Su primera casa fue un apartamento en Iturriaga, una calle cerca del Puerto del Buceo, que va en bajada. Para la generación de Alejandro Sequeira, una bajada era sinónimo de tirarse en chata con los amigos de la cuadra.
Alejandro creció en un Buceo en el que había un almacén de barrio que vendía las cosas envueltas en papel y los huevos de a uno, de a dos, de a tres. Había campo y monte. Jugaba con el hijo del embajador mexicano. Iba al Richard Ánderson. Una vez pescó pirañas en el puertito del Buceo gracias a la crecida que dejó una tormenta. Una de las pirañas le dejó una marca en un dedo. Un perro lo atacó y no lo lastimó. Escuchó a Zitarrosa, a los Olimareños y bastante folklore durante la dictadura. Escondió un póster del Che Guevara cada vez que el hijo de una de las autoridades iba a estudiar a su casa.
Él y su familia nunca se alejaron mucho del Buceo. En realidad, a los doce o trece años se mudaron a la calle que continuaba Iturriaga cuando cruza hacia abajo, Pedro Bustamante. Cuando sí se alejaban, era para salir de Montevideo. Si era monte, se iban a Valle Edén en Tacuarembó. Si era playa, iban a Aguas Dulces en Rocha.
La primera vez que Alejandro llegó a Aguas Dulces fue a principios de los setenta y se encontró con un balneario completamente desolado. Era tan así que a él le decían "el montevideano". Era de andar sin zapatos, bichero, buscando alguna aventura.
Es cierto que siempre le gustó estar afuera, pero también le gustaba muchísimo dibujar. Eso, lo hacía adentro. Sus padres eran contadores públicos y fueron ellos quienes lo introdujeron a la música (en su casa había maratones de Joan Baez), y al cine. Años después, haría un libro titulado Palabras de celuloide. Ahí reuniría una concatenación de diálogos de distintos momentos del cine y se lo dedicaría a su padre.
Hermanos tiene dos más chicos. Se lleva diez años de diferencia con el que le sigue así que tuvo un buen tiempo siendo hijo único en su casa.
En liceo, Alejandro fue amigo de todo el mundo. "Habían barras marcadas y era gracioso porque en los típicos enfrentamientos de barras, de un lado o del otro, a veces alguien gritaba, 'che, al Flaco no le peguen' porque era amigo de todos", dice.
El paso de colegio privado al Liceo 10 en Malvín fue, para Alejandro, una gran apertura. "Quizá, de estudio, fueron los mejores años junto con los de facultad", comenta. Lo fueron de estudio, pero también de sociabilidad porque nunca pudo separar esas dos cosas. Para él son dos cosas que siempre fueron muy juntas.
En 1984, entró en la facultad a estudiar Ciencias Biológicas que, por aquel entonces, era en la Facultad de Humanidades y Ciencias. Y para Alejandro, fue lo siguiente: intercambio, proyectos, ideales por los cuales luchar, resolver desafíos científicos en cuanto lo intelectual, pero también en cuanto a los recursos escasos de la facultad, investigar sin internet. "Enviabas una consulta por correo, escrita a mano, a un científico ruso que te contestaba a los dos o tres meses, si es que te contestaba", agrega.
Durante el desarrollo de su vida profesional, Alejandro logró combinar lo artístico con lo científico. Es experto en hongos y es, al mismo tiempo, diseñador gráfico. A veces también es fotógrafo, a veces también es artista plástico y, algunas veces, también fue periodista cultural.
A sus hijos les dice que, cuando sea grande va a ser tal o cual cosa, los proyectos que aún tiene en el debe. Ellos le dicen que ya es grande y él les responde que no, que lo va a hacer cuando realmente sea grande.
Nunca llegaste a hacer la tesis, ¿por qué?
Por esta cuestión de estar saltando de proyecto en proyecto nunca encontré tiempo para hacerla. Se ve que no fui demasiado inteligente como para vincular lo que estaba haciendo con la tesis. Hubiera resuelto un problema burocrático importante. Pero al momento de la tesis estábamos en un momento de mucho auge a nivel prensa y diseño. Tuve como un vuelco y una enorme demanda por el lado del diseño editorial.
Había muchísimos diarios, muchísimas revistas. En el ´91 creo que fue cuando diseñamos El Observador y fue el primer proyecto grande de diseño para el estudio, nos pedían diseñar un diario de cero. Generalmente se hacen rediseños, o diseñás logos, o una maqueta general para una revista, pero un diario era una cosa muy distinta. Fue un proyecto muy grande. En esa época, de mucho trabajo, de dibujo, de caricatura, más volcado al diseño, la biología fue quedando un poco relegada. Nunca sentí la imperiosa necesidad, no era lo mío una carrera académica dentro del laboratorio de facultad.
A mí me gustaba muchísimo, y lo tenía muy definido, la divulgación científica como tal. En facultad, por lo menos en aquel tiempo, no habían materias formadoras de divulgadores. Eran, más que nada, formadores de científicos trabajando dentro de la academia. Entonces, algo que yo también disfrutaba muchísimo era lo que hacía a nivel artístico. Podría haber elegido cualquier disciplina artística en diseño y, sin embargo, me gustaba el diseño de prensa.
Me gustaba que aquello tenía un feedback, ver cómo lo recibía la gente. Los músicos tienen su público y se conectan, los diseñadores lo hacemos muy en el backstage. No tenemos un estrado donde palpar lo que siente el público cuando hacemos algo. Me importa mucho tener esa conexión de cuando te elogian un diseño, cuando lo decodifican y les parece que funciona.
Por eso, quizás, lo de la tesis no fue prioritario en el momento. Hoy lo que hago es, fundamentalmente, divulgación científica. Hay veces que me vienen ganas de terminar la tesis con alguna de las cosas que hago, pero tampoco es un impedimento para lo que estoy haciendo.
¿Cómo te formaste como diseñador gráfico?
El diseño gráfico es una de las profesiones en la que más invierto horas en el día. El primer dibujo lo hice a pedido en los ´80 y empecé a dibujar para Ediciones de las Bases, después trabajé en Mate Amargo haciendo dibujo y fotografía, Brecha, prensa en general.
No había ido a ningún tipo de formación académica de diseño gráfico. En realidad, aprendíamos con las imprentas y gente que ya venía trabajando en el rubro hace mucho tiempo. Había otros diseñadores más veteranos en aquel momento y nosotros aprendíamos. En aquel momento que fue pre-computadora, aprendíamos lo que se llamaba el "armado en frío": el armando en papel, en pegar, en mandar a fotocomposición. Otro tipo de trabajo muy diferente.
Los primeros estudios con los que me formé en diseño los hice con compañeros que venían de las artes visuales como Eduardo Cardozo y Pablo Uribe. Ellos fueron las constantes. Cuando se hicieron las primeras carreras de diseño nosotros fuimos parte de la Asociación de Diseñadores Gráficos del Uruguay. Llegamos a editar una revista que tuvo pocos números, 3 desde agosto de 1997, y casi la única revista dedicada al diseño, "Diseñador".
Después yo me integré como docente cuando se armó la Licenciatura en Diseño Gráfico en la ORT. Ahí compartí con algunos de aquellos diseñadores que para nosotros eran admirados, como Macachín.
¿Cuál fue aquella primera caricatura?
La primera que hice fue una caricatura hecha con tinta china de Carlos Marx.
¿Y qué representaba la caricatura?
Era un artículo general, creo que era de divulgación que escribía Marx. Dirigía Milton Schinca y en lugar de utilizar fotografías quería utilizar dibujos. Era un gran y profundo admirador, recuerdo, del mexicano Rius. Él conocía mis dibujos a partir de otra persona y encontró en el dibujo una veta didáctica para lo que se escribía en ese momento. Eso fue lo que después me abrió la puerta cuando se armó el proyecto Mate Amargo. El diseñador, Francisco Graels, había dibujado como logotipo un gauchito que era el ícono del periódico.
Lo que hice, cuando entré a trabajar en Mate Amargo, fue animar el gauchito y hacía un como un juego o un chiste en cada página con una nota. Eso fue durante muchos años. Yo digo que he dibujado muchos más gauchos que Blanes porque imaginate lo que era hacer un gauchito por cada nota que salía publicada. Yo iba a la redacción, me sentaba y hacía un gag cómico con el gauchito. Fueron muchos años dibujando a ese personaje.
Por esos años frecuentabas a Mujica y a Fernández Huidobro, ¿cómo?
Los cruzaba en Mate Amargo. Ahí fue que conocí a Rosencof, a Mujica, a Huidobro, a Zabalza, todos esos que estaban ahí vinculados. Nos veíamos ahí en la cotidiana. Cuando Pepe salió de prisión nosotros llegamos a ir a ayudarlo en la chacra a cultivar sus flores y a preparar la tierra. Fue una experiencia muy telúrica, imaginate las charlas con Pepe carpiendo tierra.
¿De qué charlaban?
Las charlas eran, te diría, de la historia de la humanidad mezclada con filosofía y ciencia. En aquel momento nos deslumbrábamos con lo que sabía ese personaje.
Nos pasó con Raúl Sendic. Cuando yo empecé en facultad a estudiar, con un grupo, las lombrices y qué rol cumplen en la tierra, coincidió que al grupo formado por Sendic, "Movimiento por la tierra" le interesó mucho trabajar con biofertilizantes y compost. Una vez, nos llamó Sendic a su casa a charlar del tema y fuimos todos pensando bajar un poco el nivel científico en la conversación porque capaz que no entendía de qué le hablábamos.
La vergüenza que nos dio cuando nos topamos con lo que sabía de lombrices Raúl. Con la experticia y el conocimiento científico que tenía de todo lo que estábamos hablando, no te digo que nos terminó dando cátedra, pero hablábamos de igual a igual. Era maravilloso lo que estudiaba Raúl en relación a la tierra.
Asumo que la faceta de fotógrafo se desarrollo a partir del diseño gráfico, ¿cómo aprendés a sacar buenas fotos?
Eso viene ligado al tema del interés y de la curiosidad artística, fundamentalmente de mi padre que, por ejemplo, le gustaba muchísimo el cine. Él fue el que me regaló mi primer microscopio. Le gustaban muchísimo los remates y volvía con cinco objetos de los cuales cuatro no sabíamos para qué servían y uno nos parecía maravilloso. Él tampoco sabía mucho, pero le gustaba la forma. Eso era bien del estilo de mi padre, las cosas insólitas.
Él fue quien me regaló mi primer microscopio, pero también mi primera máquina Zenit para hacer fotografías. Y después la curiosidad hizo su propio camino. Me acuerdo de haber visto a un vecino muy mayor haciéndole unas fotos a unas flores, nos pusimos a charlar e hicimos una muy buena amistad a partir de la fotografía. La charla empezaba con "¿y qué lente es?", "¿y con cuál sacas?", "¿y cómo es tu flash?". Recuerdo que eran tiempos lindos. Él tocaba timbre, me pasaba a buscar y salíamos a hacer fotos por el barrio. Era lo que nos unía, la pasión por la fotografía. Eso lo mantuve y lo mantengo hasta ahora.
He hecho varias exposiciones. Una de las cosas que, obviamente, se encuentran es el tema naturaleza, la fotografía de naturaleza. Pero también el tema de la fotografía como expresión artística. Una exposición fue, por ejemplo de retratos en vía pública. La llamé "Retratos urbanos". Hice una serie fotográfica de afiches, de caras trabajadas por el tiempo. Hice la exposición en Subte con esa temática. Me interesaba muchísimo saber sobre ese rostro, por qué llegaba a un muro o una pared, quién era, qué sucedía después con esa imagen detenida en el tiempo y con el tiempo trabajando sobre ella.
De hecho, una de las obras que después estuvo exhibida en Buenos Aires era una imagen que saqué de un Artigas, en un afiche, y le hice un seguimiento de casi tres meses, yendo a sacarle fotos cada dos o tres días para ir viendo lo que hace la lluvia, el viento, el tiempo, cuáles son los primeros colores en irse del afiche. Terminó siendo un cuadro bastante grande la última fotografía, donde ya el rostro es algo que está como semi perdido y a mí me parecía una analogía maravillosa con la cara de Artigas. Hay pocas descripciones de cómo era exactamente Artigas, más allá del consenso general de que tenía la nariz aguileña.
Con eso hice un gag artístico. Hice una exposición en la Galería Lezlan Keplost, donde terminé haciendo una nariz de casi cuatro metros, la nariz aguileña de Artigas basada en los bocetos históricos de José Luis Zorrilla de San Martín. La llamé "Mausoleo".
Hasta el día de hoy, ¿cuál es tu pieza de diseño gráfico que más te enorgullece?
Hay muchas. Estoy pensando en una que justo salió a flote hace poco, que es un collage. Yo trabajaba mucho collages como diseño de prensa para las contratapas de Brecha. Trabajaba muchas, incluso para Eduardo Galeano y otros autores. Le llamé "collage de prensa".
De esa época en que hacía collage, hice uno para el disco Radio Babilonia de Los Traidores. Con Juan Casanova, vocalista histórico de la banda, estábamos muy en sintonía y ese diseño nació de las charlas con Juan. Terminó siendo la portada y es un diseño gráfico que a mi me gusta mucho. Son esas consas que no me canso de ver, que tiene mucha cosa metida en la estética y en la gráfica.
Hay un catálogo de una obra de teatro que hice para Mariana Percovich, hace muchos años, para la obra Alicia Underground. Esa pieza de diseño era una carpeta hecha en cartulina negra opaca y tenía hojas membretadas y unas postales hechas para ser leídas en un espejo.
Tenían impresos en serigrafía y, como el creador de Alicia había escrito textos al revés para hacer líos en el espejo, retomé esa idea gráfica. Hicimos algunas cosas con ese desafío gráfico de leer en el espejo. Recurrí a la serigrafía impresa a mano para poder hacer esos catálogos. Yo lo que quería era lograr un dibujo brillante sobre un fondo opaco, que tuvieras el catálogo y lo movieras un poquito y pudieras descubrir la cara del gato de Alicia como perdido en la penumbra de la cartulina.
Esos recursos eran porfiados desde el punto de vista del diseño porque la técnica que te lo habilitaba en aquel momento no era sencilla. Es otra pieza que a mí me gusta muchísimo. Incluso, porque en ese tiempo era muy raro que una obra de teatro imprimiera material de difusión. Era bastante extraño y Mariana fue como una precursora.
Hoy estás en tu estudio, Trocadero, ¿cómo llegaste hasta ahí?
Fue, más o menos, a partir del 2004. Y fue a partir de la separación de distintos estudios que fueron cambiando de nombre y cambiando las personas. Estábamos en una casa que alquilábamos todos juntos en Zelmar Michelini con distintos estudios de diseño. Era un gran caserón y te diría que fue uno de los primeros coworks, sin llamarse cowork. No existía el término. Es más, una vez salió una nota en El Observador que fue de las primeras notas que salían contando sobre un espacio de trabajo donde había distintos grupos con sus pasatiempos, pero también una forma más friendly de trabajar. Eso después sería el concepto de un cowork.
Cuando nos separamos con el grupo, igual quedamos funcionando un tiempo en el mismo lugar. Yo, en ese tiempo, daba clases en la ORT y un alumno, Santiago Guidotti, me avisó que estaba tirando el cartel del cine Trocadero porque lo había comprado un pastor.
El pastor estaba tirando el cartel inmenso, histórico, del cine Trocadero. Fuimos corriendo con Santiago a pedírselo, casi que a sacarlo de la volqueta. Nos lo vendió y pudimos rescatarlo y lo pusimos en la casona. Como es un cartel muy grande, tuvimos que ponerlo en mitad de una pared y mitad en otra, quedó hecho un cartel esquinado.
Hasta hoy está en Zelmar Michelini y lo sentimos como un verdadero rescate tipográfico, de la gráfica urbana. Entonces, cuando me iba a cambiar el nombre y formar un nuevo estudio, mi vista del salón interior donde trabajaba era el cartel inmenso. Me estaba mirando, no me quedaba otra, le puse Trocadero. Es más, le puse "Trocadero, gabinete de diseño" porque en aquel tiempo me gustaba la palabra gabinete, eso de que estuviera en un lugar chiquito. Y el gabinete también está asociado al laboratorio de ciencias, entonces todo cuajaba como lugar de creación y de investigación.
Tuve muchas formaciones en Trocadero, pero después seguí solo y hoy Trocadero soy yo. A veces, hablo en plural, pero porque me da vergüenza decir que estoy solo. Armo equipos de trabajo, más que nada para el exterior, teniendo en cuenta lo diferentes que son los proyectos editoriales.
¿Dónde, en todo esto, llega el foco en los hongos?
En medio de la fotografía, trabajando. Mi relación con el diario El País fue a partir de El País Cultural, en la época de Alsina Thevenet. En ese tiempo, además de diseñador, escribía como periodista cultural y ya que dibujaba iba con el pack completo, Alsina se mataba de risa. Me encargaban el doblete, la nota y ya la llevaba con el dibujo de la caricatura.
Nosotros, durante un tiempo, armábamos y diagramábamos El País Cultural. Estuvimos cuatro años con el estudio, que fue cuando compramos nuestra primera computadora, una Macintosh SE. A partir de eso, tuvimos una relación con el diario. A mi me interesaba muchísimo la salida a nivel de prensa y, siendo El País uno de los que tenía más tiraje, yo le propuse a Mungo Vidal hacer colecciones de contenidos nacionales. Hasta ese momento, la mayoría eran compras de colecciones que habían salido en otros países, contenido de afuera. Ahí se inició una etapa interesantísima. La primera colección que propuse fue el Montevideo Rock.
Armamos un equipo de trabajo e hicimos una recorrida de todos los grupos vinculados al rock del momento. En aquel momento No Te Va Gusta y La Vela Puerca eran grupos de rock, pero no eran el rock nacional a pleno. Trabajamos con Matilde Campodónico que hizo la fotografía.
Fue una labor ininterrumpida por trece años. Terminamos proponiendo contenido y haciendo coleccionables para el diario. Lo más seductor era que los fascículos, además de ser contenido nacional, salían gratis con el diario. Por treinta o cuarenta pesos, uno podía acceder a un material de divulgación popular y cultural importante. La divulgación siempre ha sido una pasión.
Recorrimos temas de lo más variados. Hicimos "Batallas que hicieron historia", "Cien objetos, cien historias", "Naufragios" y trabajamos con todos los rescatistas, Bado, Collado. Hicimos la historia del Graf Spee, hicimos muchísimas colecciones. En el último tiempo trabajamos muchísimo con Nacho Quesada en coleccionables de gastronomía, pero ahí viene otro cuelgue.
Pero en el medio de esa labor para El País, también trabajé para la revista El Escolar. Como yo tenía formación en Ciencias Biológicas, me pedían muchos temas vinculados a las ciencias naturales. Las vacaciones familiares se transformaban en tomar fotografías para el año. Sacaba fotos de todo lo que se movía alrededor para tener material didáctico para usar.
En medio de esas fotografías de la naturaleza, pensadas para la divulgación científica, es cuando comienzo a fotografiar hongos. Me maravillé con la biología propia de este reino tan bombeado, tan dejado de lado a nivel de las ciencias y de todo el mundo. Recién ahora hay una mirada más deslumbrante hacia el reino de los hongos.
Nunca imaginé la diversidad y biodiversidad del reino de los hongos en Uruguay. Eso me llevó a hacer fotos que requerían clasificación y clasificación que requería conexión con expertos vinclados al mundo de los hongos. Después de ocho años de recorrer montes, sitios, hacer relevamiento fotográfico y de clasificación de hongos del Uruguay, hice la primera exposición a cielo abierto con la Intendencia de Montevideo.
Recuerdo a Rosario Infantozzi, mi gran amiga, que fue la que me sugirió que hiciera un libro con eso por la estética, los colores, las formas. Para poder hacer una guía de identificación, tuve que trabajar muchísimo más sobre lo que había hecho en la muestra. La guía de identificación de hongos silvestres terminó ganando dos de los premios más importantes de divulgación científica, el Bartolomé Hidalgo y el premio del MEC de letras. Nunca imaginé que iba a terminar tan metido en la micología como diseñador y como artista. Yo nunca me animo a decirme micólogo, me digo "micoloco". Pero hace quince años que estudio hongos silvestres en Uruguay, en gran parte por pasión, pero hoy en gran parte por responsabilidad.
Me siento muy cómodo uniendo todas esas patas juntas, la ciencia, el arte, la divulgación, la investigación y la colectivización del conocimiento. A tal punto que, el año pasado, en el Premio Nacional de Artes Visuales yo presenté una obra hecha de hongos. En realidad, hecha de líquenes que son asociaciones con hongos. Fue el rescate de una lona que tiene, por lo menos, unos veinte años de vida. Es una obra viva, yo lo llamé "Life in Progress". Se exhibió en el Espacio de Arte Contemporáneo (EAC). Eso para mí fue muy importante porque, de alguna manera, plasmaba desde el punto de vista artístico esa frontera que para mí es muy indivisible entre investigación, arte, educación y ciencia. Hoy tenemos una locura de información, de colección regional y de interés popular.
El año pasado creé el grupo "Hongos en Uruguay", un sitio en Facebook que hoy tiene más de catorce mil miembros, en menos de un año. O sea que hay un interés en cuanto al reino de los hongos. Estamos peleando por incorporar las tres "f" ahora: flora, fauna y funga. Es una palabra que estamos estrenando a nivel regional porque es un posicionamiento necesario para poder entender y defender el medio ambiente. Hay que entender el rol que cumplen los hongos y no dejarlos por fuera cuando decís "flora y fauna". Al decir eso, estás dejando todo un reuno biodiverso y uno de los que permite la labora de conexión de todos estos reinos. Es casi imposible pensar en un cuidado del medio ambiente si dejamos por fuera a los hongos que son los que permiten que todas esas comunidades de seres vivos estén interconectados y vivan.
¿Dónde está la frontera de conocimiento en cuanto al reino de los hongos? ¿Cuánto nos falta conocer?
Se estima que conocemos tan solo un 7% de las especies que habitan el planeta. Se estiman alrededor de dos mil especies nuevas por año, clasificadas. Es muchísimo lo que hay por descubrir. Desde cualquier área que mires a los hongos, tenés algo con lo que te podés entusiasmar. Así pasa con los grupos de interés que se acercan. Hay gente que se acerca para dibujarlos, para fotografiarlos. Por el lado de lo estético, del color, de su presencia, que siempre es misteriosa y que siempre llama la atención. También está el tema de lo medicinal.
De hecho, el mundo como es hoy es imposible de pensar sin los hongos. Pensemos en la penicilina, en el auge de los antibiótivos, en las estatinas. Son todas sustancias que han permitido forjar lo que hoy es la manutención de la salud humana, en términos generales. A nivel cocina, tenés pan, cerveza, hasta el chocolate. Todo necesita un proceso donde los hongos están vinculados. No hay chocolate si el grano de cacao no está fermentado por hongos. No tenés pan si no están fermentados por las levaduras, que son hongos. Lo que estamos haciendo es repensar lo que nos rodea.
Los hongos forman micelios e interconexiones a nivel de raíces de los árboles. Le permiten crecer a los árboles comunicados. Nos da una visión muy diferente de lo que estamos acostumbrados. Ya es muy difícil pensar en un monte como si fuera una mera acumulación de árboles, es como un súper organismo funcionando donde hay árboles nodriza que son capaces de alimentar a los árboles que están más débiles. Eso, gracias a la interconexión subterránea que generan los hongos con el traspaso de nutrientes. Todo esto nos da una visión de lo que nos rodea muy diferente a la que estábamos acostumbrados.
¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?
Yo siento que soy muy feliz, me cuesta encontrar los mojones. Tengo una actitud feliz hacia las cosas. Me siento como muy avaro nombrando un momento de felicidad en relación a todos los demás. No es continuo, obviamente, la felicidad no es algo que uno pueda sostener en el tiempo como una droga perenne. Lo que sí podemos pensar es que podemos tener una actitud de trabajar esa felicidad. Creo que en ese sentido, la felicidad se trabaja valorando muchísimo lo que se tiene y lo que se vive. Es algo que me impide un poco encontrar momentos de felicidad, sino actitud de felicidad con las cosas.
¿Qué hayan sucedido cosas muy alegres? Por supuesto. Haber conocido a ciertas personas, tener hijos, cada inaugiración en momentos de la vida es una explosión de felicidad. Pero me gusta asociar a la felicidad con una actitud de vida.
Yo siento mucho las faltas, me parece que pensar la muerte es una forma de valorar mucho la vida. Yo llegué a tener mucho como fuente de inspiración la sociabilidad que se hace en los bares. Entonces, tenía bares de referencia donde nos encontrábamos con la gente del lugar. Me quedó muy marcado cuando hablaba con Eduardo, que era un gran amigo detrás de la caja registradora de un bar, el dueño del bar. Él hablaba de las personas y te decía "Fernández es muerto". Me decía que alguien es muerto, estábamos en distintos estados solamente, nosotros somos vivos.
Me parecía maravilloso, el muerto está en nuestro recuerdo, en nuestra memoria, no se fue. Yo tengo muchísimos amigos en estado de "es muerto". Eso también te hace valorar muchísimo. Aunque parezca raro, tiene mucho que ver con los hongos. Todo el mundo los asocia a lo oscuro, a la pudrición. Desde otro punto de vista, es todo reciclaje, vida. No existiría la vida si aquello no estuviera generando más vida, reciclan nutrientes y están generando nuevas instancias de vida.
Yo creo que tendríamos que nutrirnos de esa vida, que no sería igual si supiéramos que es para siempre. Es importante saber que la vida tiene su momento, su espacio, su fecha límite. Todo el valor de la vida está puesto en saber disfrutarla, vivirla y compartir. En decir todo lo que tengamos que decir porque hay un tiempo y un momento.
Por el contrario, ¿cuál fue el día más triste de tu vida?
Hay muchas pérdidas. Especialmente lo tengo asociado a pérdidas de amigos o de gente que quería mucho. Yo los tengo muy presentes, fue muy triste perder gente de la cotidiana que pasó a esa categoría de muerto. Esos son días muy tristes, sentir que ya no tenés esa posibilidad a pesar de tenerlos en la memoria, de seguir cultivando cosas que te nutrían mucho. Solamente se puede combatir con esa actitud que te digo de intentar ser feliz con lo que se tiene.
Algo que la vida te haya hecho aprender a los golpes.
Me gusta sacar aprendizajes de todo. Quizá sea un poco frívolo, pero mi padre era muy rezongón y uno a veces aprende por la negativa, por reconocer lo que no quiere del otro. Yo decía que nunca iba a ser rezongón como mi padre. Es tomar también las cosas que te parece que son positivas y las incorporás.
Creo que nunca aprendí a los golpes. Siempre aprendí de una forma menos drástica, con el tiempo que requieren los aprendizajes que creo que requieren tiempo. Tengo una cosa acá al lado de la computadora, que me gusta mucho tener, que es un fósil que tiene millones de años. Y cuando uno se pierde en eso de darle marco a las cosas necesarias, solamente con tocarlo pienso que eso tiene millones de años y yo me voy a estar preocupando por algo que me piden que entregue mañana. Puede esperar un poco más si este fóscil está acá.
¿Cuál fue el momento en el que sentiste mayor libertad en toda tu vida?
Principalmente, en la época de facultad. Cuando estaba estudiando biología con todo ese grupo maravilloso estábamos muy metidos con muchísimos ideales a flor de piel. Estamos hablando de la salida de la dictadura con un montón de ideas, discusiones, proyectos. Cuando estábamos en facultad, por ejemplo, nos fuimos a Brasil a investigar lombrices.
Creo que ese tiempo fue un tiempo con una libertad maravillosa, siempre asociada a los proyectos, a lo que tenés por hacer. Yo me considero un hacedor de gotita de agua, de mucho esfuerzo, de hacer algo todas las mañanas de tal a tal hora.
Los proyectos te hacen ser libre y yo creo en la libertad asociada al hacer, al pensar y repensar. En esa época que hubo tanto pienso, tanto proyecto, parecía que nada tenía su techo. Todo te indicaba que, no solamente había mucho por hacer, sino que el tiempo era infinito. Quizá, después vas aprendiendo que el tiempo no es tan infinito. Y la libertad estaba asociada al espacio creativo del hacer. Hoy lo sigue estando, quizá con esa madurez y esa sapiencia de que no todo es para siempre.
Si murieras hoy ¿irías al cielo o al infierno?
No creo en el cielo ni en el infierno, entonces creo que me quedaría en el medio, observando un poco qué sucede en uno y otro. Capaz que es esto de ser investigador, me sale la veta del científico. Me quedaría en el medio mirando a ver qué pros y qué contras tengo en uno y en otro, para ver si me dejan optar.