Por César Bianchi
@Chechobianchi
Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
“En la vida de casi todos los seres humanos hay un momento en que dejan de ser lo que eran para empezar a ser otros. A Victoria Alonsoperez eso le pasó dos veces. La segunda vez fue en 2012, cuando, buscando el sitio web de la Unión Internacional de Telecomunicaciones para presentar un trabajo acerca de la regulación de los satélites, encontró allí, de casualidad, una convocatoria a jóvenes innovadores con ideas productivas para solucionar problemas en su región. Así nació Chipsafer”, escribí en 2016 para el libro Un mundo lleno de futuro, diez crónicas de América Latina (financiado por el BID, y editado por la editorial Planeta de Colombia).
“La primera vez tuvo lugar mucho antes, cuando Victoria todavía tenía dientes de leche. El recuerdo es tan vívido que lo evoca en cuanta entrevista le hacen (y le han hecho decenas)”, y a continuación, en el perfil de Victoria Alonsoperez, narraba un episodio fundamental en su vida, a los 4 años, que vivió junto a su padre, cuando le mostró la luna por la ventana y le dio una información que sería clave para el despertar de una vocación que mantiene hoy.
A los 33 años Victoria, una montevideana multipremiada por una idea innovadora y rupturista, vive como emprendedora en Singapur, donde procura mejorar el software de su dispositivo, Chipsafer. O como ella lo llama: “la empresa de las vacas”. Esta joven de tez blanquísima y pecas, cabello largo, castaño y rizado, fue diagnosticada en 2018 con “autismo de alto rendimiento” y la noticia, lejos de atribularla, le significó un alivio. Ahí pudo explicarse un montón de cosas. Por ejemplo, cómo teniendo un coeficiente intelectual más alto del normal, le costaba tanto expresarse por escrito. O por qué a contramano de cualquier niño, odiaba salir al recreo -donde estaban sus compañeros, los que le hacían bullying por nerd-, y en cambio prefería esconderse en la biblioteca para leer a su amado Dickens.
Alonsoperez desarrolló un dispositivo, en efecto, un collar, para colocarle a vacas (toros, terneros, camellos, cebúes) y así conseguir la trazabilidad de los animales. Con la herramienta que creó, los productores rurales pueden prevenir enfermedades como la aftosa, observar el comportamiento animal, evitar que el ganado se mezcle con fauna salvaje o simplemente impedir el robo de ejemplares. Desde Singapur recibe llamadas de empresarios de todo el mundo, y cuando se siente triste, llama a su madre, que vive en el edificio Panamericano del Buceo, y la atiende a cualquier hora. “Yo puedo estar en Singapur, en Namibia o Kenia, que sé que puedo llamar llorando a cualquier hora a mi casa, y me van a hacer el aguante”, dijo.
"Yo iba por esta misma calle parando gente, incluso a compañeros, y les preguntaba: '¿Te puedo hacer una encuesta sobre Marte?' Por supuesto en el colegio se reían de mí, y a mí no podía importarme menos. Para mí, lo más importante era mi proyecto sobre Marte"
-Desde niña te hiciste fanática de la Luna y el mundo aeroespacial. ¿Cómo empezó esa fascinación?
-Todo empezó cuando yo tenía 4 años. Mi papá es contador, entonces cuando yo era chiquita recuerdo que él escribía números en una hoja de papel enorme. Un día fui y le pregunté para qué servían esos números. Y él me llevó a la ventana, me mostró la luna y me preguntó cuántos números yo conocía. Eran los que podía contar con los dedos de mi mano. Y él me contó que el hombre había llegado a la luna gracias a la correcta combinación de dos números: el cero y el uno. Quedé súper impresionada en ese momento, y supe que quería dedicarme a lo aeroespacial, que los humanos pudieran seguir yendo al espacio.
-En edad escolar, ¿querías ser astronauta y llegar a la Luna?
-Astronauta no, nunca. Al principio creía que quería ser astrónoma, pero después me di cuenta que no era astrónoma, sino ingeniera: los que hicieran las naves, los que trabajaran para que los astronautas pudieran tener viajes interplanetarios. En realidad, quería entender más del universo. Mi pasión era más el universo, y entenderlo más. Tengo colegas a los que nada le puede importar menos que entender el universo, y lo que quieren es la adrenalina de ir al espacio. No es mi caso. Es más, le tengo miedo a la montaña rusa.
-A los 14 años te presentaste en una Feria de Ciencias organizada por la IM con un proyecto titulado: "Cómo es posible la vida en Marte". ¿Qué significó ese proyecto para vos? ¿Fue el puntapié inicial para una carrera?
-Sí, sin dudas. En primero de liceo habíamos ido a la Feria de Ciencias y me había encantado. Lo disfruté muchísimo. Entonces, cuando terminamos esa experiencia le dije a mi papá que quería hacer otro trabajo para la Feria de Ciencias, pero esa vez sobre el espacio. Estábamos en una pizzería, y él me sugirió hacer algo sobre Marte. Mis compañeros no quisieron sumarse, y cuando pedí las reglas, decía que era para clubes de ciencia, pero no especificaba cuántos integrantes tenía que tener el club. Lo único que pedía era que tuviera que tener un tutor que fuera adulto, y mi papá lo fue.
Me acuerdo que yo iba caminando por esta misma calle (Luis Alberto de Herrera) parando gente, incluso a compañeros (que eran los populares del colegio) y les preguntaba: “¿Te puedo hacer una encuesta sobre Marte?” Y la reacción era: “¿Eh?” Por supuesto en el colegio se reían de mí, y a mí no podía importarme menos. Para mí, lo más importante era mi proyecto sobre Marte, ese era mi mundo.
-Para el perfil que escribí sobre ti para el libro Un mundo lleno de futuro, financiado por el BID y editado por Planeta Colombia, tu madre me dijo hace unos años que ya en el liceo tus compañeros te miraban raro por esa fascinación que tenías por los planetas y la vida en el espacio. Y tú me contaste que una vez, a la salida del colegio Richard Anderson, una compañera te tiró huevos y un compañero te salivó. ¿Por qué entendés, a la distancia, que fuiste víctima de bullying? ¿Eras la nerd de la clase?
-Era víctima de bullying porque me encantaba el espacio. Desde los 4 años yo le decía a todo el mundo que quería trabajar en la NASA. Ahora capaz que no se entiende tanto, porque ahora tenés más industria aeroespacial, pero cuando yo era chica había cero industria aeroespacial en Uruguay. Entonces lo veías en las películas, pero era algo distante. Yo era súper nerd. A mí me encantaba quedarme en la biblioteca leyendo libros, nos obligaban a salir al recreo y yo odiaba salir al recreo (porque estaban los chiquilines que me jorobaban). Me encantaba esconderme en la biblioteca leyendo literatura inglesa. Y hasta el día de hoy voy a reuniones súper importantes y puedo sacar temas de Charles Dickens (mi autor favorito), Jane Austen, Emily y Charlotte Brontë. Pero sí, creo que me hicieron bullying porque era súper nerd.
-Igual, nunca te afectó…
-No, para nada. Igual, debo decirte que muchos años después, en 2018 me diagnosticaron autismo. Se llama autismo de alto rendimiento. O sea, puede hacer todo normal, pero proceso la información diferente. La información a ti te llega de una forma, a mí me llega de otra. Una de las características de tener este tipo de autismo es tener un foco: tengo un foco y nadie me saca de ese eje.
-¿Cómo te afectó que te notificaran que tenés autismo?
-Muy bien, por fin pude explicar muchas cosas. Yo en el colegio, por ejemplo, tenía 12 en todas las calificaciones, pero había una asignatura que en todos los idiomas (inglés, español y portugués) apenas podía pasar: escritura. Incluso mi test de coeficiente intelectual dio más alto de lo normal, pero eso de la escritura nadie lo explicaba. Cuando yo era niña no era común que una mujer tuviera autismo. Eso explica por qué no puedo comunicarme de manera fluida por escrito.
"En Corea conocí a la Federación Astronáutica Internacional. Estaba en un lugar donde podía hablar con chicos y chicas de mi edad sobre el espacio, sin que nadie se burlara. Había médicos, abogados, escritores, ¡pero a todos nos gustaba el espacio!"
-En 2014, en una charla TEDx en Durazno, dijiste: "En Uruguay el área aeroespacial no está del todo desarrollada, y hace 15 o 20 años, menos. Entonces, cuando yo le decía a la gente 'yo quiero trabajar en la NASA' o 'yo quiero tener una carrera aeroespacial' se reían de mí. Y me decían: 'estás soñando', 'nunca vas a llegar a nada' y sobre todo: '¿de qué vas a trabajar?'". ¿Qué les contestás hoy?
-Mirá, durante mi vida tuve a mucha gente que me decía que yo no iba a llegar, pero la verdad es que los eliminé de mi cerebro. Mejor me enfoco en la gente que me importa y listo. Los ignoro. Yo sigo mi camino. Pero para contestar tu pregunta: Uruguay tiene hoy una fábrica de satélites que se llama Satellogic, Emiliano Kargieman es el gran emprendedor, uno de mis ídolos… Hoy en día si tú sos chiquito y decís: “Quiero trabajar en el mundo aeroespacial”, podés trabajar en Satellogic. Y después, el mundo está abierto con internet: hoy te podés comunicar por cualquier red social con científicos de la NASA, con astronautas. Hoy no hay ninguna industria en el mundo en la que te vayan a decir “qué raro”. Podés llegar a lo que quieras.
-Para tener esa carrera aeroespacial, y formarte en el exterior, extremaste tu preocupación por tu escolaridad, tanto en el Richard Anderson como luego en el Colegio Alemán. Y en 2009 te presentaste a un llamado de la Federación Internacional de Astronáutica y ganaste un viaje a Corea del Sur. ¿Qué aprendiste en esa experiencia, a los 21 años cuando viajaste sola al Congreso Internacional de Astronáutica en Corea?
-Hasta el día de hoy digo que es una de las experiencias más increíbles. Yo estaba en facultad (de Ingeniería), estaba llegando a mi casa, me conecté a la computadora para ver el resultado de un parcial y tenía un mail diciendo que había ganado la beca. Yo nunca pensé que la fuera a ganar. Salí gritando: “¡Me voy a Corea, me voy a Corea!”. Y mi madre decía: “¿Lo qué? ¡No, no te vas nada a Corea!”. Fue un antes y un después. Antes de eso yo siempre decía que quería trabajar en lo aeroespacial, pero no tenía ninguna validación, y esa fue la primera validación de que sí, lo podía hacer. Ahí conocí a la Space Generation Advisory Council, que es una organización de las Naciones Unidas, de ahí fui punto de contacto en Uruguay primero, luego coordinadora regional y luego directora mundial de la organización. También conocí a la Federación Astronáutica Internacional, y a su presidente. Y lo que me llamaba la atención era que podía estar en un lugar, donde podía hablar con chicos y chicas de mi edad sobre el espacio, sin que nadie se burlara. Había médicos, abogados, escritores, ¡pero a todos nos gustaba el espacio!
-En 2011 viajaste a la Universidad Internacional del Espacio en Gratz, Austria, para hacer un posgrado en regulación de satélites...
-Sí, fui a un programa de verano, en la Universidad Internacional del Espacio junto con la Universidad Técnica de Gratz. Esa experiencia fue increíble. Yo digo que fue como para Harry Potter ingresar a Hogwarts: como que de la nada entrás a un mundo donde todos te entienden. Eso fue la Universidad Internacional del Espacio para mí. Son tres meses, estás con gente de todas las disciplinas, a todos les gusta el espacio. Nos venían a hablar profesores que yo había visto en documentales, o directores de la NASA. Fue impresionante. Hasta el día de hoy tengo amigos que conocí ahí.
-En 2012 leíste un llamado en la web de la Unión Nacional de Telecomunicaciones (UIT). Buscabas información sobre satélites y te encontraste con un llamado para innovadores con ideas productivas para solucionar problemas en tu región. ¿Y qué se te ocurrió?
-Yo tenía un paper que tenía de regulación de satélites y encontré este llamado, que decía que daban 5.000 dólares a jóvenes innovadores. Y yo siempre había tenido la idea -desde la aftosa que aquejó al país en 2001- de monitorear ganado en forma remota. En ese momento había hecho mi tesis sobre pequeños satélites, y en la Universidad Internacional del Espacio estaba editando un libro (y escribí un capítulo, con lo mucho que me costó escribir) acerca de cómo un país puede hacer un programa de pequeños satélites. Entonces pensé: sacó algunos módulos a lo relacionado a pequeños satélites y lo puedo transformar en un collar que la vaca use y que se pueda geolocalizar en todo momento. La idea era utilizar todo lo que ya tenía de pequeños satélites y adaptarlo. Mi papá me ayudó con el plan de negocios y mi hermana con el logo y gráficas. Ese fin de semana hicimos todo, y lo presentamos.
Mi papá tenía miedo que se dieran cuenta que el plan de negocios lo había hecho un contador, entonces le sacamos algunas cosas, para que quedara como que lo había hecho yo sola. Después que yo gané, no vi contra quienes había competido: eran equipos de la Universidad de Stanford, del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), ¡de las mejores universidades! Y yo le había sacado algunas cosas, para que no se dieran cuenta que me había ayudado mi padre. Cuando me avisan que había ganado la competencia, me preguntan en qué voy a usar los fondos. Yo no había leído las bases y condiciones, entonces ahí las leí y entendí que los fondos eran para empezar mi propia empresa, para empezar una start up. Ahí fui a Google y puse “start up”. Ahí me enteré. Nos dieron cursos, y en los cursos nos enseñaban -por ejemplo- cómo conseguir inversores. Yo no entendía por qué un inversor iba a poner plata en un emprendimiento que era mío.
"Chipsafer es una plataforma para monitorear al ganado de forma remota. Le colocamos un collar inteligente al animal, se le coloca alrededor del cuello de los animales, y manda información de posición por el GPS, y de movimiento del animal, por acelerómetro, a la nube"
-Ahí nació Chipsafer... ¿Cómo lo podrías definir?
-Chipsafer es una plataforma para monitorear al ganado de forma remota. Le colocamos un collar inteligente al animal (fue un collar, pasamos por caravana, volvimos a un collar), que se le coloca alrededor del cuello de los animales, y manda información de posición por el GPS, y de movimiento del animal, por acelerómetro, a la nube. Entonces, el productor rural entra a Chipsafer a través de plataforma web, y ahí puede ver a todos sus animales en tiempo real, además de recibir estadísticas de cómo se comportaron sus animales, cuánto caminaron por día.
Y también se usa como un software de gestión: el productor rural puede hacer toda la gestión de su establecimiento a través de nuestro software. En Uruguay y en América Latina nos contactan más por robo de ganado. Nosotros podemos alertar si el animal se fue de un perímetro, si le sacaron el collar o tiene un movimiento anómalo; sirve para prevenir enfermedades, para hacer una mejor gestión. Los productores en base al movimiento de los animales pueden inferir muchísimas cosas. Al recibir información en tiempo real de todos los animales se evitan de hacer una recorrida todos los días.
-Mientras Chipsafer empezaba a gatear como start up y todavía no tenía financiación, hiciste muchas cosas: fuiste profesora adjunta del Departamento de Ingeniería Espacial de la Universidad Internacional del Espacio, con sede en Florida (Estados Unidos), asististe a una conferencia anual de emprendedores en Dubai, ganaste 70.000 dólares al mejor prototipo de potencial innovador en la ANII y estudiaste un curso de "nuevas tecnologías para resolver un problema a nivel mundial" en la Singularity University, en Silicon Valley. Pero cuando todo parecía despegar, te alejaste del que era tu socio en el proyecto y sumaste a tu hermana en él. Pero seguías precisando el capital inversor que apostara por "la empresa de las vacas", como la llamás, ¿no?
-En 2015, después de haber tenido una mala experiencia con una fábrica en China (para que fabrique los collares), estaba buscando fábricas donde yo pudiera producir el prototipo a gran escala. En ese momento gané el premio de (whisky) Chivas, que era como 170.000 dólares, una competencia global para emprendedores. Fue una experiencia alucinante, también. Entonces, yo tenía algo de fondos, y buscaba un lugar donde producir los dispositivos. Meses después me puse en contacto con Gabriel Klabin, un amigo que hice en Singularity University. Él había hecho todo el laboratorio de drones de la universidad.
"Yo sigo teniendo la filosofía de por qué un inversor va a poner plata en mi compañía. Es mi empresa, crece lento, pero crece al ritmo que podemos. Están los emprendedores que no tienen producto y te enterás que levantaron millones, pero terminan fundiéndose"
-En 2016 te asociaste a dos brasileños, el mencionado Klabin y Bruno Da Costa Teixeira. Tú pondrías la idea, otro pondría su empresa de drones (Santos Lab) y el tercero una suma de dinero. Me tocó ver de cerca cómo buscaban, desde Rio de Janeiro, el apoyo de un socio comercial de gran porte, alguna gran empresa internacional que apostara por Chipsafer…
-Recién ahora estamos buscando fondos. Yo sigo teniendo la filosofía de por qué un inversor va a poner plata en mi compañía. Sigo con eso. Es mi empresa, crece lento, pero crece al ritmo que podemos. Tenés un emprendedor que es muy bueno buscando capital, y tenés el emprendedor que es muy bueno generando productos. Cuando tenés ambos, son las empresas gigantescas, donde las dos cosas funcionan muy bien. Pero están los que no tienen ningún producto y te enterás que levantaron millones y millones, pero terminan fundiéndose, porque saben captar capital, pero no tienen producto. Yo no soy buena captando capital.
Está Gabriel (Klabin), Bruno (De Costa Teixeira), ahora se sumó un chico que es portugués, pero vive en Singapur, también tenemos la ayuda del director de Ingeniería de la Universidad Nacional de Singapur, que está trabajando con nosotros. La Universidad Nacional de Singapur salió décima a nivel mundial en ingeniería. Esas cosas son las que yo valoro más, pero no me va a dar un titular en un diario. Un titular en un diario es que “Fulanito vendió la mitad de acciones de su empresa por tantos millones de dólares”.
-Recuerdo que tenían el problema de encontrar un socio que fabricara el hardware a gran escala. ¿Con quién se aliaron para hacer producción masiva de collares para las vacas?
-Nos asociamos con Flex, que antes se llamaba FlexTronics. Flex es una de esas empresas que empezaron en Silicon Valley. ¡Siempre quise trabajar con ellos! Fijate que los respiradores el año pasado con el Covid los hacía Flex. Tienen clientes espectaculares, marcas grandísimas, pero nosotros somos chicos… No nos iban a dar bola. Pero en 2017 empezó una aceleradora llamada Advanced Incubation Center que es para start ups como Chipsafer, que tuvieran un hardware pensado y ellos lo ayudaban a producirlo. Los ayudaban a pasar de prototipo a producto.
Nos aceptaron en 2018, fuimos la primera start up en ser aceptada. Conocí a un chico que trabaja en Flex y me dijo: “Vení con nosotros”, y me fui a Singapur (donde está la sede central), donde pasamos de prototipo a producto. Yo les mostré el prototipo y me dijeron: “Naaa, está buenísimo, pero esto no lo podemos producir en masa”. Lo pasaron a producto, y ahí aprendí la diferencia entre un prototipo, que lo hacés así nomás, a tener un producto, que se pueda producir en masa. Y eso nos llevó más de dos años. Recién en 2020 empezamos a producir, con Flex.
-Ahora tú y tu empresa se pueden dedicar de lleno a mejorar el software. ¿Cuál es el próximo desafío, en tal sentido? ¿Mejorar el software para qué?
-Son varias cosas, pero más que nada para darle más información a los productores rurales. Por ejemplo, una de las cosas que estamos trabajando es para detección de celo, para saber cuándo inseminar. Estamos trabajando en varios algoritmos en este momento. Tenemos todo un grupo en Brasil, en Santos Lab, la empresa de Klabin. Estamos trabajando en trazabilidad, desde que el animal nació hasta que tú vas al supermercado y ves toda la trazabilidad. En eso estamos trabajando con otra universidad de Singapur.
"Cuando llegué a Kenia, el capataz me dijo: “Si te preguntan, vos deciles que sos veterinaria y estás estudiando el comportamiento de los animales, porque si les decís que venís a ponerle un GPS a los animales, mirá que te pueden matar”. Pero la gente ahí es muy amable"
-¿Cuál es el próximo objetivo que se plantea Chipsafer?
-El próximo objetivo a corto plazo es trabajar más en los algoritmos, poder habilitar más insights, más información a la plataforma nuestra, y poder entrar en más mercados. Todo el tiempo nos están llegando consultas de distintas partes del mundo. Por ahora, nos estamos enfocando en estos tres países (Uruguay, Brasil y Australia), pero la idea es abarcar nuevos mercados.
-¿Qué es lo que más extrañás de Uruguay?
-A mi familia, 100%. Mi madre no ha podido venir, porque Singapur tiene las fronteras cerradas. Y la comida también (la) extraño, aunque Singapur es tan cosmopolita, que hay restoranes de todas partes. ¡El asado y el dulce de leche extraño!
-¿Y dónde quedó tu interés por el espacio, los planetas, todo lo aeroespacial y la vida en Marte?
-Sigo con todo eso. Estuve trabajando con AirBus un tiempo como directora de innovación digital, estuve trabajando en Colorado (Estados Unidos) con ellos. Desde 2016 hasta 2018 fui miembro de la Space Foundation y asesora especial del presidente de la Federación Internacional Astronáutica, y ahora sigo siendo miembro honorario del Space Generation Advisory Council, que me encanta. También mentoreo a varias chicas que están en el área aeroespacial.
Nosotros, en Chipsafer, estamos acelerados por la aceleradora de la Asociación de Tecnología y el Espacio de Singapur y seguimos muy en contacto con las agencias del espacio de Singapur, del gobierno. Chipsafer vendría a ser una aplicación espacial en la Tierra, así que sigo muy involucrada con todo eso.
-Si tuvieras que darle un solo consejo a un joven emprendedor, ¿qué le dirías?
-¿Uno solo? Que no se desilusionen fácilmente. En emprendedurismo tenés días en que estás allá arriba y días en que estás allá abajo. Después de haber trabajado en AirBus aprendí a manejar mejor mis frustraciones. Yo veía que algo no me salía con Chipsafer y era como el fin del mundo, y después vas a AirBus y ves que todo el tiempo están cortando proyectos. Invierten 10 millones de dólares en un proyecto, no funcionó y bueno, se corta. ¡Diez millones! ¡Yo invertía 10.000 dólares y si me salía mal, me quería matar!
El consejo sería: no te frustres y seguí tu camino. Por eso me sirvió muchísimo el bullying de la etapa liceal. Durante la mayor parte de mi vida me dijeron que no iba a poder llegar a ningún lado. Ok, acá estoy, y sigo. Y que nadie te corra tampoco. Es tu tiempo. Y la innovación lleva tiempo. En este mundo de redes sociales y la inmediatez, no pensás que la innovación lleva tiempo. Fijate que con los mejores ingenieros del mundo, les llevó tres años hacer el Kindle de Amazon. Sobre todo el hardware, es difícil, es un cuello de botella.
-¿Sos feliz?
-Soy agradecida, auténtica a mí misma, y eso es felicidad. Siempre tuve el apoyo de mi familia, y por eso me siento súper agradecida, y eso es súper importante. Yo puedo estar en Singapur, en Namibia o Kenia, que sé que puedo llamar llorando a cualquier hora a mi casa, y me van a hacer el aguante.
Por César Bianchi
@Chechobianchi
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