El artista Carlos Páez Vilaró, que falleciera esta madrugada en Punta del Este, fue entrevistado hace tres años por el colaborador de Montevideo Portal César Bianchi, que lleva adelante el espacio "Seré curioso".
La entrevista fue realizada originalmente para la revista chilena "Veintemundos" en el veranod el 2011 y es reproducida a continuación por cortesía de su autor.
Carlos Páez Vilaró es un artista integral e inclasificable. Nacido en 1923, el uruguayo fue primero obrero de las artes gráficas en Buenos Aires, para luego incursionar en la pintura, la escultura, la cerámica, la arquitectura, la literatura, la música y el cine. De tez blanquísima y ojos celestes, se vio desde joven atraído por la cultura afrouruguaya. Volvió a su país en los años 40 y se vinculó a los habitantes del conventillo Mediomundo del barrio Sur: pintó cartones, murales, tambores, escribió letras de candombe y promovió el folclore con su arte.
Su pasión por la negritud lo llevó a un largo periplo por tierras africanas, donde recorrió Senegal, Camerún, el Congo y Nigeria, entre otros países. Desde hace más de medio siglo que todos los primeros viernes de febrero desfila con la cuerda de tambores "Morenada" por Las Llamadas, la mayor manifestación cultural de los negros en Uruguay.
En 1958 comenzó su proeza arquitectónica. Levantó un taller sobre los acantilados de roca de Punta Ballena, un balneario a 15 minutos de Punta del Este. Con la ayuda de pescadores recogía la madera que el mar traía los días de tormenta. Desafiando las líneas y los ángulos rectos que tanto respetan los arquitectos profesionales, este autodidacta fue construyendo con sus propias manos y sus pinceles lo que hoy es su escultura habitable: Casapueblo, donde vive y trabaja en su atelier.
Se codeó con los mejores artistas de distintas generaciones, y de todos ellos aprendió, para terminar definiendo un estilo propio y muy particular.
En 1972 la vida lo puso a prueba. Su hijo, Carlitos Páez, fue uno de los pasajeros del Fairchild de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrelló contra la cordillera de los Andes. Cuando los socorristas ya se habían rendido y el mundo entero daba por muertos a los jugadores de rugby y un grupo de amigos, él encabezó una búsqueda afanosa que lo llevó a viajar hasta Holanda para consultar al pitoniso más renombrado de Europa. Siempre supo, ha confesado, que su hijo estaba vivo. Él mismo lo fue a buscar a la nieve de la cordillera chilena cuando se supo que había 16 sobrevivientes.
Dejó su huella en América Latina, en Estados Unidos, la Polinesia, en Ceylán y en África, claro. Y todavía dice que no sabe qué es el éxito.
-¿De dónde saca tanta vitalidad a los 87 años?
-De mis ganas de seguir viviendo.
-¿Cómo es su rutina diaria?
-Trabajar. El trabajo es mi mayor descanso.
-Es empresario, escritor, escultor, pintor, ceramista: lo que se dice un artista multifacético. ¿Lo sigue conmoviendo el sol como fuente de inspiración o qué lo inquieta más por estos días a la hora de crear?
-Usted acierta: el sol es mi usina. Es mi amigo más antiguo. Viene a saludarme a diario cuando sale detrás de las montañas y a despedirse al fin de cada tarde cuando parte a iluminar otros sitios. No me gusta la palabra empresario.
-Su obra cumbre parece ser su hotel-taller Casapueblo, construido en los años sesenta con un innovador diseño, y creado por usted mismo. Tiene un estilo mediterráneo, pero usted ha hecho alusión al nido de los (pájaros) horneros. ¿Cómo lo concibió?
-Le aclaro que el hotel es una empresa vecina a mi taller. Por supuesto como está enclavado dentro de la mima estructura, muchos piensan que soy su propietario. En realidad ese sector debió ser una escuela del mar, como eran mis deseos, pero los malos tiempos me llevaron a aceptar ese cambio. En realidad al margen de que el hornero criollo fue inspirador al hacer su propia casa, también lo fue el hombre del campo, que construye su casa de adobe.
-¿Cuánto tiempo le demandó su construcción? ¿Se entusiasmaba conforme iba avanzando?
-Por supuesto. Cada paso o cada ladrillo que ponía, me llevaba a caminos insospechados. Casapueblo fue naciendo al paso modelada por mis propias manos y con la ayuda de pescadores y amigos no viciados en la arquitectura formal.
-Hoy todo parece ser "de autor": cocina de autor, periodismo de autor, vinos de autor. Casapueblo sí es una arquitectura de autor, este museo viviente es un antojo suyo. ¿Cómo renueva el amor por este lugar después de vivir en él tantos años?
-Casapueblo se transformó en mi propia vida. De ella parto en mis largos viajes pero siempre regreso como un bumerang... es mi barco encallado en los acantilados, con el que viajo hacia la ilusión.
-Los atardeceres en Punta Ballena, ¿le roban protagonismo a su vecina y más afamada Punta del Este?
-Creo que el sol se manifiesta igual en todos lados. Lo que sucede con mi sol es que está seguro que lo estamos despidiendo con cariño y un aplauso cada vez que se va.
-Cuando su hijo Carlos fue uno de los caídos en el accidente aéreo, en la conocida tragedia de los Andes, usted fue uno de los familiares que más buscó con ahínco y denodado esfuerzo a su hijo. Se convirtió en un rescatista más. Pero lo tildaron de loco. ¿Qué lo movió a semejante movilización?
-En parte la solidaridad de los chilenos que nunca dejaron de animarme, aún en las horas más decepcionantes. A Chile le debo un hijo.
-El libro "Entre mi hijo y yo, la Luna", ¿fue una catarsis o simplemente compartir su experiencia de esa búsqueda épica?
-Mi libro fue un libro diario de mis derrotas. No olvide que siempre que busqué, nada encontré. Pero sabía que tenía a Dios y a Chile de copilotos.
-Después de haber recorrido el mundo con su arte y haber conocido a Pablo Picasso, Jean Cocteau y Andy Warhol, entre otros, volvió a Uruguay para dedicarse a retratar el candombe y la cultura afrodescendiente. ¿Qué lo atrae de estas raíces culturales?
-Debo a la comprensión y sensibilidad de los afrodescendientes de mi país, el haber intentado tocar el arte. Detrás del candombe recorrí todos los países donde el negro tenía presencia, hasta culminar en África.
-¿Cómo se lleva con las redes sociales y las nuevas formas de relacionarse por internet?
-El único título que tengo es de dactilógrafo. Me recibí en la Academia Pitman, escribiendo 45 palabras por minuto. Con esto le quiero decir que gracias a saber manejar el teclado, puedo valerme de internet.
-¿Qué es el reconocimiento, y qué es el éxito?
-Me gustaría tocarlos un día.
-¿Se siente realizado o le falta algo?
-Crear un arte para no videntes. No me es dable comprender como un hombre puede vivir sin conocer el color.
Por César Bianchi