Contenido creado por Brian Majlin
Entrevistas

Intoxicados

Alexandra Kohan: “Ante una mínima angustia vamos al psiquiatra para empastillarnos”

La psicoanalista acaba de publicar su tercer libro (Un cuerpo al fin) y retoma algunas de sus “insistencias”: angustia, negación y síntomas.

12.10.2022 08:46

Lectura: 13'

2022-10-12T08:46:00-03:00
Compartir en

Por Brian Majlin

Hasta mediados de 2020, la figura de Alexandra Kohan era un secreto a voces que se dispersaba, fluido, por el magma de las redes sociales. Iba de boca en boca, de comentario en comentario, de tuit en tuit. Su aparición pública redundaba en textos en Revista Polvo, algunas entrevistas como referente del psicoanálisis fuera de los consultorios, y el ebook que había publicado, en 2019 y bajo el sello Indie Libros, Psicoanálisis: por una erótica contranatura. Ya era docente de las facultades de Psicología y de Filosofía y Letras, en la Universidad de Buenos Aires; ya daba clases y charlas, y tenía muchos pacientes. Pero su voz comenzó a tomar más presencia pública por ciertas delimitaciones y declamaciones en torno a las obturaciones que provocaba la cultura de la cancelación. Una sutil diferenciación en el universo feminista que también habita. Salieron, entonces, más entrevistas y posicionamientos. Empezó a asentarse una figura pública con presencia firme y argumentaciones sólidas. Y llegó su primer libro físico.

Y sin embargo, el amor (Paidós) fue un boom de ventas para lo que se esperaría de un libro sobre psicoanálisis escrito sin complacencia ni concesiones. Tampoco estuvo diagramado para divulgar, aunque ciertamente es un modo de ingresar y acceder a Sigmund Freud, Jacques Lacan e incluso Roland Barthes desde una compañía y guía sin premeditación. Cinco ediciones después, tras el éxito y la ratificación pública que suscita Atención Flotante, su newsletter semanal en elDiarioAR, salió hace pocas semanas su tercer libro editado por la misma editorial: Un cuerpo al fin. Allí aborda, entre otras cosas, el vínculo entre el cuerpo y el inconsciente. Es decir, el cuerpo como un campo de batalla que muestra, como los chistes o la palabra, ciertas apariciones de aquello que ya nadie niega, aunque nadie pueda ver.

En este libro hacés todo un apartado sobre el elogio del síntoma. Más allá de amigarse, ¿podemos en el trabajo analítico disolverlo o superarlo?

El psicoanálisis apunta a que no quede todo igual, porque si no para qué nos analizaríamos. Hacer un elogio del síntoma es un poco hiperbólico, va más bien en contra de estos discursos higienistas y que pretenden una armonía absoluta. El sujeto, tal y como lo piensa el psicoanálisis, es inseparable del síntoma: es lo mejor que podemos lograr. Casi que sujeto y malestar en la cultura son sinónimos. Después hay síntomas y síntomas, claro: está bueno que se toque en un análisis para sufrir menos: el parámetro es ese, el impedimento o la extrema tortuosidad que una neurosis tiene. En la medida en que esté —aunque no está bien decirlo así— domesticado, que no nos impida vivir más o menos, está bien. Es muy poco lo que puede lograr el psicoanálisis en el sentido de que no pretende que un síntoma desaparezca, aunque a la vez puede cambiar una vida.

Sin hacer elogio del sufrimiento, ¿qué expresa esa retórica higienista y de no padecimiento?

Me cuesta generalizar, pero sí hay alguna preponderancia de no querer saber nada con ese malestar, que a veces irrumpe mucho más allá de lo que decidamos. Lo contrario no es decir que hay que sufrir, pero resistimos a la prohibición. Hay casi una cuestión moral de que está mal sufrir, se usa mucho el “no me lo merezco”: uno tiende a decir “porqué esto a mí”, pero el elogio del síntoma es hacerle lugar al sufrimiento, no para instalarse ahí sino para ver de qué está hecho, cómo funciona, para hacer algo distinto que no sea negarlo, porque es ineluctable.

¿Y por qué creés que se impone ese modo imperativo? No sufras. Querete. Viví. Soltá.

No soy socióloga, entonces no estudié cómo se instalan esos discursos. Siempre existieron pero ahora están más a mano, porque hay una vehiculización inmediata por las redes sociales y, además, hay una cantidad de objetos que no estaban afectados por ese discurso y que ahora sí: por ejemplo, la maternidad, la crianza, el duelo. Como si hubiese un solo tono para todo: lo que hay que hacer o lo que hay que dejar de hacer. Todo el tiempo esos mandatos están muy a mano y son muy consumidos, pero no porque la gente sea estúpida, sino porque efectivamente hay un enigma de cómo se hacen ciertas cosas y es más sencillo que venga alguien y te diga qué hay que hacer. Es más cómodo que atravesar la incomodidad de no saber qué se hace con esas cosas. No se puede saber, porque la paternidad, la maternidad, la crianza, los duelos… son cosas irreductibles a una técnica.

La lactancia…

Sí, porque cuando yo fui madre hace 30 años también había discursos sobre si había que dar la teta o no, la libre demanda, pero se reducía a eso: no a una forma de ser madre. Hoy se traslada de ese qué hacer en algunas cosas como lactancia o el sueño del bebé, y ahora se desplazó eso hacia la forma de ser: si hago esto, soy mala madre. Se desplaza la cosa de la parte al todo. En nombre de cuestionar una forma de maternidad y des romantizarla, que me parece genial, ahora se terminó convirtiendo en una porquería. Es una reacción en espejo.

Hay una aparición de toda esta forma de deber ser en redes sociales, donde también suele aparecer cierto desapego a lo que se dice: una especie de no ser responsable y minimizarlo ‘total son las redes’… pero vos decís que las palabras son acciones.

No pondría la causa en las redes sociales, sino en un modo en que ellas vehiculizan ciertas maneras, por supuesto que sí producen una subjetividad propia, a veces uno está metido y no puede ni siquiera dirimir qué está haciendo. A mí me interesa pensar de qué modo estoy ahí. No soy anti redes, pero me interesa pensarme cómo estoy ahí: porque es parte del discurso público. Creo que esa relativización es parte de cómo se ha degradado la palabra pública en todos los ámbitos. Yo tuiteo una cosa y parece que no importa, pero Twitter es un ámbito público: lo que digo lo es. No es igual el peso de quién lo dice, obviamente, pero el modo en que a veces se arrojan allí algunas cosas es como que no nos hiciéramos cargo del efecto que provocan nuestras propias palabras. Qué relación establecemos con lo que decimos.

Pero decías que excede las redes. Incluso la imposibilidad de hacernos cargo de lo que generan nuestras propias palabras…

En la práctica del psicoanálisis que vengo sosteniendo hace tantos años se trata de escuchar lo que uno dice y responder de alguna manera a los efectos de eso. Es una relación con las palabras que me hace tener una responsabilidad, no solo respecto al otro, sino sobre todo respecto a uno: de qué modo te está afectando lo que decís.

Hablando de afecciones propias… en el comienzo del libro te referís a lo que siempre han sido tus insistencias, tus temas recurrentes: el cuerpo, eros, la doxa, el amor. ¿Cómo se dio ese paso de la insistencia y la escritura a empezar a publicar?

Son dos cosas distintas y me parece interesante mantener separada la escritura de la publicación; porque yo no escribía pensando en publicar —ahora solo lo hago con las columnas—, pero los libros son otra cosa. Los asuntos de los que me ocupo son porque me ocupan en el día a día, tienen que ver con la práctica del psicoanálisis. Cuando me pidieron algo de Paidós para publicar estaba trabajando sobre el amor y ahora estaba pensando este tema del cuerpo. En la escritura de columnas es diferente, pero llego a ellas porque tengo ganas de escribir: a veces tengo un tema en la cabeza y solo puedo sacármelo, es decir pensarlo, si le doy una forma de escritura. A veces publico y a veces no.

Gentileza Paidós.

Gentileza Paidós.

¿Y cómo llegaste a la publicación de este libro?

Este libro tiene una primera zona que recupero cosas que hice en una tesis de maestría, en el encuentro de Freud con el cuerpo, y otras cosas que estaban en las columnas y las reescribí, no hay traslado directo. Una vez me puse a pensar cómo podía pensar otra cosa para las columnas o el libro, pero el libro y las columnas las escribía al mismo tiempo, no estaba pensando en otras cosas. Y la escritura, además, está ligada a la lectura: están enlazadas de una manera indiscernible por momentos.

De hecho el libro está lleno de referencias a otros libros, a lecturas, a cuestiones pop, a amigues…

Es como un coro.

Sí, de utilizar algo que leíste en Barthes o algo que te comentó tu amigo Facundo Millman…

No es que uso lo que me dijo Facundo, sino que aquello que me dijo me permitió pensar algo. Es como un efecto de lectura. Podría sacarlo, no es una cita de autoridad ni aporta especialmente y, sin embargo, lo quiero poner porque es mi forma de decir estoy pensando con esto, con ese amigue, con ese profesor. Hay una decisión de que estén esas muchas voces para mostrar de qué modo está enlazada la escritura y la lectura.

¿Pensabas que podías tener tanto éxito? Te voy a llamar la influencer del psicoanálisis…

 Bueno, está bien, a vos te dejo. Pero en el título no lo pongas, porque el discurso de los influencers es todo un modo…como ese discurso que cuestionábamos antes. No lo pongas eh.

Ok, no lo pongo en el título, pero voy a insistir con la broma: sos una influencer de psicoanálisis…

Una vez me dijeron algo muy lindo: es un libro de psicoanálisis escrito por una analizante, es decir por una paciente. Esto es lo que yo puedo pensar con lo que el psicoanálisis hizo en mí. No es la enunciación de alguien que está enseñando. Es algo que no sabía si podía lograrlo, aunque estaba en mí. La doxa psicoanalítica, la jerga, me parece horrible. Pero ni la editora, Ana Ojeda, ni yo imaginamos que Y sin embargo, el amor iba a venderse como se vendió. Porque además entiendo que tiene su complejidad, no es estrictamente de divulgación.

¿Tenés intuición de porqué se vendió tanto?

No, ni idea.

Pero algo que te digan los lectores…

Sí, eso sí, puedo ubicar algo que se repite mucho y es que el modo en que digo las cosas los alivia. No el sentido de la palmadita en la espalda.

No sos complaciente.

Claro, no, pero a veces se escucha eso de que “el amor, si es amor, no duele” y creo que yo habilito eso: puede doler. Y me dicen mucho que les doy un aire.

Lo pongo en términos de que todos estamos un poco rotos y nos identificamos. Más en la pos-pandemia.

Sí, es que estamos todos rotos, ¡ni hablar! O mejor sí hablemos (risas). Cómo vamos a seguir, a estar bien, tenemos que ser fuertes; ¡pará un poco! No es que tengamos que instalarnos en el sufrimiento, pero para poder atravesarlo hay que hacerle lugar. Antes de la pandemia ya hablábamos sobre psicofármacos y de cómo se rechazaba la angustia y el síntoma. O se lo rechaza en forma radical o se patologiza todo: ante el más mínimo momento de angustia se va al psiquiatra para empastillarse. No voy en contra de la psiquiatría y lo aclaro, también derivo pacientes cuando es necesario, pero estamos hablando de apelar como primer recurso a patologizar el sufrimiento. Entonces decimos que tristeza es igual a depresión cuando hay mucha gente que, en realidad, está triste y no deprimida.

En el medio de esto y de tanto que se critica al psicoanálisis por su supuesta falta de cientificidad, sigue vigente…

Sí, a pesar de las sentencias de muerte que ha tenido. Pasé por muchas etapas ante eso, porque aparece de nuevo en redes sociales, pero fuera de Twitter yo atiendo de la mañana hasta la noche y la gente no está pensando en eso. El psicoanálisis no necesita que nadie lo defienda, porque tampoco se trata de disputar terrenos o mercados, el que quiere se analiza, el que quiere va a cognitivo conductual. Después, si uno tiene la voluntad de llevar adelante discusiones lo hará: pero el psicoanálisis no necesita que lo defiendan los analistas, que lo defiendan los analizantes.

Vuelvo a la atención flotante, esa dispersión constructiva que aparece en el libro como forma de analizar y, a la vez, es el nombre de tu newsletter: ¿es contraria al mandato productivo de la vida?

Sí, pero no hay que hacerlo extensivo a la vida. Lo pongo como procedimiento de lectura.

Y lo puedo extender al arte, a la escritura, al ocio creativo.

Sí, obvio, pero no se trata de ser ingenuo, sabemos que hay que trabajar, ganarse la vida. Pero en los asuntos que estamos hablando, psicoanálisis, escritura y lectura, esa forma que es la atención flotante, la dispersión como elemento crítico, funciona en la medida en que la lectura es un hallazgo: en encontrar algo que no se buscaba. Todo lo que pueda ir en esa dirección, hacia el hallazgo y la sorpresa, va en contra del productivismo y de la acumulación de saber, de dinero, de trabajo, de horas. El efecto de lectura solo puede acontecer en la medida en la que uno no esté yendo detrás de nada.

Foto: Alejandra López

Foto: Alejandra López

Y sin embargo el amor y Un cuerpo al finen: en ambos casos aparece tu escritura como una respuesta a discursos que van pululando...

Ahora que lo decís me doy cuenta, sí. Podemos decir todo lo que decimos sobre las relaciones, y, sin embargo, el amor. O, al fin un cuerpo. Es algo que sale, pero de lo que no me daba cuenta. Estoy atravesada por eso mismo, no es que no me afecta y estoy enseñando. Yo también estoy metida en el productivismo, en la jerga psicoanalítica, en la doxa. Creo que es ir buscando cómo sacarme capas de eso y creo que lo encuentro en la escritura. Yo no vengo a decir cómo son las cosas, sino que es mi forma de ir discutiendo con cosas en las que estoy muy metida.

Capaz ahí hay una explicación del éxito y la venta entonces, que hay una identificación porque vos también estás metida en el tema.

Puede ser que haya una especie de honestidad en la enunciación, pero no es buscado. Yo también estoy afectada por esto que estoy diciendo, sería. Qué grado de afectación establecés con tus palabras: de qué modo está involucrado tu cuerpo con eso que estás leyendo, diciendo, escribiendo.

Por Brian Majlin