Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Alfredo Casero (61) es un tipo camaleónico: puede pasar de un modo zen y zurcidor de conflictos a un virulento soberbio que se jacta de ser un playboy que vive seis meses en Mallorca y está en una playa con una rubia; puede gritar y luego bajará la voz para hablar casi como en un susurro; puede decir que nunca le interesó llenar un estadio con su música como Soda Stereo, porque para eso prefiere llenarlos en Japón (como lo hizo). Puede cantar como un tenor español del 1600 y luego hacerlo en uchinaguchi, el idioma local de los nacidos en Okinawa. Puede hablar como el porteño de La Boca que es, y luego hablar como un “canario” uruguayo. O recordar cómo comía milanesitas niponas solito, a metros de un Lenny Kravitz rodeado de “18 guardaespaldas”, antes de salir a cantar en la TV nipona.
Puede decir que él y todos en su familia saben cómo hacer productos de calidad y “de culto” como Cha cha cha, para luego reconocer que nunca fue masivo y hoy, aunque quisiera, no podría serlo porque en su país está “cancelado” por sus opiniones. Puede despotricar —y de hecho lo hace— contra el matrimonio K en Argentina y contra Mujica y Topolansky en Uruguay; justificarse por sus agravios en Twitter de hace algunos años y decir que lo hizo porque Uruguay es su amigo, no así Chile o Bolivia, países que no le interesan y donde no tendría nada que hacer. Puede decir que él hizo de todo en la vida, desde ser chofer de taxis a vender pececitos en bolsas, trabajar en embarcaciones o arreglar autos, pero su vocación está en la búsqueda de la belleza y la calidad. Puede decir que él tuvo la mejor banda de música de su país (elogiada por el flaco Spinetta), que metió hitazos en Japón y no hizo más porque no tuvo ganas.
Y puede invitarte a su show en el Teatro Stella D’Italia el 26 de abril: “Si querés, vení” se llama ese espectáculo de The Casero Experimendo. Habrá un Batman uruguayo (guiño al Cha cha cha con Capusotto y Alberti que acá veíamos en I-Sat) y muchas sorpresas. Allí gritará, polemizará, desafiará al público, hará reír, hará enojar, puteará, cantará y actuará: todo lo que hizo en esta charla, en las butacas del teatro vacío.
“¿Por qué un programa es de culto? Porque las ideas son muy buenas, porque las ideas son perecederas, porque no hay que darle más bola a la corrección y sí a la acción, y la acción tiene que ser libre para que salga todo lo que tiene implícito la realidad.”
¿Cuál es tu vocación?
Hay una vocación del alma, una vocación práctica y una vocación que viene. La vocación de alma es la vocación por la libertad, la belleza, lo bueno y el bien. A mí me gusta todo lo que es bello y lo veo como el bien; a mí me gusta todo lo que es bueno, porque realmente veo que alguien puso mucho para que sea bueno. Y el bien es una cosa por la que hay que pelear todos los días, hay que tener vocación.
La vocación tiene que ver con el servicio que uno quiere darle al humano, para que tu nombre quede en la memoria de los que aprenden, para decirlo de alguna manera. También tiene que ver con la pedagogía, con poder enseñar el camino que yo pasé o el que me parece.
Y lo otro es hacer reír, pero no diría que es un servicio, porque es el puro egoísmo, absoluto puro egoísmo, de que yo tengo que reírme primero para hacerte reír a vos. A mí me gusta la carcajada, no me gusta la sonrisa. Lo humano genera la vocación.
¿De qué trabajaste antes de empezar a hacer humor?
Yo soy un mecánico bueno, muy bueno. Hoy por hoy trabajo de eso. Ahora estoy mucho mejor porque hubo un crecimiento muy grande de los elementos, hay otros metales, hay otras formas de medición, otros aparatos para medir. Ahora estoy armando autos que son camionetitas, pero con motorización moderna, para que no tengan que pagar impuestos. Entonces, te hago un rastrojero con motor Audi A19 de 1.900 centímetros cúbicos con diferencial de Torino, entonces podés andar a 100 km/h con una camionetita y no te para la Policía. Ya le armé uno a mi hijo, y armé otro.
Pero ¿de qué me tocó laburar? De todo: a los 9 años vendía bocaditos Holanda en el tren; a los 11 años vendía pececitos en bolsa en un lugar donde los padres iban con sus hijos y ninguno pescaba; después me compré una bicimoto, después un Peugeot; empecé a hacer pequeños negocios, compraba cosas y vendía cosas; me tocó trabajar en lo de un judío que hacía tapados; trabajé en un taller mecánico porque quería aprender, me tocó laburar lijando macilla plástica; me fui a la Dársena F y empecé a trabajar en el río, también aprendí a bucear y trabajé en buceo; fui soldador y cortador; trabajé en un taller de reparaciones navales, estuve embarcado y trabajé en barcos de langostinos; fui tachero… De todo.
Empezaste en el under, en el Parakultural porteño. ¿Cuál es el encanto de hacer arte en lo under que se pierde cuando pasás a tener éxito comercial?
Yo trabajaba en el Parakultural y lo primero que hice, cuando empecé con Cha cha cha, fue llevar a la gente que trabajaba ahí conmigo. En Buenos Aires vos sacás la cabeza un poquito así y te la cortan: “Somos todos del under, pero ninguno vaya a sacar un poco la cabeza, tenemos que ser pobres todos, tenemos que estar mal todos y el que se va, se va”. Yo me fui y llamé a algunos. Muchos de los que empezaron en Cha cha cha venían del Parakultural.
[Alejandro] Urdampilleta es uno de los mejores actores de la Argentina, [Humberto] Tortonese también es un gran actor, pero la luz blanca de uno no significa que la luz verde de otro sea menos, son reflejos de la misma cosa. ¿Qué es el under? Donde uno hace, donde vos puedas hacer y donde te valés de vos mismo para que la gente vaya a verte. Y tiene su encanto, claro. En lo personal, nunca me puse comercial, sino me hubiera ido mejor. Es gánico [sic], si es lo que vos tenés ganas de hacer, ya está.
En los 90 protagonizaste, junto a Diego Capusotto y Fabio Alberti, un exitazo como Cha cha cha, un programa de humor en TV que, visto desde hoy, se ve como “de culto”. ¿A qué lo atribuís?
Mirá, yo me acuerdo de Jaujarana: agarraron a los relatores de fútbol más importante del momento y relataron un partido de fútbol entre los indios contra los conquistadores. Eso fue en 1963. ¡Mirá si Uruguay no tiene tradición en olvidarse de lo bueno que ha tenido! Entonces, vos me preguntás por qué un programa queda de culto: porque las ideas son muy buenas, porque las ideas son perecederas, porque no hay que darle más bola a la corrección y sí a la acción, y la acción tiene que ser libre para que salga todo lo que tiene implícito, metido adentro, la realidad. Hay una galletita de chocolate que adentro tiene merengue o crema (se llama Oreo), y la come todo el mundo. A lo largo del tiempo, hay galletitas que se las olvidó todo el mundo y hay galletitas que vienen comiéndola desde el año 40. Esto que decís tiene 32 años ya.
O los pibes de Finoli finoli acá, me mataban… ¡Eran geniales! Y yo pensaba: cómo no hubo un puto argentino que hiciera un programa que estuviera despojado para poder tomar lo que le servía y darlo vuelta para ellos. Finoli finoli tenía una vitalidad propia, con los mismos ingredientes.
¿Existe un humor inteligente y un humor más burdo y popular? ¿O no hay tales distinciones en el humor?
Yo creo que no es que hay uno u otro. Creo que el humor existe porque existe la inteligencia, porque vos tenés que entrar desde las terminales nerviosas; yo tengo que entrar a tus terminales nerviosas (los ojos, los oídos) y decirte algo que adentro tuyo produzca una especie de convulsión que se llama risa. Por eso yo odio la sonrisa: cuando te hago cagar de la risa, ahí logré el cometido. El cometido es la explosión que se hace adentro tuyo, en tu cabeza. Y cuando conseguís eso, vas a volver a buscarlo, pa. Eso es químico.
¿El final de Cha cha cha tuvo que ver con una censura o por falta de rating?
Pasó así: como a Cha cha cha le iba muy bien y los canales empezaron a cambiar, por esos días tuve una reunión con Eurnekian, con los dueños del canal, la gente de América (salía por Canal 2)… Y en realidad, en ese momento, yo ya no podía seguir peleando para que entendieran. Cada programa era hablar con 20 personas para que me entendieran. Lo querían voltear y no sabían cómo, porque la gente lo acompañaba. No había nadie de ellos que pudiera decir: “Este es mi programa”. Los directores [del canal] me odiaban porque querían ser ellos, y yo no me di cuenta porque laburaba como un hijo de puta 24 horas por día por el programa. Entonces, se morían de odio los tipos. Decían: “¡Esto está mal, la edición está mal!”. Y yo les decía: “No, no está mal, vos no lo entendés… Esto va a pegar dentro de 10 años”. A todo el mundo le dije. “Vos ahora no lo entendés, pero en cinco años lo vas a entender”.
Entonces, eras consciente de que estaban adelantados a su época.
Yo cuando quiero hacer algo, un negocio o lo que sea, estoy pensando en el contexto en el que lo voy a armar. Si vendemos ballenitas para el cuello, nos vamos a cagar de hambre. Puede ser que si vendés “la” ballenita que todos buscan, tu empresa pueda tener 150 años. Pero si vos vas a largar un producto tenés que pensar en la gente que lo va a comprar. Lo único que puedo decir es que yo tenía claro qué es lo que iba a pasar con la televisión, qué es lo que iba a pasar con la gente… De la cabeza, que era el programa anterior, venía fraccionado en menos de dos minutos cada cosa, se adelantó a lo que ves hoy en el teléfono: no durás más de dos minutos mirando algo, y cambiás. Y eso fue en el año 92. Fue una visión adelantada, si querés.
Mutaste, has ido mutando… Luego fuiste actor dramático (hiciste Vulnerables en el 99, Culpables en 2001, Locas de amor en 2004, entre otras), pero también hiciste películas para cine o plataformas. ¿Buscabas explorar otros géneros por curiosidad artística, o sentías que eras más un actor que un comediante?
Mirá, más claro imposible: me ofrecieron el trabajo y tomé el reto. Ponele que vos sos aviador y te dicen: “Bueno, ahora tenés que ir a tal lado, y bajar y hacer tal cosa”. Y yo pregunto: “¿Y cuántos metros tengo para carretear?”, “Tenés 150 metros”, “Pero ¿cuánto necesito yo?”, “En 40 lo hacés”, “Bueno, lo hago”. Alguien me tuvo fe, y yo acepté el desafío. Además, a alguien le convenía por la gente que yo llevaba.
Pero vos dijiste “comediante”, y yo no soy un comediante: yo soy un cómico. Comediantes pueden ser Los Midachi. Yo soy un cómico. El cómico es un hijo de puta de mierda, malo, que a los únicos que ataca es a los cínicos. Es como si vos pusieras vinagre y una ameba, se la va a comer. El cómico es antagónico al cínico. Donde hay cinismo y hay un cómico, el cínico la pasa muy mal. El comediante es otra cosa: el tipo entra por una puerta, sale por allá. Me gusta la comedia, verla, y el drama es mucho más cómodo que hacer reír.
“Yo no soy un comediante: yo soy un cómico. Comediantes pueden ser Los Midachi. Yo soy un cómico. El cómico es un hijo de puta de mierda, malo, que a los únicos que ataca es a los cínicos. Donde hay cinismo y hay un cómico, el cínico la pasa muy mal.”
En los 90 también incursionaste en la música, pero fue en 2001 que metiste el hitazo “Shima Uta”, con música compuesta por el japonés Kazufumi Miyazawa, una canción que integró el disco oficial del Mundial 2002 en Japón y Corea. Ese disco, Casaerius, tenía otro hit como “Pizza conmigo”. Pero en tu carrera artística, ese disco y esos dos temas fueron como una golondrina que voló. Por lo menos desde acá, no nos enteramos más del Casero músico. ¿Qué pasó?
Uh, pero hice un montón de cosas… Hice “Bailando en la Sociedad Rural”…
Está bien, pero con “Pizza conmigo” y “Shima Uta” la colgaste en el ángulo, y después ya no.
Es que yo la voy a colgar en el ángulo cada vez que quiera. Pero ¿sabés qué pasa? Hay otros ángulos, hay otras pelotas y otros agujeros para meterla. Yo ya lo hice. Y nosotros, los playboys, cantamos frente a 50.000 personas, después nos peleamos con algún hijo de puta dictador y después nos tomamos un cafecito en un BMW de un amigo, o sentado en una playa de la gran puta con una rubia de la concha de su madre. Si yo no tengo una vida así, no quiero una vida. Jajajaja, ¡y cuando te lo dije a vos, me lo dije a mí!
Entonces, ¿no te dieron ganas de repetir el éxito de ese disco, Caeserius?
Siempre traté, y las cosas que hice después fueron de mucha calidad. Ahora, por ejemplo, estuve haciendo en España canciones de Sebastián Durón, que son del 1600, del cantar español del 1600. También hice unas obras de Jean-Baptiste Lully, un tipo que hacía teatro, que hizo Un burgués gentilhombre. Dentro de la obra, yo a ver, y había una canción [Casero imposta la voz y canta como un tenor]: “Y no pudiendo excedeeer a mi deseo el rigor”. Y yo dije: “Yo quiero cantar eso”. No me importa el japonés, no me importa nada. Eso es lindo, papi. Y después si eso pega o no pega forma parte de lo que voy a ser en el futuro. Vos boxeá bien, que el knock-out viene solo. Si vas a buscar el knock-out, terminás en la lona.
Pero ya sé por qué no volví a repetir el éxito de ese disco: porque lo mandé a la concha de su madre al gerente de la Sony, que era un mentiroso. Me dijo mentiras. Me dijo: “Estuve hablando con Fulano de tu disco, lo escuchó y le encantó”. Y yo estaba con el tipo y le pregunté: “¿Estuviste escuchando mi disco?”, “No, ¿qué disco?”. Además, pasó otra cosa. Con “Shima Uta”, al que le gané y después tuvo que ir a cantarle al papa fue a Diego Torres, y el productor de Diego Torres era el presidente de la Sony. Sabés cómo me hizo pagar que gané cinco Gardel de oro… y les devolví uno, porque ya era un choreo llevarme cinco.
“Con ‘Shima Uta’, al que le gané y después tuvo que ir a cantarle al papa fue a Diego Torres, y el productor de Diego Torres era el presidente de la Sony. Sabés cómo me hizo pagar que gané cinco Gardel de oro… y les devolví uno, ya era un choreo llevarme cinco.”
Por lo que te he escuchado, estás muy de acuerdo con el concepto de una “casta” política privilegiada de la que habla Javier Milei. Pero te pregunto: ¿no ha apelado a dirigentes de la casta para armar su gabinete de gobierno?
Claro. Yo estoy dispuesto a destruir a cualquiera que dice que va a hacer una cosa y hace otra. ¿Quiénes son la casta? [Luis] Caputo es un CEO, un tipo que trabaja en negocios internacionales gigantes. Si estás hablando de 53.000 millones de dólares, ¿vas a poner a un pelotudo como [Alex] Kicillof, con el que perdimos 23.000 millones de dólares por una pelotudez de una enferma mental y un tarado? Un Ejército vale 10.000 millones de dólares, y nosotros debemos 23.000 millones de dólares que se lo regalaron entre ellos.
¿Qué casta? ¿[Patricia] Bullrich? Bullrich está de este lado, cuando esté del otro lado, charlamos. De este lado hay que parar a los narcos, y no hay ninguno que se pare frente a los narcos, que son feísimos los narcos. Y tenemos problemas porque la droga que sale del interior, de la Triple Frontera, se viene en una hidrovía que la manejaba la Cámpora, y la pusieron a una mina que estuvo ahí y se fue a pelear contra ellos a las villas. Lo mejor que podían hacer era llamarla a ella. ¿[Daniel] Scioli? Si vos sabés que vas a jugar contra un equipo y los tenés bien dominados, porque no tienen nada, y el DT del equipo rival está preparando a uno, lo llamás a ese y le decís: “Vení, Fulano, vení a jugar con nosotros que estamos ganando”. Listo, lo dejaste sin nada al rival. Esas son estrategias políticas.
Pero tené la seguridad de que si yo veo a alguno en el gobierno de Milei que está haciendo una mierda, como la hacían antes, voy a ser el primero en patearle la cabeza. Yo no milito para ninguno, yo milito para mí y para la que piensa como yo.
¿Qué legado dejó el kirchnerismo en Argentina?
Un legado muy positivo dejó, porque hoy por hoy, la gente sabe quién es ladrón, sabe quién roba, sabe de qué manera roban, sabe de qué manera te mienten y los están mirando todo el día con lupa. Hace cinco años o 10 años nadie iba a decir: “¿A vos te parece que esté gobernando con su hermana y blablablá?”. Mirá, gracias a Dios que están mirando todo el día lo que hacen estos hijos de puta, porque cuando no los miraban, nos recontra cagaban. A ver ahora cómo se arreglan. Por eso ahora empieza una nueva era, pa.
“Tené la seguridad de que si veo a alguno en el gobierno de Milei que está haciendo una mierda, como la hacían antes, voy a ser el primero en patearle la cabeza. Yo no milito para ninguno, yo milito para mí y para el que piensa como yo.”
¿Creés en la famosa “grieta” que hay en la sociedad argentina? ¿Se nota fácilmente?
Claro, se nota en que mi hija va a un juzgado porque tiene un problema y le dicen: “¿Y por qué no traés a tu papá, que la arregla toda?”. Estás a merced de una micromilitancia, que si pueden hacer una minicagadita, te la hacen. Entonces, millones de cagaditas hacen un millón de cagadas. Es como ahora: yo no puedo decir nada porque al presidente nuevo lo maten a puteadas en redes. ¡Puteénlo! ¡Puteen todo lo que quieran! Pero háganlo bien, eh…, porque estos hijos de puta los están cagando a ustedes y me están cagando a mí también. Y díganme a dónde hay que tirar, porque yo le dije a la gente a dónde hay que tirar. No me largué porque soy un loco y quería fama. Yo hice un servicio por mi país, y lo volvería a hacer. Y te recomiendo que lo hagas, porque te sentís muy bien al final. Te sentirías muy mal si, pudiéndolo hacer, te hicieras el pelotudo.
¿Has perdido laburos en series y cine por tus expresiones políticas?
Sí, claro. Dejé de trabajar, no trabajé más. No puedo ir a un teatro porque los teatros están todos cooptados por los dueños de los teatros que toda la vida vivieron de la dádiva del Estado. Los productores, los directores, los actores, los músicos. Yo tuve la mejor banda [se refiere a la Halibour Fiberglass Sereneiders], robada, de la Argentina —me lo reconoció [Luis Alberto] Spinetta— y vos me dirás: “Uy, pero no ganaste nada con esa banda, no eras multitudinario”. Dejá, eso es para Soda Stereo, yo soy otra cosa… Yo no quiero ser eso. Y para meter cantidad de gente en un estadio, la meto en Japón. ¿Está mal tener ese pensamiento?
Pero sí, estoy cancelado, totalmente. Cancelado en muchos lugares, canales, todo, y ahora por todos los periodistas, después de lo que pasó con el periodismo. Si vos estuvieras en Buenos Aires y me invitás a mí, tus colegas te lo van a hacer sentir.
¿Cómo evaluás, con el tiempo, la fuerte discusión que tuviste con Luis Majul en La Nación+? Vos dijiste: “Nos chorearon la república, es muy claro”. Majul te pidió que te tranquilizaras, ahí empezó una discusión que fue elevándose, hasta que decidiste retirarte del estudio. Antes de irte, dijiste: “Los políticos, los periodistas, todos ustedes están haciendo lo que están haciendo, sabiéndolo”. ¿A qué te referiste?
A lo que pasó después: hubo un gran quilombo, donde saltaron un montón de personas que tenían la vaca atada, ¿sabés? Se supo que el periodista es al que le dicen: “Che, hay que armar un incendio”. Hacé de cuenta que vos, en vez de periodista, sos bombero, pero yo te pago a vos para que hagas un incendio provocado. ¿En qué te convertís? En un piromaníaco. Y vos vas a decir: “¡Pero hicimos un fuego!”, “Bueno, empezá a decir que el fuego está mal”. Vas a salir a decir: “El fuego está muy mal porque blablá”. Aparecieron los bomberos, y entonces te van a hacer decir: “Los bomberos, con su actitud poco conciliadora”. Y ahí empieza: “¡Es conciliadora!, ¡No, no es conciliadora!; ¡Sí, es conciliadora!”. Y, mientras tanto, venden ellos. Hasta que no viniera un hijo de puta y se plantara ahí… Fue algo más jodido lo que pasó detrás de las cámaras que lo que pasó ahí, por eso no hablé del todo, porque en otra mesa había un montón de políticos, y les dije un montón de cosas que ellos saben. Y lo que dije terminó pasando, porque ahora son todos investigadores. Cambió la historia, de parate ahí, decir dos boludeces y hacerte el gracioso.
Hubo una pica fuerte con el propio Majul…
Naaa, Majul no significa nada para mí. Es más, le diría que se la banque. Que se burlara de mí, no hay drama, estoy preparado para eso. El asunto fue ver que lo que estaba pasando alrededor, él veía lo que estaba pasando alrededor y le chupaba un huevo todo, cuando era un momento dramático que estábamos pasando. Nos estaban choreando todo el país.
Ahora volvés a actuar en Uruguay. Tu relación con nuestro país no ha sido muy armónica últimamente. En 2017 publicaste un tuit que decía: “A los que se van de vacaciones a la República Bolivariana de Uruguay, cuiden a los chicos, recuerden a Lola Chomnalez”. Y tuviste varios cruces con usuarios uruguayos, recuerdo uno con el humorista Marcel Keoroglian. Explicame desde el presente aquella postura tuya.
Cuando tu ex [vice]presidenta [Lucía Topolansky] va a Argentina y dice: “Qué linda la Argentina, lástima los argentinos”, me dio bronca, porque está cuestión de chuparse la mandarina… A ver, el que se paró con sus anteojos Oakley en Venezuela delante de toda la gente con Maduro al lado fue Mujica, no fui yo. Y yo no quiero a un Uruguay que ensalce al Che Guevara, porque el Che Guevara no fue ningún bueno. Y el pibe que crea que el Che era bueno, no sabe nada, porque nadie que fusila a nadie es bueno. Después viene la mina [Topolansky] y dice eso, bueno, me la banco… Pero ¿hasta cuándo me la banco? El amigo de mi enemigo es mi enemigo. O sea, lamentablemente, estaban en un lugar y en una situación que, menos mal, votaron otra cosa. Porque si no, íbamos a terminar siendo todos parte del Foro de San Pablo.
Y yo no quiero tener una Latinoamérica abrazada ni al narcotráfico ni a Cuba, porque tengo el derecho del mundo de elegir lo que quiero. Si yo no puedo decir lo que pienso, siendo amigo de Uruguay… Digo amigo de Uruguay porque lo quiero. Vos me decís: “Alfredo, ¿sos amigo de Chile?”. No, a Chile no voy ni en pedo. Me llamaron mil veces y no voy. ¿Bolivia? No paso ni por el espacio aéreo de Bolivia. ¿Sabés por qué? No tengo nada que hacer ahí, no son mis amigos y no me quieren. Andá a Bolivia, descomponete en la calle y te morís en la calle, tenés que pagar una fortuna para que te atiendan. O voy con el auto, pido nafta y no me la van a vender porque soy argentino. ¿Vos viste lo que pasó ahora con Milei? La mayoría de las exportaciones que había de Argentina a Bolivia la venían a comprar a la Argentina y se las llevaban así, contrabando hormiga por 800.000 lugares, y la mercadería que se llevaban estaba subvencionada para la gente pobre de Argentina, y estábamos subvencionándolo a Evo Morales. No podemos seguir asistiendo a ver a una madre idiota que le da de tomar la teta a cualquiera acá en Argentina. Me parece muy bien que paremos eso.
Entonces, no era un tema tuyo con los uruguayos, sino con nuestro gobierno de entonces… elegido por los uruguayos.
Pa, yo no era amigo de ese gobierno [el de Mujica]. Yo no. Ahora vengo acá, y el que venga y me diga cómo son las cosas, bueno, vemos. Pero cuando vos ves que tu vecino y tu amigo pierde el norte, pierde el sentido común y aplaude la misma mierda, cuando vos no sabés que me hizo mal a mí. Viene alguien y te lo dice, y vos pensás que yo soy tu enemigo, vos estás equivocado. Y si vos estás equivocado, el problema es tuyo. Yo vine y te lo dije. Si vos no lo querés escuchar, jodete.
Y dije “República Bolivariana” por infinidad de cosas que no voy a tratar acá… Por gente que te entraba, porque entraban 200 cubanos por el Chuy; los aviones que frenaban acá, los vuelos que no se registraban y que después significaba plata puesta en otros lugares, en Punta del Este, todo lo demás, que muchos argentinos que estábamos avispados y lo veíamos, sabíamos que era guita de gente bolivariana. ¿O vos te pensás que todos los venezolanos que mandan a sus hijos a nuestras universidades públicas y gratuitas son hijos de gente pobre? Y si sos rico en Venezuela, ¿qué estás haciendo en Venezuela?
“El que se paró con sus anteojos Oakley en Venezuela delante de toda la gente con Maduro al lado fue Mujica, no fui yo. Y yo no quiero a un Uruguay que ensalce al Che Guevara, porque el Che no fue ningún bueno, porque nadie que fusila a nadie es bueno.”
Hablame de The Casero Experimendo, el show que venís a hacer el 26 de abril al Teatro Stella D’Italia de Montevideo. ¿Qué vamos a ver los que vayamos a verte?
“Experimendo” es ver si me permiten acá durante dos o tres días hacer una pequeña movida, traer gente, empezar a ver cómo lo podemos poner, que ahí entre un Batman, que sea uruguayo, es lo mismo que yo hago en los teatros de Buenos Aires, pero hacerlo acá. Y ver si me puedo enganchar, que la gente tenga ganas, impulsar a la gente, y la bajada del espectáculo se llama: “Si querés, vení”. Yo, la verdad, tengo la suerte de poder hacer lo que tengo ganas. Yo vengo a Uruguay a ver a mis amigos, y discuto como loco con tipos que a veces les gano y a veces me ganan, vengo a charlar con viejos sabios. Yo voy al Bar Tabaré y no sé si no lo habré saludado al presidente [Lacalle Pou], porque es amigo de todos los tipos que eran amigos míos. Estoy feliz que tienen de presidente a un tipo que es una persona joven, que tiene ganas de hacer algo distinto. Ya demostramos que no alcanza la plata que tenga un país para que todos no trabajen.
¿Vamos a ver un monólogo de humor? ¿O vamos a ver al tipo político? ¿O al músico?
[Piensa] Dejame que te explique… Esto es un divertimento de un tipo que ya está de vuelta en esto, busca nueva gente que quiera seguir o tenga una idea más clara —ya que no la quieren seguir en mi país—, en un lugar donde son amigos, donde también estará el regalo de mis últimos trabajos. Si quieren venir, vengan. Yo plata para comer tengo, y tengo plata para el pasaje si quiero venir a Malvín a ver a mis amigos. Me chupa un huevo el triunfo, el éxito. Por ahí acá se da una de esas jornadas que yo tanto extraño, que son entre mágicas y locas.
Tus hijos Nazareno y Minerva se dedicaron a la actuación, como vos. Tu hija Guillermina es conductora de radio. ¿Cuál fue el último consejo que le diste a cada uno para que se desenvuelvan mejor en el ambiente?
El Neno, cuando cumplió 18 años, estábamos trabajando en un teatro en la calle Corrientes con el Alacrán [Rodolfo Samsó], ya íbamos a salir al escenario y lo agarré, y le dije: “Neno, ya aprendiste todo lo que tenías para aprender. Yo te suelto. Ya te solté, ya está. Pero acordate que después de tu nombre está mi apellido. Llegás a hacer una cagada y yo te cago a trompadas como si no te conociera”. No hubo mucho que explicar, había que hacer lo que había que hacer y de la manera que había que hacerlo. Guillermina siempre hizo la de ella. Pero en el caso del Neno y de Minerva, lo que más orgullo me da, es que donde van ellos a trabajar hay gente que tiene muy buen recuerdo de haber trabajado conmigo. Y la gente, cuando me habla a mí de mis hijos, me dicen que jamás llegaron tarde, ningún día. Ya se dieron cuenta: lo aprendieron viéndolo.
¿Sos feliz?
Sí, absolutamente, en los pequeñísimos lapsos que me permite la vida. En el resto, me torturo igual que vos.