Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Dice Cabrera que no le molesta que alguna gente ironice con la tristeza de sus canciones. Que, quizás, esa gente está presa de su ignorancia o no se permite ir un poco más allá y prestarle más atención a lo que el autor está diciendo. Pero en todo caso, y por suerte, hay diversidad de artistas para elegir. “Esa gente no me precisa, no precisa a Cabrera, y está bien”, agrega.
Fernando Cabrera (66) habla con una honestidad bella. Escucharlo reconocer que no le fue dado el don de fabricar hits con estribillos pegadizos en la radio, pero que vaya que los buscó, es algo inusual para un artista. Es el mismo cantautor que dice “no lo sé” cuando se le consulta por los ingredientes mágicos que tienen en común algunas joyitas del cancionero rioplatense: “El tiempo está después”, “La casa de al lado”, “Viveza” o “Por ejemplo”, a dúo con Mateo.
Quizás, concluyo, la clave está en la honestidad, perdonen que insista. En la fidelidad a uno mismo, por más que suene tentador llenar estadios como Lali o Tini. Cabrera —uno de esos artistas que, sin ser masivo, se reconoce con solo nombrar el apellido— optó por crear su obra como un viejo artesano, moldearla a su gusto, y no dejarse encorsetar por un productor familiarizado con los yeites del gusto pop que se viraliza como una peste.
Estar encima de cada detalle de sus canciones le ha dado su identidad artística. Él lo dice así: “Es un enorme placer que me ha dado la vida, y al cual no pienso renunciar, por más que después no logre un producto que suene todo el tiempo en las radios”. Súmele la poética de sus composiciones musicalizadas, o incluso algunas de las 65 poesías que tiene el libro+DVD Intro (otra joyita de colección), que ya cumplió una década, y que Cabrera celebrará el 21 de abril en el Teatro Solís.
Es cierto que sus temas no se te pegan como chicle o que las mozas del bar se preguntaban por qué le sacaban fotos a ese señor. También es cierto que ese autor —venerado por artistas de varios géneros musicales, a ambas orillas del Río de la Plata— es el creador de varios clásicos de la música uruguaya, que han trascendido generaciones, y que algunas de sus canciones se enseñan en las escuelas y las tararean los más veteranos. Ojalá Lali o Tini lo logren, algún día.
“Lazaroff me dijo algo así como: ‘Dejate de joder con eso de que querés ser arreglador. Tenés que dedicarte a las canciones, a las tuyas’. Y ahí nomás me dice: ‘Yo me estoy juntando con unos amigos, venite a unos ensayos. Eran Los que Iban Cantando”.
Estudiaste guitarra en tu niñez. A mediados de los 70 estudiaste composición en el Conservatorio Universitario de Música. Pero ¿en qué momento te diste cuenta de que podías vivir de la música, o dedicarte profesionalmente a la música?
Que podía dedicarme profesionalmente a la música me di cuenta mucho antes de poder vivir de ella. Pasaron muchos años de muchos empleos y otras maneras de ganarme el sustento, hasta que finalmente, ya hace unos cuántos años, puedo [vivir de la música]. En realidad, me di cuenta que podía ser músico, que podía dedicarme a esto, alrededor de los 18 o 20 años. El sueño uno lo tiene. Yo consideraba que tenía condiciones, que tenía una mínima preparación, que la seguí agrandando con los años. De hecho, yo comencé a mostrar mi trabajo —a grabar discos, a tocar en teatros— de jovencito, si bien todavía no vivía de eso, me consideraba un profesional de la música, una persona que estaba dedicada en cuerpo y alma a eso.
Después, como el Uruguay es un país chico y tiene dificultades para cualquiera y para cualquier profesión, tardé un poco en vivir solo de la música, varios años más.
Lo curioso es que, inicialmente, querías ser arreglador de temas de otros, y no era una opción cantar con tu propia voz. ¿Cómo cambió eso? ¿Qué hizo o quién hizo algo para que te animaras a recorrer tu camino de cantautor?
Jorge Lazaroff, El Choncho. Antes que él comenzara una actividad pública, un poco antes, nos tocó ser compañeros en ese conservatorio universitario que vos mencionabas. Nos anotamos allá por el 75, fuimos compañeros de la carrera de Composición. Compartimos un par de años, nos hicimos muy amigos, era una persona encantadora. En una hora libre que tuvimos, quizás porque había faltado un profesor, nos juntamos en un salón a divagar y mostrarnos lo que estábamos haciendo. Había un estudiante de piano, otro de oboe, y así, pero todos nos conocíamos porque teníamos materias comunes (Solfeo, Historia de la Música, etcétera).
Y en una de esas reuniones, yo toqué la guitarra e hice un par de canciones mías, las únicas dos canciones que yo tenía hechas (y luego grabé en discos). Eran “Paso Molino” y “Vidalita fea”. Lazaroff estaba presente y dijo algo así como: “Dejate de joder con eso de que querés ser arreglador. Todo lo que vos quieras, pero tenés que dedicarte a las canciones, a las tuyas”. Y ahí nomás me dice: “Yo me estoy juntando con unos amigos, te quiero invitar a que vengas a unos ensayos”. Y era Los que Iban Cantando. Eran la formación inicial: Jorge Galemire, [Luis] Trochón, [Jorge] Bonaldi y él. Todavía no estaban Jorge Di Pólito y Carlos Da Silveira. Yo fui una tarde a ver un ensayo, me voló la cabeza. Al poco tiempo debutaron en vivo en el teatro La Candela, que estaba en 21 de Setiembre y Coronel Mora. Me resultó algo tremendo, una cosa renovadora, distinta a lo que uno estaba acostumbrado a escuchar. Así que el que me convenció que me dedicara más de lleno a la canción fue Lazaroff. Yo lo tenía como un hobby: hacía canciones.
Luis Fernando Iglesias —a propósito del libro sobre cómo se concibió Fines, de Ignacio Martínez— dice que después de MonTRESvideo, vino la banda Baldío, después tres álbumes solistas y a mediados de 1987, luego de hacer un teatro Notariado con Eduardo Mateo, resolviste ir a vivir a Bolivia. Escribe Iglesias: “Cabrera sentía, luego de una década de trabajo profesional, que no había logrado que su audiencia creciera. Era reconocido como un inclasificable creador, tenía un público fiel que lo seguía, pero no había logrado la popularidad que esperaba”. ¿Por qué irte a Bolivia?
Por casualidad. No fue una elección. Yo fui primero a Perú como invitado, a un festival muy grande en Lima. Por Uruguay fuimos Leo Maslíah y yo, con Leo éramos amigos y compañeros de estudio. Allá fuimos, el festival ese duraba como 15 días, y cuando terminó surgieron otras actuaciones y oportunidades laborales, y me quedé como dos meses en Lima. También con la cantante boliviana Emma Junaro, a quien yo conocía de antes. A Emma yo la acompañaba como guitarrista. Al cabo de esos dos meses (yo me quería volver, extrañaba), ella me dice: “El vuelo tiene escala en La Paz, ¿por qué no te bajás en La Paz, te quedás 15 días y organizamos un buen concierto en el Teatro Municipal?”, “Bueno, ta”, le dije. Me bajé en La Paz. Preparamos ese concierto en el Municipal, que es el equivalente al Solís. Y lo mismo: después empezaron a surgir posibilidades laborales diversas: trabajos de ella, trabajos míos, arreglos para otros músicos, trabajé con instrumentos de altiplano. Se pasó como un año y medio.
Ahora, esas líneas de Iglesias sobre tus motivos para emigrar, bien podrían escribirse hoy. Seguís siendo un inclasificable creador, seguís teniendo un público fiel, aunque no sos un artista masivo y, pienso, nunca fuiste lo que se dice un artista popular, más bien uno de culto. ¿Me equivoco?
Sí, pero con la diferencia de que ahora tengo muchísimo más público que antes. Infinitamente más. Capaz que no tengo el público de Arjona, obvio. No voy a poder hacer un estadio Centenario. Pero trabajo todo el tiempo acá, y más que acá, en Argentina. Mi caudal de trabajo se multiplicó por 10 en estos años. Y también tengo gente en España, México, Colombia y Chile. Tengo planes para ir, y reconocimientos hermosos, o un montón de colegas de todas partes que cantan mis canciones, jóvenes y viejos, de todos los géneros: rockeros, bandas tropicales, tango, folcloristas, yo que sé. Esa relación con el público se multiplicó por mucho.
¿Nunca te importó crear un hit, una canción que sonara en todos lados?
Sí, obvio. Me re importó y lo he intentado infinidad de veces. Pero evidentemente no tengo la capacidad, las condiciones o el talento para hacerlo.
Por otro lado, tu poética es admirada por muchos colegas. Podría nombrar ahora cuatro o cinco canciones que son reversionadas todo el tiempo, canciones que conmueven. Desde “Por ejemplo”, con Mateo, “La casa de al lado”, “El tiempo está después”, “Te abracé una noche”, “Agua”. No tendrás la habilidad de clavar un hit, pero has compuesto canciones que emocionan. ¿Por qué creés que pasa esto?
No sé… No nací con las condiciones para conseguir hacer una cosa pegadiza. Considero que mis canciones son buenas, solo que no tienen un matiz, un detalle, que harían que les gustara a todo el mundo. Pero es lo que me tocó.
“No nací con las condiciones para conseguir hacer una cosa pegadiza. Considero que mis canciones son buenas, solo que no tienen un matiz, un detalle, que harían que les gustara a todo el mundo. Pero es lo que me tocó”
Ruben Rada ha dicho que hizo el disco Quién va a cantar porque necesitaba plata, porque sabía que comercialmente iba a andar bien. ¿En ningún momento de tu carrera buscaste ser comercialmente exitoso, llenar estadios en otros países?
Es cierto que Rada hizo eso, para lo cual recurrió a un productor argentino muy consustanciado con los gustos masivos, que sabe hacer, que sabe grabar, que sabe modificar una canción original para darle eso que le falta para ser masiva. Rada se brindó a esa persona y fue y cantó, no opinó, no hizo los arreglos. Fue y puso su voz. Y ese productor, que es muy hábil y sabe lo que hace, hizo su química y dio resultado. Rada recurrió a un productor muy bueno, a Cachorro López, un argentino de mucha trayectoria. A esto quisiera agregarle que nada que haga Rada puede ser malo o berreta. Por más que él recurra a una filosofía más comercial para hacer un disco, igual sus composiciones y su interpretación vocal es excelente, siempre. Es un superdotado. No es que él bajó su calidad.
Es común que los músicos recurran a productores, gente que hace la mezcla, etcétera. Yo nunca recurrí a un productor, a mí me gustó toda mi vida dirigir yo el proceso, ser yo el que elige las canciones, el que hace los arreglos, el que hace la mezcla final, dónde ubicás los volúmenes de cada cosa, que el platillo no suene tan fuerte que termine tapando al piano, la ecualización de cada instrumento, los efectos de reverb… Todo eso me gusta hacerlo a mí. Es un enorme placer que me ha dado la vida, y al cual no pienso renunciar, por más que después no logre un producto que suene todo el tiempo en las radios. No me sale así y no me importa, porque es mucho más el placer y la felicidad de ver por dentro cada detalle del producto. Y lo voy a seguir haciendo porque la felicidad que me da es enorme.
Volvés a fines de los 80 y sacás El tiempo está después. El tema que lleva el nombre del disco es, quizás, tu gran canción, la que todo el mundo recita: “La calle Llupes raya al medio/ Encuentra a Belvedere/ El tren saluda desde abajo...”. Le cantaste a un barrio, y se transformó en un himno. ¿Qué reflexión te despierta más de tres décadas después?
Cuando la hice, no pensé en nada. La hice en Bolivia, en la casa de Emma Junaro, de la que te hablé más temprano. Ella me prestó un grabadorcito que tenía y con la guitarra, en su casa, la hice. Yo era de Paso Molino, mi abuelo era de ahí de Belvedere (es todo lo mismo, Paso Molino, el Prado y Belvedere son barrios hermanados). Mi abuelo tenía en la calle Llupes un terrenito, y luego mi padre le hizo una casita, en la década del 60. Yo simplemente me puse a escribir una canción con las imágenes que me vinieron a la cabeza, recordando mi infancia, a mi abuelo en la calle Llupes. Puse lo de “raya al medio” porque por ahí había un cantero, que ya no está más. Por ese cantero pasaba un tranvía. Y seguí escribiendo, como en cualquier proceso de cualquier canción, pero creo que era una tarde en la que estaba particularmente inspirado, también.
¿Qué hizo que esa canción fuera lo que es?
No lo sé. Aunque parezca mentira, esa canción le gusta a niños que van a la guardería y los maestros de música le enseñan esa canción, acá y en Argentina. Me mandan todo el tiempo videítos de mamás orgullosas con el nenito o nenita cantándola. Y me mandan coros de escuela cantando esa canción en las escuelas públicas y privadas. Otros me han preguntando qué tendrá esa canción que le gusta a un niño, a un viejo, puede haber algo en la música también… Hay algo de la música que es inexplicable, algo melódico, el ritmo… A vos te pasará lo que me pasa a mí, que a veces no te gusta toda una canción, si no un momento determinado de una canción. Y estás esperando que llegue ese momento.
Cuenta Martínez en el libro Fines/Fernando Cabrera, que en ese disco escribiste los arreglos de cada instrumento, y le diste instrucciones a cada músico. ¿Es tu álbum más personal?
Eso de que escribo los arreglos de cada instrumento vale para todos los discos. En Fines hice más arreglos, usé más instrumentos diferentes, mezclé más los instrumentos de la Sinfónica con la tímbrica de la música pop/rock o jazz. Hice toda esa mezcla, más que en otros discos. Otros discos son más pop, quizás. En el anterior, El tiempo está después, también hay un corno inglés, un oboe, un violonchelo. Y en Fines más todavía. Y trabajé mucho, quizás más que en cualquier otro disco mío, en la preproducción, en los arreglos, necesité muchísimo tiempo en mi casa escribiendo cada cosa, pensando, arreglando y ensayando, antes de grabar.
“Me han preguntando qué tendrá esa canción [‘El tiempo está después’] que le gusta a un niño, a un viejo, puede haber algo en la música también… Hay algo de la música que es inexplicable”
Hace una década te entrevisté para la revista Travesías de México —era una nota sobre Montevideo, que buscaba contarle la ciudad a lectores extranjeros— me decías que te gusta caminar la ciudad y mirar para arriba, para admirar su arquitectura. ¿Qué ves cuando mirás para arriba hoy?
Veo arquitectura, que es una de mis aficiones, de forma totalmente amateur. Nunca estudié, pero tengo muchos amigos arquitectos. Pienso en Laura Canoura, Jorge Di Pólito, una novia que tuve por los años 80 y su grupo de amigos, a partir de esas influencias, toda esa gente a partir de mis 22 años me modificó la indiferencia que yo tenía antes con la arquitectura. Antes yo no disfrutaba del diseño urbanístico de edificios, casas, viviendas, plazas, era algo que tenía vedado. Le pasa a mucha gente. Ahora, si tenés la suerte de tener amigos que te empiezan a desasnar y a explicar sobre estilos, épocas, o lo que quiso hacer el arquitecto, lo disfrutás. Te hablo de disfrutar lo estético, el diseño, más que nada. Sigo mirando para arriba, y veo de todo, mil estilos diferentes, cómo la ciudad cambia en algunas zonas. Yo se lo recomiendo a la gente, que la abran una puertita a la arquitectura y la urbanística. Todos van a disfrutar mucho más de la ciudad donde viven.
Vuelvo a la música: Viveza fue un disco muy elogiado, ya en este siglo. La canción que lleva el nombre del disco tiene influencias brasileñas, de la bossa nova, y en tus conciertos agitás una cajita de fósforos. Así como Christian Cary —quien ha versionado “La casa de al lado”— le pide al público que agite sus llaves en alguna canción, vos movés una cajita con fósforos adentro. ¿Cómo surgió esa idea?
Esa idea surge de una cuestión, pero yo la transformé. Allá por el 79 tuve la fortuna de asistir al carnaval de Rio, no sólo pude ver el desfile de todas las escolas do samba (todavía no estaba el Sambódromo). Ver una escola de cerca es como que te pase un ferrocarril por arriba, no se puede creer. Pero no fue eso lo que me influyó en la caja de fósforos, sino el clima previo, en las calles. Ellos usaban una caja de fósforos más grandes que las de acá. Yo veía en los bolichitos, que gente que no se conocía, se ponía a recordar grandes canciones de viejas escolas do samba, igual que pasa acá con las murgas: “¿Te acordás aquella?” Y los tipos agarraban las cajas de fósforos y percutían con los dedos, tamborileando sobre la cajita. Vibraban los fósforos y le daba un efecto increíble.
Como 30 años después, cuando hice “Viveza”, inspirado en el samba de los años 40 y 50, antes de la bossa nova, cuando la estaba componiendo, apelé a una forma de componer que para mí es maravillosa, y es como hace Rada: inventar la melodía pelada, no arrancar ya con la guitarra y acordes. Es una forma sin armonía: la melodía –ta-ri-rá, ta-ra-ra— para ver después qué acompañamiento le ponía. Llegó un momento en que me dije: “Esto no precisa de piano, guitarras y acordes”. Es así de simple, la melodía pelada, capaz que sí precisa un elemento de percusión, ¿qué puedo hacer?” Me acordé de eso, pero en vez de pegarle a la caja con los dedos, la sacudo yo. En el disco hay otros instrumentos, pero la gran mayoría de la gente, que no tiene el disco, la conoce así: yo solo con la cajita, como la hago en vivo.
¿Qué es Intro? ¿Y por qué se llamó Intro?
Intro es un libro de poemas míos, no de letras de canciones, y que en la solapa posterior trae un DVD grabado en los estudios ION de Buenos Aires. Está muy bien filmado y muy bien grabado. Para mí tiene una importancia muy grande, por esos poemas, una zona de mi producción poco conocida, que no son canciones, son textos no hechos para musicalizar.
Intro es una palabra de la jerga musical, es el apócope de “introducción”, que se usa para definir ese sector del comienzo de una canción cuando todavía no entró el cantante. Ahora, por qué le puse Intro al libro, no sé, me gustó la palabra.
¿Te considerás un poeta?
Aficionado, sí. No sé si un poeta profesional, una persona que ha dedicado la vida a la poesía y permanentemente está escribiendo y publicando. Eso no soy. Pero sí tengo el pulso, se me juntaron una cantidad de poesías (y tengo muchas más). En esa ocasión, hice una selección y me dieron ganas, me dio el coraje, de publicarlas. A ver qué le parecía a la gente.
¿Por qué celebrar Intro, 10 años después?
Es un proyecto compartido: está la pata de la filmación, a cargo del argentino Ari Hassan, yo puse la música y las canciones, y Lea Ben Sasson puso la producción general, la idea, y Maca, un diseñador gráfico y poeta, que hizo la belleza editorial que es ese libro. ¿Y por qué celebrarlo? Yo nunca celebro nada. Y me gustó tanto Intro, que quise celebrarlo, es una manera de recordarle a la gente que existe.
En el programa Nadie se atreve de 970 Universal dijiste que siempre buscás que en tus letras haya “un pequeño matiz de ambigüedad”, que es útil para que el oyente le pueda dar su propia interpretación. Y me hizo acordar a una frase de Neruda sobre sus poesías: que no deben ser ni tan complejas que nadie las entienda, ni tan obvias que las comprenda hasta una vaca. ¿Pasa por ahí tu búsqueda?
Sí, un poco sí. No sé si afirmaría literal lo que dijo Neruda, pero un poco sí. Que no se vaya al extremo que sea ininteligible o al otro extremo, que parezca una pavada. Está bien lo que dijo, nunca lo había pensado.
“Te abracé en la noche” es otra de tus canciones muy versionadas, y de las que emocionan a los oyentes al escucharlas. Pero su letra es bastante simple. ¿Cuál es la magia de esa canción?
Eso de la emoción es cierto. Pasa en vivo: la gente llora. Yo no lo veo, pero me lo cuentan. ¿Cuál es la magia de esa canción? No sé. Yo hice en mi vida alrededor más de 250 canciones, casi 300 te diría. Ahora, no hay una fórmula, no hay una explicación, unas te salen mejor, otras te salen más o menos, una te sale como esta que mucha gente llora, otras no… Cuando te ponés a hacer algo, no hay fórmula, porque de algún modo, estás haciendo por primera vez esa canción. La magia de componer está en la búsqueda de no repetirse.
Esa canción tiene dos ingredientes (es de Perogrullo): la letra y la música. La letra manifiesta con claridad lo que uno puede sentir frente a una pérdida, una pérdida que puede ser una ex, tu mascota o tu padre. Y la música —que no es menor en el pegue que tiene “Te abracé en la noche”— es una música muy clásica en el sentido de que maneja ingredientes que están en la vuelta de la cultura occidental desde hace 400 o 500 años. Una música que parece una canción de cuna, no fue a propósito, así es como quedó. Y eso es punto de confluencia de media humanidad: ese tipo de canción que se repite, lo que te silbaba tu abuela, una ronda infantil que te enseñaron en la escuela, una canción de cuna. Tiene ese tipo de ingrediente. Y suena a criolla también, como una antigua vidalita.
“¿Por qué celebrarlo Intro, 10 años después? Yo nunca celebro nada. Y me gustó tanto Intro, que quise celebrarlo, es una manera de recordarle a la gente que existe. ¿Si soy un poeta? Aficionado, sí”
Este enero fuiste tendencia en redes, por declaraciones que hiciste para Infobae. Le decías a la periodista que los argentinos no se vienen a vivir a Uruguay, sino específicamente a Punta del Este y José Ignacio. “Son los ricos los que vienen, al gusto de nuestro presidente y su gobierno”. Ampliame esta idea.
La periodista me pregunta, sobre el final de la entrevista: “¿Qué hay de cierto en eso de que los argentinos se están yendo a vivir al Uruguay?”. Entonces yo consideré oportuno hacer una aclaración, porque la pregunta podía dar a entender que hay una corriente migratoria de argentinos que se vienen a Uruguay, o sea, gente de clase media o baja, que se quedó en la lona, que está con una mano atrás y otra adelante, con hijos chicos, y en la desesperada —como en toda la historia, como vinieron nuestros antepasados de Italia o España en los barcos— se vienen a nuestro país. Yo quise aclararle que no era así, que no era gente pobre, que se quedó sin laburo y desesperados se vienen a Uruguay. Nuestro país no tiene trabajo para recibir una corriente migratoria.
Los que están viniendo son los empresarios, los que creen que acá hay más seguridad, los que ya tienen sus casas de veraneo en José Ignacio, en Manantiales o en La Barra, o chacras en Colonia, personas de clase acomodada, que encontraron que también en Punta del Este hay colegios buenos para sus niños y servicios de salud. Son esos los que vienen. Luego la gente entiende lo que quiere.
Se entendió que era una crítica al gobierno. ¿Lo era?
No es una crítica. El presidente me acaba de confirmar eso en las entrevistas que dio en Argentina hace unos días. Estuvo en una serie de medios muy específicos, y volvió a invitar al argentino pudiente a que venga a Uruguay, que acá está todo muy seguro y muy tranquilo. Eso mismo había hecho enseguida de asumir —recuerdo una entrevista con una famosa chimentera—, y ¿qué es lo que está promoviendo Lacalle Pou? ¿Que vengan los que perdieron el trabajo y los que están en la lona?
No.
Ah, lo dijiste vos. Ponelo. A mí, todo esto me despertó dos pequeñas reflexiones: mucha gente que quedó molesta con mis dichos recurrió a hablar de mis capacidades vocales. Entonces yo quisiera decir que acá en Uruguay, la mitad de la gente piensa que yo canto como un perro, pero la otra mitad piensa que eso es un disparate, que los perros cantan mucho mejor. Y la segunda reflexión es una respuesta que quiero darle a uno de esos tuiteros —me dedicaron mil tuits—, pero uno levantó la entrevista en Infobae y puso: “Cabrera está feo y viejo”. A esa persona yo le quiero contestar que su comentario no hace más que reflejar una mente muy perspicaz. Y cierro acá el tema.
Sos un artista comprometido y muy observador. ¿Qué cosas te indignan, te enervan, te sublevan?
Hay gran parte de la humanidad que también se indigna por las mismas cosas que yo, pero nunca pasa nada. Hablo de la inequidad, la pobreza, la falta de oportunidades para tener una vida digna. La gente que ya nace condenada, que no va a haber plan, no va a haber solución. Eso me resulta inexplicable, muy doloroso, vivo con ese dolor, lo veo en nuestra ciudad: la gente que ya se cayó, que está marginal marginal, no tiene futuro, no hay solución. Veía en las noticias que casi la mitad de los encarcelados son analfabetos, por consiguiente, la gran mayoría de los que están en la calle, también lo son. Ese panorama me duele, me duele profundamente, nunca hay solución, pasan no los gobiernos, los siglos, las épocas, y siempre estamos con lo mismo. Eso me desarma.
“Los argentinos que se vienen a Uruguay no son gente que se quedó en la lona, que viene con una mano atrás y otra adelante. Son empresarios, que creen que acá hay más seguridad, que ya tienen sus casas de veraneo en José Ignacio o en Manantiales”
Y en el arte, ¿qué te conmueve? Puede ser en música o en otra disciplina.
Es inexplicable, porque me descubro lagrimeando, sollozando, frente a una película, un poema, una canción, puede ser un cuadro, una escena callejera también me conmueve. A veces veo un diálogo o una escena que me sonroja al punto de que me despierta lágrimas. O sea que no sé bien qué contestarte. La música, sin dudas. Te pongo un ejemplo: yo soy fanático de la música de Piazzolla, y el 95% de su música no tiene letra, es instrumental. Yo viendo a Piazzolla en vivo (lo hice en cinco ocasiones), estás viendo eso y llorás… No hay una letra, es el sonido. ¿Cómo se explica eso?
“Mi opción natural fue empezar a buscar la soledad”, le dijiste a la revista Lento. ¿Por qué?
Es que no es tan así. Es una frase que dije en un momento, porque yo vivo solo. Pero no es que viva solo todo el día, toda mi vida, todo el tiempo. Vivo solo, disfruto de la soledad. Como también observo a una gran cantidad de seres humanos que no pueden con la soledad, que les resulta imposible de manejar. Y no se la bancan, y entran en un proceso de ansiedad o recurren a lo que sea para romper con la soledad. Yo no soy así, me llevo perfecto con la soledad, porque la soledad es también, un insumo, para lo que hago, como para cualquier artista. Un pintor que tiene que pintar un cuadro, ¿se va a poner en medio de la plaza Fabini a pintar, con la gente pasando al lado? Un escritor que está escribiendo una biografía, un ensayo, un poema, está en su casa, en un lugar silencioso, quizás pone de fondo algo de música, pero está él, para que otras cosas no lo distraigan. Desde el punto de vista artístico, la soledad es una herramienta.
¿Cuál es la belleza de la soledad?
Eso depende de cada uno, de lo que vos tengas adentro. Yo adentro mío tengo muchísimas cosas, disfruto estar a solas con ellas, y capaz que otros no tienen esa suerte. Aparte, la belleza con un poquito de interés o curiosidad, la encontramos en todos lados. Adentro de uno, y en todos lados, mires a donde mires.
¿Sos feliz?
Sí, muchísimo, muchísimo. Y lo digo con propiedad, porque no lo fui, y ahora me doy cuenta que sí, desde hace años lo soy. Así que la respuesta es sí.