Por Sofía Gard
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Hace poco más de 5 años que Ana Clara y Martín (sus identidades fueron protegidas a pedido de ellos) decidieron, rezándolo y hablándolo con sus cuatro hijos, acercarse al Instituto Nacional del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU) y postularse como familia adoptiva. Sentían que Dios los invitaba a darse más y creían que esta era la forma. Pero después de enterarse de que ese proceso podría llevar entre 4 o 5 años, y que para ese entonces la mayoría de sus hijos, oriundos del interior del país, ya estarían estudiando en Montevideo, les pareció que no era viable. Entonces conocieron el programa Familia Amiga.
La Familia Amiga invita a la tenencia temporal de niños o adolescentes que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad y son acogidos por el INAU, pero incorporados a familias voluntarias, mientras que se resuelve si pueden volver con sus familias biológicas o si se dan en adopción. Este programa surge ante el derecho de vivir en familia y la importancia que esta implica en las tempranas edades.
“Vivir en familia es una necesidad porque la familia siempre da mucho más que el Estado. Más allá de que el estado ponga los recursos o lo material, garantice los sistemas de salud, educación o alimentación, hay cosas a las que solo se puede acceder con una familia”, asegura Pablo Abdala, abogado y presidente del INAU.
El programa Familia Amiga ya cuenta con más de 1.100 familias inscriptas que albergan aproximadamente a 2.300 niños y adolescentes, asegura Abdala. El proceso para convertirse en Familia Amiga es fácil y más rápido de lo que uno se imagina o, al menos, así fue la experiencia para la familia de Adriana, quien es parte de la Fundación MIR, que trabajan en conjunto con el plan de Familia Amiga pero orientada a bebés de 0 a 12 meses.
“Me pareció que nuestra familia tenía para dar mucho de lo que los bebés de la Fundación MIR precisaban. Escuché un testimonio y en ese mismo momento nos inscribí. Llevó unos meses y consistió en una serie de entrevistas, test y visitas a nuestra familia. Nada difícil, pero sin duda necesario”, indica Adriana.
Las familias Amigas no son un fin en sí mismo, sino un hogar transitorio, explica Abdala, pese a que existen excepciones. Además, ahonda en que la concepción de familia es muy amplia y se extiende, incluso, hasta personas individuales.
Aunque es un proceso que trae muchas alegrías, las familias que integran el programa deben afrontar situaciones duras. Para Martín y Ana Clara el proceso fue rápido, pero hubo muchas dificultades a la hora de concretar. El ida y vuelta fue desgastante. En un principio, habían pedido ser hogar transitorio para una niña y en cuestión de días se les comunicó que Belén (los nombres de los menores de edad han sido reemplazados para cuidar su identidad, a pedido de los entrevistados) estaría viviendo con ellos a la brevedad.
—Belén tenía 7 años e iba a venir en 2 días. Esos dos pasaron a ser 3, 4, 15 días. Teníamos la cama pronta para ella, con un peluche esperándola. Un día nos llamaron diciendo que Belén tenía un hermano y que habían decidido no separarlos. Ahí fue un terremoto para nosotros, no sabíamos qué hacer. El más chico nuestro, que tenía 10, dijo: “Y que vengan los dos”.
La bienvenida
En la casa de Adriana, donde ya han pasado dos bebés, uno de ellos de 40 días, la llegada fue emocionante. Pese a que pensaba que habría perdido la práctica porque sus hijos ya son grandes, fue recibir al bebé y la adaptación se dio de forma natural. “Todos los que nos rodeaban: abuelos, tíos y amigos se sintieron tocados por la experiencia”, sostiene. La conexión surgió desde el momento uno y “fue un regalo recibirlo”.
Pero no siempre se da con tanta naturalidad el proceso. Para la familia de Martín y Ana Clara la llegada de los niños fue imprevista. Ana Clara se había ido a Colonia ese fin de semana y ya había consultado cuándo estarían llegando, pero la respuesta llegó ese mismo sábado al arribar a destino.
Martín, que estaba en el campo, volvió para recibirlos.
—El primer día los fuimos a buscar al INAU. No los conocíamos todavía. Allí vinieron ellos y dos chicas del INAU a casa. Fue todo muy violento, con policía mediante. Belén estaba copada con todo, decía “eselente, eselente”. Agustín, que tenía 5 recién cumplidos, no paraba de llorar. Esa primera tarde pensé que no íbamos a poder sostenerlo. Era desgarrador. Me acuerdo de que en un momento subí y me puse a llorar yo, fue muy fuerte. Ellos venían con mucha mugre, olor a pichí impregnado. Ahí les sugerimos bañarlos. Nunca se habían bañado en una ducha, ni conocían lo que era un váter. El olor a pichí siguió impregnado por días. Yo sentía culpa de eso.
Cuando llegó Ana Clara, al otro día, la situación estaba más controlada, pero por semanas les costaba dormirlos por la noche. “Leíamos cuentos, cantábamos, rezábamos, no había manera”.
Las adversidades
Para la familia de Adriana, el momento más difícil siempre es la despedida. No importa cuánto haya estado el bebé, decir adiós implica dejar ir una parte de sí mismos. Pero se consuelan en saber que van hacia lo que es mejor para ellos y que, al menos, durante ese pequeño tiempo que estuvieron en su cuidado recibieron mucho amor.
Para la familia de Ana Clara y Martín el desafío principal estuvo en poder acompañar a los niños en ese proceso de desprendimiento y sufrimiento que vivían. Tratar de desculpabilizarlos y contenerlos, pero educándolos en los valores y costumbres que se respetaban en su hogar. Esto era complejo porque los niños venían de un ambiente sin límites. El rendirse, a veces, se volvía demasiado tentador.
—Más allá de que estábamos preparados fue muy difícil. Yo soy trabajadora social y trabajé por años con poblaciones de este tipo, pero una cosa es vivirlo en tu trabajo y otra en tu familia— explica Ana Clara.
Una vez, recuerda Martín, iban en el auto y al cruzarse con la policía los niños gritaron: “¡Están los milicos!” y se escondieron en el suelo. Ahí les explicaron que la policía estaba para ayudar, aunque después de haber sido separados de sus padres por ellos, les tenían mucho miedo.
Las alegrías
“Las situaciones más emocionantes son los pequeños grandes progresos”, entiende Adriana. “Cuando te regalan sonrisas, cuando se alimentan bien y suben de peso, cuando te reconocen entre un grupo de gente y sabés que sos su referencia”.
El apoyo del entorno es algo que a ambas familias les sorprendió gratamente. El involucramiento, la disposición a colaborar, las donaciones de peluches o incluso, en el caso de Belén, la ortodoncia y el fonoaudiólogo gratis fueron algunos de los tantos gestos de sus conocidos.
Martín relata, y Ana Clara comparte, que lo que a ellos más les llenó fue ver cómo los niños se vinculaban con sus hijos.
—Lo más emocionante para mí era la noche. Ellos se acostumbraron a que se les leía un cuento, y ver a nuestros hijos alternarse… Me emociono de pensarlo -Martín se quiebra mientras lo dice-. Leyéndoles cuentos. No había pereza para eso, se rotaban, se acostaban en la cama y les leían algo.
Cómo seguir adelante
Para Adriana esta fue una experiencia única, de la que ella y su familia se sienten orgullosos.
—Lo volvería a hacer todas las veces que pueda.
Asegura que los enriqueció muchísimo como familia y que han madurado en el manejo de emociones. Sin duda, alega, “se trata de una experiencia de vida”.
Ana Clara y Martín todavía no han terminado el proceso porque, pese a que luego de un tiempo Belén y Agustín volvieron con su madre, al cabo de unos meses la justicia decretó que no estaban seguros allí. Belén ahora vive con su padre biológico, pero Agustín volvió con ellos.
También experimentaron un increíble crecimiento a nivel familiar, pero cuando en el ínterin del proceso se les consultó si querían seguir siendo Familia Amiga, se vieron obligados a decir “por ahora no”. Si bien la experiencia había sido sumamente enriquecedora, necesitaban darse un tiempo para procesarlo. Y también querían seguir presentes en la vida de estos niños.
Una amiga le comentó a Martín al principio que esto era “un viaje de ida” y, aunque en el momento no lo comprendió, hoy asegura que está claro.
—Cuando te involucrás, te involucrás para siempre. Hoy Agustín está con nosotros, pero mañana no sabemos. Todo puede pasar. Es un viaje de ida porque, pase lo que pase, ellos van a seguir siendo parte de nuestra familia.
Por Sofía Gard
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