Por The New York Times | Katrin Bennhold
En diciembre del año pasado, mientras planeaba lo que la mayoría veía como un intento inútil por convertirse en el siguiente canciller de Alemania, Olaf Scholz interrumpió sus preparaciones de campaña para hacer una videollamada con un filósofo estadounidense.
Scholz, un socialdemócrata, quería hablar con el filósofo, el profesor Michael J. Sandel de Harvard, sobre los motivos por los cuales los partidos de centroizquierda como el suyo habían estado perdiendo a los votantes de clase trabajadora frente a los populistas. Los dos hombres pasaron una hora discutiendo lo que parecía un tema en apariencia simple y que se convertiría en pieza central de la campaña de Scholz: “Respeto”.
El miércoles, Scholz tomará posesión como el noveno canciller de Alemania en la posguerra —y el primer socialdemócrata en 16 años— para suceder a Angela Merkel y encabezando un gobierno de coalición tripartita. Desafiando a los sondeos y los expertos, sacó a un partido fundado hace 158 años del precipicio de la irrelevancia y lo llevó a una improbable victoria. Ahora quiere demostrar que la centroizquierda puede volver a ser una fuerza política en Europa.
Scholz triunfó por muchas razones y la menor de ellas no ha sido porque logró convencer a los votantes de que él era lo más cercano a Merkel que había. Pero el suyo también era un mensaje de respeto. Por primera vez desde 2005 el Partido Socialdemócrata de Alemania se convirtió en el partido más fuerte entre la clase trabajadora. Poco más de 800.000 votantes que habían abandonado el partido para sumarse a la extrema izquierda y la extrema derecha volvieron en las últimas elecciones.
“Scholz tocó un nervio”, dijo Jutta Allmendinger, presidenta del instituto de investigación Centro de Ciencias Sociales de Berlín WZB y experta en desigualdad que ha conocido a Scholz durante casi dos décadas. “Muchos lo ven como un clon de Merkel”, dijo. “Pero es un socialdemócrata hasta la médula”.
Scholz fungió como ministro de Finanzas en el gobierno de coalición liderado por los conservadores de Merkel, y ha prometido estabilidad y continuidad. Pero también se ha propuesto hacer de Alemania una suerte de laboratorio político para intentar reparar el vínculo entre los socialdemócratas y la clase obrera, un esfuerzo que coincide con la agenda política del presidente Biden en Estados Unidos.
Para la centroizquierda de Europa, la victoria de Scholz ha ocurrido en un momento crítico. En la última década, muchos de los partidos que alguna vez dominaron la política europea han quedado casi obsoletos, al parecer desprovistos de ideas y por lo general abandonados por su base de clase trabajadora.
La energía política ha estado en la derecha, en especial en la ultraderecha populista. Muchos conservadores estadounidenses han acudido a Hungría para estudiar la “democracia iliberal” de Viktor Orbán, el primer ministro ultraderechista del país.
“Todos nos están mirando”, dijo Wolfgang Schmidt, consejero de Scholz desde hace mucho tiempo y a quien ha elegido para liderar la cancillería. “Si hacemos bien las cosas, tenemos una oportunidad de verdad. No debemos cometer errores, no debemos decepcionar a las expectativas”.
En sus últimos años en el cargo, Merkel, conservadora, a veces era percibida como la defensora solitaria de la democracia liberal en una era global de autócratas, fuera el presidente Vladimir V. Putin de Rusia o el presidente Donald J. Trump de Estados Unidos. Pero Alemania no fue inmune a la furia populista y la Alternativa para Alemania o AfD, ganó escaños en el Parlamento y se convirtió en una fuerza política en el oriente del país.
“La principal preocupación para mí en la política es que nuestras democracias liberales están cada vez más bajo presión”, dice Scholz en el sitio de internet de los socialdemócratas. “Tenemos que resolver los problemas para que los lemas baratos de los populistas no funcionen”.
Scholz ha viajado mucho por Estados Unidos, también en los años previos a las elecciones de 2016. Uno de sus asesores recordó que en una conversación privada incluso predijo la victoria de Trump. Luego pasó meses analizando por qué los demócratas perdieron y leyendo una serie de libros de autores de origen obrero en Estados Unidos, Francia y Alemania.
“Estudió con mucho cuidado lo ocurrido en Estados Unidos”, dijo Cem Özdemir, destacado miembro de los Verdes y ministro en el gobierno entrante de Scholz. “Estudió las derrota de los demócratas en Estados Unidos. ¿Por qué no ganó Hillary?”.
Cuando el propio partido de Scholz se derrumbó en la elección de 2017 con su cuarta derrota consecutiva, escribió un artículo despiadado que concluía que la única razón por la que los socialdemócratas habían perdido a sus votantes de base era que habían fracasado al ofrecerles “reconocimiento”.
El año pasado, en medio del primer confinamiento por COVID-19, Scholz leyó el último libro del profesor Sandel, La tiranía del mérito, en el que el filósofo de Harvard argumenta que el relato meritocrático de la educación como motor de la movilidad social había alimentado el resentimiento y contribuido al ascenso de populistas como Trump.
“La reacción violenta de 2016 expresó vívidamente que solo decirle a la gente, ‘Puedes lograrlo si lo intentas’, no era una respuesta adecuada al estancamiento salarial y la pérdida de empleos provocados por la globalización”, dijo Sandel en una entrevista. “Lo que las élites socialdemócratas pasaron por alto fue el insulto implícito en esta respuesta a la desigualdad, porque lo que decía era: ‘Si estás teniendo dificultades en la nueva economía, tu fracaso es culpa tuya’”.
Durante el último gobierno socialdemócrata en Alemania, el canciller Gerhard Schröder recortó las prestaciones y de 2003 a 2005 emprendió una dolorosa transformación del mercado laboral, en un intento por disminuir la carga de un desempleo que superaba los 5 millones. Scholz, quien por entonces era secretario general del partido, se convirtió en el rostro de esos cambios ante la gente.
El desempleo cayó gradualmente, pero el programa también ayudó a crear un sector de bajos salarios en expansión y llevó a muchos votantes de la clase trabajadora a desertar de los socialdemócratas.
Sandel argumenta que fue alrededor de este momento que los partidos de centroizquierda, entre ellos los demócratas del presidente Bill Clinton, se apropiaron del triunfalismo del mercado de la derecha, se identificaron más con los valores e intereses de los más educados y empezaron a perder el contacto con los votantes de clase trabajadora.
Scholz, quien alguna vez fue un apasionado joven socialista que se unió al partido en la adolescencia, defendió a los trabajadores como abogado laboralista en los años setenta antes de atemperarse gradualmente hasta convertirse en un centrista posideológico. Ahora se le considera a la derecha de gran parte de la base de partido, un poco como Biden —con quien se le compara a menudo—, a pesar de que, como Biden, ha mostrado tener reflejos liberales.
“En su juventud fue un idealista, luego un tecnócrata e incluso un hipertecnócrata, pero creo que otra vez, a una edad más avanzada, podría estar poniéndose más radical”, dijo Kevin Kühnert, un personaje destacado del ala de izquierda de la socialdemocracia que ahora es el secretario general del partido.
Durante la pandemia, Scholz, entonces ministro de Finanzas, impresionó a los críticos de izquierda cuando liberó cientos de miles de millones de euros en ayudas del Estado para ayudar a los negocios y trabajadores en dificultades. A su vez, la pandemia dejó en evidencia cómo aquellos que de pronto eran considerados esenciales —enfermeros y trabajadoras sociales pero también repartidores, cajeras de supermercado y recolectores de basura— a menudo no están muy bien pagados.
“La pandemia ha mostrado sobre los hombros de quiénes está construida nuestra sociedad, quién trabaja duro y aún así se beneficia muy poco de un alza económica”, le dijo Scholz a los reporteros durante la campaña.
Scholz ahora liderará un gobierno tripartidista con los progresistas de los Verdes y los libertarios del Partido Democrático Libre. Su acuerdo de gobernabilidad pide un aumento del salario mínimo de 9,60 euros a 12 euros, o unos 13,50 dólares la hora, lo que significaría un alza salarial para unos 10 millones de personas. Scholz también ha prometido construir unos 400.000 hogares al año, 100.000 más de las viviendas planeadas anteriormente, así como garantizar niveles estables de pensión.
Igualmente importante, aunque más abstracta, es su promesa de otra “revolución industrial” que intentará hacer de Alemania una potencia manufacturera en la era de neutralidad de carbono y proveer los cimientos económicos para el estado de bienestar del futuro.
“Hay dos cosas que necesitamos decirle a la gente”, dijo Scholz durante la campaña. “Primero que necesitamos respeto, que necesitamos una buena paga y reconocimiento adecuado por el trabajo. Y, segundo, tenemos que asegurarnos de que en el futuro habrá buenos empleos”.
En toda la Unión Europea, los socialdemócratas gobiernan en nueve de 27 Estados miembro y las lecciones de Alemania ya están siendo influyentes. En Francia, la alcaldesa socialista de París, Anne Hidalgo, quien anunció hace poco su propia e improbable candidatura presidencial, ha evocado el tema del respeto.
Pero las consignas no llegan demasiado lejos. Los socialdemócratas llegaron en primer lugar en el fracturado voto de septiembre en Alemania pero solo reunieron el 26 por ciento del total, un pálido recuerdo del 40 por ciento que obtuvieron al principio del primer mandato de Schröder. Künhert, el secretario general del partido, dijo que el desafío de Scholz era mostrar que el modelo socialdemócrata es el enfoque adecuado para el país y más allá.
“Esperamos que nuestra victoria electoral en Alemania mande una señal de reavivamiento para la socialdemocracia a nivel internacional”, dijo Künhert. “Sobre todo estamos viendo al resto de Europa, porque tenemos que fortalecer la UE en los próximos años si queremos tener algo que decirle al mundo en los años venideros”.
Christopher F. Schuetze colaboró con reportería.
Christopher F. Schuetze colaboró con reportería.