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Hasta hace no muchos años, el barrio lisboeta de Intendente no era de los más atractivos de la capital portuguesa, pese a tratarse de un sitio relativamente céntrico. La delincuencia, la prostitución y las drogas campaban a sus anchas por las calles, convirtiendo el vecindario en un área poco segura.
La situación mejoró bastante a partir de 2011, cuando António Costa, actual primer ministro del país, fue elegido alcalde de la ciudad y decidió trasladar allí sus oficinas, algo que le dio al barrio un plus de seguridad y movimiento. En la actualidad, la zona está mejor en todos los sentidos.
En esa área de la capital portuguesa recaló Luísa hace más de 30 años. Originaria de Angola, debió prostituirse para sobrevivir.
"Nunca digo que fui prostituta o trabajadora sexual, fui puta, es mi vida, no tengo vergüenza de ella, hice lo que necesitaba hacer para alimentar a mi hijo", cuenta en declaraciones al periódico local Diário de Notícias.
Luísa no fue siempre Luísa, hasta los 30 años se llamaba Luzia Martins. A los siete años, sus padres la pusieron en un barco rumbo a Lisboa, con el fin de que fuera sirvienta de sus padrinos, que estaban radicados allí. "Me gustaba mucho cocinar y no me gustaba la escuela, así que nunca estudié, pero empecé a ocuparme de la comida, y lo hacía bien", cuenta la mujer, que aprendió a leer y escribir luego de cumplir 50 años.
A los 30 años quedó embarazada, pero el padre del niño no se hizo cargo. "Mi padrino me expulsó de casa cuando el bebé tenía seis meses, y no tenía cómo arreglármelas", y fue entonces que comenzó a prostituirse. "Nunca olvidaré la primera vez que alquilé el cuerpo: cerré los ojos con mucha fuerza y sólo esperaba que él no me golpeara o huyera sin pagar, algo que sucedía mucho ", recuerda.
Estuvo más de dos décadas en la calle. De día paraba en Intendente, y por la noche en el Cais de Sodré, a orillas del Tajo. "Tenía un cuarto en la calle del Benformo, pero ese era sólo para mí y para mi hijo. Si levantaba a un hombre, lo llevaba a una pensión, se pagaba la hora, no era caro", relata.
El alcohol la ayudaba a anestesiar los dramas, pero en drogas -afirma- nunca se metió. "Cuando eres puta nunca piensas en el futuro, es un día a la vez. Nunca me pregunté qué haría cuando el cuerpo me fallara".
Y en el año 2012, el cuerpo finalmente le falló: se le diagnosticó cáncer de mama y tuvo que amputarse un seno, algo que puso brusco fin a su profesión de meretriz. Eso no estaba en los planes de Luísa, quien se quedó de la noche a la mañana sin saber qué hacer.
Sin embargo, en ese momento de penuria, el vecindario no le dio la espalda. "Fueron estas personas quienes me dieron una mano cuando pensé que ya no tenía soluciones, si no fuera por ellas, estaría en la calle o habría muerto", dice.
Lentamente, la vida Luísa comenzó a mejorar, casi como si se tratara de un indicador del propio barrio. "Primero abrió aquí un café moderno, luego otro", e Intendente se fue sumando al auge turístico que experimentaban otras zonas de la ciudad. Pero tanta modernización no se llevaba a cabo sin víctimas, y una de ellas fue la comida que la Comunidad Vida y Paz ofrecía gratuitamente a los más pobres, y que dejó de servirse, aunque -en opinión de Luísa- la "nueva prosperidad" no daba todavía para tanto.
Fue entonces que contactó con Largo Residencias, una cooperativa de proyectos artísticos y sociales de la zona, y juntos planearon la creación de un comedor comunitario, a cuyo frente se puso la propia Luísa. En los bares donde antiguamente "cazaba" hombres pidió muebles y vajillas de segunda mano. Comenzó a tomar clases en una entidad de caridad que funciona en el propio barrio, se alfabetizó y finalmente se mudó a una casa más grande en Almada -ciudad dormitorio al otro lado del río- donde vive con su hijo y nietos. Pero sigue siendo una "mujer de Intendente"
"Vengo aquí todos los días, trabajo en el café y luego me quedo conversando con las chicas que todavía andan en ‘la vida', les doy consejos". A las que quieren salir de la calle, Luísa las presenta a las instituciones del barrio que pueden apoyarlas. A las que permanecen en la profesión les recuerda técnicas para no correr riesgos ni quedar en situación de dependencia de ningún hombre.
Es la primera vez en su vida que tiene un contrato laboral, y además su situación de residencia está legalizada.
En el mostrador del café hay un frasco para propinas, dinero que Luísa no guarda para sí, sino para el almuerzo gratis que cada diciembre ofrece con gratitud al barrio que la socorrió en su peor momento.
El "banquete" de Luísa es gratuito y modesto. Generalmente consiste en feijoada, pero se ha transformado ya en un clásico cada vez más concurrido. Por ello, varias personas del barrio le ayudan a servir las mesas, que a su vez son dispuestas por la Junta Vecinal, ya que el evento se convirtió en algo demasiado grande para ser gestionado por una sola persona. Este año hubo 400 comensales.
Sin embargo, sigue siendo "la comida de Luísa" y ella se encarga personalmente de cocinar para todos. Este domingo volvió presidir el almuerzo, y no se apartó de las cacerolas hasta que se llenaron todos los platos.
Al final, recibió la ovación de todos los presentes, que la aplaudieron por llevar a cabo un año más su iniciativa.
Actualización diciembre 2022: Luísa volvió esa semana a celebrar su banquete popular en el barrio Intendente aunque en un escenario diferente al habitual.
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