Por The New York Times | Ruth Maclean
Se escuchan disparos. Corre el rumor de que el Ejército dio un golpe de Estado. El presidente no aparece por ninguna parte. La nación enciende la televisión y cambia al canal estatal, donde ve a los nuevos líderes, con boinas y ropa militar, anunciar que la constitución ha sido suspendida, la asamblea nacional disuelta y las fronteras cerradas.
En los últimos 18 meses, en escenas similares, los líderes militares han derrocado a los gobiernos de Malí, Chad, Guinea, Sudán y, ahora, Burkina Faso. El viernes pasado, los líderes de África Occidental convocaron una cumbre de emergencia sobre la situación en Burkina Faso, en la que el nuevo líder militar, el teniente coronel Paul-Henri Damiba, dijo a su pueblo en su primer discurso público el jueves por la noche que devolvería el país al orden constitucional “cuando las condiciones sean las adecuadas”.
El resurgimiento de los golpes de Estado ha alarmado a los líderes civiles que aún quedan en la región. El presidente de Ghana, Nana Akufo-Addo, declaró el viernes: “Representa una amenaza para la paz, la seguridad y la estabilidad en África Occidental”
Estas cinco naciones que en fechas recientes experimentaron golpes de Estado militares forman una línea discontinua que se extiende por la amplia franja de África, desde Guinea en la costa occidental hasta Sudán en el este.
Primero fue Malí, en agosto de 2020. El Ejército aprovechó el enojo de la población por el robo de las elecciones parlamentarias y la incapacidad del gobierno para proteger a su pueblo de los extremistas violentos, los soldados arrestaron al presidente Ibrahim Boubacar Keita y lo obligaron a dimitir en televisión estatal. De hecho, en Malí hubo dos golpes de Estado en un lapso de nueve meses.
En abril de 2021, se produjo un golpe inusual en Chad. Un presidente que había gobernado durante treinta años fue asesinado en el campo de batalla y, acto seguido, se instaló a su hijo en su lugar, lo cual viola la constitución.
En marzo de 2021, se produjo un intento fallido de golpe de Estado en Níger y en septiembre de 2021 le tocó el turno a Guinea: un oficial de alto rango entrenado por Estados Unidos derrocó a un presidente que había intentado aferrarse al poder. Luego, en octubre, vino el turno de Sudán: los principales generales del país tomaron el poder, para lo cual incumplieron un acuerdo de reparto del poder que debía conducir a las primeras elecciones libres del país en décadas.
Ahora, el Ejército que tomó el poder de manera ilegal gobierna a más de 114 millones de personas. En 2021, se produjeron cuatro golpes de Estado con éxito en África; no había habido tantos en un solo año desde 1999. El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, lo llamó “una epidemia de golpes de Estado”.
¿Por qué tantos golpes de Estado en tan poco tiempo?
Los golpes de Estado son contagiosos. Cuando cayó el gobierno de Malí, los analistas advirtieron que Burkina Faso podría seguir su ejemplo. Ahora que lo ha hecho, advierten que si no se castiga a los golpistas, habrá más golpes en la región.
Existen muchas razones por las cuales la gente está harta de sus gobiernos: importantes amenazas a la seguridad, incesantes catástrofes humanitarias y millones de jóvenes sin oportunidades.
El desempeño de los gobiernos es abismal, comentó Abdul Zanya Salifu, académico de la Universidad de Calgary en Alberta, Canadá, quien concentra su trabajo en el Sahel, la franja de África que se encuentra justo debajo del Sahara. Así que, continuó, el Ejército piensa: “Pues, ¿por qué no tomar el poder?”.
Los tres países del Sahel donde hubo golpes de Estado recientes —Malí, Burkina Faso y Chad— están luchando contra insurgencias islámicas que siguen extendiéndose, aprovechando las tensiones locales y los agravios contra las élites políticas.
El golpe de Estado en Malí se produjo, en parte, porque el gobierno no pudo frenar la expansión de grupos con conexiones difusas con Al Qaeda y el Estado Islámico. En Burkina Faso, un atentado en noviembre que dejó casi 50 policías militares muertos se considera un acontecimiento clave que condujo al golpe de Estado dos meses después.
Millones de personas en toda la región del Sahel fueron desplazadas, hay miles de muertos y, con frecuencia, la gente dice que los políticos parecen no darse cuenta ni preocuparse, a bordo de autos de lujo y con sus hijos en costosas escuelas extranjeras. Es una combinación explosiva.
¿Cómo ve el pueblo que el Ejército tome el poder?
Mientras su presidente estaba privado de su libertad en una base militar, cientos de malienses celebraron con los soldados en las calles. No todos apoyaron el golpe. Pero la popularidad de la junta ha crecido, a pesar de que volvió a tomar el poder en mayo de 2021 (el segundo golpe en un inquietante lapso de nueve meses), esta vez de manos de los líderes civiles que habían sido designados para dirigir la transición a las elecciones.
El bloque económico regional, la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), impuso sanciones que en parte tenían la intención de hacer que los malienses rechazaran a la junta, para presionar a los líderes militares a comprometerse con un calendario electoral rápido.
Sin embargo, “lo que está ocurriendo es exactamente lo contrario”, afirmó Ornella Moderan, directora del Programa del Sahel del Instituto de Estudios de Seguridad, con sede en Pretoria, Sudáfrica. Las sanciones han provocado ira, pero contra la CEDEAO, no contra la junta. Los gobernantes militares, que se considera que hacen frente a extranjeros egoístas, cuentan ahora con un apoyo abrumador, según los analistas y las noticias locales.
En la vecina Guinea, en un principio, algunos vieron al líder del golpe como un libertador, pero muchos se encerraron en casa, temerosos por lo que pudiera suceder después.
En Burkina Faso, un país que ha experimentado muchos golpes de Estado, hubo un puñado de concentraciones a favor del golpe el día después de que los militares tomaron el poder, pero mucha gente se limitó a ir a trabajar como de costumbre.
Algunos dijeron que los había inspirado la manera en que la junta del vecino Malí se había enfrentado a Francia, la antigua potencia colonial cada vez más impopular.
“Quienquiera que tome el poder ahora, tiene que seguir el ejemplo de Malí: rechazar a Francia y empezar a tomar nuestras propias decisiones”, comentó Anatole Compaore, cliente de un mercado de teléfonos móviles en Uagadugú, en las primeras horas del golpe.
El sentimiento promilitar no se extiende a Sudán. Allí, un levantamiento popular había logrado derrocar a un dictador militar en 2019, pero la indignación pública se mantiene desde octubre, cuando los militares retomaron el control total del gobierno y detuvieron al primer ministro civil que había formado parte de lo que se suponía era un gobierno de reparto de poder.
Si puede derrocar gobiernos, ¿el Ejército de estos países es muy fuerte?
No necesariamente. Las fuerzas armadas de Malí y Burkina Faso tienen poco o ningún control sobre las vastas áreas de sus territorios y dependen mucho de ejércitos paramilitares de autodefensa con poca preparación y antecedentes cuestionables en materia de derechos humanos. El Ejército de Chad está considerado como uno de los más fuertes del continente, pero no ha conseguido detener los mortíferos ataques de Boko Haram y de su grupo escindido, la Provincia de Estado Islámico de África Occidental, una insurgencia que tiene ya diez años de existencia. Los militares tampoco pudieron evitar que el presidente de Chad, Idriss Déby, un general retirado, muriera en el campo de batalla cuando los rebeldes intentaron derrocar a su gobierno.
Paradójicamente, la debilidad de las fuerzas armadas de Burkina Faso fue un factor importante en el golpe. En noviembre, 49 policías militares y 4 civiles fueron asesinados en la localidad norteña de Inata. Tanto el Ejército como la opinión pública se indignaron al ver que sus oficiales no tenían el equipamiento ni la capacitación suficiente para resistir un ataque así. ¿Cuál ha sido la respuesta de los poderes regionales e internacionales?
Las organizaciones africanas e internacionales reaccionaron con declaraciones condenatorias y sanciones, y en Malí, con la amenaza de que una fuerza regional de reserva invadirá el país, pero pocos se toman esto último muy en serio.
La Unión Africana suspendió a Malí, Guinea y Sudán, pero no a Chad, lo cual supone la aplicación de un doble rasero que, según advirtieron los analistas, podría tener consecuencias nefastas para África. Para algunos, esto fue una prueba de que la Unión Africana se ha convertido en poco más que un club de dictadores débil y sesgado.
Tras el golpe de Estado en Burkina Faso, el bloque económico regional, la CEDEAO, emitió una declaración en la que afirmaba que ese acto “no puede ser tolerado” y ordenaba a los soldados que regresaran a sus cuarteles. No obstante, no se tiene certeza sobre lo que puede hacer la CEDEAO, dado su dudoso historial de mediación en Malí.
Las potencias más lejanas no han actuado mejor. Estados Unidos, la Unión Europea y Francia respaldaron las sanciones a Malí, pero en el Consejo de Seguridad de la ONU, Rusia y China bloquearon una declaración de apoyo.
Las potencias internacionales insisten en que los gobiernos militares deben celebrar elecciones de inmediato. Pero esta exigencia irrita a algunas personas que piensan que el Ejército actúa en beneficio del país. Una multitud se congrega en la plaza principal de Uagadugú, Burkina Faso, un día después de que el Ejército anunció un golpe de Estado en televisión nacional, el 25 de enero de 2022. (Malin Fezehai/The New York Times).