Por Federica Bordaberry
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Fotos: Javier Noceti |@javier.noceti
Es una familia de muchas mujeres y de mujeres que son fuertes. Cuando se enteraron que iba a ser varón, su padre y su tío se emborracharon festejando. Le pusieron Alfonso y su primer apellido sería Tort.
Sus padres eran ex estudiantes de arquitectura. Su padre, empleado en Phillips, había entrado como dibujante en la parte de luz. Junto a su madre, hacían juguetes de madera. Y con eso creció Alfonso, con piezas de madera sin pintar, y siendo pintadas, en el taller que siempre fue en su casa.
Su padre llegaba de trabajar en Phillips, se cambiaba la ropa, prendía la radio y se dedicaba a los juguetes. Alfonso dice que es la forma que tenían de acompañarse él y su madre. Eran juguetes muy clásicos que mucha gente tuvo y el nombre de la marca era Tortugo. Hugo Tort, el nombre de su padre dado vuelta, y el logo de una tortuga, crearon la empresa artesanal.
Fueron socios fundadores del Mercado de los Artesanos e hicieron toda la feria del Parque Rodó que duró como cuarenta años, antes de Ideas+. Trabajaban con madera, con calabazas (que servían como globos aerostáticos) y con mate (que servía para hacer ranitas).
Sus primeros seis años transcurrieron en una casa en Punta Gorda donde Alfonso vivía con sus padres, su tía y sus dos hermanas mayores. Los recuerdos principales son del verano en Montevideo, frente a la playa a la altura de ese barrio en la Rambla.
Los que lo ven de afuera siempre dijeron que fue un niño bueno y tranquilo. También lo sería en su adolescencia y durante toda su vida. Lo cierto es que, aunque tenía amigos, había momentos en los que le gustaba jugar solo con sus soldaditos y con sus chapitas. Era un juego del que solo él conocía las reglas.
Fue a la escuela pública Brasil que, en realidad, se llamaba Río Branco y fue donde aprendió el himno brasilero. Fue en sexto año de primaria que murió su mejor amigo de cáncer, Juan María. Quizá, por la contención que ella le proporcionó y por ser la primera maestra en exponerlo al trabajo actoral es que recuerda tan bien a Ivone.
Hicieron una obra de Les Luthiers, del cual su padre es fanático. Alfonso tiene el recuerdo de verlo reírse y reírse él, no por entender los chistes, sino porque le causaba gracia su padre.
En la escuela hicieron Don Rodrigo Díaz de Carrera, que cuenta la historia de Latinoamérica y a él le tocó un colombiano que hablaba onomatopéyicamente. Lo desgravó, se lo aprendió y se pintó la cara de negro para recitarlo.
Después vino Pocitos, donde entraron a vivir en una cooperativa de viviendas. Ahí vivió hasta los 12 años y, cuando murió su abuela, su madre le compró su parte a sus hermanas y pasaron a una casa de Bello y Reborati, a la altura de Libertad y Trabajo. Ahí se quedaría hasta los 21, cuando se iría a vivir a Buenos Aires durante siete años.
En primero de liceo fue al Latinoamericano. No le gustó porque era un colegio donde aceptaban personas que ya habían repetido muchas veces, tenía un compañero con síndrome de down y un argentino. A esa edad y para él, era demasiada información para procesar.
Incluso, recuerda ver cómo sus compañeros manipulaban a Daniel, su compañero con síndrome de down, para que hicieran lo que ellos querían durante el recreo.
Entonces, se fue al liceo Suárez. Se reencontró con amigos de la escuela, se hizo amigos de otras partes que no fuera Pocitos o Punta Carretas y eso empezó a curtirlo.
Pero lo que realmente le dio calle fue el fútbol.
Fue un lado B de su adolescencia, le dedicó el mismo o más tiempo que a estudiar. Empezó jugando en Progreso y, como vivía en Punta Carretas, se tomaba el 76 y se iba hasta el Cerro todos los días. Siempre jugó de nueve.
Después, pasó a Huracán Buceo y llegó a tercera. A los 18, se le empezó a achicar el embudo y tuvo que elegir hacia dónde iba a ir su futuro. Se decidió por psicomotricidad y, cuando se fue a anotar, llegó tarde a dar el examen. Tuvo que empezar el año dedicándose a hacer juguetes de madera con sus padres.
En los años previos quiso ser Kurt Cobain, escuchaba Nirvana frenéticamente todos los días durante su adolescencia. Le gustaba la figura de Cobain: su rostro, su ser interior, su sensibilidad y su oscuridad. Y mientras estaba en liceo, ya había conocido la Cinemateca porque su hermana mayor era socia.
Conoció a Almodóvar, a Bergman y a Fellini, pero sin pretensión alguna de introducir el mundo artístico, y mucho menos el actoral, en su vida.
Hasta que un buen día, trabajando con las máquinas para hacer juguetes de madera en el taller, su madre escuchó un anuncio en la radio. Cuando él apagó la máquina, su madre le comentó que habían abierto inscripciones y exámenes en la EMAD (Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático) y le ofreció estudiar teatro, ahora que tenía tiempo libre.
Lo cierto es que los padres de Alfonso, a mitad de ese año, ya habían empezado a pagarle una universidad privada para que estudiara psicomotricidad, pero Alfonso decidió preparar un monólogo con la madre de una amiga suya que era profesora de teatro para niños.
Eligió un monólogo de Moliere, en El Avaro. Y eran dos exámenes, el monólogo y otro de cultura general. A pesar de que su mundo y su cultura venían de los vestuarios de fútbol, logró entrar a la escuela. Sin embargo, un profesor le confesó que su monólogo había sido el peor que había escuchado en los últimos veinte años de su vida.
Primero fue un poco de no entender mucho los ejercicios actorales. Pasó de dar vueltas a la cancha, hacer maniobras con la pelota y patear al arco, a caminar por el espacio de la clase, sentir sus pies y su respiración.
De a poco, la carrera le fue encantando. Era en el Teatro Solís, lo cual le daba una mística extra, se colaban a ver obras por atrás del teatro con su grupo y no faltaba ni una sola vez.
Y decidió que no quería ser psicomotricista, que quería ser actor. Cuando le dijo a sus padres de su decisión, que fue difícil porque venían haciendo un esfuerzo por pagarle la universidad privada todo ese tiempo, se sacó una mochila de encima.
A los pocos meses, ya estaría filmando 25 Watts.
Lo siguiente, Alfonso lo resume así: a los 21 se fue a Buenos Aires. Volvió, siete años después, porque Mujica ganó las elecciones en Uruguay. En Argentina, asumía Macri. Tenía melancolía de volver y nunca le había gustado Buenos Aires para trabajar. Alquiló un monoambiente en Ciudad Vieja, trabajó en el Teatro en el Aula, Gabriel Calderón lo convocó para hacer Ex y empezó a aparecer en el teatro y en el cine en Uruguay. Algunas veces, también en Buenos Aires. Así, vuelto a su país, todo se le empezó a armar de vuelta.
Desde que estrenó con 25 Watts, Alfonso Tort es uno de los actores uruguayos más activos y reconocidos en la industria uruguaya, tanto de cine como de teatro.
¿Cómo te llega la propuesta de 25 Watts?
Fue en segundo de la EMAD y me llegó, un poco, por suerte. Mi cuñado, en ese entonces, era muy amigo de Fernando Epstein, que es el productor, y ellos caen a casa en Punta Carretas. Yo estaba tirado, se ve que había laburado, sería viernes o sábado. Me acuerdo que me había fumado unas pitadas en el patio y estaba re loco, mirando Beavis y Butt-Head. Cayó "el Fercho" y me miraba, yo estaba re de bajón comiendo, mirando la tele, tirado al mayor estilo del Marmota Chico.
No sé si lo vio, como lo vio mi madre, pero me preguntó qué hacía, le dije que estaba estudiando actuación y me contó que con unos amigos estaba por hacer una película. Eran todos guachos. No sé ni si le di bola y me llamaron y fui a hacer el casting, que fue muy bizarro, y pasaron unos meses hasta que me dijeron que había quedado. Después, la filmé.
¿Por qué fue bizarro el casting?
Yo no entendía nada, era mi primer casting. Me acuerdo que Juan Pablo -Rebella-, me dijo que estaba bien, pero que lo hiciera más circense. Él lo dijo conceptualmente y yo hice una vuelta de carnero por delante de la cámara, casi tiro todo. Pidieron corte y se cagaban de la risa porque estaban entendiendo que yo había entendido mal el concepto. Fue cualquier cosa y quedé, fue todo increíble.
Hoy en perspectiva, ¿qué fue en tu carrera esa película?
Varias cosas. En ese entonces, no lo sabía, pero era lo primero más profesional que estaba haciendo. Es algo que digo ahora cuando, a veces, doy clases: hay que enseñar a que esto es un trabajo, uno no hace las cosas por amor al arte. Estás actuando y cuando te convocan para una película, eso es trabajo. Esa película era cooperativa, pero a lo que voy es que estaba trabajando. Firmamos contratos y, si alguna vez se ganaba un peso, se iba a pagar. Estaba en una etapa muy romántica de la profesión, pero una película es un trabajo.
Después, desde el punto de vista artístico, me abre el mundo a un lenguaje que yo no conocía desde adentro y eso es deslumbrante. Empiezo a ver dónde va una cámara, empiezo a aprender el lenguaje cinematográfico mientras que iba haciendo. Siempre digo que el niño Alfonso se va poniendo en situaciones en la vida en las que va descubriendo y esto tuvo algo de eso.
Fue eso, inauguró mi profesión y me dio el lenguaje cinematográfico que, hoy, es lo que más me gusta.
¿Te persigue el fantasma del Marmota Chico?
Nunca me persiguió, aunque el personaje ya no está en mí. La última vez que vi la película, que fue hace dos años, cuando se cumplieron veinte años del rodaje, me llegó a pasar que yo me reí de mí mismo. Pero no me reí de mí, me reí del Marmota Chico, que es distinto a reírte de vos.
No me reconocía, el Marmota Chico era un pibe que me hacía reír. Ahora es un pibe que anda por ahí. Incluso, una vez que me cruzaron por la calle, cuando Facebook estaba a full, un loco me dijo que el Marmota tenía Facebook y fui a verlo y, efectivamente, tenía Facebook. Le pedí amistad y creo que, hasta el día de hoy, nunca me contestó.
El Marmota Chico vive por ahí y yo lo quiero. Es como dice la gente, es un pibe que querés.
¿Después de 25 Watts como seguiste escalando en la actuación?
Enseguida hice un papel muy chico en la película El último tren, de Arsuaga y después de eso ya ni me acuerdo, pero eso fue lo segundo. Entre 25 Watts y esa película hice un casting para el primer video de No Te Va Gustar, No era cierto. Quedé y lo filmé. Eso sería lo segundo y lo de Arsuaga lo tercero, ya un poco más constituida mi figura porque ya se había estrenado la película.
De ahí, tengo un salto a mi primera obra de teatro. Se llamó Cara de fuego, diriga por Alfredo Goldstein, donde también actuaba Jorge Temponi que estaba estudiando en la EMAD. Estaba totalmente desquiciado, el personaje era un piromaníaco, estaba enfermo, me creía que el piromaníaco se me estaba metiendo en la cabeza. Estaba en esa época de creer que el actor tenía que ser lo que es en personaje, todo un viaje. Me llevaba aerosoles y un encendedor, y probaba tirar fuego para ver si en el escenario lo hacía. Probaba cosas para ver si después las llevaba al escenario.
Lo tengo como una buena inauguración porque ahora estoy volviendo a esa forma de ver la actuación. Sobre todo, en el teatro, en eso de poner mi cuerpo. Creo que después de La noche de 12 años me bajó la ficha de que mi cuerpo ya no es mío, no para todos los proyectos, pero es como si yo donara mi cuerpo a la obra. Nunca haciéndome mal, pero con un compromiso.
¿Por qué tomaste la decisión de irte a Buenos Aires?
Egresé en la EMAD y hacía un año que estaba con Mora Recalde. La conocí en el BAFICI, a donde fuimos con 25 Watts, y Mora era muy amiga de Daniel Hendler. En una proyección ella fue y ahí nos presentó Dani. Entonces, pasó que yo ya terminaba la carrera y estaba muy motivado, con ganas de vivir la vida, y todo me cerraba. Algún mango tenía y me fui para allá.
Además, tenía una representante que conocí ahí que también era una excusa para tener más trabajo allá.
¿Zulema Goldenberg?
Exacto. A Zulema la conocí porque Jenny Goldstein, una actriz uruguaya, trabajaba con ella. Fueron a ver una función de 25 Watts y Jenny me presentó a Zulema. Ella me citó en un café de Buenos Aires a hablar. Zulema era una veterana con muchos años de experiencia y lo que me preguntó fue por qué yo quería que ella me representara. Ella tenía muy buenos actores y no aceptaba a cualquiera, no quiero decir con esto que me enorgullezco, pero sí que fue todo muy de película.
Rápidamente me empezó a representar alguien y eso me dio más profesionalidad. Empecé a entender que el mundo de la actuación no es solamente el amor artístico, sino que es un trabajo. Hay contratos, hay condiciones y debería haber cada vez más.
¿Cuánto tiempo después de llegar a Buenos Aires te empezó a representar Zulema?
Enseguida, porque ya me representaba desde Montevideo. Yo me voy para allá porque tenía novia, pero a su vez porque existía la posibilidad de hacer una película comercial. Después trabajé durante todos esos años con ella, estando allá.
¿Hacia dónde te direccionó que, quizá, solo no hubieras llegado?
Trabajamos muy bien en publicidad. Yo estaba reacio a trabajar en la televisión y tuvimos discusiones, pero después nos hicimos muy amigos. Yo iba a cebarle mate y veía como trabajaba. Eso me sirvió porque veía cómo trabajaba con asistentes de dirección y con productores. Escuchaba y entendía cuáles eran las condiciones. Era todo terreno que te peleaba todo.
En el medio, ella no trabajaba con mucha gente. Estaba vista como una tipa muy recta, muy respetuosa. Ella prefería trabajar con pocos, pero bien, defendiendo a sus actores y actrices.
Y después, eso, yo no quería hacer tele e hicimos mucha publicidad, era una buena época. No quería hacer tele porque veía que era muy empresarial. Es muy difícil Buenos Aires, es una selva. Si no sos conocido, tenés que ir todo el tiempo atrás de ser conocido. Tenés que hacer mil cosas hasta que en un producto te vean. Se vive como una carrera que se relaciona, en parte, con la suerte y el destino.
Yo no lo vivo así esto, lo vivo más cómo acá donde muy rápidamente podés trabajar con el director que ya está trabajando en Europa. Con Zulema empezamos a encontrar el terreno de la publicidad y empecé a generar bastante trabajo. En esa época se ganaba bastante bien, pero también me pasivizó mucho porque me quedaba en mi departamento. Estaba buena esa cosa bohemia, pero estaba con nostalgia de acá.
Me acuerdo de poder pagar el alquiler todo el año con la publicidad, pero no era lo que quería y me vine para acá. Al poco tiempo se murió Zulema. Me despedí de ella y al año volví a enterrarla.
¿Buscaste representante acá?
Me empecé a representar solo, un poco con lo que había aprendido de Zulema. Ahora tengo representante de nuevo, pero acá fue muy difícil. Siempre fue muy difícil representarme solo, no está bueno y por algo existe esa figura. No está bueno que el actor o la actriz maneje con un asistente de dirección o un productor los números y después trabaje. Es muy estresante, por algo no te lo enseñan en las escuelas de actuación. Es necesario saberlo, no sé si es necesario convertirte en tu representante. Capaz que sí, hay actores que lo deben hacer y muy bien. Yo no lo hago tan bien y siempre fue una figura que precisé.
A pesar de que hiciste varios papeles protagónicos, solo en 25 Watts y en La noche de 12 años recibiste premios a mejor actor. ¿Considerás que son tus mejores actuaciones?
No sé si fueron mis mejores películas. No es por contestar que todas son mis mejores películas, pero no sé si realmente lo fueron. 25 Watts fue muy constitutiva y La noche de 12 años me agarró muy maduro a mí. Son dos extremos. La última me agarró con una seguridad actoral y madurez, con mucha seguridad. En algún punto, sabía lo que tenía que hacer.
Y después anduviste en papeles no protagónicos, pero participando de varias películas como Mal día para pescar, Whisky, Capital y tantas otras. ¿Qué diferencia tiene tu preparación como actor para un papel y otro?
Cuando no quería hacer televisión en Buenos Aires, tenía miedo también porque vos a los rodajes caes como en un paracaídas si no tenés un papel protagónico. Hay un equipo que viene trabajando hace meses y te toca a la mitad y no entendés nada. Por más buena onda, ese día te estás adaptando al rodaje y al presente, y eso lo dificulta mucho.
Tenés que ser muy capo para insertarte muy rápido y eso estresa. El protagónico tiene eso de que estás desde el "vamos" y ya sabés mucho a la hora de rodar. Es la preparación, hay una diferencia en el tiempo de las cosas.
¿Uno se adapta al papel o el papel se adapta a uno?
Ahora estoy aprendiendo letra y la mastico. A veces me levanto y paso diciendo cuatro o cinco textos. Después, lo dejo. Me imagino que es como un pintor que un día se levanta, encara y se pinta todo y, al otro día, lo ve y no le gusta. Con los personajes pasa un poco eso de que los vas incorporando. Yo, por lo menos, voy de a cachos de cosas y siempre creo que hubo algo con el cuerpo, de probar cosas con el cuerpo y deformarme.
Hace veinte años que estás dando vueltas en el cine uruguayo, ¿qué cambió desde aquella época hasta hoy?
Muchas cosas. Desde la actuación, no mucho. En algún punto se filma un poco más que hace veinte años, pero tampoco tanto más. Se fue acompañando momentos distintos de lo audiovisual, cuando se filmó 25 Watts no se hacía tanta publicidad y hasta se filmaba en fílmico.
¿Y qué relación hay entre la cantidad de trabajo para cine y para publicidad?
Hace mucho que no hago publicidad, entonces no entiendo mucho lo que está pasando. Aunque se está filmando más, no necesariamente el actor actúa más o tiene más trabajo porque las series que se están filmando son extranjeras. Salvo que los actores de acá estudien idioma, lo hablen a la perfección con el tono y, aunque lo hagas, no sos conocido en esos países. Entonces, roles protagónicos no. Hay experiencias de secundarios o de personajes mejores que da un poco más de trabajo, pero son tres días en cuatro meses que se filma.
El cine uruguayo creció más, se filma más, pero no sé si se puede llamar una industria el cine uruguayo. Todavía estamos en una etapa de crecimiento, de profesionalización. No hay un gran presupuesto, no hay ficción, nunca hubo ficción en tele. Los únicos famosos y estrellas son los jugadores de fútbol. La cultura, en la mayoría de los países, es lo primero que aflojan de presupuesto. Es lo primero que se está suspendiendo, entonces no es una época muy buena para proyectarme a hablar de que se está filmando más, al revés.
Y sos actor de teatro también. ¿Cuáles son las diferencias de preparación entre un tipo de actuación y de otro?
Son distintos, sí. Las artes escénicas son en vivo, con el público ahí, que generan algo en el presente aunque lo prepares para mostrar. En eso la música me encanta, de las artes escénicas es la que más me gusta porque tiene un vínculo con el público que creo que en el teatro se da conciertos espectáculos. Es lo que siempre me copó de las artes escénicas, que está ocurriendo ahí.
El cine es otro lenguaje, es una construcción de varias etapas donde, para el actor, lo más cercano a lo en vivo es el "acción". El público son las cámaras, está lleno de técnicos que están trabajando, estás en un lenguaje totalmente distinto. Vos sos un granito más dentro de un engranaje muy grande. Ahí mi trabajo empieza cuando me dicen "acción", antes puedo estar terminando de ver un mensaje. Es una práctica distinta, la de estar siempre pronto para la acción. Para mí es muy adrenalínico eso, me encanta. El teatro tiene algo de ir llevando la función e ir trabajando dentro de la función.
¿Te genera más tensión saber que estás en vivo?
Un poco sí, pero depende de cómo llegues a cada espectáculo. Depende de cada proyecto porque cada película y cada obra de teatro tienen su particularidad, hay obras en las que estoy más tenso porque preciso mucha concentración.
En Cuando pases sobre mi tumba, la obra que hice con Sergio Blanco, tenía una masa textual muy grande y mucha tensión. Antes de esa función necesitaba estar tranquilo, no distraerme. Tenía que estar repasando letra. En otras obras no, en otras precisaba saltar, poner música y bailar, entrar con esa energía al público.
Trabajaste con grandes del teatro uruguayo moderno como Calderón, Sergio Blanco, Marianella Morena, Santiago Sanguinetti, ¿qué los hace grandes?
Por algo me quería volver de Buenos Aires, somos de una generación que tuvo cierta capacidad y tuve la suerte de pertenecer a esa generación, de laburar con ellos. Estrenar en Francia con Calderón fue increíble, hasta había banderas de uruguayos cuando terminó la función.
Son muy buenos en su escritura porque son gente muy apasionada. Sé cómo escriben y sé cómo se dedican a lo que se dedican y siempre están pensando en teatro. Es gente que le gusta hacer lo que hace y está buenísimo trabajar con gente así porque también te estimula a vos.
¿Cuándo considerás que tocaste fondo en tu carrera?
Siempre. Tengo períodos porque es muy difícil vivir de esto. Me he acostumbrado a tener momentos de picos buenos y de picos malos. Hay amigos que tampoco me entienden mucho de qué vivo. Está esa visión de que el artista o el que se dedica a un arte no puede vivir de eso.
¿Y cómo vivís de eso?
He tenido suerte. También trabajo hace años, desde aquel entonces en la EMAD siempre trabajé, mal o bien. Toqué fondo miles de veces, no le tengo miedo a tocar fondo. Ahora sé que todos mis proyectos de este año están todos pateados para el año que viene, es una incertidumbre laboral extrema. Eso sí que nunca me había pasado.
Siempre sabía que a los cuatro meses había algo y que estaba la plata, entonces vas piloteando la economía, pero ahora entre la pandemia y que recortan la cultura primero, es un tocar fondo, aunque no lo vivo con miedo, sé que es así.
¿En qué momento sentiste mayor libertad en tu vida?
Durante el día tengo momentos en que me siento libre. Sobre todo, en pandemia que no estoy trabajando, o muy poco, hay momentos de mucha libertad. De mucha incertidumbre, también, pero hay momentos en que me encuentro en mi casa leyendo, que es un privilegio, gastando lo menos que pueda para estirar. Por momentos la encuentro a la libertad.
¿El peor día de tu vida?
Varios, todos con la muerte. Se me han muerto dos amigos, Juan Pablo Rebella y Juan María. La muerte es un día triste, pero también tiene eso de que es profundo y libre. Creo que esos dos días fueron muy claves. Cuando se murió mi perro de la adolescencia, las veces que me separé, las veces que me sentí angustiado y no sabía por qué. Creo que uno convive con la libertad, con la felicidad y con el peor día de tu vida bastante seguido y no por eso estás loco, sino que los estados anímicos uno siempre los tiene presentes.
Algo que la vida te haya hecho aprender a golpes.
La propia profesión me enseña a curtirme a golpes porque tiene algo de agridulce todo el tiempo. Está bien que sea así, está bueno porque siempre te mantiene ahí. Ni soy un actor millonario que vivo aburrido en mi chacra, ni me falta de comer, estoy ahí, entonces lo agridulce está todo el tiempo.
¿Un sueño por cumplir?
Ser padre. No sé si es un sueño o un deseo.
Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?
A ambos, un ratito en cada uno para ver cómo son. Más, porque soy actor, por actor chusma iría al infierno a ver todo lo promiscuo que debe ser y la gente rocanrolera que debe estar ahí, todos rotos. El cielo, es más manteca. Nunca me quedaría en ninguno de los dos, me quedaría en el medio con la gente del medio.
Por Federica Bordaberry
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