Mientras a miles de periodistas que publican libros les da pudor llamarse “escritores”, Hernán Casciari (52) se llama a sí mismo, y sin ningún tapujo, escritor. Y bien que hace, porque la ficción se le da muy bien, muchísimo más que cuando escribe sobre cosas verdaderas. Ha publicado artículos, crónicas y ensayos en diarios con cierta pompa como El País de Madrid o La Nación de Buenos Aires —sitios donde trabajan periodistas, por supuesto—, pero él hizo otra cosa: escribió patrañas disfrazadas de hechos verídicos. Y lo más encantador (y desconcertante): avaladas por los medios.
Casciari siempre supo que sería escritor. No que quería serlo cuando fuera grande: no, simplemente supo que sería escritor. Dijo hace unos meses, en una charla para el ciclo Aprendemos Juntos 2030 del banco BBVA, que, desde niño, allá en Mercedes, provincia argentina de Buenos Aires, él sentía “adrenalina” con la idea de mentir, que sentía un cosquilleo especial en la epidermis cuando fabulaba. “Yo no sabía que eso era ser escritor. Mis padres tampoco lo sabían, y por eso me pegaban cada vez que lo hacía”, dijo, y despertó las risas de su auditorio. He ahí otra característica del trabajo de Casciari: escribe, sí, pero también lee en voz alta sus propios cuentos o diserta ante jóvenes curiosos como en el evento del banco. Entonces, llena auditorios.
Sus padres le dijeron, desde chico, que mentir estaba mal, pero él siguió mintiendo como forma de diseñar historias tan buenas y tan bien narradas que podían sacarlo del sopor y el tedio de su ciudad. Le aburría la verdad, le aburría poner el noticiero o abrir un diario y leer noticias con el inefable comienzo que debía resumir el qué, cómo, cuándo y por qué de la novedad publicable. Entonces, el chico gordito empezó a inventar historias y le fue cada vez mejor. Fue Mirtha Bertotti, una ama de casa que debía lidiar con su esposo y su suegro drogadicto, y ese texto novelado en un blog a comienzos de siglo fue oro puro: fue blog, libro, fue obra teatral (y éxito de taquilla), y luego también fue película. O se hizo pasar por Xabi L, un enfermo mental internado en un psiquiátrico que publicaba en un blog de El País español como forma de hacer terapia.
Con un apellido que no precisa del nombre de pila para que sepamos quién es y qué hace, el escritor que siempre supo que sería escritor se ganó un lugar por las ganas de hacer lo que quería hacer y por mandarse. Avanzó de prepo y ni bien pudo renunció a los medios de comunicación del establishment y fundó su propia editorial. Hoy no solo publica una revista muy bien lograda de cuentos y periodismo narrativo (Orsai), sino que, además, financia proyectos audiovisuales, series de TV y películas. Y lo hace dándole la espalda a las formas tradicionales de hacerlo: lo hace apelando a la audiencia, al público, al consumidor de sus productos narrativos y sin ninguna necesidad de rogarle a una institución del Estado o a un privado (como el banco que lo llamó para que inspire a otros con su oratoria). Así, por ejemplo, hizo una película, La uruguaya (2022), gracias al apoyo económico del público —no en forma de mecenazgo, sino que los interesados compraron bonos y luego ganaron dinero con la peli—, o puede pagarles a otros autores el 50% de las ganancias de libros vendidos, cuando las grandes editoriales arguyen que es imposible pagar más del 10.
El 21 de febrero, Casciari retomará una rutina que le encanta: llegar a Montevideo, dejar sus cosas en el hotel, pegarse una ducha y caminar una cuadra hasta la sala Camacuá, para leer cuentos de su autoría y luego firmar libros. Fue la excusa perfecta que encontré para hablar con un fabulador antisistema profesional.
Me da la impresión de que no sos lo que podríamos llamar un “periodista de raza”, porque desde inicios de los 90, en la revista La Ventana de tu pueblo, Mercedes, mezclabas realidad con ficción en tus textos. Y ese interés por la escritura autobiográfica, pero también por los cuentos y novelas, se consolidó con los años. ¿Es así?
No soy periodista de raza ni de ninguna otra clase, porque no soy periodista, no estudié periodismo. En realidad, no terminé el Secundario —o el liceo, como dicen en Uruguay—. Hago revistas, escribo cuentos, desde la Primaria incluso, pero periodista no soy, eso seguro. No podría manejarme bien con la verdad, no me interesa mucho.
¿Y cuál dirías que es el denominador común de tus textos, de toda tu obra?
Hay algo que por suerte puedo decir y es absolutamente real: nunca me senté a escribir sin ganas. Eso me parece que es un gran denominador común, porque tuve la suerte de que si en algún momento no tenía ganas de escribir o no podía o algo me bloqueaba, dejaba de hacerlo inmediatamente y no forzaba la máquina con esos textos muertos de la gente que no quiere escribir y tiene que escribir. Entonces, me parece que ese es un buen denominador común.
“Lo de la mujer gorda era todo un chiste que hacía en internet, pero que terminó funcionando, porque lo seguí haciendo con otros libros, y lo sigo haciendo. Ese puntapié inicial lo dan las nuevas tecnologías, sin dudas. Pero es lo mismo que hacía con la revista ‘La Ventana’”
A fines de los 90 insististe en la idea de enviar cuentos a concursos en Europa o Estados Unidos. ¿Te importaba mucho ganar un concurso, o te importaba más el premio en dólares o euros?
Las dos cosas. Me parece que uno de los grandes objetivos que debería empezar a tener un artista en el siglo XXI es que no tenga que ser una cosa o la otra. Uno de los problemones que todavía tiene el artista es que no se amiga con el dinero. No termina de amigarse públicamente con el dinero (en lo privado por supuesto que sí), pero no se anima a decir públicamente: “Che, yo quiero ganar plata”. Yo cuando mandaba cuentos a concursos tenía dos objetivos claros: uno, engañar al jurado. Engañarlo en el sentido de que yo iba a bibliotecas —cuando sabía quiénes eran los miembros del jurado—, los stalkeaba un poco, veía cómo escribían y después trataba de escribir como ellos, porque entendía que el ego es más fuerte que todo, entonces les iba a gustar leer cosas escritas parecidas a como escribían ellos. Eso en primera instancia; es una técnica literaria, trataba de tener una técnica. Y, por supuesto, no mandaba cuentos a concursos de la Municipalidad de Bragado. Mandaba a concursos donde pagaban muy bien. Y era para ganar plata, sin duda.
Es impresionante todo lo que sucedió con Más respeto que soy tu madre. Mucha gente podrá recordarlo como una obra de teatro protagonizada por Antonio Gasalla (vestido como mujer), pero todo comenzó con un blog (Weblog de una mujer gorda), que simulaba ser verídico, y no era más que una farsa, ficción pura. ¿Qué buscaste con ese blog?
Lo mismo que antes con los proyectos mercedinos. Yo nací en Mercedes, hacía una revista de farsa periodística, donde algunos de los vecinos creían que era verdad lo que yo contaba, o contábamos con el equipo de gente que trabajaba conmigo, otros entendían que era gracioso y falso. Y cuando apareció internet, yo entendí que internet era como un pueblo también. Entonces empecé a hacer exactamente lo mismo. Un grupo de gente sabía que era imposible que a una señora le pasaran tantas cosas, y otro grupo de gente creía en la existencia de esa señora, Mirta Bertotti. Hasta que di por finalizado el proyecto, avisé que era un autor y que eso era falso. Tuvo mucho éxito dentro de los circuitos de ese momento. Ganó un premio muy importante en Alemania ese blog como “el mejor blog del mundo”, en 2005. Eso hizo que un productor de teatro se interesara y ahí nos asociamos para lo que después fue Más respeto que soy tu madre, en teatro, pero al mismo tiempo se interesó [la editorial] Plaza & Janés y Random House Mondadori, y esa novela creo que salió en seis o siete idiomas. Y era todo un chiste que hacía en internet, pero que finalmente terminó funcionando, porque lo seguí haciendo con otros libros, y lo sigo haciendo. Ese puntapié inicial lo dan las nuevas tecnologías, sin dudas. Pero es lo mismo que hacía en el pueblo cuando armaba la revista La Ventana.
¿Significó un salto económico en tu carrera y tu popularidad la obra teatral porteña de 2008? Porque fue un éxito en las tablas, y vos eras el dueño de los derechos, el padre de la criatura...
Sí, claro. Fue un enorme éxito de taquilla. En comedia, uno de los más grandes del teatro argentino. Yo me acuerdo de que, en ese momento, me llevaba un euro por entrada. Creo que era el 7%. Y la obra de teatro superó el millón de espectadores en su segundo año, así que mi primer millón de euros lo hice con ese blog.
Tenés más de una docena de libros publicados entre crónicas, ensayos, cuentos y novelas. ¿Qué género te enamora más?
El cuento, sin dudas. El cuento es la unidad, el cuento es el metro, el cuento es el litro. Después podés tener océanos o podés tener gotitas, pero el litro es el litro. El cuento creo que es la mejor expresión de aquello que merece ser contado. Y a mí me gusta el cuento, tanto como consumidor como creador. Me gusta el cuento.
Sin embargo, los libros de cuentos para adultos no suelen vender muy bien. Hay excepciones: vos sos una de ellas, pienso en Mariana Enríquez como otra. Por lo general, si un escritor quiere vender bien, piensa en escribir “la gran novela”.
Ese es un dato real, en un punto, y, al mismo tiempo, me parece bastante excepcional, porque la gente escucha cuentos. Entonces, no sé si vende o no se vende, pero la gente escucha cuentos desde que es pequeñita. Desde que somos chicos escuchamos cuentos, no les decimos a nuestras abuelas: “Contame una novela”; les decimos: “Contame un cuento”. Hay algo ahí que a mí me conmueve mucho, que es la inmediatez. A mí me gustan los cuentos hasta de 5 minutos, poder contarte una historia en 5 minutos. Me gusta escucharlos, y más tiempo me cuesta un poco.
Siempre te atrajo eso de darle verosimilitud a una historia falsa y “venderla” como verdadera. Esa táctica se repitió en El País de Madrid. Y me suena raro que El País haya aceptado la idea. ¿Qué se propusieron? ¿Cuál era el pacto?
Yo ya había tenido mucho éxito con Más respeto que soy tu madre, entonces quisieron que yo hiciera un blog. Y a mí me pareció que si hacía un blog con mi nombre y mi apellido iba a arrastrar a una comunidad muy grande de gente que ya iba a leer lo mío porque lo escribía yo. Y a mí me interesa mucho de internet el anonimato. Entonces, me propuse averiguar si podía escribir una obra sin que mi nombre y mi apellido vinieran ya con su propio grupo de lectores. A ver si fracasaba rotundamente o era capaz de volver a enamorar o a interesar a un grupo de gente sin que supieran quién es el que hablaba. Y entonces le propuse [al medio] un trabajo mancomunado, porque ellos tenían que mentir inicialmente. Ellos tenían que decir: “Vamos a abrir un blog de un esquizofrénico de treinta y pico de años que está confinado de por vida en un instituto psiquiátrico del Vallés de Girona, después de haber matado a su padre a los 13 años”. Se llamaba Xabi L, esa letra del apellido indicaba que no se diría el apellido verdadero, pero el diario El País lo propuso, incluso, como un trabajo hasta terapéutico para ese personaje y lo dio por cierto.
“El juego era con el director de Cultura del diario, en que si en los comentarios de ese blog, en algún momento, un usuario descubría mi autoría, no se me pagaba el trabajo. Y en caso de que durante los seis meses de trabajo, nadie descubriera mi autoría, se me pagaría el doble”
El juego estaba internamente, con el director de Cultura del diario, en que si en los comentarios de ese blog, en algún momento, un usuario, un lector del diario, descubría mi autoría, no se me pagaba el trabajo. Y en caso de que durante los seis meses de trabajo, durante los 70 capítulos, si nadie descubría mi autoría, se me pagaría el doble de lo acordado. Esa fue una propuesta mía, porque soy muy afecto a las apuestas y ese tipo de juegos, que les resultó muy interesante. Yo no podía utilizar mi sistema humorístico, no podía utilizar el lenguaje argentino (la jerga), tenía que ser absolutamente español, y hasta catalán en la escritura, y me resultó un ejercicio muy interesante de narrativa. Lo hice entre finales de 2006 e inicios de 2007. Y funcionó maravillosamente. Muchos años después, cuando prescribió el contrato y el texto dejó de ser de ellos, en 2020 lo pude publicar como libro. Se llama Seis meses haciéndome el loco, y están todos los textos, donde nadie descubrió mi autoría, hasta el final. Y al final de todo, el propio diario El País aclaró que era una farsa. Fue un trabajo que me divirtió mucho. Después de eso, empecé a trabajar regularmente para el diario haciendo un blog que se llamó “Spoiler”, que duró cuatro o cinco años, que hablaba pura y exclusivamente sobre narrativas de series de televisión.
En 2010 hay un quiebre en tu carrera, un mojón ineludible: renunciás a El País (España) y La Nación (Argentina), los medios para los que trabajabas, para encarar un proyecto propio y muy personal, junto a tu amigo Christian Chiri Basilis. Ahí nace Editorial Orsai, con la revista Orsai como la vedette. Es un proyecto muy ambicioso (no incluye publicidad), pero muy arriesgado. ¿Cuál es el balance al día de hoy? ¿Has conseguido lo que pretendías?
Orsai sale desde 2010, tuvo una primera temporada de 16 ejemplares, estamos en la segunda temporada, y en un mes y medio se publica el número 10 de esa segunda temporada. La revista es el faro de todo Orsai. Estamos haciendo un montón de otras cosas: series de TV, películas, financiamiento de proyectos culturales difíciles de hacer, pero sin la revista no habría ninguna de todas esas cosas. La revista es el primer y único medio de literatura y crónica narrativa rentable en idioma español. Para empezar, ese fue el objetivo siempre: demostrar que es absolutamente falso que los proyectos culturales no son rentables y que los tiene que subsidiar el Estado, o tienen que tener publicidad. Nosotros no tenemos publicidad, no nos subsidió nunca jamás (ni lo hará) ningún Estado, ninguna universidad, ni nada. La revista existe porque tiene muchísima gente que la compra. Es la única razón por la que existe.
Por eso, la revista se vende únicamente en preventa. Es decir, antes de entrar a imprenta, sale un ejemplar de la revista ya prevendido absolutamente, y sale la cantidad exacta de ejemplares que se han comprado. Por eso liberamos inmediatamente el pdf, porque ya no es necesario seguir vendiéndola. Y es rentable gracias a eso. Gracias a que hay muchísima gente que la compra. Ese es nuestro objetivo en todas las cosas que hacemos: en libros, en las películas, en series de televisión. Es hacer partícipe a los usuarios de la creación de los contenidos, y eliminar todo tipo de intermediación. Cuando tenés un proyecto cultural y le pedís plata al Estado, o cuando tenés un proyecto cultural y le pedís plata al banco tal, lo primero que estás haciendo es dándole la llave al Estado o al privado para que ellos indiquen hasta cuándo podés jugar. Cuando ellos dejan de financiar tu revista, tu película, tu programa de TV, tu podcast, tu programa de radio, deja de existir. Y el esfuerzo que vos hiciste en almorzar con todos esos giles, lo podías haber hecho en invertir en lectores, en usuarios. Es mucho más divertido, porque esa gente no se va. Y si se va, es tu culpa. Si se va el banco tal, o se va el Estado, no es tu culpa, necesariamente.
Orsai es eso: es un sistema en donde no invitamos a participar a los que siempre participan económicamente; en cambio, invitamos a participar a los únicos dueños del proyecto: los usuarios.
Yo, como autor de libros en Uruguay, gano —como todos los escritores— un 10% del precio de tapa de cada libro vendido. Vos sos bastante más generoso con los autores que publican libros bajo el sello Orsai. ¿Cómo lo conseguís?
No es generosidad. Es la demostración de que la industria caga al autor. Una cosa es teorizar sobre esto. Antes de la existencia de Orsai se podía teorizar, entonces el editor te podía explicar por qué te daban el 10% y no estaban cagando al autor. Te hablaban de las necesidades de marketing, de esto, de lo otro… Siempre fue una conversación muy larga y muy tediosa. Nosotros decidimos darle al autor el 50%, sobre todo, para que dejen de teorizar pelotudeces. Para que tengan que reconocer, necesariamente: “Ok, los estamos cagando”. Nosotros pagamos el 50%.
Y no se rompe la cadena, y sigue funcionando, y el negocio no pierde rentabilidad…
Claro que no perdemos rentabilidad. Si no, no podríamos hacerlo. El hecho de que sigamos haciéndolo, a través del tiempo, hace que las grandes editoriales ya no puedan decir que no se puede hacer. Te dicen otra cosa, te dicen: “Ok, pero eso lo puede hacer Casciari solamente”. Te dicen que no es extrapolable.
“Cuando tenés un proyecto cultural y le pedís plata al Estado o al banco tal, lo que estás haciendo es dándole la llave al Estado o al privado para que indiquen hasta cuándo podés jugar. Cuando ellos dejan de financiar tu revista, tu película, o tu programa, deja de existir”
De repente también te dicen que el libro no estará bien exhibido en librerías…
Eso ya forma parte de una segunda cosa: el ego de los narradores y los escritores. Nosotros, cuando firmamos el contrato con los autores, les decimos. “Ustedes van a ganar el 50%, pero posiblemente no salga ninguna reseña del libro en los suplementos culturales de los diarios, porque eso es un negociado que hay con las grandes editoriales”. Si no sos una gran editorial, que te caga el 50%... Te lo digo así: al escritor le sacan el 40% para mimarle el ego, es así de simple. Y no es que gastan ese 40% para mimarle el ego, gastarán un 2% más para mimárselo, que son reseñas buenas en suplementos culturales, invitaciones pedorras a Ferias del Libro en Guadalajara, y cuatro pelotudeces más, que no son tan caras. No gastan el 40% que te sacan. Pero muchos escritores prefieren ser más pobres y fingir demencia cuando hay una buena reseña, como si fuera verdad. Por ejemplo, en Argentina yo no aparezco en el top 5 de los autores más vendidos, siendo que soy el más vendido. No aparezco. Porque es un tongo de las editoriales. Pero bueno, tampoco importa…
El 6 de diciembre de 2015 sufriste un infarto agudo de miocardio en Uruguay. Lo curioso es que ese episodio, en principio triste o alarmante, ¡también lo tradujiste en una obra! En textos, luego un libro (El mejor infarto de mi vida) y ahora se viene una serie de TV... Me suena a aquello de “si la vida te da limones, hacé una limonada”.
Sí, pero no es que pasa todo el tiempo. Lo que ocurrió en Montevideo con mi infarto y lo que pasó después, con el dueño de Airbnb, y Javier Artigas, su empresa, todo eso fue absolutamente increíble. Y fue verdad. Yo no creo que Disney haya comprado lo que yo escribí, si no la hubiera escrito me parece que también la hubieran comprado. Yo lo que hice fue visibilizarlo. Como escritor, lo visibilicé, pero me da la impresión de que tiene un poco que ver que yo lo haya escrito, para poder visibilizarlo, pero forma parte de un poco más grande. Lo que pasó fue increíble.
¿Cómo le fue a la película La uruguaya, adquirida por Orsai Audiovisuales, basada en el libro de Pedro Mairal?
Fue producida por Orsai Audiovisuales y dirigida por Ana García Blaya, que es una gran directora argentina, que elegimos para que dirigiera la película. Fue nuestro primer proyecto audiovisual, con muchísima timidez, con muchísima ingenuidad y con muy poca expectativa. Nos subimos y fue realmente increíble, por todo, por haberla hecho en medio de la pandemia, por haberla podido vender la película a una gran plataforma como lo es Disney y Star+, por haberla estrenado en cines, tanto en Montevideo como en Argentina; [fue] ganadora de festivales. Creo que todo lo que soñábamos como imposible se cumplió. Todo. No solamente no podíamos haber imaginado un destino mejor, sino que, como en un bingo, se cumplieron cada una de las fantasías de la película y es realmente increíble que yo hoy pueda prender la tele en Star+, en cualquier parte de Latinoamérica, y esté la película ahí. Después, que los socios productores recuperaron su inversión y ganaron dinero, me parece tremendo. Fue un proyecto pionero en su gestión, algo que nunca antes se había hecho. [N. de R.: Wikipedia explica a qué se refiere Casciari: “Se pusieron a la venta seis mil bonos con un valor de 100 dólares cada uno y se les dio la posibilidad a todos los socios de la comunidad de comprar un mínimo de un bono y un máximo de doscientos. Pero con una salvedad: no se trataba de un mecenazgo en el cual un grupo de gente ponía dinero para financiar un producto por amor al arte. Por el contrario: todas las ganancias que obtenga la película serán repartidas en forma proporcional entre los socios productores. El resultado fue que en menos de dos meses se agotaron todos los bonos y se consiguió algo excepcional en el universo del cine: juntar todo el dinero para producir una película antes de dar el primer paso”].
Tuviste un micro de lectura de cuentos en Telefe llamado Cuentos de medianoche y desde hace algunos años hacés giras leyendo tus propios cuentos. Si yo mismo puedo leer tus cuentos, ¿en qué consiste el encanto de escucharte a vos leerlos?
Yo lo puedo responder, para no responderlo desde ninguna soberbia, desde lo que me dicen. Lo que me dice la gente cuando firmo libros después de algún espectáculo en algún teatro, o cuando me mandan un mail, o cuando con mucha generosidad me halagan. Yo hice una especie de estadística improvisada en mi cabeza de los porqué. Y me parece que hay algo que tiene que ver con la entonación, una entonación coloquial, que practico, cuando leo, y se escapa de los cánones tradicionales de la solemnidad de la lectura de obra literaria. Se escapa de engolar la voz y hablar así [dice, impostando su voz como un locutor profesional], que me parece que en la cabeza del otro aburre, independientemente de lo que se diga. Es una práctica que empecé a usar en la radio, para que no se me vaya el oyente. En vez de decirle: “Había una vez, en un lejano país”, digo: “No sabés lo que me pasó ayer…”. Y empieza el cuento. Entonces, hay algo ahí de coloquial que, en principio, ayuda.
Después, me parece que ser el autor y no el intérprete también tiene un plus. No es lo mismo que quien te está contando no es al que le pasó, que el que te lo está contando es un locutor o un relator o narrador. Hay algo ahí —no importa si es falsa o verdadera la historia— que te mete más adentro de la historia. Y hay una tercera cosa, que esta sí que no la entiendo, pero me la dicen mucho, me dicen: “Cierro los ojos y lo veo”. Y ahí no tengo ninguna estrategia.
¿Volviste a sufrir con Argentina mirando la peli Muchachos, basada en textos tuyos sobre el Mundial de Catar?
Volví a disfrutar sin el pánico de no saber lo que iba a pasar. La película es buenísima. No digo que sea buenísima porque yo haya hecho algo al respecto. Me parece que la edición y los efectos de sonido en un cine provocan algo (la vi tres o cuatro veces, por trabajo), y te puedo decir que lo que provocan en la gente es increíble. Hablando con el director de la peli entendimos que hubo como el descubrimiento de un género, un género que sería la reacción futbolística en formato cine. Hubiera funcionado muy bien cuando Boca o River ganaron una Copa Libertadores. Y seguramente… se empiece a hacer, de ahora en más.
“Se cumplieron cada una de las fantasías de la película ‘La uruguaya’ y es increíble que yo hoy pueda poner Star+, en cualquier parte de Latinoamérica, y esté la película ahí, después que los socios productores recuperaron su inversión y ganaron dinero”
¿Cómo es eso de que “no creés” en la literatura? Lo dijiste en referencia a la manera tradicional de leer libros, en los tiempos que corren. Pero apuesto a que te sacaron de contexto. Contame vos qué quisiste decir.
No me sacaron de contexto. Funciona así la comunicación hoy día. La gente no tiene tiempo de escuchar 45 minutos de entrevista. Entonces, al no tener tiempo de escuchar la entrevista, hay un grupo de usuarios que generan recortes, que no necesariamente sacan lo mejor de la entrevista. Es un recorte es un recorte. Y cuando vos hablás, públicamente, frente a un micrófono, si a esta altura no sabés que va pasar eso, sos medio un pelotudo. Yo juego con las reglas de juego. A mí me divierte lo que pasó. No voy a andar diciéndole a cada uno: “Che, escuchá la entrevista entera, donde, justamente, digo que no hay tiempo”.
El quid de tu comentario era decir que la gente ya no lee grandes y voluminosos libros, como antes.
El punto es que ya estamos empezando a equivocarnos cuando decimos: “Vos, como escritor, ¿qué escribiste la semana pasada? ¿Qué vas a escribir?”, cuando la escritura (o la lectura) ya no es más la manera de generar o de recibir contenido. Más claro no puedo ser. La escritura es una modalidad del pasado que seguimos utilizando como referencia —leer y escribir—, pero ya no es la manera de recibir historias. Ya no es más la principal manera. Es como cuando Explorer dejó de ser el navegador principal y de repente era Firefox, y todos decían: “Bueno, pero debe seguir siendo Explorer”. No, solo vos tenés Explorer, ahora es Firefox. El mundo evolucionó. La palabra “leer” como única manera de recibir información de una historia está caduca. La usamos porque la usamos, por costumbre.
El 21 de febrero vas a estar en Montevideo, en la sala Camacuá, leyendo relatos de tu libro Cuentos contra reloj. ¿Qué esperás, además de que se llene, respecto a lo que pase allí con el público uruguayo?
Antes de la pandemia yo iba los últimos miércoles de cada mes a Camacuá. Espero poder volver a esa rutina. Me encantaba esa rutina. Iba a un hotel que estaba a una cuadra de Camacuá, llegaba, dejaba las cosas en el hotel, me pegaba una ducha, iba caminando hacia ahí, entraba por atrás y ya estaba lleno el lugar. Y contaba cuentos. A mí no me importa que sean los cuentos de mi último libro o del anterior, a mí la comunicación me gusta. Esa comunicación, y ese teatro en particular, por la historia que tiene, y reencontrarme con mis lectores, o mis espectadores, o con mis oyentes o con mis usuarios montevideanos. Reencontrarme. Para mí es tan importante estar arriba del escenario leyendo, como estar después en el hallcito firmando libros. Y una cosa dura una hora y media, y la otra también, o más. Es juntarnos. Es lo que espero, y supongo que es todo lo que esperan ellos.
Si tu vida estuviera comprimida en una novela, ¿qué título le pondrías a ese libro o cuál sería la idea de la contratapa “vendedora” del espíritu del libro?
“La escritura es una modalidad del pasado que seguimos utilizando como referencia —leer y escribir—, pero ya no es la manera de recibir historias. Ya no es más la principal manera”
“Ahogado, toda la vida”. Tengo esa respuesta desde la infancia o la adolescencia. Ese libro se llamaría Ahogado, toda la vida. Una vez, cuando cumplí 25 años, mi amigo Chiri me dijo: “Te voy a regalar una entrevista. Te voy a hacer una entrevista que dure dos [cassettes] TDK”. Y me dijo: “Eso te va a gustar cuando tengas 50 o 60”. Y fue eso: me hizo un montón de preguntas larguísimas, obviamente la tengo, él la transcribió e hicimos un libro nuestro, de nosotros nada más, y la última de esas preguntas fue: “¿Cómo preferís morir: ahogado o prendido fuego?”. Y la respuesta le dio el título a esa novela: “Ahogado, toda la vida”. Y la contratapa sería esto que te conté: esta charla con mi amigo a los 25 años y su última pregunta.
¿Sos feliz?
Había una frase motivacional o qué sé yo qué, que leí algún día, que decía que la felicidad no es una cosa a la que se llegaba, sino determinados momentos de los altibajos de la vida en donde, ni muy arriba ni muy abajo, en ese equilibrio, estaba, sin darnos cuenta, la felicidad. Yo durante un tiempo me creí eso, y ahora no lo creo tanto. Yo tengo 52 y puedo asegurar que hoy fui feliz. Digo “hoy fui” porque mañana no sé, mañana capaz que me llama el médico y me dice: “Mirá, te encontramos un tumor en tal lado”, y voy a dejar de serlo inmediatamente. Entonces, hasta este momento en que estamos charlando no me llamó el médico para decirme que me encontró algo.