Fotos: Carla Baldisseri
Claudia Fernández Viera (47) es una capocómica con todas las letras. Sin micrófono en mano y moviéndose por todo el escenario, abre la boca para decir: “¡Vos! Te escuché, te vi cuando lo decías”, tras una catarata de rumores —algunos nada bien intencionados— repetidos por voces en off que dan comienzo al espectáculo, y que aluden a chismes o habladurías de personas que no estuvieron ni cinco minutos charlando con ella.
Ella, la misma que se ríe de los rumores que la persiguen desde hace años, es una gran capocómica, y el 8 de diciembre podrá comprobarlo en La Trastienda, si le quedan dudas. Antes ya lo comprobaron muchos uruguayos en la Casa de la Cultura de Maldonado, y en Montevideo en otros dos shows en octubre y noviembre.
Este cronista fue a verla el 23 de noviembre, en primera fila. Sola arriba del escenario, y dirigida por su gran amigo, el productor Alfredo Leirós, la Fernández se sube a caballo de los prejuicios y maledicencias que sobre ella han llovido desde su temprana juventud, desde el título de su show y como disparador inmejorable. “Se dice de mí” se llama el unipersonal. Y como bien me aclaró una y otra vez Leirós: no es stand-up, es un unipersonal. En el espectáculo, Claudia Fernández narra su vida desde su infancia en Punta de Rieles, pasa por el estrellato en las dos orillas, entre la obra de Gerardo Sofovich, el Bailando, el Patinando y la conducción de Bendita TV en Uruguay, todo contado con muchísimo humor, pero condimentado con un par de momentos donde hay lugar para la emoción, y —por qué no decirlo— para la reflexión y la empatía con una trabajadora que no pudo (no supo) parar cuando su cuerpo le pasó factura.
Pero, además de narrar con gracia su vida, se luce bailando y mostrando un físico privilegiado. No es nueva la faceta de actriz en modo comediante sobre las tablas. Ya lo había hecho en Argentina, junto a María Fernanda Callejón y Anita Martínez en Confesiones de mujeres de 30. Tanto es así que en su momento fue ternada en la categoría “Actriz revelación”, en Mar del Plata, donde estuvo cerca de ganar el premio Estrella del Mar. Pero claro, de este lado no la vimos en ese rol. La conocíamos como conductora de programas varios en Canal 10, como jurado de GOT Talent y, más atrás en el tiempo, por las tapas de revistas, por los bailes en lo de Tinelli, por los romances inventados, y por lo que dicen, le contaron o usted escuchó por ahí. Ahora, la mujer que a los siete años supo que quería ser todo lo que después fue, se lo cuenta ella misma. Y en esta charla repasa algunos mojones de su carrera y su vida.
Tenía 14, iba con mi abuela caminando por 18. La paró y le dijo: ‘Disculpe, hay un casting para una revista de computación, y están buscando una chica como su hija, así como ella’. Hice el casting y salí en la tapa, ahí empezó todo”
De niña, ¿qué querías ser cuando fueras grande?
Vedette. Por una revista Radiolandia. Fue así: sin querer me cruzo con una revista Radiolandia, de las que mi abuela coleccionaba (tenía cientos), y veo a Nélida Lobato. La vi en un cuadro que ella hacía en la revista porteña en el teatro Maipo, bajaba las escaleras con cristales en el cuerpo, semidesnuda, con plumas, y decía: “La vedette Nélida Lobato…”, y yo dije: “Quiero ser esto”. Tenía siete años.
Y a partir de ahí empecé a recortar y coleccionar fotos de Nélida, de Claudia Lapacó, Ámbar La Fox, Zulma Faiad, Nélida Roca, me hacía como una carpeta. Nélida era mi favorita y su recorte lo tenía enmarcado en el teatro Maipo, cuando me tocó actuar.
En enero de 2018 me dijiste: “Yo materialicé mis sueños y todo lo que quería, de chiquita, cuando estudié metafísica”. Algo similar contás en tu show. ¿Cómo te imaginabas? ¿Haciendo qué?
Todo lo que hago ahora: bajo luces, en un escenario, con una cámara de televisión. Me veía en todo lo que estoy haciendo ahora. Admiraba mucho a Rafaella Carrá. A los cinco años me corté el flequillo con una tijera de la escuela, para parecerme a Rafaella Carrá; era lo más parecido a lo que yo captaba que era el espectáculo era Rafaella.
Hablame de esos patines rojos que pediste a Papá Noel, y se olvidó de traerte…
Mi abuelo fue el que me los regaló y aquello fue como un impulso. Ya desde que me subía a ellos, me sentía más alta: velocidad, el viento en la cara, el desafío de aprender a andar en ellos y luego el dominio de usarlos. Me sentía totalmente independiente. Pero no me los trajo Papá Noel, se olvidó, porque justo ese 24 de diciembre nació mi hermana y no tuve regalos en el árbol. Después, mi abuelo me los regaló.
Es sabido que tu carrera en el modelaje comenzó cuando un fotógrafo, Carlos Díaz, te paró en la calle, cuando vos eras una adolescente y caminabas con tu abuela. Recreame ese momento. ¿Qué te dijo?
Tenía 14 años, y yo iba con mi abuela caminando por 18 de Julio. La paró y le dijo: “Disculpe, señora, hay un casting para una revista de computación que se llama Smart, y están buscando una chica como su hija, así como ella”. Mi abuela le dijo: “Soy su abuela, no su madre. ¿Ella puede ir acompañada?” “Sí claro”, dijo él. Y mis abuelos me acompañaron. Una semana después, era un casting de fotos para una revista de computación. A partir de la tapa de esa revista, Carlos me dijo: “Mirá, con esta tapa, andá a la agencia de María Raquel Bonifacino y presentate, si querés empezar a trabajar como modelo”. Y así fue, eso hice. El primer comercial que hice para TV fue para El Mundo de la Pizza, con la agencia Cámara Publicidad. Después hice miles.
Es muy curioso que tus primeras participaciones en TV fueran en programas que tenían la palabra “Dale”: primero fue Dale que podés (Canal 4, 1998) y luego Dale con todo (Canal 10, 2001-2003). ¿Cómo podrías resumir tus primeros años en TV? Eras muy joven y se te veía como una mujer sexy. De hecho, ocupabas ese rol en esos programas. ¿Cómo lo ves a la distancia?
Tenía entre 22 y 24 años ahí. Era yo. Así soy: paso revoleando la cola y bailando, y donde hay música paro y bailo. Soy eso. La mirada sexual y la carga erótica se la pone el que me mira, eso es otra cosa. Vos podés decir: “Qué divertida esta chica” y no tener un deseo sexual. Hoy eso que yo hacía lo ves, lo vemos, todo el tiempo en redes. Veíamos algo así de lo que venía de Argentina, pero no pasaba acá en Uruguay. Eso fue lo que pasó. Siempre fui pionera en muchas cosas, en lo que refiere a eso. Para mí era algo normal, a los 14 trabajaba haciendo catálogos de ropa interior. Para mí era normal, nunca tuve prejuicios ni vergüenza con el cuerpo.
Lo preguntaba porque los tiempos han cambiado, y lo que estaba aceptado a comienzos de este siglo, ya no. El feminismo no ve con buenos ojos que la mujer sea “cosificada” o esté solo por sus lindas curvas, que se la exhiba como una bomba sexual. ¿Vos te lo llegaste a cuestionar en algún momento?
Nunca me sentí cosificada. También lo digo cuando me preguntan por el corte de pollerita en Showmatch. Es más, nos preparábamos la piel para ese momento todas las que estábamos por salir al aire, nos encremábamos, nos poníamos una cremita con color, en ningún momento nos sentimos cosificadas. Para nada.
Hay feministas que me están cuestionando a mí, entonces. Hablan de libertad, entonces yo soy libre de mostrarme como quiera. Si yo acepto mi cuerpo y no tengo problema en mostrarme con una tanga o con un hilo dental, entonces, ¿por qué juzgás esa libertad, que es mi deseo en ese momento?
El unipersonal que hiciste el 23 de noviembre, y repetirás el 8 de diciembre, se llama Se dice de mí. Y, de hecho, empieza en un diálogo tuyo con la IA (en la voz de Petinatti) donde hablan de chismes, habladurías, maledicencias. Y vos comenzás tus monólogos aludiendo a todo eso, aunque luego no ahondás. Es una excusa para comenzar a repasar tu vida. ¿Vos sufriste por lo que se decía de vos, o nunca te afectó demasiado?
Tratamos de tomar las cinco o 10 cosas que dicen negativas de mí, porque si hago un espectáculo con todos los elogios que recibo diariamente, sería como un espectáculo para tirarme flores. Toda esa cosa negativa que alguna vez se ha dicho, a mí nunca me afectó.
Esos rumores o habladurías eran el disparador para después decirte yo quién soy, porque tampoco me interesa aclarar, ni hacer hincapié en eso. Pero no, nunca me afectaron: cero, nunca, porque lo dice la gente de vos no te define. A mí nunca me definió. Siempre tuve los objetivos muy claritos, desde muy chica. Mi camino lo fui llevando siempre para el mismo lado. Hasta el año pasado, te diría. Ya me había pasado en 2017, de sentir ese cosquilleo, donde me dije: “Estoy aburrida con lo que estoy haciendo, necesito algo que me sacuda, necesito vértigo”. Y eso me llevó a Stravaganza. Y este año dije: “Fah, ¿otra vez GOT Talent?”. Todavía no habíamos terminado, estábamos al aire y yo ya pensaba en qué hacer después del verano. Pensaba: “¿Quiero esto, otra vez, el año que viene?”. Y me decía: “¿Uno se baja de los éxitos así?”. Y sí, lo hicimos con Bendita TV, nos fuimos cuando era éxito. Y creo que por eso la gente te recuerda bien. “No sé si quiero otro año más tanto tiempo maquillada, y tantas horas grabando y estar expuesta. Tengo ganas de ir por otro lado”.
Y efectivamente, tuviste un papel en una película argentina…
En diciembre me inscribí en un taller de casting para cine, y como yo siempre hice casting para televisión, para un comercial o modelaje, y no sabía cómo hacer un casting para cine. Fue muy divertido. Lo hice con chicos de 20 años, yo era la mayor. De hecho, mi personaje para jugar era el de “mamá de”. Lo hice con Juan Pablo Rincón, un colombiano que trabajó en la serie Narcos, entre otras, y Darío Coronel, un argentino director de muchas series. Y, claro, todos los piques que te comparten para casting de cine no tienen nada que ver a lo que yo estaba acostumbrada: pelo atrás de la oreja, cara lavada, lo más natural posible. Fue muy divertido todo el proceso. Eso queda en una base de datos, y en febrero estaba en Punta Ballena de vacaciones, y me llamaron para un casting porque había una participación muy chiquita, para una película argentina [No me rompan, el 1° de diciembre en Netflix] con Carla Peterson y Julieta Díaz. Que había un rol que, por edad, podía ser para mí. Eran tres instancias de casting, hice las dos primeras por video, hice todo lo aplicado en el taller, y a los 20 días me llamaron que había quedado para el personaje. Fue un éxito de taquilla acá en Uruguay, y yo me gocé.
Lo que te quiero decir con esto es: basta que me manifieste (o cualquiera lo haga), y trabajar para ello. No es que digo: “Me encantaría hacer cine” y espero que vengan a tocarme el timbre. Bueno, no… Yo hice un taller, me fui metiendo en ese mundito. Y ojo, no lo hice pensando en hacer cine. Lo hice como “a ver de qué va esto de hacer un casting para cine”. Había intentado inscribirme a la escuela de Julio Chávez y nunca me respondieron el mail, viste que son como muy selectivos, como prejuiciosos. Y mientras tanto, hice ese taller.
“Tratamos de tomar las cinco cosas que dicen negativas de mí, porque si hago un espectáculo con los elogios que recibo, sería como un espectáculo para tirarme flores. Toda esa cosa negativa que alguna vez se ha dicho, a mí nunca me afectó”
Cuando repasás tu infancia en Punta de Rieles, recordás que en verano se sacaba todo a la vereda: mate y termo, bizcochos, silla playera y hasta la tele. Y con humor hacés una crítica a la inseguridad que se vive hoy. Decís que hoy algo así sería imposible, porque “no te queda nada”. ¿Creés que es notorio cómo ha empeorado la seguridad pública en 30 años?
En ningún lado se puede: ni en Punta de Rieles, ni en Carrasco, ni en Malvín, ni en La Unión. Inseguridad tuvimos siempre, solamente que cuando vos y yo éramos chicos o te robaban la ropa del fondo, que estaba colgada, o algo que dejabas descuidado, y no era el nivel de agresividad que hay hoy. Y hasta había otros códigos: el barrio se respetaba. A nosotros, en mi casa, nunca nos robaron. Era un barrio de gente trabajadora. Había de todo, como en todo barrio, pero no había el nivel de agresividad que hay ahora. Tampoco estaba la tentación que hay ahora, donde por estas cosas (toma su celular) uno se entera que hay gente que está mejor que vos, que accede a cosas a las que vos no accedés, y todo lleva a lo mismo…
Yo estaba en Punta de Rieles, y no sabía que había una escuela de Bellas Artes en Pocitos, si no hubiera estudiado eso, seguro. A eso voy: vivíamos en una burbuja. Hoy sabemos todo de todos.
El primer “intento” de salir de tu barrio fue un viaje como modelo a Tailandia, todavía como menor de edad. ¿Cuánto te marcó ese viaje a un destino tan exótico? Lo pregunto porque vos decís que te sentiste sola, y empezaste a sufrir ataques de pánico…
Y sin saber lo que era. Ahí me enfrenté por primera vez a la soledad, soledad… No contar con nadie más que contigo misma. Fui por dos meses y medio, y me terminé quedando cuatro meses y medio. Pasé la primera Navidad sola. Fue todo un tema… Y ahí me conocí, en ese viaje. Me conocí las partes oscuras, conocí mis debilidades, me conocí a fondo, y a medida que vamos creciendo la gente debe cada vez aprender a estar solo. Para mí, esa es la clave de la estabilidad mental. No depender de nadie más que de vos para estar bien. Y eso lo aprendí en Tailandia. También ahí empecé a meditar.
Contás que te casaste a los 19 años, muy jovencita. Y decís en el monólogo: “El exceso de libertad no es bueno”. ¿Por qué pensás eso?
Porque hay cosas que uno las hace por rebeldía, esperando que te frenen, esperando que alguien te abra los ojos.
“En ningún lado se puede sacar las cosas a la vereda: ni en Punta de Rieles, ni en Carrasco. Inseguridad tuvimos siempre, solo que cuando vos y yo éramos chicos te robaban la ropa del fondo, que estaba colgada, y no era el nivel de agresividad que hay hoy”
Llegaste a la avenida porteña Corrientes con la revista Inolvidable, de Reina Reech. Pero con El champagne las pone mimosas diste el salto al gran teatro de revista porteño, bajo el mando de Gerardo Sofovich.
Con El champagne… girábamos por todo el país, y hacíamos dos o tres funciones por noche. Para que veas lo que fue el éxito, había tres elencos en simultáneo: uno en Mar del Plata, uno en Carlos Paz, y uno que giraba, que era el mío. Ese momento, que es muy efímero (dos meses, a lo sumo tres) tenés que aprovecharlo, porque al otro día, no sé, se embarazó Pampita, y lo tuyo ya pasó.
Y con eso, comenzaste a estar en la mira de las revistas y los programas de chimentos, del cotilleo, los rumores y las peleas mediáticas también. ¿Cuánto aprendiste en esos primeros años en Argentina? ¿Te adaptaste rápido a ese ambiente competitivo y, por momentos, poco amigable?
¡Todo aprendí! Aprendí el juego… Moria [Casán] fue mi gran maestra, aprendí a entrar y salir cuando yo quería. Todo eso lo aprendí con Moria, y Nazarena [Vélez] también me enseñó, no de la mejor manera, pero me enseñó. Yo digo en la obra que Nazarena “me hizo la vida tan fácil” —lo digo irónicamente—, que me enseñó, porque la realidad es que me la complicó tanto, que me fue mostrando por dónde moverme. Inconscientemente, me ayudó. Moria es mi amiga, ella me enseñó a entrar, salir, irme del Bailando cuando me tenía que ir.
Hice un solo baile en Bailando por un sueño estando de novia con Leo [Leonel Delménico, su marido] porque yo ya estaba en el Maipo. El Chato [Prada, productor del programa] me llamó un sábado para hacer una suplencia, porque sabía que yo me aprendo todo rápido, y el lunes había que bailarlo. Y le dije: “Voy, pero solo una semana, y me mandás al teléfono”. Lo hice para preservar mi intimidad, porque eso es una picadora de carne. Si yo lo llevaba a Leo al programa, se terminaba la relación en pocos meses.
Al pasar mencionás a un capocómico argentino que te acosó sexualmente. ¿Fue el único que te tocó vivir, o lo mencionaste porque fue el más difícil de superar?
Fue el único. Ya prescribió… ¿Cómo hice para superarlo? Hablando con Moria. Yo quería renunciar, dejar todo y venirme. Tuve una charla con ella, quien fue muy inteligente —es una persona muy inteligente—, y ella me dijo qué hacer, cómo moverme, y eso hice. Me dijo qué hacer para cortarlo, y él entendió automáticamente. Y no volví a Uruguay.
“Moria [Casán] fue mi gran maestra, aprendí a entrar y salir cuando yo quería. Y Nazarena [Vélez] también me enseñó, no de la mejor manera, pero me enseñó, porque la realidad es que me la complicó tanto, que me fue mostrando por dónde moverme”
Recordás tu pasaje por el Bailando por un sueño (y luego el Patinando…), que comenzó con una suplencia a Nazarena Vélez. Y en esos años estabas en la cresta de la ola: rompiéndola en Buenos Aires, tanto en teatro como con Tinelli con más de 40 puntos de rating, mientras que viajabas a Montevideo para conducir Bendita TV…
Y ya tenía un contrato para la temporada siguiente [en el Maipo] y para la de invierno. Ya tenía dos contratos firmados. Era el momento.
Pero lo que no sabíamos era que por dentro estabas viviendo un momento personal que te llevó a enfermarte. Y sufriste anorexia nerviosa por 7 meses... Pensaba cómo a veces se proyecta una cosa, porque así lo exige tu trabajo y el papel de figura pública, mientras que lo esencial, lo verdaderamente importante, pasa por otro lado, y no lo conocemos. ¿Qué moraleja creés que deja eso?
Que el show no siempre debe continuar. Yo, en ese momento, me enfermé y no paré. Nunca paré. Una moraleja para el futuro es que no siempre el show debe continuar. Yo en ese momento no supe parar, no podía parar. Algo aprendí de todo eso. A veces, si no parás, te paraban… o te morís. Es así, si no aprendés a escucharte, el cuerpo te pasa factura.
También mostrás cómo a veces la vida te da y te quita, muchas veces al mismo tiempo. A mi mejor amigo se le murió su hermana, y un par de semanas después, nació su primera hija. En tu caso, falleció tu abuela Pola y, casi al mismo tiempo, conociste al amor de tu vida, quien es tu marido desde hace 16 años…
Lo digo en el unipersonal: conocí el amor el mismo año que perdí al tesoro de mi vida, que era mi abuela. Claro que pensé eso que decís… De hecho, la primera persona que me ayudó con lo de mi abuela fue Leo. Yo estaba en Mar del Plata cuando mi abuela falleció. Estaban todos en Montevideo, y yo estaba sola en Mar del Plata, y a Leo lo había conocido hacía una semana. Y él me ayudó a venirme de Mar del Plata, yo estaba en un momento de shock y no sabía qué hacer, no podía ni comprar un pasaje… Él me ayudó con todo, y cuando llegué a Montevideo, él estaba esperándome en Salhón.
En canal 10 tuviste un montón de programas (Bendita TV, Cambio de vida, Mochileros, Más cerca, ¿Qué haría tu hijo?). Se te vio de jurado en GOT Talent durante tres años, en tu último rol en TV. ¿Cómo podrías calificar la experiencia?
Maravillosa, maravillosa… Para mí, fue increíble. Primero, porque fue un programa que a mí me permitió mostrarme un poco más siendo yo. Cuando estaba en Bendita, hacía un personaje. Y no estaba nada guionado, nunca lo estuve. A mí me gustaba premiar a los talentos diferentes, yo no apostaba tanto por los cantantes, porque creo que los cantantes tienen más fácil su oportunidad. Hay talentos que si no los mostrás en TV, y no los continuás después buscando un público, se olvidan después. A mí me gustaba preguntarles a los participantes: “¿Te dedicás a esto? ¿Vivís de esto?”. Porque una cosa es un hobbie, y otra cosa es que se dedique a eso. Si es un mago y te dice que vive de su magia, vos no podés decirle que lo que hizo es horrible, porque le arruinás la carrera. Si es un hobbie, no me da tanta lástima decirte que no me gustó. Si vivís de esto, capaz que te doy el no más amorosamente.
¿En qué momento te convertiste en empresaria?
Hace años. Cuando me di cuenta de que había personas que querían lo que yo tenía. Entonces, dije: “Bueno, si hay empresas que ganan lo que me pagan, porque promocionan lo que ellos venden con mi nombre, ¿por qué no tener mis propios artículos de mi propia línea, y así gano yo?”. Eso fue lo que hicimos con Si-Si hace 11 años.
“Conocí el amor el mismo año que perdí a mi abuela. La primera persona que me ayudó con lo de mi abuela fue Leo. Yo estaba en Mar del Plata cuando mi abuela falleció. Él me ayudó con todo, y cuando llegué a Montevideo, él estaba en Salhón”
Tu hija Mía el año que viene cumplirá 15. ¿Te ves una madre “cuida” o permisiva?
Me veo una madre que acompaña, que acompaña la personalidad que ella tiene. Es una chica súper tranquila, que está para el deporte, para el estudio, le gusta salir, le gusta estar con amigas, entonces yo acompaño sus momentos y sus procesos.
¿Por qué hacer este monólogo? ¿Sentías necesidad de hacer catarsis y repasar tu vida?
Me lo venían pidiendo hace tiempo: “¿Cuándo vas a hacer tu unipersonal? ¿Cuándo vas a hacer tu unipersonal?”. Sobre todo, cuando hice un monólogo dentro del espectáculo Gemelas, con Gladys Florimonte. Yo tenía unos 15 minutos de monólogo hablando del embarazo, y a partir de ahí me empezaron a pedir que hiciera un espectáculo yo sola, contando cosas de mi vida. Con Alfredo [Leirós] decíamos: “Un día tenemos que hacerlo”. Pero teníamos que tener tiempo para escribir. Hay que sentarse a escribir. Lo hicimos entre los dos, es muy autobiográfico, son todas anécdotas mías. Veíamos entre los dos cómo contar algo, cómo suavizar otra cosa, dónde poner el humor y dónde apelar a la emoción.
¿Te interpeló el paso del tiempo y sentirte cerca de los 50?
No, no porque tengo una vida… mirá que en una hora y cuarenta minutos hice un repaso así nomás. Puedo hacer una segunda parte y después una tercera.
Terminás diciendo, repitiendo como un mantra: “Mi paz no se negocia”. Poneme algunos ejemplos de qué tipo de cosas no aceptás, con qué no transás porque afecta tu paz.
Yo ya no paso una Navidad con 60 personas a las que no veo en todo el año, la paso con cuatro o con seis, con los que estemos en ese momento. Y si siento que quiero pasarla en Cabo Polonio con amigos, la paso en Cabo Polonio con amigos, y no me vestí, no armé el arbolito y no hice nada especial para esa noche, porque es una noche más. Estando en familia, para mí, es una Navidad constante. Puede sonar cursi, pero el concepto de la Navidad de estar “en familia” lo vivo diariamente.
No voy a lugares por compromiso, no me interesa quedar bien con nadie. Antes me pedían una nota, y tenía que cancelar una clase de algo. Ahora no cancelo nada por otro plan, mi tiempo es mi tiempo y es para mí. Porque todo eso me ha servido como crecimiento para mí. No voy a dejar de hacer algo que me hace bien, porque después ando malhumorada todo el día. Eso es “mi paz no se negocia”.
Vuelvo al título de tu unipersonal: me decías que cuando esos rumores estaban en la calle, no te afectaron. El tiempo pasó, vos creciste, maduraste, formaste una familia. ¿Cuánto te importa o te afecta hoy lo que “se diga de vos”?
Nada. Y de hecho, hago dinero de eso. Lo capitalizo.
¿Sos feliz?
Sí, elijo serlo todos los días.