadora, escritora, guionista de TV y dramaturga. Se puede concluir que además de contadora de profesión, sos contadora de historias, ¿no?
Sí, seguro. A mí me gusta mucho esa definición de [Walter] Benjamin del narrador, eso de que nos vamos contando historias los unos a los otros, y que esa historia entra en el cuerpo de uno y sale diferente. Es esa actividad que viene desde hace tanto tiempo atrás y nos sigue juntando. Puede ser a través de la palabra escrita, como es en mi caso, pero yo siento que soy una narradora de historias.
Precisamente, ejerciste como contadora durante 10 años, hasta que publicaste tu primer libro, la novela juvenil Un ladrón entre nosotros (2004), mismo año de tu primera obra teatral, Cuánto vale una heladera. ¿Ya tenías claro que este sería el comienzo de una carrera como escritora, o fue solo sacarse las ganas y “probar a ver qué pasa”? Lo pregunto porque mucho antes, en el 91, escribiste una novela que no se publicó hasta mucho después…
Yo escribo desde que sé escribir, desde que soy lecto-escritora, pero nunca me imaginé escritora, porque en mi familia no había artistas, no había escritores. Entonces me parecía que eso eran otras personas, esa cosa que uno la ve muy lejana, de otros. Siempre escribí, con interés por la literatura, pero sin pensarme escritora. Recién cuando tenía 28 años, cuando yo trabajaba como contadora muchas horas por día, estaba muy fisurada con eso… Fui a hacer una auditoría a San Pablo en avión, iba leyendo el diario Ámbito Financiero, que es el que leemos los contadores, y vi un artículo chiquito que decía “Editorial Tusquets - Concurso de novelas”, y dije: “Bueno, vuelvo, me pido una licencia unos meses, y escribo una novela para este concurso, porque si no se me va a explotar la Matrix”.
Entonces, hice eso. Volví y fui hasta la editorial (en aquel tiempo no estaban por la web, había que ir a buscar las bases del concurso a la editorial). Y era para un concurso que tenía Tusquets —no sé si lo sigue teniendo— que se llamaba “La sonrisa vertical”, que era de literatura erótica, entonces no solo tenía que escribir una novela, que ya había empezado a escribir, sino que, además, tenía que ser erótica. Escribí esa novela, la mandé al concurso y un día me llegó una tarjeta a mi correo, donde me decían que era una de las 10 finalistas. Entonces, eso fue lo primero que me dio como un espejo del afuera que me decía: “Bueno, si te esforzás y trabajás, tal vez, algún día, vas a ser escritora”. Entonces, todo lo demás, que es lo que vos contaste, ya fue en el camino hacia “ser escritora”.
A veces es medio romántico decir: “Dejó todo y se dedicó a escribir”. No, vos tenés que seguir trabajando, tenés que seguir pagando la luz y yendo al supermercado para llenar la heladera. Entonces, me fui armando de otros oficios como la escritura de guion, que me acercaba más a la escritura, fui trabajando en editoriales de revistas, fui teniendo trabajos que me acercaron a la escritura, hasta que publicaron mi primer libro, Serafín, el escritor y la bruja, un libro para chicos, y después salió Un ladrón entre nosotros, también para chicos, que ganó un premio… Algunos me dicen que arranqué escribiendo para chicos, y no: siempre escribí, sobre todo, para adultos, pero la publicación de literatura para chicos a veces es más sencilla que la literatura general, entonces tuve la suerte que esos libros se publicaran antes. Luego vino Tuya, pero siempre eso lo hice pensando en que ese era el camino para contar las historias que yo quería contar.
¿Y en qué momento pudiste decir: “Bueno, ahora puedo vivir de la escritura”?
Nunca vivís totalmente de la escritura, porque te la pasás haciendo otras cosas. Escribís artículos, y si tenés suerte, te pagan. A veces podés decir: “Si no me pagan, no lo hago”, pero a veces no están dadas las condiciones. O te invitan a dar charlas y conferencias. En algunos lugares de Europa te pagan siempre, te persiguen para pagarte, porque aparte, está mal que no te paguen. En Sudamérica es más difícil que te paguen por esos trabajos. Pero, con mucho esfuerzo, algunos escritores hemos ido logrando —para todos— que esas tareas sean remuneradas. Entonces, también hay otros trabajos relacionados con la escritura, pero que no son la escritura ni los derechos de autor, que se van sumando para que uno pueda vivir de la escritura.
Para mí, un gran respiro fue cuando pude vender algunos de mis libros a la industria audiovisual. La industria audiovisual tiene otros valores diferentes, entonces te da un respiro, donde vos podés decir: “Bueno, con esto aguanto un tiempo, y sigo escribiendo”.
Las viudas de los jueves (2005), ganadora del premio Clarín de novela, ¿es tu primer gran éxito literario? ¿Se podría decir eso?
Sí, sin duda. Yo ya había publicado Tuya, pero había un recorrido normal de una persona que no conoce nadie. Las viudas de los jueves fue un hito, en el sentido de que vendió más de 500.000 ejemplares, que es algo impensado en estos tiempos. Se sumaron a lectores habituales gente que no solía leer porque, si no, no juntás 500.000 ejemplares solo con personas que están acostumbradas a leer mucho. Entrabas a un café y veías el libro, bajabas a la playa y veías el libro; cuando pasa eso, es porque lo está leyendo mucha gente que no es lectora habitual. Entonces, ese libro me abrió puertas. Desde ahí en adelante, la gente ya conocía mi nombre, entonces para los próximos libros era “ah, quiero volver a leerla”. Esa oportunidad la podés aprovechar o no, en los próximos libros, en función de lo que escribas.
“La aparición de tres cadáveres en una piscina altera la vida de las personas en uno de esos paraísos urbanos construidos para que los ricos estén alejados de las miserias del mundo”, dijo el periodista Carlos Maldonado, narrando el comienzo de la trama de Las viudas de los jueves, que ahora está en formato miniserie mexicana en Netflix. ¿Fue tu forma de poner la lupa sobre los ricos al comienzo de este siglo, instantes antes del estallido de 2001?
Mis historias siempre nacen de una imagen disparadora. En el caso de Las viudas de los jueves, la imagen disparadora tenía mucho que ver con un cuento de [John] Cheever que se llama “El nadador” (hay una película de Burt Lancaster sobre ese cuento), y es un tipo que vivía en lo que ahora son los countries, pero en los Estados Unidos de los años 50, ponele, y este hombre se acaba de separar, está con problemas económicos, tiene que dejar la casa que solía habitar y, mientras tanto, sale a hacer caminatas y en ellas incluye tirarse en la piscina de su casa, después se tira en la piscina del vecino, sale de la piscina del vecino y va a la piscina del club, y va haciendo todo un recorrido de piscina en piscina. Y cuando leí ese cuento pensé: “¿Qué pasaría si yo traigo al ‘Nadador’ de Cheever a los 90 en Argentina?”. Y se me ocurrió un cadáver flotando en la pileta. Esa imagen de un cuerpo flotando, después eran tres cuerpos, entonces, como me pasa siempre, detrás de esa imagen veo una historia, empiezo a tirar del hilo y empiezo a ver qué encuentro.
Vos me preguntás: “¿Querías retratar tal cosa?”. Bueno, es inconsciente. Mi imagen fue esa, por algo dije: “Quiero traer al ‘Nadador’ de Cheever a los 90 en Argentina”.
Pleno menemismo.
Es el menemismo, y es el crecimiento económico un poco ficticio —por llamarlo de alguna manera—, con el dólar 1 a 1 con el peso, y que creíamos que éramos todos ricos, como si fuera algo habitual, y pensando que eso nunca se iba a acabar. Y un día se acabó, que fue la crisis de 2001.
Inconscientemente, entonces, ¿creés que buscabas señalar la miopía de la clase alta, y su egoísmo, en momentos aciagos para el colectivo de la sociedad toda?
Mirá, hay un trabajo hecho en el libro —que algunos lectores lo pueden detectar y otros no— que va sucediéndose en esos años anteriores, porque la novela termina un poquito antes del estallido. Termina justo antes, cuando les empieza a dar miedo salir del country. Entonces, en esos años previos, yo no digo nombres y cosas puntuales, pero, por ejemplo, digo: “Los juegos de la plaza del country los cambiaron el año en que apareció muerto un fotógrafo en Pinamar”. Entonces, todos nosotros sabemos que fue [José Luis] Cabezas. Como nombro a Cabezas, nombro también la explosión del armamento del embalse en Río Tercero, determinados hechos, ninguno económico, pero todos que muestran un nivel de corrupción y deterioro y de cosa turbia dentro de la política, que eran señales, que los personajes que están dentro de la novela no ven, pero que el lector va armando y dice: “Pero ¿cómo? Si pasó todo eso en esa década, ¿cómo no nos dimos cuenta que eso iba a terminar mal?”. Para contestar tu pregunta: te diría que sí, porque así armé la estructura, metiendo todos esos hitos, mostrando una degradación de la sociedad argentina.
Marcelo Piñeyro hizo una adaptación para cine de ese texto. También fueron llevadas al cine Betibú (2011) y Tuya (2015). ¿Ayuda a los libros que sean llevadas al cine, o termina opacando el texto original donde el lector debe imaginarse todo?
Bueno, como soy guionista, entiendo el proceso, entonces no me siento incómoda si hacen cambios o cosas que, a lo mejor, a mis colegas les molestan. Tengo un amigo que me dijo: “Tal palabra, que yo la pensé no sé cuánto tiempo, ellos fueron y me la cambiaron para la película”. Y no es que te cambian una palabra: te cambian personajes, te cambian una línea, te cambian el final, entonces, cuando vos decidís dar los derechos para una película, tenés que entregar, porque ya dejás de ser el dueño de ese texto. Y ese texto pasa a ser el inicio de un proceso de representación donde entran otros artistas (el director, los actores, el escenógrafo) para componer otra cosa. Entonces, si vos no sentís que eso es otra cosa, basada en un trabajo tuyo… y… la vas a pasar mal. Yo tengo ese desprendimiento.
El año pasado publicaste El tiempo de las moscas, una continuación de la historia que comenzó en Tuya. ¿“Novela negra feminista” es una buena definición?
A mí ninguna definición me gusta demasiado, y no me gusta encasillar, ni en género ni en nada, pero ninguna me molesta. Si vos querés decir que es una novela negra feminista, a mí no me molesta. Ahora, también creo que se podrían decir otras cosas de la novela. Quiero decir, cuando en una novela aparecen personajes todos varones, nadie dice “novela negra masculina”. No, es una historia negra. Me parece que lo que está pasando es que muchas artistas en estos tiempos venimos a completar un mundo que se contaba sesgado. Si se contaba el mundo, desde lo masculino, era el universal entero; si contás una historia desde lo femenino, “ah, es una historia de lo femenino”. Y en realidad, son dos historias que se juntan para armar un universal completo.
Me parece que incorporar en el género negro mujeres detectives, asesinas, asesinadas, violencia de género, lo único que hace es completar un mundo que, a lo mejor, se contaba sesgado.
“Cuando en una novela aparecen personajes todos varones, nadie dice ‘novela negra masculina’. Es una historia negra. Me parece que lo que está pasando es que muchas artistas venimos a completar un mundo que se contaba sesgado”
Tus historias tienen algo de Almodóvar y de Tarantino: personajes femeninos muy fuertes, que copan la trama. ¿Esto tiene que ver con tu militancia feminista?
Eso tiene que ver con una mirada propia del mundo. Si vos me preguntás si soy feminista, te contesto que sí, soy feminista, pero no es que, como soy feminista, voy a meter estos temas. Yo miro el mundo, donde me importa el lugar de la mujer en el mundo, donde me importan los derechos de las mujeres, donde me importa la violencia contra las mujeres, me importan todas las cosas que tienen que ver con el feminismo. Pero no es que estoy pensando una historia porque soy feminista. En esta última novela me han dicho: “Metiste todos los temas”. No, yo no metí los temas, yo saqué los personajes a la calle, y en la calle se encuentran con todos esos temas con los que nos encontramos las mujeres. Ahora, quizás hay otro escritor al que no le interesan esos temas, y va con otros temas.
Para mí, la literatura no es para militar el feminismo. Yo milito en las calles, en alguna conferencia, en otros lugares. Lo que hago es contar el mundo que veo, y el mundo que veo tiene estas cosas. Tiene mujeres con desigualdad, con violencia, con derechos que en algunas partes se han conquistado y en muchas partes todavía no.
¿A qué atribuís la fascinación de la gente por historias truculentas, mórbidas, sórdidas y regadas de sangre, tanto en libros como en series o películas?
A muchísimos les fascina, hay otros que no, y hay muchísimos textos de grandes autores tratando de explicar esto y lo seguimos pensando. Borges tiene un texto de ensayo en el que dice que la crónica policial le gusta a mucha gente porque viene a poner “orden en el caos del mundo”. Y ese caos que vos contás está en el mundo, y lo que hace el relato policial es contártelo con principio, medio y fin. Y vos decís: “Ah, este lo resolví”. El que sale en las noticias, a lo mejor, no lo podemos resolver. ¿Quién fue el culpable? ¿Quién fue el asesino o el ladrón? Y no lo sabemos. En cambio, en la historia policial alguien te promete que vas a llegar a la verdad. Por un lado, está eso.
Por otro lado, está la búsqueda de la verdad, a la cual, por lo general, la novela policial responde. Hay novelas que no, como una que me encanta que es Blanco nocturno de [Ricardo] Piglia, donde llegás con un final que no termina de llegar a la verdad. Pero, en general, la novela policial te responde quién lo mató y por qué. Entonces, por un lado, las personas dicen: “Acá voy a saber qué fue lo que pasó”. Y por otro lado, para mi gusto, es la que mejor retrata la sociedad.
Entonces, si querés retratar la sociedad, también tenés que entender las violencias que ahí se cometen, y es la que está más pegada al relato social, incluso en textos en los que hoy no nos damos cuenta que son reflejo de la sociedad, porque los leemos en otro momento. Por ejemplo, Horace McCoy tiene una novela que se llama ¿Acaso no matan a los caballos? que transcurre en una pista de baile a donde van las parejas a un concurso de baile, donde las parejas bailan, bailan y bailan, y gana la que baila sin parar más horas (que pueden ser 48 horas sin parar). Si esa novela la leen hoy mis hijos, que no conocen Estados Unidos en esa época, la ven como una muerte en un concurso de baile. Pero McCoy estaba denunciando también la situación de mucha gente que, tras la crisis económica en Estados Unidos [de 1929], no tenía empleo, no tenía cómo subsistir, entonces se anotaba en estos lugares de baile, bailaban hasta desfallecer, entonces, estaba haciendo una crítica social que a lo mejor se nos pasa. Lo mismo [Henning] Mankell cuando mete en sus historias la xenofobia que detectaba en Suecia, o [Andrea] Camillieri hablando de la corrupción y de la mafia. Me parece que el lector está esperando que le cuenten cómo es la sociedad en la que vivimos.
“Para mí, la literatura no es para militar el feminismo. Yo milito en las calles, en alguna conferencia, en otros lugares. Lo que hago es contar el mundo que veo, y el mundo que veo tiene estas cosas”
La novela retoma el personaje de Inés, la protagonista de Tuya, en un thriller en el que denuncia las injusticias sociales que implican a las mujeres. Hay un femicidio, pero se trata de una mujer que mata a otra mujer y la matadora, Inés Expery —ya habiendo cumplido su pena— tiene como socia en una empresa fumigadora, a otra mujer que se enamora de ella. ¿Qué papel cumplen los hombres en su última novela?
La novela, básicamente, también reflexiona sobre cuestiones que tienen las mujeres hacia adentro del movimiento de mujeres. Durante mucho tiempo las mujeres tuvimos y todavía tenemos que seguir luchando —porque no es que hemos conquistado todos los derechos que nos faltan—, pero había una cosa de batallar contra o pedirle al otro que nos dé la parte que nos corresponde. Me parece que ahora estamos en tiempos más reflexivos hacia adentro también, ¿no? Hay diferencias dentro de posturas de mujeres, donde —habrás visto en la novela la parte de coro— hay distintas voces del movimiento de mujeres que opinan diferente sobre ciertos temas, aunque todas se sientan feministas. Entonces, hay una reflexión más hacia el mundo de las mujeres.
De todas maneras, esta novela tiene que ver más con un personaje, que es Inés Experey, y su hija (son dos mujeres). A veces digo que cuando hablamos de Carta al padre de [Franz] Kafka (un hombre, con su hijo) o La invención de la soledad de Paul Auster (un hombre, con su padre), uno no piensa “ah, son solo de hombres”, pero si hay una novela de madre e hija, nadie piensa: “ah, son solo de mujeres”. Acá hay mujeres, sí, pero hay dos hombres —el marido de Lali y el primo de La Manca—; son dos hombres de “los nuevos tiempos”. Uno podría decir que tratan de entender este nuevo mundo. Al marido de Lali le sale mejor, al primo de La Manca le sale bastante mal, pero lo queremos porque hace fuerza, digamos. Entonces, están presentes las nuevas masculinidades, porque todos los cambios que procesó el feminismo también afectan las masculinidades. Los hombres ahora se aflojan de aquella masculinidad que había que sostener, y que todo está sobre la cabeza de los varones. Estos varones son los que se aflojan y tratan de incorporar los cambios.
En tus historias no hay un perfil definido de asesino o asesina. Más bien puede ser el chico o chica de al lado, el buen vecino, que, por algún arrebato o furia, termina cometiendo un crimen. ¿Es así?
Es tal cual lo que vos decís, pero no es que yo lo quiera mostrar así: “Ojo, tu vecino podría ser un asesino”. Los personajes que a mí me interesan para mi literatura son esos: los personajes que podría ser yo, no necesariamente el vecino. Los que vos decís: “Saluda siempre, es re simpático”, pero un día mató a la mujer. O una compañera de trabajo, que trabajaba al lado tuyo, un día hace un desastre y vos decís “¿cómo yo no me di cuenta?”. Me interesa más ese personaje que otro típico asesino de historia policial. Esos me interesan menos, como escritora. Me interesa más el que está de este lado, un día saltó la cuerda y pasó del otro lado.
“Los personajes que a mí me interesan para mi literatura son esos: los personajes que podría ser yo, no necesariamente el vecino. Los que vos decís: ‘Saluda siempre, es re simpático’, pero un día mató a la mujer”
Inés experimenta ciertas complicaciones en la adaptación al mundo actual y los nuevos códigos de lenguaje inclusivo, de perspectiva inclusiva diría y hasta de feminismo imperante (esto por los 15 años en los que estuvo presa). ¿Vos cómo te llevás con el feminismo actual, el lenguaje inclusivo y los progresismos?
En el momento en que decidí sacar a esta mujer de la cárcel, pensé: “Esta mujer, que está constituida, armada, desde el modelo más patriarcal, que es absolutamente conservadora y machista, sale a un mundo que cambió en los 15 años en que ella estuvo presa, y cambió exponencialmente respecto a estos temas que la constituían como persona”. Me pareció interesante ese choque tan brutal. Ella en la cárcel tuvo algunos indicios —por sus compañeras— de que el mundo estaba cambiando, pero a lo mejor pensaba: “estas, como son presas (como si ella no lo fuera, ¿no?) son así porque son presas, pero el mundo no debe ser tan así”. Pero sale al mundo, y cambió en general. Entonces, es un personaje que se tuvo que enfrentar a cambios que todos fuimos incorporando de a poco, a lo largo de estos años.
Yo creo que está claro ya en mi primera novela, Tuya, cuál es mi posición respecto a la situación de las mujeres, al mundo y al feminismo. A veces la palabra “feminista” llega mucho más tarde, porque durante mucho tiempo fue una palabra asociada a ser militante del feminismo. Yo, unos años atrás, no estaba militando en causas feministas, aunque estaba de acuerdo con ellas. Pero no había marchas o yo no iba, las grandes movilizaciones son de los últimos años. Cuando empezó a pasar eso, muchas dijimos: “Ah, yo soy feminista”. A otras les asusta la palabra, y se preguntaron qué es ser feminista. Es una palabra que asusta, porque se la ha bastardeado mucho, entonces algunas mujeres no se terminan de apropiar de la palabra.
¿Y el lenguaje inclusivo?
Yo no tengo ningún problema con que se hable en lenguaje inclusivo, no me molesta en absoluto. A mí no me sale hablar en lenguaje inclusivo, porque vengo muy formateada con otra forma de hablar, pero hace rato que me siento incómoda con el lenguaje armado solamente desde lo masculino. Si hay un grupo de 100 mujeres y dos varones, y tengo que decir: “Los aquí presentes”, y… me suena raro. Entonces trato de decir: “Quienes están aquí presentes”. Trato de darle una vuelta al lenguaje, para poder lograr que nombre lo que yo siento que ya no está nombrando. No uso el lenguaje inclusivo, pero el lenguaje de siempre ya me está quedando corto —a mí y a muchas otras personas—, por eso estamos buscando otras alternativas.
En el trabajo de esta novela, tuve que ir a Tuya, para ver si había alguna cosa que tenía que retomar 15 años después, y me encontré con mucha cosa del cambio de lenguaje. Por ejemplo, aquella Inés de Tuya decía: “Cuando uno piensa”, y ahora, esta Inés dice “cuando una piensa”. Ojo, no es incorrecto decir “cuando uno”, porque alude al género humano, pero la verdad es que suena raro decir “uno” si estoy hablando de mí misma. Son modificaciones que no se terminan porque hay que dejar pasar el tiempo, hablo del lenguaje inclusivo o lo que sea. Pero te digo: el lenguaje armado desde lo universal masculino quedó corto y algunos cambios van a perpetuarse.
“La sociedad siempre es un personaje, más que un escenario”, sostuviste. ¿Qué significa?
Porque la sociedad es muy importante, en mis novelas, para definir lo que está sucediendo. No es solamente un escenario. No es que sucede acá, pero podría estar sucediendo en otro lado. No: sucede acá, porque te estoy contando esta sociedad. Esta sociedad es parte de lo que te estoy contando. Entonces, para entender una sociedad, también tenemos que contar los crímenes que allí se cometen. Si vos agarrás un noticiero empezado y escuchás que un muchacho armado entró a un colegio y mató no sé cuántos estudiantes, y te perdiste dónde fue, seguro pensás “debe ser en Estados Unidos”, porque es una sociedad que permite tener armas y por determinadas características. Si vos agarrás una sociedad en la que hay 30.000 desaparecidos y hubo apropiación de menores, dirás “ah, es en Argentina”. Y a lo mejor en Suecia se preguntarán cómo pudo haber pasado. Bueno, porque esa sociedad generó otro tipo de delitos. Para entender una sociedad hay que contar los crímenes que se cometen, por eso siento que la sociedad es parte de la historia. No es solamente una escenografía, es un personaje más y lo modifican.
Es tentador preguntarte por el futuro inmediato de tu país, tan cerca de las elecciones nacionales. Bullrich, Massa o Milei: ¿alguno te transmite algo de esperanza?
Es muy difícil hablar de las elecciones y hablar de esperanza… Mi esperanza, en este momento, es que no gane el candidato que propone la reivindicación de la época de los militares, que propone la venta de órganos y la tenencia de armas. Después las “despropone”; cuando ve que no le va tan bien dice: “ah no, pero yo no dije eso”, pero mientras tanto, lo propuso. La mayor esperanza para mí es que no gane ese candidato. Los otros están dentro del marco democrático y me puede gustar más uno u otro, pero si no me gusta el que gana, bueno, en cuatro años votaré a otro. Y si no me gusta lo que propone, su partido lo va a controlar, porque detrás de todos los otros candidatos hay diputados, senadores, hay equipos. Detrás de ese diputado lo que hay es un rejunte de gente y ninguna me parece demasiado idónea para los cargos públicos. Me tiene sumamente preocupada. No solo no me gusta el candidato, sino que no hay alrededor de él un colchón de contención, porque eso hacen los partidos políticos. Él habla de “la casta”, pero los partidos políticos funcionan también como contención cuando el candidato derrapa.
Es que Javier Milei, ese candidato que ni siquiera querés nombrar, desprecia la clase política.
Que la desprecie, pero la verdad es que una persona sola… ¿Es un monarca? ¿Es un rey? Piensa como si estuviera en una monarquía. Las instituciones tienen un montón de resortes. De todos modos, aunque salga electo presidente, también habrá resortes, porque hay un Congreso, hay un montón de gobernadores, pero, la verdad, la vamos a tener mucho más difícil, porque él no respeta esos resortes.
“Es muy difícil hablar de las elecciones y hablar de esperanza… Mi esperanza es que no gane el candidato que propone la reivindicación de la época de los militares, la venta de órganos y la tenencia de armas”
¿Te cambió en algo la fama literaria?
Bueno, me cambió porque me escribe por las redes mucha gente, y yo les contesto a todos. A mí me llegó después de los 40 años, con tres hijos, entonces uno ya lo ve como: “Al fin, voy a poder publicar y me van a leer”. Me llegó con otra madurez. Pero igual te tenés que cuidar, porque a todos nos seducen las luces, y ciertos privilegios que te da ser conocido. No nos hacemos ricos, pero terminamos viajando por todo el mundo. Vas a un hotel, a otro, te invitan a fiestas, y ahí tenés que tener claro que eso es porque sos escritor, porque te están halagando, porque te están dando un lugar en función de lo que escribiste, pero que eso no constituye tu persona. Porque si no, ahí, te das contra la pared.
¿Sos feliz?
Hace poco le hice una entrevista a Camila Sosa Villada con María O’Donell en el programa de radio, y ella me preguntó a mí si me hacía feliz tal cosa, y yo dije que a mí la felicidad me cuesta, y La Nación publicó que yo no era feliz. Yo soy muy respetuosa de ciertas palabras. Entonces, te digo: definamos qué es ser feliz, qué es la felicidad y definamos la duración también. ¿Siempre soy feliz? No, a veces no estoy feliz. Estoy muy preocupada por mi país, entonces, ¿qué sé yo si soy feliz? Pero sí tengo momentos de felicidad, de alegría. Pero decir que soy feliz me parece tan grande, tan importante, que no me atrevo a decirlo.