Por The New York Times | Nicholas Confessore
Mientras el gobernador de Florida, Ron DeSantis, busca la nominación a la candidatura presidencial republicana, ha moldeado su campaña y su personaje político en torno a una guerra contra la supuesta clase dirigente del país: una élite incompetente e irresponsable de burócratas, periodistas, educadores y otros “expertos” cuya autoridad perniciosa e inmerecida el gobernador ha jurado derrotar. A pesar de sus dificultades en la campaña electoral, DeSantis se ha convertido en el capitán de una nueva vanguardia conservadora que ve las escuelas y universidades públicas como el principal campo de batalla de las guerras culturales, y sus políticas educativas en Florida como un modelo para los estados republicanos de todo el país.
Sin embargo, la clase dirigente que DeSantis critica es la misma a la que pertenece. Educado en las escuelas de Derecho de las universidades de Yale y Harvard, pasó los primeros años de su edad adulta subiendo como la espuma en la élite estadounidense. Un análisis de The New York Times revela cómo DeSantis, aunque se sentía bastante decepcionado por su paso por las instituciones de élite, también fue muy astuto a la hora de entender cómo podía sacarles provecho. Ahora ofrece al electorado una historia revisionista de sus propios encuentros con la clase dirigente para reforzar sus argumentos a favor de hacerla a un lado y de rehacer la educación pública misma.
A continuación, las cinco conclusiones de nuestro artículo de The New York Times.
Cosechó los beneficios de una educación de élite.
Durante su campaña, DeSantis suele describir sus años en las escuelas de Derecho de Yale y Harvard como un periodo detrás de las filas enemigas y describe ambas instituciones como lugares donde los estudiantes y los profesores eran antiestadounideses. Pero su experiencia general fue más variada de lo que reconoce.
En Yale, formó parte de St. Elmo, una de las “sociedades secretas” de la facultad, conocida por ser desde hace tiempo un semillero de futuros senadores y presidentes. Aunque, según él, Harvard estaba dominada por los “estudios jurídicos críticos” de izquierdas, la doctrina estaba en decadencia cuando él llegó y la escuela le proporcionó acceso a los intermediarios del poder de la conservadora Sociedad Federalista.
Cuando ingresó en la política, su currículo de élite lo ayudó a atraer a donantes adinerados, recaudar fondos y conseguir contactos con republicanos importantes. Como reconoció en una mesa redonda en Cambridge, Massachusetts, poco antes de presentarse por primera vez a gobernador: “Harvard les abre muchas puertas” a los aspirantes a políticos.
Sus hermanos de fraternidad recordaron rituales de novatadas y una temprana comodidad con el poder.
Haciendo eco del propio relato de DeSantis sobre el choque cultural en Yale, antiguos compañeros de clase contaron que el futuro gobernador, que procedía de la ciudad suburbana de clase media de Dunedin, en la costa del Golfo, quedó perplejo y muy pronto se sintió ajeno al campus más cosmopolita y diverso de Yale.
Encontró a sus almas gemelas en el equipo de béisbol y en la fraternidad Delta Kappa Epsilon, donde participó en los brutales rituales de novatadas de la fraternidad, un ejemplo temprano, en opinión de algunos antiguos hermanos de fraternidad, de su comodidad con el poder y la intimidación.
En una ocasión, DeSantis y otros hermanos hicieron una broma en la que había que poner en marcha una batidora entre las piernas de un novato con los ojos vendados. Durante la “semana infernal” de la fraternidad, que se llevaba a cabo en invierno, DeSantis obligó a un novato a llevar un pantalón de béisbol con la parte trasera y los muslos recortados, dejando al descubierto sus nalgas y genitales, según declararon antiguos hermanos y novatos. DeSantis negó estas versiones a través de su vocero, quien las calificó de “afirmaciones ridículas y completamente falsas”.
DeSantis llegó tarde a las guerras culturales.
En la actualidad, no se puede dejar de asociar a DeSantis con políticas que se enfrentan a lo que él considera ideología de izquierdas en las escuelas y universidades públicas de Florida. Estos son algunos ejemplos: su intervención en la escuela de artes liberales New College; las iniciativas que facilitan a los padres cuestionar los libros disponibles en las escuelas primarias y secundarias; una ley que prohíbe hablar en clase sobre orientación sexual e identidad de género que no se consideren “apropiadas para la edad”, así como las prohibiciones contra la enseñanza de ideas como el “racismo sistémico” en las cátedras principales de las universidades públicas.
Sin embargo, según el Times, nadie veía venir su ascenso como principal guerrero cultural de su partido. Durante gran parte de su carrera política, incluidos sus primeros años como gobernador de Florida, no se le identificó como alguien interesado en la política educativa ni en los debates sobre raza y género (cuando un legislador de Florida propuso por primera vez abolir por completo el New College, DeSantis respondió: “¿Qué es el New College?”).
Se necesitó la pandemia de coronavirus (y las reacciones contra los mandatos de usar cubrebocas, los cierres de escuelas y la difusión de planes de estudios “antirracistas” y de “equidad”) para que DeSantis se diera cuenta del poder político de las cuestiones educativas y consolidara sus sospechas sobre los expertos académicos y científicos.
Encontró una causa común con un nuevo grupo de académicos conservadores.
Mientras luchaba contra la teoría crítica de la raza y las élites burócratas, DeSantis se vinculó con un movimiento creciente de académicos y activistas conservadores fuera de Florida, en particular en el Hillsdale College de Míchigan y el Claremont Institute de California.
Hace poco, en un retiro de donadores, DeSantis incluyó un panel de Claremont destinado a “definir el ‘régimen’ que nos gobierna con ilegalidad” y exponer una estrategia para “hacer que los estados sean más autónomos del régimen de la conciencia social exacerbada (conocida en inglés como “woke”) al librarse de los intereses de izquierda”, según correos electrónicos de planificación obtenidos por el Times.
En un informe en el que se pedía que Florida aboliera los programas de diversidad, uno de los expertos —que en 2021 argumentó en un discurso que el feminismo hace a las mujeres “más medicadas, entrometidas y pendencieras”— instaba a DeSantis a “ordenar investigaciones de derechos civiles en todas las unidades universitarias en las que las mujeres superen ampliamente en número a los hombres” y a erradicar “cualquier elemento en contra de los hombres del plan de estudios”.
Sus políticas han cambiado de rumbo en materia de libertad de cátedra.
En Florida, DeSantis se alejó por completo del compromiso que había hecho antes de mantener la libertad de cátedra. Incluso cuando pide desmantelar la ortodoxia “woke”, ha impuesto otra, con una prohibición radical de la enseñanza de la “política de identidad” en las clases obligatorias en los colegios y universidades públicas de Florida. En nombre de los “derechos de los padres”, las políticas respaldadas por DeSantis han dado a los floridanos conservadores un derecho de veto sobre los libros y planes de estudio favorecidos por sus vecinos más liberales.
Una persona designada por DeSantis, el activista conservador Chris Rufo, ha argumentado que “el objetivo de la universidad no es la indagación libre”. En los tribunales, los abogados del gobierno de DeSantis han esgrimido que el concepto de libertad de cátedra no aplica a los maestros de las universidades públicas, cuya enseñanza es un mero “discurso gubernamental”, controlable por funcionarios debidamente electos. Ron DeSantis pronuncia un discurso en el Prep Partners Group en Rochester, Nuevo Hampshire, el 31 de julio de 2023. (David Degner/The New York Times)